Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

martes, 22 de marzo de 2011

Crónicas de una carnicería

LA GUERRA FEDERAL: GRITOS DEL ODIO (y IV)
Alberto Hernández

Un mes después de la algazara de Santa Inés, pasados los tormentos de las dudas y desencuentros por las cizañas sembradas entre Zamora y Falcón, una bala perforó la cara de quien llevaba la voz cantante en la refriega del 10 de diciembre.
Ambos recibieron el año nuevo en Guanare. En ese sitio intentaban darle cuerpo a la tropa, toda vez que su fuerza había quedado agotada. Cuatro días después tomaron camino hacia el centro del país. La idea, como había gritado Falcón en un reciente discurso, era colocar la bandera federal en El Ávila. Para él la gloria estaba cerca. Pero no imaginaba los nubarrones que habrían de colocarse sobre sus cabezas.
El 9 de enero llegaron a las cercanías del río San Carlos. Acamparon mientras un grupo comando atacaba la ciudad del mismo nombre. En la discusión preparatoria para la toma definitiva de la ciudad, hoy capital del estado Cojedes, los dos jefes militares se enfrentaron por diferencias en la forma de hacerse del sitio. Hemos de recordar que tanto Falcón como Zamora prepararon estratégicamente la batalla de Santa Inés, pero fue Zamora el cerebro táctico. Probablemente, en lo táctico se fundamentó la agria discusión.
-La bala en el ojo derecho-
El 10 de diciembre la totalidad de los federales asaltó la cuidad. Según los historiadores, los sitiados enfrentaron con entereza los ataques de los insurgentes.
En el fragor de la contienda, Ezequiel Zamora cruzó el poblado envalentonado por el olor de la pólvora. Se acercó a las trincheras enemigas acompañado del sancarleño Montenegro. Subió a la torre de la iglesia de San Juan. Desde allí vigilaba todo lo que acontecía abajo. La muerte a caballo designaba el momento de quien tenía que rendirle tributo al silencio.
Avisado por el General Payares Seijas, sobre un evento que afectaba parte de la tropa, Zamora descendió de la torre y encaró al Coronel Guzmán Blanco. Se dice que lo tomó por un brazo y le dijo. “Vete muy despacio, sin mover el zarzal que cubre aquel solar, y, al llegar a la calle, corres de modo que en tres saltos cojas aquella puerta de la casa de enfrente”. Este cumplió la orden. Pero la puerta estaba cerrada. Inmediatamente, llegó Zamora quien golpeó con rudeza. “¡Abran, soy el General Zamora¡”, gritó. Las dos hojas de la puerta se abrieron para que la familia Acuña lo dejara entrar. Cruzó el corredor de la vieja casona y pasó al patio. Entró a la vivienda vecina y se dirigió al lugar que le había dicho Payares. El General Piña luchaba en ese lugar. La llegada de Zamora le dio más fuerza y vigor al combate. Se hizo cargo. Con la ayuda de los “gallitos” (bombas incendiarias que se usaba para quemar los techos de las casas y las cercas de madera) se deslizó para tratar de salir del campo de lucha, eludiendo a los francotiradores. En una pared abierta porque la puerta la habían arrancado de cuajo, en medio de órdenes militares, una bala le entró por el ojo derecho. Perdió el equilibrio y cayó en brazos del Coronel Guzmán Blanco.
Con la cara cubierta de sangre, sus compañeros de lucha no podían creer lo que acababa de suceder. “¡Coño, nos mataron al hombre¡ ¡Tronco de vaina¡”, gritó Piña.
Los oficiales Guzmán Blanco y Piña tomaron el cuerpo inerte del General Ezequiel Zamora y lo envolvieron en una cobija. Lo escondieron para que la tropa no perdiera la moral. A Piña lo encargaron de velarlo, mientras Guzmán salió a galope a informar al General Juan Crisóstomo Falcón. Por los lados de La Yaguara lo encontró tratando de taponar a las huestes del gobierno provenientes de Valencia. Al recibir la mala noticia, exclamó: “¡Qué desgracia, Dios mío¡”.
Después se tejieron diversos rumores que trataron de incriminar en el crimen a Falcón y a Guzmán, pero nada de esto pudo ser probado. Al primero lo acusaron de ser el autor intelectual, y al segundo de haber ideado la conspiración.
Muerto Zamora, el General Trías, Segundo Jefe del Ejército, tomó su lugar, quien arengó a la tropa a continuar con la pelea.
“Guzmán regresó al sitio del luctuoso acontecer. Entre él y Piña amortajaron el cadáver. Lo condujeron a casa de los Acuña, por donde había pasado antes, y puesto en un catre lo encerraron en un cuarto cuya llave se guardó Guzmán en un bolsillo, y se dio a buscar dos soldados de absoluta confianza. Escogió en el patio el lugar más apropiado para cavar la fosa y darle sepultura al cadáver, largo rato depositado en la mansión abandonada por los Acuña debido al peligro en que se vieron dada la intensidad del cercano combate. Cuatro soldados anónimos y tres árboles fueron testigos mudos de la breve y patética ceremonia. Disimulado el lugar del entierro con basuras y desperdicios”, relata Vitelio Reyes.
Los soldados que ayudaron a sepultar a Zamora nunca supieron que habían formado parte de un acontecimiento histórico. El cuerpo del General estaba envuelto para evitar que ellos mismos regaran la voz. Fueron dados de baja y enviados a sus lugares de origen.
Se dice aún en los corrillos nacionales que fue un tal soldado u oficial Morón quien disparó contra la humanidad de Zamora, pero todavía el rumor de San Carlos sigue oculto tras el disparo que acabó con la vida del General Federalista.
-Coda-
La figura de los héroes pasa por un espejo roto. A 150 años de Zamora, su imagen ha sido convertida en prócer de una facción ideológica. El historiador Federico Brito Figueroa se lo endosó al Partido Comunista como emblema de lucha. Hoy, cuando el país transita por un terreno donde el discurso se acomoda al siglo XIX, Zamora es centro de controversias y reflexiones.
González Guinán, de quien se decía era liberal y “zamorista”, citado por el historiador Manuel Caballero, escribe sobre la batalla de Santa Inés: “Era aquel pavoroso infierno de la guerra civil y el justo castigo de la Divina Providencia a los hermanos que se enfurecen y combaten, cuando debieran en comunidad tranquila gozar de la vida y de la libertad”.
Los epítetos endilgados a Zamora dibujan a un hombre valeroso, capaz de incendiar la sabana llena de soldados para alcanzar la gloria. No obstante, es bueno precisar que casi todos los guerreros de nuestra historia han tenido conducta bandolera. “¿Puede Chávez invocar esa batalla para planear la suya contra la paz y la democracia?”, se pregunta el mencionado escritor venezolano.
¿Sirve el pasado como plataforma del presente cuando se trata de procesos históricos diferentes protagonizados por personajes emblemas del fracaso? Zamora no vio el fracaso. La muerte fue su gloria. Terminada la Guerra Federal, Falcón, entre otros, negoció con el enemigo. Pactó con los conservadores. Es decir, la leyenda del hombre que reta al diablo encuentra la miseria del fracaso en un país dividido por el discurso irracional de quien cree cabalga al lado de Zamora por los campos de Barinas.
Imagen tomada de http://www.radiomundial.com.ve/yvke/noticia.php?42050