Alberto Hernández*
1.-
Por aquella porfía le entró Juan de Castellanos. El deslumbramiento, la tensión de las páginas, la voluptuosidad de la invención y todas las acepciones de la memoria derivaron en un nombre cuya estirpe canta y se utopiza, porque desde que lo vimos en Esta Tierra de GraciaFuegos bajo el agua , Isaac J. Pardo se nos hizo imprescindible, necesario, invención de su propia inteligencia. trazando
En la verba de Hernán Pérez de Oliva, tan cerca de Tomás Moro, Pardo trabajó la profundidad de esta tierra soñada en ideas. Castellanos imaginó la modernidad en las naves de Colón, como escribió Isaac J. en el prefacio de su monumental obra cuyo “rasgo poderoso” se afinca en un estudio feliz de la utopía, con la única intención –como él mismo lo señala- de “estimular la curiosidad, muy especialmente de la juventud...”. Así, toma la voz elegíaca del cronista hispano: “Al Occidente van encaminadas/ las naves inventoras de regiones...”, ese mismo verbo, pronunciado con denuedo, nos llegó hasta hace poco en los españoles que arribaron a América, a crearla, imaginarla, hallarla, amasarla en fortunas y gentilicios.
2.-
Más allá de todos los años, este venezolano de letras, médico y utopista, nos mira desde sus ojos opacos, revelados por tantas maravillas, dejadas entre vocablos y un Tomás Moro asentado en Amberes, lenguado por Pedro Egidio y el marino portugués Rafael Hitlodeo.
La espuma del mar agita la imaginación de los viajeros. Utopía no contaba lugar en las huellas. Sin embargo, el mundo desconocido seguía dando vueltas en la febril ansiedad de estos hombres. Lo refiere George B. Parks en su suficiente propensión utópica y terrena: “Como si el nombre mismo de Utopía y todas las otras afirmaciones-negaciones no fuesen suficientes, en su carta a Pedro Egidio añadió Moro: ni a nosotros se nos ocurrió preguntarle (a Hitlodeo), ni a él decirnos en qué parte de aquel mundo nuevo está situada Utopía”.
Hitlodeo confesó –verdad o mentira- haber viajado con Vespuci “en tres de sus navegaciones al Nuevo Mundo”. Deslumbrado quedóse en tierra nueva. Pero era el lugar no predestinado. Era Ceilán, Calicur en la India. Un poco antes de Juan Sebastián Elcano, una vuelta mareante por el mundo conocido, ilusos, soñadores, falsarios, llenas las bocas de asombros y barro desconocido.
Larga es la lectura, enjundiosa la entrega. Largo es el trayecto por donde optó Isaac J. Pardo para enamorarnos de esa prosa que lo reconoce como Premio Nacional de Literatura y doctor Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar.
3.-
Yo le reconocí en los ojos aquel universo inencontrado. Éramos Eduardo Casanova, Domingo Miliani y quien asistió en silencio a recoger todo el polvo que Isaac J. nos ponía en las manos. Caracas reverberaba y el Ávila variaba en la porosidad del trópico. Por la ventana de la oficina del Celarg, a tantos años de esta abulia de hoy, el maestro Isaac J. Pardo nos daba una clase sobre los sueños, la locura, la utopía como referencia humanística, con el afecto de un hombre lleno de tiempo y sabiduría. Erasmo de Rótterdam sonreía más allá de la puerta.
Yo le inventé los ojos de aquel día, mientras Miliani colegía en el castellano y el imaginario de todos los encuentros. El humor de Eduardo desbarataba a veces el hilo del discurso y se revelaba en la grafía de Juan de Castellanos.
Aquí lo tengo frente a mí, del lado de dormir en esta habitación-biblioteca. El lomo de sus libros me sacude hasta encontrarme con Esa palabra no se dice, destino incierto por lo que cargamos de estúpida inocencia.
Hoy y siempre lo celebro en mi silencio, el mismo de aquel día. Don Isaac J. Pardo es el padre que nos canta la utopía perdida entre los ojos.
*Poeta, periodista y escritor venezolano.