Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

sábado, 5 de abril de 2008

TRES BOFETADAS EN UN ACTO


Alberto Hernández*


Escena Uno

Una bofetada entra y anilla bajo la luz la mirada perversa de Lope de vega, mientras La dama boba enrolla las cortinas y se oculta. Un mirón deshoja margaritas en la sala, guarda silencio. Un repentino frío pasa por el miedo del espectador. El monólogo se sitúan en los labios austeros de Liseo. Descienden caballos y bestias, desternillados funcionarios a saludarv el hombro ameno de Aristófanes. Pero la marca de la bofetada sigue ardiendo. El espectador pestañea. Sílaba a sílaba construye un discurso muerto. Cierra la salida un fantasma aturdido.

-De venir, entro. Nada puede detener la mano que habrá de romper las palabras atoradas en los labios. Salto entre los astros y sólo soy posible a la mirada de quienes entienden la sombra del telón de fondo, porque la existencia es un asomo a proscenio, donde está la bofetada.

Escena Dos

De nuevo, la bofetada, sin maquillaje. El decorado está intacto. El rostro golpeado asume la rigidez de un cadáver descubierto en un acto impúdico. El espectador inventa sus propias acotaciones. Desvive, desvirga, desova milagrosamente la respuesta. El salón comienza a atiborrarse de duendes. El murmullo lo hace voltear. No hay nadie.

-El secreto está en saber mover los dedos. El secreto es tal porque quien recibe la bofetada es parte de él. Una bofetada se agradece, cuando no lleva la carga de la mala índole.

Escena Tres

Una patada en el trasero lo retorna a quien dejó de escribir el último párrafo. Liseo orina hacia proscenio. El espectador se anima y carraspea con la mano en la boca. Los ojos del actor frecuentan las reacciones del solitario público, porque pública es su soledad, el ensimismamiento. Liseo baja de la escena y abofetea al espectador. Este se cimbra en la butaca, saborea la sangre que mana de sus labios. Llora en griego.

Escena Cuatro

El hombre sale en silencio de la sala. Al voltear, se encuentra con los actores, quienes lo llevan a un bar cercano. Piden cervezas. Lope de Vega reparte las bebidas. Todos moquea. Lope toma el mantel y los cubre. Camina hacia la barra y ordena un martín para una mujer que entra al bar con los senos descubiertos. La única fémina que debió salir a escena en el teatro y se tuvo que quedar dormida sobre su amante. Lope la abraza. Los actores, ebrios, cantan un danzón. Bailan un bolero. Lope los mira y ríe. Sabe que comienza otro momento del teatro. Que la ilusión nunca termina si alguien sabe que el telón está listo, que algún día llenará la sala. Bajo el mantel alguien intenta fabricar otra bofetada.

Escena Quinta

De nuevo, la sala es un teatro. La ciudad, allá afuera donde la miseria también canta, es un tableteo de disparos. Aquí adentro, en este desvelo, todos se abofetean. Lope de Vega, desnudo de la cintura hacia arriba, intenta ordenar a los actores, pero nadie oye, nadie quiere volver a la ilusión.

-Aquí terminamos la vida. Aquí dejamos el aliento. Quien nos siga tendrá que saberse muerto. Quien predestine la eternidad, será incapaz de saberse parte de esta escena. Sólo hay un instante, éste. El que intente cobrar vida en estas líneas, es nadie, sólo una bofetada, un salto mortal, una viga en el ojo, un crimen sin testigos.

*Escritor, periodista y poeta venezolano.

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