Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

martes, 24 de febrero de 2009

Chucho y Balta LOS DOS PRIMOS


Alberto Hernández*




Para los primos hijos del primo mayor.

Para que su descendencia sepa que hubo un pasado

hermoso digno de imitar en este presente tan volátil.


1.-

Una imagen líquida sigue vigente en mis ojos.

El pueblo era un sueño polvoriento, donde nos recogíamos bajo el sol, bajo la luna, bajo las palabras que nos llegaban de los mayores. Entonces nos tropezamos con Chucho, el hijo de Gregorio Loreto, hermano de mi abuela Amelia, y en consecuencia primo de Baltazar y una suerte de milagro para los hijos de éste. Así nos llegó el mundo entero, cargado de frutas, de menesteres diarios, de una felicidad que se sentaba en nuestra puerta de la calle La Mascota y se convertía en mañana o en tarde imaginaria, volátil y leve como la felicidad.

El primo Jesús López llegó a nuestras vidas cuando el mundo giraba tan lento que nos sentíamos crecer en un pueblo que se nos quedó inmenso en el alma. El primo Chucho llegó a ser tan imprescindible que lo soñábamos para que no se nos fuese de nuestras noches silenciosas, pero entonces llegaba la mañana del sábado o alguna de un domingo camino hacia su casa a las afueras del pueblo, cerca de la represa, donde el primo amasaba el universo con su prole y con Dios, tan cercano, tan amigo, tan bondad en la manera de tratar y de hacer que mi padre y él se amaran, se respetaran.

Era Valle de la Pascua un retiro, el único lugar del mundo que existía. No había tierra más allá de la más próxima frontera. La Pascua era el ombligo territorial que nos circunscribía, que nos rodeaba, como una isla que crece y nos empuja a respirar con el aliento del otro, de los otros. Éramos una familia campesina en un pueblo llanero.


2.-

El primo llegaba en su carro. Entraba al patio de la casa y se hacía presente en la casa. Ya la taza de café estaba sobre la mesa. Arribaba la alegría a nuestro techo. El primo Chucho nos envolvía en una suerte de bálsamo milagroso. Mi padre lo recibía como quien recibe a un hermano extraviado. Todas las veces que lo veía la emoción se hacía allí. Estuvo allí.

Eran tan felices que compartían la pequeña historia, la gran historia de un país lleno de petróleo. Y entonces hablaban con toda confianza de Miguel Otero Silva, de Oficina Nº 1, de Casas Muertas, de Fiebre, novelas que el escritor de Barcelona escribió para todos nosotros. Pero también compartíamos con el general Arévalo Cedeño, quien solía visitarnos en nuestra casa. O con Jorge Dager, a quien tropezábamos en cualquier negocio de carretera de Guárico. Y eran amigos. Entonces era un país distinto. Sin ningún amago. Era un buen país en medio de tanta necesidad, tanta miseria, pobreza y violencia política. Pero era nuestro único país. El que ahora pertenece al imaginario de los eternos, como Chucho y mi padre. Mi hermano mayor, que también se reclamaba en versos y declamaciones, Hernán, andaba en esos amores.

Esa forma de expresar la vida se instaló en nosotros, herederos de esa riqueza que nunca desaparecerá, porque en la medida en que se hace familia se traspasan el afecto, los abrazos, la amabilidad.


3.-

Y pasaron los años y nuestra estatura se hizo más visible. El tiempo se encargó de llevarse a mi padre. Pero siempre estuvo el primo Balta en la boca de Chucho.

-Yo amé mucho a ese hombre-, llegó a decirme un día en su casa de La Isabelica. Y cierto estoy de que mi padre también lo decía, pero más, lo practicaba en la medida de su vida diaria.

Ahora, cuando el primo Chucho preparó sus bártulos para viajar, para encontrarse con sus orígenes, pasa que vuelvo al pasado, a aquel pueblo donde se quedaron la infancia y una memoria opaca, calcada en sus paredes y en el aire que respiran los que aún moran allá.

El primo Chucho sigue aquí, pendiente de cualquier acto de magia que la memoria le procura. Lo toco, lo siento en su lugar de felicidad.

Baltazar Hernández y Jesús López andan en el mismo camino. El polvo celestial le ensucia los pies descalzos, como los que Aquel que cruzaba el desierto. La brisa infinita les limpia los ojos.

Los veo y sonrío. La eternidad es una cosa tan seria que cuesta explicarla. Mi primo Chucho y mi padre ya saben de eso.

Algún día nos veremos y pasearemos por ese llano de nubes donde habita el tiempo interminable. Donde haremos la fiesta de los primos, la fiesta para siempre.

Maracay, 30-12-2008.


*Poeta, escritor y periodista venezolano (Maracay, estado Aragua)

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