Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 4 de agosto de 2010

Crónicas de una carnicería

LA GUERA FEDERAL: GRITOS DEL ODIO (II)

Alberto Hernández

** Zamora y su gente provocan con su vandalismo tormentos y asesinatos, incendios y violaciones, robos y saqueos, conculcando e hiriendo todos los principios de la sociedad, llegó a decir el presidente Julián Castro en una encendida proclama.Las voces de los montoneros helaban la sangre de los pobladores y se la encendían al fanatismo a galope. Las cartas estaban echadas, nuevamente el país sería testigo y víctima de una justicia vengativa. Los resentimientos acumulados trajeron los barros del odio. Los gritos, atascados por años en la garganta, volvían a ensordecer el mapa de Venezuela:

“¡Viva el Movimiento Federalista¡ ¡Viva la Federación de todas las provincias de Venezuela¡ ¡Viva el General Juan Crisóstomo Falcón, Primer Jefe del Movimiento Federalista Nacional¡”, se escuchaba en pueblos, caseríos y montes de aquel país preterido y ausente del resto el mundo.

Eran las ocho de la noche del 20 de febrero de 1859. La ciudad de Coro sería escenario de los incendiarios: una turba enceguecida que se dilataba entre las sombras. Hordas que pregonaban el odio al hombre blanco y a los que sabían leer y escribir. El Cuartel de la Guarnición de Coro recibió los primeros embates de la gente de Tirso Salaverría. De allí en adelante todo el país fue un candelorio. La silueta de la muerte comenzó su danza macabra.
La victoria fue tan contundente que el Gobierno comenzó a mostrar preocupación. El factor sorpresa dejó sin aliento a los más endurecidos y conservadores.
Mientras tanto, Juan Crisóstomo Falcón conspiraba en las Antillas a través del reclutamiento de exiliados regados por diversos países. A manos llenas, Falcón comenzó a idear la forma de invadir el país y fortalecer la lucha liberal. De esta pasión, Luis Level de Goda afirmó: “¡Cuánta decisión y entusiasmo había entonces en las filas liberales¡ Jamás causa alguna de Venezuela tuvo, ni ha tenido después, tanta vida ni partidarios tan decididos y resueltos y entusiastas hasta el fanatismo”.
Este fanatismo se vio materializado en la chamusquina entre gritos desaforados de los asaltantes. La anarquía tomaba cuerpo. Julián Castro se veía acorralado entre la negociación y la resistencia.

-Por ahí viene Zamora-El terror provocado por Ezequiel Zamora en cada asonada en la que tomaba parte, lo convirtió en una leyenda. Hombre decidido, participaría muy pronto en esta aventura que finalmente dejó el país destrozado, derrotado. Un nuevo fracaso se consumaría en los acuerdos entre los liberales y los conservadores. El espíritu nacional conocería la incertidumbre, precipitada por las negociaciones entre los alzados y el Gobierno.
La crónica social da cuenta del matrimonio de una hermana de Falcón con el terrible guerrillero. Estéfana Falcón unió vocaciones. Con el casamiento, Zamora se dedicó a las labores del campo. “Se retiró al hato El Maguey, a 11 kilómetros de la Sierra de Coro. Ahora, aparecía en el teatro bélico junto con otros hombres de rompe y rasga: José Desiderio Trías, José González Zaraza, Napoleón Arteaga, Pedro Torres, José Gabriel Ochoa y José Toledo, su concuñado, casado con Mercedes, una de las tres hermanas del General Falcón”, revela Vitelio Reyes.
La proclama que dio a conocer Salaverría, luego del asalto al cuartel, destacaba:

“La Revolución de Marzo ha sido inicuamente falseada. Atraídos por los encantos de su programa fascinador concurrieron a consumarlo todos los venezolanos; y su triunfo no ha producido otros gajes que el entronizamiento de una minoría siempre retrógrada, siempre impotente en su caída, siempre ávida de satisfacer innobles venganzas...Compatriotas: mi corazón abunda en sentimientos de júbilo que mi débil voz apenas puede explicar. Sin derramarse ni una sola gota de sangre, sin vejámenes ni tropelías de ningún género, sin que nadie pueda lamentar una injuria que de palabra o hecho le irrogaseis; sin más armas que nuestro valor y denuedo, y sin más esfuerzos que los de vuestras voces, me acompañasteis anoche en la grave empresa de desarmar las fuerzas y apoderarnos de las armas con que un esbirro (se trataba de Fermín García, portador de la carta de Páez para Falcón), remedo de Gobernador del General Castro, nos oprimiera”.

La proclama tiene fecha del 21 de febrero de 1859.Una vez conocida, varias regiones comenzaron a incorporarse al movimiento. La desolación tenía nombre. La guerra estaba avisada. La muerte susurraba en el miedo. Se preparaba la invasión de La Vela desde Curazao. Así, Zamora, entre otros generales, aborda La Guaireña hacia las costas de Coro. El 22 llegaron a La Vela. De inmediato, Ezequiel Zamora tomó las riendas y comenzó a despachar como Jefe de Operaciones del Ejército Liberal de Occidente. Órdenes iban y veían. Envió mensajes y emisarios a todo el país.
La revolución crecía a través de ayudas procuradas por importantes hombres. A esa hora de gestiones revolucionarias, Falcón miraba desde Curazao las luces de Venezuela. Esperaba para el ataque. El general pensaba penetrar por Barlovento para luego entrar a Caracas.
Por su parte, mientras las arengas y acciones le daban cuerpo a los preparativos, Zamora creaba el “Estado Independiente de Coro”. El texto de la “orden general”, avisa:
“Para hoy 23 de febrero de 1859.
¡Militares¡
Nombrado Jefe de Operaciones de Occidente en la campaña abierta por los pueblos, rescatando sus derechos y proclamando el sistema federal de las provincias, cumple a mi deber saludaros por haberme cabido esta honra al lado de los valientes corianos, con quienes más de una vez he sido partícipe de las glorias y de los reveses de las campañas.
La moral, el orden, el respeto a la propiedad y el amor ardiente por la libertad de su Patria, es el distintivo del carácter coriano, como civil; el denodado valor contra el enemigo armado, la generosidad y clemencia con el vencido, y la subordinación, es su divisa como militar. Con tan bellas dotes y la santidad de la causa que sostenemos, que no es otra que la verdadera causa de los pueblos, la República genuina, la Federación, vuestro heroísmo debe ser premiado con el triunfo de los principios y el derrocamiento consiguiente de la tiranía.
¡Viva la Federación¡ ¡Viva la verdadera República¡ ¡Viva, y para siempre, la memoria de los Patriarcas de nuestra Independencia, de los hombres de julio de 1811, los que, en el Acta gloriosa, dijeron a los pueblos, Federación¡
Que se cumpla pues, después de tantos años”.

-La violencia, la muerte en el horizonte-“Para el Gobierno de Castro el trauma de la subversión fue violento. Trataban de disimularlo con aspavientos. Restábanle importancia...La sedición podría adquirir empuje dado el estado de descomposición imperante en la República”, añade Reyes. Para tratar de parar lo que venía, el Presidente comisionó a Juan Lagrage, Carlos Hahn y Carlos Engelke para que hablaran con Falcón en Curazao. La misión era disuadir al alzado de atacar su propio país.
Juan Crisóstomo Falcón envió a Antonio Leocadio Guzmán y Luis Level de Goda. Fue un fracaso rotundo. La ira los dominó a todos. El odio político comenzaba a subir los niveles para arribar al odio visceralmente personal. De allí a la guerra, sólo un salto.
Días después, el 28 de febrero, Caracas amaneció entre protestas. Las consignas elevaban a Falcón, a Zamora y a la Revolución Federal.
Ante el alboroto nacional, Castro emitió un decreto de amnistía general “para todos los acusados y detenidos por delitos políticos”. Caracas voceaba la muerte de Julián Castro.
La tropa invadió las calles. Sablazos, culatazos, disparos propalaron la especie de la debilidad del Presidente, quien montó su caballo y salió a recorrer las calles de la Capital.
Lo seguían civiles esbozados que daban vivas al Gobierno y a la Carta Magna. Nadie se tragó el cuento: fue descubierta la trampa. El país se convirtió en un incendio. Ante esta realidad, Castro hizo movimientos en su gabinete. Pero nada, la anarquía estaba enquistada en todo el mapa.
Zamora se movía sin rumbo fijo. Nadie daba con su paradero. Se supo que se trasladaba hacia el centro del país. El Gobierno movió tropas a Puerto Cabello para tratar de detenerlo. Su campaña pasó por Tucacas y Alpargatón. Luego siguió hacia El Palito donde daría cuenta de los soldados de Avelino Pinto. La guerra se regó como pólvora y con pólvora. Un torbellino de miedo sumió al país. Pero Zamora ni siquiera intentó atacar Puerto Cabello y Valencia. Regresó a San Felipe, la asaltó, la tomó y luego hizo el intento con Barquisimeto, pero se abstuvo: “por visión táctica y destreza estratégica se regresó hacia Tari (...) Se dio cuenta de la reacción y se detuvo en Chivacoa. Avanzó lentamente hacia Yaritagua, llegó hasta Cabudare y destacó avanzadas de tanteo hasta Santa Rosa y Tierritas Blancas. Desde ahí, propuso la rendición de la plaza, pero el enemigo fue renuente y se dispuso a combatir” (Reyes).
Pero tampoco pudo. Se dirigió a Araure. Combatió en Las Galeras al Comandante Huerta, a quien persiguió hasta Ospino. Un día después se dirigió a Guanare. Pasó por El Sardinero, donde logró incorporar la guerrilla de Natividad Petit. Durmió en Sabaneta.
Barinas fue atacada el 16 abril. Esa plaza estaba tomada por el General José Ramón Escobar. Logró avanzar un poco, pero las fuerzas del gobierno eran muy fuertes. Se desplegó hacia el Torumo.
Se topó con el General José Laurencio Silva. “Más tres mil hombres marchaban hacia los reductos de Zamora. Este, al llegarle la noticia a Torumo, emprendió marcha por la vía de El Rial, rumbo a Guanare, por donde había pasado Silva camino de Barinas”.
Un nuevo grupo guerrillero, el de Martín Espinoza, se agrega a su tropa. Setecientos soldados forman parte de las fuerzas de Zamora.
Escaramuzas tras escaramuzas, Zamora logra finalmente tomar parte de Barinas. Mientras hacía campaña en esa tierra llanera, Falcón aún seguía en Curazao. El gobierno se desesperaba. Julián Castro emite una proclama: “Guerra de verdadero vandalismo es la que provocan, conculcando e hiriendo todos los principios de la sociedad...consuman tormentos y asesinatos, incendios y violaciones, robos y saqueos...”.
Ante la debilidad del Ejecutivo, Castro encarga de la Presidencia a Manuel Felipe Tovar, quien sugiere al General José Antonio Páez como ministro de Guerra y Marina por recomendaciones del mismo Castro. Pero Páez no acepta el cargo.
El terror se había instalado en toda la República. Los gobiernos locales y regionales salían en carrera. Miedo, confusión, pánico. El terror en el rostro de una nación. Castro desapareció. El Vicepresidente también se borró de las noticias. Pedro Gual, que había sido designado a la Presidencia, estaba escondido. Fue hallado y llevado a Palacio. Pero Castro se apareció de pronto y comenzó una rebatiña entre el designado y el aparecido por arte de magia. Gual se impuso sobre Castro, quien mostró arrogancia pero también debilidad. Tovar quedó en la Presidencia.
Mientras tanto, el país de las ambiciones, el destinado al eterno retorno al fracaso, continuaba su paso hacia el encuentro definitivo de Ezequiel Zamora con la muerte. Pero antes, debió zurcir la “guarimba” de la Batalla de Santa Inés, el 10 de diciembre de 1859. (Continuará)