Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

sábado, 21 de diciembre de 2013

Crónicas del Olvido

RUINAS VIVAS


                                                                                     
Alberto Hernández

1.-
De ruinas estamos hechos, de abandonos. Mientras camino por las páginas de El país de las últimas cosas, mi diálogo con Paul Auster me acerca mucho más a Ruinas vivas(Editorial Eclepsidra/ Colección Vitrales de Alejandría, Caracas 2013), el poemario de José Luis Ochoa que emerge de “la corrupta muerte cotidiana”, de las piedras y sus “lugares enfermos”  y me somete a la obligación de salir de ellas ileso aunque golpeado interiormente. Y es así, cada verso de Ochoa (Valle de la Pascua, 1965) nos empuja (ya en plural) a pisar los restos de un mundo que se convierte en palabras, en voces sueltas, en gritos ocultos, en gestos que metaforizan el estado de ánimo de quien los lee. Este poemario, herencia de tantas experiencias, viene de lejos, de muchas andaduras, de silencios, de imágenes dolorosas, aguantadas en el pecho, expulsadas en estas hojas que hoy deletreamos con calma, con la calma que estas horas de abulia y bruma promueven nuestro ánimo. Nada es fácil en estos tiempos, mucho menos abordar un libro en el que somos parte de esas ruinas que se mueven, que se articulan y vuelven a su estado original, como dice Camus en uno de los epígrafes, “las ruinas se han tornado piedras…han regresado a la naturaleza”.
2.-
Nada es gratuito. El repaso a este libro, vértebra a vértebra, me advierte la cercanía del viejo Quevedo, el que dice: “Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo fuertes, ya desmoronados,/ de la carrera de la edad cansadas,/ por quien caduca ya su valentía”, y así al libro de Ochoa, vertiente de seis instancias por donde circula la sangre de unos versos expatriados por la dura inflexión de su lectura: Palabra entre ruinas, Variaciones sobre un mismo cielo, Bajo la ceniza nocturna, Música antigua, Poemas Hiperamorosos y Días de viajes y renaceres. Instancias y estancias por las que andan estos poemas que, como dice Lázaro Álvarez en la presentación, se trata de una “experiencia hondamente vivida de la gran Ley de la entropía que todo lo domina o lo somete: esa tendencia de todo a desgastarse, a envejecer y erosionarse sin retorno…”.

 El poeta José Luis Ochoa

Muchos son los temas que maneja Ochoa en su libro, pero me aferro al primero de ellos: al de la ruina, toda vez que, como afirma Antonio Colinas, “las ruinas están en nuestra memoria, en el origen de nuestra memoria”, lo que nos conduce a pronunciar con el autor: “Con el aleteo en las almas/ de aquel tiempo/ todo era un andar sin pausa ni sosiego/ tras las rocas renegridas del paisaje/ tantas veces recordado/ en los relatos  míticos/ de nuestra novela familiar”. Es decir, de la memoria de quien tantas veces habla de las piedras, toca las piedras, las siente polvo, retorno al origen. El mismo Colinas desliza que las ruinas son “espacios de vida”, “un espacio de ruinas arqueológicas es un espacio vivo”. Creo entonces que José Luis Ochoa anduvo por esos lugares con las palabras y el silencio, por los límites entre lo olvidado y lo que aún es lugar para crear, para no borrar la poética del tiempo tan dada a decir por el poeta José María Heredia en su tradición por la pirámide de Cholula y que bien destaca Antonella Cancellier en Estética Romántica de la Arqueología: La poética de las ruinas de José María Heredia: “El Teocalli ha mantenido la esencia de algo que ya no existe pero que la memoria puede reavivar. Hacia sus ruinas, Heredia dirige una meditación especulativa y evocativa al pueblo que lo elevó y crea un Spatium memoriae en que la ausencia puede convertirse en visible”.
3.-
Y así como una ruina vive y respira en nuestro imaginario, porque no es más que eso: el pasado nos designa, nos habita y nos resucita a diario, igual van las palabras aparejadas a este designio. ¿Cuánta ruina verbal, cuánto silencio luego de alguna voz que en el desierto gritara su agonía?
Palabras perdidas/ en la desmemoria de nuestras voces/ tan pesadas por su carga/ de años olvidados/ de cháchara inútil.// Vocablos huecos/ cortados en su tronco virgen/ ofrezcan una oración amorosa/ sencilla entre esta confusión/ de escombros
Palabras que luego se convierten en la densidad del afecto, en lo amoroso estricto desde quien pronuncia y deja caer el sabor de unos sonidos “en el seno de los labios más dulces”.
Los tantos sentidos que mueven este libro develan la altura en un cielo con nombre propio, el de Barquisimeto, despejado. Cielo que se desdice y alisa sus significados con las horas. Y bajar a tierra significa saber del desamparo en medio de la casa, de una memoria que perdura, que también es parte de aquella ruina hecha vida presente.
4.-
La voz que habita en estos poemas es una voz desterrada, moradora de un exilio que ubica una ciudad y la confronta. “Esta ciudad de seres exiliados”, pero sobre ella, pueden ser Barquisimeto, San Felipe, Valle de la Pascua, Tenerife, hay un cielo, un valle, un volcán que, precipitado por las ruinas aún ofrece la posibilidad de asirse de las manos y orar, volver a la infancia perdida, trasladarse al firmamento a veces vacío, a veces tormentoso.
La voz que habla en estos poemas emerge de una casa donde el “miedo está tras las puertas” y se pasea por “los cuartos del pasado”. Y así el desamparo. Imaginamos al niño en aquella tierra casi baldía del Llano, empujado por las sombras, por el silencio y la terquedad del clima. Los miedos infantiles, esa ruina perversa que formó parte de nuestras angustias cotidianas.
Ese mismo ser que luego se refleja en el cielo, en el cielo de la infancia extraviada, ida, es el que le canta al amor, al amor férreo, al amor atado a través de dos perros callejeros, metáfora que derrumba la sensatez de la unidad y la convierte en revelación.
Y como Ave Fénix, la ceniza que ha pasado por estas páginas, abruma con su presencia la voz que cierra “cuando reiniciamos el viaje hacia/ el sitio de los orígenes/ hacia el hogar fiel”.
Si bien José Luis Ochoa viaja y se detiene sobre las ruinas, las vivas y las que presiente que lo están, queda, como afirma –una vez más- Lázaro Álvarez “…la posibilidad de la posibilidad: la constante y permanente esperanza humana”.

Imágenes tomadas de  http://yaracultura.blogspot.com/2013/11/jose-luis-ochoa-leera-sus-ruinas-vivas.html y http://yaracultura.blogspot.com/2013/12/jose-luis-ochoa-en-ruinas-vivas-ando.html