Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

sábado, 9 de mayo de 2009

DIARIO DE INVIERNO. MOSCÚ, 2008.


Edgardo Malaspina
(Cronista, poeta y médico. Las Mercedes, estado Guárico, Venezuela)









VIERNES, 26 DE DICIEMBRE

11 grados bajo cero.
La nieve sobre el suelo se ha convertido en hielo muy duro y resbaladizo. Dos hombres hacen comentarios sobre mi chapka (gorra grande que cubre la cabeza y parte de la cara) con ironía porque consideran que no hace tanto frío. Allá ellos que están borrachos y son muy osados (de la palabra oso) y salen con la cabeza descubierta. Yo también lo hacía cuando era joven y me echaba unos tragos de vodka. En el Metro una valla publicitaria muy colorida contiene una serie completa de matriozkas con la inscripción: “El amor a la patria empieza por la familia. F. Bacon”. Un virtuoso toca el violín con un serrucho, y le sale una música bella y triste. Un poco más allá, un hombre con tacones danza a la española.

Vamos a la Plaza Roja, donde el alcalde de Moscú, Luzhkov, inaugura oficialmente las fiestas de navidad y año nuevo. Dijo, acompañado de Ded Moroz (San Nicolás) y Snigurochka (La Niña de las Nieves), que la navidad es una maravilla especialmente para los niños. (Antes, en el socialismo, era un invento imperialista y no se celebraba). Luego encendió las luces de un árbol, adornado con muchos juguetes y bombillas, colocado cerca del público. El árbol de navidad fue prohibido por los bolcheviques, quienes lo catalogaron de vestigio religioso del capitalismo. En 1935 algunos comunistas ucranianos convencieron a Stalin para que permitiera su vuelta a las casa y en las calles. El árbol regreso para acompañar la fiesta de año nuevo, pero sin la navidad, la cual volvió con la desaparición de la URSS.

Unos conjuntos infantiles animaron la velada con cantos y bailes. En otro lado de la Plaza Roja están los dobles de Lénin y Stalin. Les pregunto por Breznev, quien también se aparee de en vez en cuando, y contestan que no lo han visto hoy. Tenía razón Marx, cuando corrigió a Hegel , quien dijo: “la historia se repite”. El de Treveris agregó: “La primera vez la historia es en serio, la segunda sucede como parodia”.

Enrumbamos nuestros pasos hacia el Museo Chejov de Teatro. Allí se exponen las vestimentas originales de muchas obras teatrales usadas para el estreno, como Las Tres Hermanas, El Jardín de los Cerezos y Los días de los Turbín, esa pieza de Bulgakov sobre el enfrentamiento entre rojos y zaristas durante la revolución, y a la que Stalin asistió más de cincuenta veces para recordar sus momentos gloriosos de bolchevique triunfador.

Están también los sillones, desde donde dirigieron sus representaciones Stanislavski y Nemorovich- Danchenko, los innovadores del teatro ruso. Una de las joyas del museo es el baúl que usaba Chejov para sus viajes, y que llevó incluso a la isla de Sajalín, donde realizó una investigación médica.