Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 20 de febrero de 2008

CORTE BEATLE Y BRECHA GENERACIONAL


Daniel R Scott*

Entre otras cosas que no es menester mencionar aquí no le perdoné a papá que no me perdonara mi "Corte Beatle" que yo exhibía con orgullo. Lo cual no significa que despues no le haya amado, como escribí en otra ocasión. Pero esa ya es otra historia.
Porque para ¿1973-1974? ví por televisión la película "Help!" de los Beatles y a partir de ese instante mágico y limítrofe el hoy mítico cuarteto de Liverpool ejerció sobre mí una influencia casi hipnótica que no logró ser desplazada por ninguna otra influencia y que se ha prolongado sin cambio ni variaciones hasta el día de hoy. "Son jóvenes novedosos" escribía el "Daily Mirror" en 1963. "Tienen un gran espíritu y están llenos de alegría. ¡Que cambio hemos tenido!". Pero el evangelista Billy Graham, el "Pastor del Mundo", al que también profeso admiración, no era tan entusiasta: "Son una fase pasajera, síntoma de la incertidumbre de estos tiempos y de la confusión que nos rodea. Espero que cuando sean mayores se corten el cabello". Y un ministro de la iglesia preguntó: "¿En qué sitio del Reino de Dios podemos encontrar un lugar para los Beatles?" El polémico John Lennon dijo que antes de Elvis Presley no existía nada; quizá ignoraba que los Beatles mismos marcarían un antes y un despues. Para bien o para mal con la aparición de ellos cambió la moral, la cultura y en lo general el modo de ver la vida.
Mi hermana y yo, seducidos por igual por el cuarteto musical, guardabamos el dinero que se nos asignaba diariamente para la "merienda" escolar, hasta lograr reunir el monto exacto para comprar el material discografico de una agrupación que para esos días tendría unos tres años de disuelto. Nosotros llegamos tardíamente a la Beatlemanía o nacimos por error en el lugar y la época equivocados. De todos modos aun se sentía en el ambiente cultural los últimos coletazos de la década de los sesenta que finalmente cesaría con la aparición de la "Musica Disco" en 1977. Mi hermana se convirtió a la nueva tendencia y yo seguí aferrado al pasado.
Los "45 revoluciones por minuto" costaban Bs. 4,50 y el "Larga Duración" o "Long Play" valía Bs. 20. ¡Qué alborozo el día cuando al fin pudimos adquirir con nuestros exiguos ahorros el Larga Duración titulado "Hey Jude"! La percusión escandalosa pero ritmica de la canción "Rain" era soberbia y las distorsionadas melodías de "Revolutión" nos encantaban pese a lo sospechoso de su titulo. "¿Revolución?" preguntaba papá malencarado. "¿Que canción es esa si se puede saber?". Es que en plena "Guerra Fría" y con el amargo antecedente de un tío comunista en la familia la palabra sonaba amenazante y hasta grosera a los oídos paternos. De hecho, cuando mi madre me vió con un libro titulado "La Revolución Rusa" adornado en la portada con la hoz y el martillo, me obligó muy amablemente y con tacto devolverlo a la libreria o cambiarlo por otro. Yo accedí sin entender exactamente lo que pasaba. De cualquier manera mi cabeza estaba vacía de ideologías y llena con las notas de "Lucy in the Skay with Diamond" o "Yellow Submarine".
Entonces yo cometí el error de ir un poco más lejos de lo que aconsejaba el sentido común, enfrentandome por primera vez con la llamada "Brecha Generacional" o la "Contracultura": adopté el "Corte Beatle", que si bien se ve, ya era un peinado anticuado a principio de los setenta. Al verme, papá se disgustó y pegó el grito al cielo. Él, que siempre estaba atento a la longitud del cabello para decirle a mamá "este muchcho ya necesita que le corten el pelo". ¿Un hijo de Antonio Scott? inconcebible. Insólito. Una mancha en su hombría y en la mía propia, según pensaba. Nunca estuvo de acuerdo con ese "corte totuma" mío, librando una "Cruzada Santa" o "Guerra a Muerte" en mi contra que duró dos años y terminó con mi derrota, con una rendición incondicional. La "Primera República" de mi rebeldía juvenil había caído. "¡Es que un hombre no debe dejarse crecer el cabello!" repetia una y otra vez cual un disco rayado, y me mandaba directo a la infame barbería. Por un tiempo logré rebelarme y desacatar la orden del "padredios". Pero por desgracia mis rasgos finos y perfilados fueron mi perdición. Un día, allá en el Municipio Mellado, se acercó a saludarnos un viejo conocido de papá. Yo estaba sentado dentro del Jeep, al lado de mamá. Ibamos rumbo al hato Tacatinemo. Este señor al verme exclamó "buenamoza como la madre". Siempre terminaban confundiendome con una niña y no con un admirador de los Beatles, que era lo que yo deseaba. No me quedó más remedio que sentarme en la "silla de torturas" del barbero (¿o verdugo?) y ver frente al espejo como bajo las diestras tijeras mi "corte beatle" se convertía en un vulgar y anticuado "corte prusiano". Al terminar su labor, el muy bellaco del barbero me dijo "ahora si pareces un hombrecito". El muy bellaco.
Unos treinta años más tarde a mi esposa tampoco le gusta el cabello largo en un hombre. "Un hombre no se debe dejar crecer el cabello" dice ella, repitiendo sin saberlos las mismas palabras de papá. Lo que faltaba: un comando parapaternal. "Mientras más corto, mejor" dice ella. Y como la amo (como terminé amando a papá) visito la barberia muy de contínuo. De todos modos el cabello largo y ya encanecido me molesta y hace cosquillas detrás de las orejas.
Hoy llevar el cabello corto o largo es cosa que tiene sin cuidado a la gente.
Y papá en algún lugar del Universo me mira y se rie.
24 de Diciembre de 2007
*Bibliotecario y escritor venezolano.