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viernes, 16 de septiembre de 2016

BLANDOS DE GABRIELA ROSAS

Jeroh Juan Montilla



Quien padece el furor de escribir poemas hace cartografías, ineludiblemente traza rutas que develan los taxones del libro de la vida. Pasa sus días sobre el blanco de estas páginas, y en la orientación de su propia caligrafía exhibe sin pudor la miríada de criaturas  que pululan solapadas en los nervios del Ser. Gabriela Rosas es uno de estos bondadosos y felices penitentes que exploran el  filum invisible de lo inagotable. Poeta confesada y reincidente en la serenidad creativa de lo dúctil. Cuántos nobles animalejos asoman sus ojazos tras el cristal de su poética, saturados por el licor de su vigilia. Tal es el hado de su poemario Blandos (Caracas, Editorial El pez soluble, 2013)
Tras la lectura de estos dieciocho poemas me pregunto, ¿existe el verbo blandor? ¿No? Hay entonces que darle rienda suelta, escritura, conjugarlo dos veces en cada novena que protagonice lo amoroso. El auténtico y único infinitivo que tiene parentela con la palabra amor. Aunque podríamos innecesariamente repetir con Ivonne Bordelois: “no es amor el único nombre del amor”
Imagino un lugar común: toda dureza es señal inequívoca de aprendizaje. La infalible y acogedora escoria del conocimiento, allí envejecemos aptos para el itinerario ante la nada. Pero hay una especie para lo adverso, creada para el desconocimiento de aquel mandato. Por tanto fallida y sobreviviente. Esos son los blandos. A ellos se describe en estos poemas donde se narra la historia vacilante de su corporeidad, dulces y porosos en la consistencia existencial, moldeables ante el goce o el desconsuelo que procura el roce de unos dedos ajenos.
Para Tales de Mileto el arjé es el agua, el vientre fenoménico del mundo. Sin embargo, el provocador de Heráclito añade, con sarcasmo, que de la tierra nace el agua, pero de esta última emerge la sutileza, lo más blando, el alma. Devolverse a lo terroso es para el agua la misma muerte, por eso el alma deja atrás el agua porque la lleva en sí misma. Ahora, existen blandos de otra materia, sabemos por ellos que el alma también arde, la poeta lo confirma: “los blandos se queman por dentro”.
Las entrelíneas de este poemario me confiesan que la blandura no está en uno, que ésta, enigmática y necesariamente, solo reside en el otro. Que originalmente no me pertenece, ella es dádiva en lo incalculable de la otredad. Que no la conozco, pero en esa ineptitud todo lo blando sabe a bondad. Solo así nos contagiamos. En la contradicción de no ser lo que rotundamente seremos en la liturgia del afecto. La poeta Gabriela afirma: “nadie sabe de qué está hecho/ para el otro/ en el otro/ lejos del otro/ uno se equivoca” En definitiva, saber no es conocer. Lo verídico es reconocerse en lo primero y no en lo segundo. Que la opción frente a los blandos es desconocerse y estar a merced. En la identidad del amor mucho se y poco conozco. Heráclito también dice: “La condición humana no posee conocimientos; la divina, en cambio, sí.” Amar entonces es únicamente humano. Por tanto fue ese el tramposo trueque del Edén. Ya los dioses querrían estar en nuestras médulas.
Saber desde el poema es lo más próximo a los intentos alelados del beso, al sabor capitulante de unos labios, a una lengua dulce y sin defensa, o al aliento, el tercer elemento de los blandos. Toda boca es fácticamente un orbe de blanduras, nuestro órgano común con los blandos. El reino de las humedades trenzadas con la misma carne del corazón.

CUATRO
Lloro siempre porque soy de agua.
Ojo conmigo. Calibro mal el dolor.
                          Carina Sedevich
Hoy las hormigas caminan adentro de la piel
pienso en la corta vida de los labios
en lo que se apaga
le hago caso al aire que me falta
un poema llueve
esa caricia
sobre el hombro
es un pez
somos la voluntad de escuchar
el silencio
lo simple
el pequeño mordisco
que se queda en los dientes
las tormentas que dan miedo
nunca le mientas a un deseo
cuando escampe
todo lo que caiga será tuyo
hay personas que viven bajo el agua.

(Gabriela Rosas, Blandos, 2013)