Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

lunes, 21 de julio de 2008

EL MAESTRO DE ESGRIMA

Daniel R Scott*







"La esgrima es como la comunión. Hay que ir a ella en la debida disposición de cuerpo y de alma. Contravenir esa ley suprema trae implícito el castigo" (Arturo Pérez-Reverte)

"Es posible que en algunas ocasiones tu integridad te signifique algunos problemas y sufrimientos, pero no los temas. Si tienes que elegir entre la vida engañosamente fácil que resulta del sacrificio de tus principios o el sufrimiento que te ocasiona tu integridad, ni siquiera te permitas la debilidad de la duda: sufre, pero que tu conciencia permanezca entera" (Braulio Pérez Marcio)


Al fin pude terminar "El maestro de esgrima" de Arturo Pérez-Reverte. El escritor de la obra, nacido en España y reportero de guerra por dos décadas, es hoy miembro de la Real Academia Española. Al principio leer su novela me fue como remontar una montaña y al tener ya andado la mitad del ascenso, ser presa del agotamiento e intentar emprender el camino de regreso (a pesar de que la obra es entretenida y está bien escrita). Me aburrí tanto que a la altura de la página 186 quise echarla a un lado para leer otra cosa más emocionante o con sabor religioso (quizá "Sin novedad en el frente" de Erich María Remarque o "Confesiones" de san Agustín) Total, la idea era expulsar el aburrimiento que me carcome el ánimo o llenar a las horas que se pasean vacías al son del "tic-tac" del reloj con algo que les diera sabor y sentido. Pero se dio el caso que me tocó viajar a cierta clínica de la ciudad capital y para no dejarme apabullar por el hastío de dos o tres horas de viaje y del tráfico interminable, me llevé la novela y la concluí durante la mañana de ese día miércoles. Salí del terminal de San Juan leyéndola. Viajé las dos horas leyéndola. Llegué a la clínica leyéndola y, al finalizar su lectura, de lo emocionante del desenlace, la obra me estalló en la cara. Tal fue el final que no digo nada más, querido lector, para que te motives y disfrutes de sus páginas.
El hidalgo Jaime Astarloa es un personaje anacrónico que profesa con la devoción de un santo un arte anacrónico: la esgrima, oficio éste que la novedosa aparición y masificación de las armas de fuego (cosa de traidores) han hecho obsoleto. Reacio a los cambios que trae el devenir de los años y el progreso, nuestro maestro se aferra contra toda lógica a la esgrima con un elevado sentido de lealtad, estética y honor que, según el autor de la obra, escaseaban o eran tenidas en poco en la convulsionada España de 1868. Un Miguel Ángel del florete en busca de su "Grial" que consistía en "la estocada perfecta, imparable, la más depurada creación alumbrada por el talento humano, modelo de inspiración y eficacia". Don Jaime se define como un hombre que "en realidad solo pretendo ser honesto. Honorable. Honrado. Cualquier cosa que tenga su etimología en la palabra honor". Un ser anticuado, muchas veces risible, que se mantiene integro, fiel a su ideal así no sea compatible con el clima de agitación política y social de esa España a la cual él no parece pertenecer. Por eso, en la contraportada de la novela podemos leer: "Es una inquietante parábola sobre el poder del dinero, la ambición política y la extinción de los valores de honradez y fidelidad en este siglo XX que agoniza". Anacrónico, sí, y por tal motivo admirado por unos y despreciado por otros, porque en un mundo dominado por la ambición desmedida y la falta de escrúpulos, nos encontramos de repente a un hombre dispuesto a vivir, luchar y morir si es preciso por sus creencias, porque "toda mi vida me he limitado a sostener una cierta idea de mi mismo, y eso es todo. Hay que conservar una serie de valores que no se deprecian con el paso del tiempo. Lo demás son modas del momento, situaciones fugaces y mutables".
En una sociedad integrada por masas amorfas y sin identidad ni un ideal que les sirva de estrella, se tiende a simpatizar con estos raros ejemplares de la raza humana. Seres de articulaciones éticas oxidadas que no dejan de admirados y nos enseñan que los valores no son conceptos pertenecientes a viejos libros que nadie lee o a alguna lengua muerta como el Latín. Minorías anónimas que no buscan cambiar al mundo pero cuyo sentido del honor, del deber y la honradez los convierten, segun la doctrina magistral del monte, en "sal de la tierra y luz del mundo".
6 de Junio de 2008
*Bibliotecario y escritor venezolano (San Juan de los Morros, estado Guárico)

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