Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 20 de abril de 2016

REQUIEM PARA MI PERRO

José Natalio Estrada Torres*


Dile al gallo en vigilia
que prenda un clarín de silencio en la ribera
más enlutada de la noche:
se me murió mi perro.
Se acurrucó a mi lado
cuando sintió a la muerte
espiándolo en silencio.
Los animales también sienten
el temor del misterio.

Hubiera preferido no mirar su agonía,
o quizá fue mejor que yo la viera
para así comprender cuánto lo quise.
Fue una noche vacía, sin respuestas,
como un dolor cansado que se queda sin lágrimas.
La estancia se llenó del olor de su muerte
y al mismo tiempo murió algo
de lo mejor de mi mismo.

Por tantos años
vagó nuestro querer por la sabana,
dos soledades en un trotar sin tregua
por los mismos caminos del ensueño.
Nos encontramos al azar;
una mano malvada lo privó de su sexo
y así se pudo dar entero
a la amistad del hombre.

Esquivo hacia el halago
y poco zalamero con su amigo
fue fiel hasta el más duro sacrificio.
El sol de marzo le mordía los lomos
le arrancaba la piel y lo hacía llorar
pero él no me dejaba.

Al transcurrir un tanto melancólico
de las entradas de aguas,
en el espanto del verano
o en las frustraciones del invierno,
dimos a la sabana lo mejor que tuvimos
en la plenitud de cada hora.

Era el sentirse alegre y olvidado
en la soledad del soliloquio;
y era el decirle cosas a mi perro
que siempre respondía
con la sonrisa de su cola.
Y era el reír y el cantar sin normas,
y el hablar a las cosas y a los seres
en la infinitud de la sabana
cual sólo un hombre solo suele hacer.
Estar alegre,
y dar un puntapié a la seriedad
como una máscara molesta;
y atesorar la soledad
como una rara joya.
Y al cruzar los rebaños
era la acometida temeraria de las reses
celosas de sus crías
con su odio ancestral hacia los perros;
y era el esguince y la carrera loca
para librar el cuerpo magro
de la cornada;
y era el correr tras los alcaravanes,
y el mojar los ijares en las charcas
y el lambetear un poco el agua
para ahuyentar la insolación.

Luego en invierno era el largo nado
cruzando los esteros y lagunas
detrás de mi caballo.
Era todo esto y era mucho más;
en las noches sin luna
el mudo interrogante de los astros,
y en noches luminosas
el tardío anhelar del corazón.

En mis ausencias
era buscarme y no encontrarme y no parar.
En la inquietud de la separación
se ponía a repasar los caminos
que ambos trillamos juntos
en un afán de hallarme.
Luego a mi vuelta
la ansiedad de marchar y de llegar
nos aventaba lejos.

Esta es la historia de mi perro
y un poco de mi historia
en el largo regreso hacia mi mismo.

Noviembre 1962.

*Poeta Venezolano,
San Fernando de Apure,


31 de marzo de 1901- 30 de noviembre de 1992.