Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 15 de junio de 2011

Crónicas del Olvido


JUAN BEROES, DE ARCILLA NUMEROSA
Alberto Hernández
1.-
¿Qué humedad de la noche visita los ojos de Juan Beroes, si la sangre infinita de su voz alimenta el amor de mundiales tormentas? Juego con los versos de este poeta nacido en Táchira para reconocerlo en una obra cuyo brillo destaca en cada uno de sus trabajos, apreciados en la medida de sus sonidos, en la permanencia de un eco poético cuya perfección clásica vertebra los rastros de un idioma que nos tutela en la lectura de sus páginas.
Mitigo el silencio con un solo día en la mirada: “¿Qué mañana de luz baja a su cuerpo/ y en húmedas, clarísimas campanas/ convierte su calor recién venido?”. Así conmueve la tierra del domingo.
Lo imagino sentado, con la ventana entornada mientras las voces del mundo promueven rostros, palabras, tensiones platónicas en las que Teresa de Jesús hila la música, el susurro castellano.
Entre la muerte y la eternidad lo hallamos, porque muy cierto es que tuvo vocación de intemperie. Bien lo dice entonces Vicente Gerbasi, el venido de la noche, el llegado a la luz, cuando toca la huella de Clamor de la sangre: “…un canto al amor y al cuerpo humano…Juan Beroes recrea el cuerpo humano, lo multiplica en la maravilla, lo ve en sus perspectivas cósmicas y lo eleva a sus misteriosas dimensiones”.
2.-
Y esa tensión en la que Platón como interioridad, “más que serenidad, es angustia lo que impulsa el lirismo de Beroes”, afirma el feliz culpable de Mi padre el inmigrante.
Lo asalto en el canto IX de Clamor de sangre: “Te desata la noche y tu cuerpo me llega/ ¿Qué furor te adelanta y te empuja a mis brazos?/ ¿Qué primitiva lucha viene a entregar tu vientre?// Hay crueldades primarias en tu llegar potente,/ gritos que enroscan y anudan tu garganta/ en mis huesos henchidos de universal ternura;/ hay criaturas que nacen del seno de tus senos,/ de tus caderas amplias como la luz del mundo// Y me riega la sangre que te aprisiona toda,/ la que baja a tus piernas embravecida y ronca,/ la que a tus manos sube para tocar la vida// Y claman en mis huesos los mutilados hombres,/ las antiguas ciudades heridas de repente,/ los ignorados seres que invaden nuestro cuerpo,/ lo sexos indefensos jadeando hasta romperse// Oh fuerza que así llagas el hondo de mi carne/ Oh vértigo de gritos y desatados llantos// Me nutro de las luchas que habitan en tu sueño,/ de tu avidez alzada sobre mi extraño origen;/ me nutro del estiércol que formas con la muerte,/ con tu liviana sangre que corre entre dos cuerpos// Me nutro de esos sueños que habitan en tu nombre// Porque, inmensa, desciendes ceñida de la noche,/ y la boche es la muerte que obscura te desata”.
Me he detenido en este poema porque sintetiza las constantes de Juan Beroes, porque nos recoge en los temas que ha logrado velar desde el cuerpo de una mujer, resumen de una aventura nocturna donde la muerte, el primitivo origen, la sangre y la noche se hacen trasunto erótico, estación de un poeta que necesita ser leído con la misma pasión con que miró pasar desde su ventana entornada el silencio, esa intemperie agreste a la que le sacó ventaja.
3.-
La humedad de la noche lo visita en los ojos de ese cuerpo, es el texto penetrado por el sonido y la música, la vibrante tensión.
Finalizo, para celebrarlo, con el soneto El poeta elogia el pie de su amiga: “Arbusto volador, nevada suma/ de nube sobre rosa y golondrina;/ ruiseñor desvelado que camina/ sobre los tibios hombros de la espuma// Recinto de cristal donde la bruma/ tañe cítaras mil con ala fina;/ céfiro de ese llanto que ilumina/ los cordajes del viento y de la pluma// Pero no toquéis ya su niño cielo,/ ni despertéis con voz hecha de vuelo/ su delicado césped de rumores…// Allá va, cual murmullo, sobre el prado:/ es el pie de mi amiga –pie dorado-/ que por andar descalzo os dejó flores”.
Valga un final para quien lleva nombre y apellido en las alforjas de la creación, vadea los ríos para arribar al cosmos y nos convoca para decirnos: “Soy de tiempo, de arcilla numerosa,/ de oído vegetal que yo levanto/ para escuchar tu luna que me habla”.