Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

jueves, 18 de septiembre de 2008

DE COMO LE TOMÉ EL GUSTO A LA ESCRITURA

Daniel R. Scott*


Como ya he dicho en otras oportunidades solía leer mucho a los clásicos juveniles, pero nunca se me ocurrió escribir nada: los goces de la escritura me eran ajenas y desconocidas. Yo existía solo para el "vicio solitario" de la lectura y los escritores eran los "traficantes de la palabra" que me mantenían abastecido de mercancía. Era capaz de indignarme con las injusticias perpetradas en la "Cabaña del Tío Tom" pero jamás se me ocurrió denunciar por escrito los atropellos de los cuales el pobre hombre y los de su raza eran objeto. Pero un día sucedió lo que sucede una sola vez en la vida: me enamoré perdidamente. Ella tenía dieciséis y militaba en una secta religiosa; yo tenía diecisiete y era un bebedor empedernido, lo que haría infructuosa cualquier relación con ella. Pero aun así perdí la cabeza por ella.

Se trataba de un amor correspondido solo a medias que me llevó a suspirar en la cama, visitar bares y caminar madrugadas con varias cervezas chocando entre sí dentro de mi cabeza, en órbitas desordenadas y confusas Las madrugadas de mi terruño se podían caminar sin temor a los asaltos del hampa y la única agresión que evadíamos con pavor era a la primitiva y temida recluta que hacía estragos entre los jóvenes y no tan jóvenes. Los meses de enero, abril, julio y octubre eran meses de alistamiento militar y de servirle a la Patria, lo que para nosotros significaba huir desbocados, trepar muros, cruzar ríos crecidos de basura e incluso saltar de un techo a otro cada vez que aparecía la patrulla policial en los alrededores. Hubo un policía (Dios lo tenga en la gloria) que nos dejó ir tras despojarnos de Bs 20, una suma nada insignificante para la época. "Es para comernos un pollo en brasas" dijo inocentemente el muy cretino al frente de la "Casa Golfi". El muy cretino.

El punto es que el azabache intenso de los ojos de aquella muchacha y el tono aterciopelado y envolvente de su voz me cautivaron de tal modo que creí no existía mujer más bella en el mundo que ella y sentí la imperiosa necesidad de comunicarle mi amor echando mano del recurso juvenil y romántico por antonomasia: la carta de amor... Sí, entonces se enteraría de cuanto le amaba. Pero era el caso que nunca había escrito una. No tenía la más remota idea de como hacerlo. "Pero no te preocupes" me dijo en los pasillos del "Liceo Roscio" un buen amigo mío. "Te voy a prestar un libro que recopila modelos de todo tipo de cartas". Asentí aliviado. Pasaron los días y el libro no llegaba a mis manos. Me harté y di un paso propio de valientes. "¿Para qué necesito modelos de cartas?" pensé desafiante, "¡voy a escribir una yo mismo y ya!" Y fue así como tomando lápiz y papel, redacté mi primera carta, descubriendo ese día el placer de la escritura.

Durante meses no hice otra cosa que escribir cartas y más cartas de amor. Echaba a un lado libros de textos escolares para ello. La Psicología y el Latín podían esperar. Mandaba mis cartas por "Aerocav" e "Ipostel". ! Ah pero que placer introducir en el buzón un sobre adornado de sellos y estampillas! Había en eso algo bello que no ha podido ser sustituido por el e-mail, los escuetos mensajes de textos de nuestros teléfonos celulares ni por ninguna otra tecnología de cualquier tipo.

Pasaron los meses y la pasión desenfrenada y voraz por aquella muchacha se fue apagando, pero en cambio las ganas de seguir escribiendo no me abandonaron jamás. Al principio me dio por escribir otras cartas de amor por encargo para la novia de algún que otro amigo mío, quienes no eran capaces de expresar su amor por medio de la palabra escrita. "Dame tus ideas y yo las ordeno dentro de las palabras" les decía, y más tarde tendida en la cama alguna chica suspiraría pensando cuan romántico era su novio. Pero eso no me bastaba. Mis ansias de escribir seguían allí, como reclamándome algo, gritándome a la cara, pidiendo más acción. ¿Qué cosa hacer? Acudí a otro género romántico, el virus de los jóvenes inmaduros: el Diario Intimo... Tomé una libreta de actas, levanté su tapa y en la primera página escribí: "Doy inicio a este diario el 14 de Enero de 1983 para dar salida a cosas que de otra manera jamás saldrían dentro de mí".

Desde ese día siempre he llevado un diario (12 libretas de actas que abarcan 25 años) y no he dejado de escribir. Se trataba de diarios insulsos y estúpidos que se fueron haciendo más serios, reflexivos y filosóficos con el paso de los años y que posteriormente me dieron la materia prima para algunos de mis artículos periodísticos tales como "El Valor del Instante", "El Espíritu de una Navidad Pasada" y otros más que no recuerdo.

Condené a las llamas todos los diarios escritos en la década de los ochenta y parte de los noventa pero hoy sigo llevando un uno. La sola acción de redactarlo se me ha hecho una terapia, válvula de escape, evasión, un sustraerme de mi "tiempo-espacio", nihilizar lo que me desagrada o no está bien. Cuando escribo el momento se me torna éxtasis y santuario: me fundo y hago uno con la divinidad de la Palabra Escrita, me olvido de mi mismo, me oculto en monasterios de tinta y de papel. Thomas Moore escribió: "El retiro mundano de una vida activa puede crear una espiritualidad sin muros". Escribir es una espiritualidad sin muros.

De aquellas primeras cartas de amor solo conservé una copia de la primera. Años más tarde el destino me puso frente a la mujer que creí el único Gran Amor: una mujer prematuramente envejecida, ajada, viuda, desencantada y con varios hijos que criar. Le pregunté por aquellas esquelas donde yo había volcado toda mi pasión y amor juvenil. "Mi padre las quemó por error" respondió, y luego de meditar por unos segundos añadió: "De haber prestado atención a tus cartas mi vida quizá hubiera sido otra". Ella sabía lo mismo que yo: la vida es un camino angosto que no tiene vuelta y que se recorre una sola vez. Jamás se volverá a una sola pisada que hayas dejado atrás. El pasado es una cárcel inviolable que guarda los momentos vividos y las oportunidades que no supimos aprovechar. El pasado, el presente, el futuro: ¡que arcano!

Recién casado, cuando mi esposa se topó con el borrador de aquella carta de amor, me puso tan mala cara que tuve que echarla al fuego... A la carta, no a mi esposa... "¡Pero si esto lo escribí hace más de veinte años!" le razonaba, pero el amor y los celos de una mujer recién casada no saben de razones, mucho menos si esa mujer es oriunda de la parroquia del 23 de Enero de Caracas.

Así fue como desapareció la única evidencia del día que nació mi amor por la escritura.

15 de Enero de 2008


*Bibliotecario y escritor venezolano (San Juan de los Morros, estado Guárico)

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