Fotografía: Arturo Álvarez D'Armas
“Me tocó conocer al río Arauca cuando era una polifonía de cantos, aleteos, rugidos y barullo acuático constante”. Comienzo por aquí la lectura de esta herencia que José Natalio estrada dejó a los llaneros y al mundo todo. Y lo hago porque entre los tantos textos que contiene el reeditado libro de este políglota a caballo, María del Llano, me entusiasmó la imagen y me regresó a lo que he sido y soy, parte de un río silencioso, lento, sucio de tierra y caramas. Y porque, atado a esas imágenes, no puedo atender a otro río que no sea ese.
La biografía de José Natalio Estrada Torres no es una biografía común. Apureño de San Fernando se hace cosmopolita gracias al amor por saber de dónde viene, quiénes están más allá de los grandes mares. Del inmenso llano se multiplica en Estados Unidos, Inglaterra, Italia, países donde estudia idiomas y amplía el universo que se trae a Apure, a la finca La Trinidad de Arauca, desde donde da a conocer su talento.
Se trata de un tomo que recoge los distintos géneros que José Natalio estrada practicó a través de la escritura: poesía, relatos, ensayos, opiniones. El registro de un hombre atrapado por la intensidad de aquella tierra que lo lanzó a pasearse por Londres, Roma, Nueva York y París sin olvidarse de las curvas de los ríos y caños, del canto de los pájaros, de la mirada de la gente silenciosa –como el río- y mimetizada en el paisaje de las llanuras apureñas.
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Pero no sólo nos dice acerca de sus inquietudes literarias. José Natalio Estrada también fue cineasta. La lejana infancia nos regresa a un película, Séptimo paralelo, y nos dice de otra de la cual no tenía noticias, María del Llano, nombre que le da título al libro de este comentario. “Ambas producciones, y en especial la primera, obtienen merecida resonancia internacional”.
La música también fue parte de este apureño universal, poco conocido por las nuevas generaciones, no sólo de la Venezuela urbana sino de los nativos de la patria chica llanera.
Leamos lo que nos dice el poeta Igor Barreto, recopilador de los escritos de este libro: “También supe de su actividad como productor cinematográfico junto al realizador neorrealista Elías Marcelli y, finalmente, me enteré de una hermosa locura: el poeta José Natalio Estrada Torres había vendido mil quinientas vacas de sus rebaños y comprado a un escultor italiano una gran imagen de Cristo, para colocarla en un apartado médano en el centro de la sabana. El Cristo de la Mata, así lo bautizó”.
Barreto se la jugó para lograr el milagro de hacer posible esta publicación. Y lo hizo gracias al aporte de quienes tenían la responsabilidad de entregarse a darlo a conocer. Una travesía a través de la cual el poeta nos cuenta parte del paisaje y nos dibuja el espíritu para encontrarse con este hombre tan especial. Se trató del mismo trayecto que cubrió, a principios de siglo, en compañía de su padre, José Natalio Estrada.
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Dejemos que el mismo poeta llanero nos diga de sus imágenes: “El perro ciego/ tiene los ojos blancos/ y la alegría presta.// Con el hocico al viento/ y el rabo/ en interrogación/ espera la acometida/ jovial/ de los perros amigos.// Lo muerden/ suavemente, / lo empujan/ lo derriban./ De un gran salto se libra/ y emprende una carrera loca/ entrecortada,/ que ataja una pared./ Lamentos”. (El perro ciego).
La sensibilidad de José Natalio Estrada está en el apego a la naturaleza que lo rodea, de allí que la haya profundizado en el animal que a su lado vivió por mucho tiempo: “Dile al gallo en vigilia/ que prenda un clarín de silencio en la ribera/ más enlutada de la noche: / se me murió mi perro./ Se acurrucó a mi lado/ cuando sintió a la muerte/ espiándolo en silencio./ Los animales también sienten el temor del misterio” (Réquiem para mi perro). Poema bastante extenso que recoge con un canto de dolor los últimos segundos de su amigo.
La copla hincaba de imágenes los momentos de José Natalio. La música de las palabras se dejaba oír en el lugar donde pernoctaba la sensibilidad de este llanero que aún es parte del imaginario apureño.
De este autor dice Francisco Salazar Martínez: “Sobre el cerrero lomo del romance, desafiando ciento y tempestades líricos, llega José Natalio Estrada, cantor del llano por su cuatro costados. Heredó la poesía directa de su cielo, bebió en fuente propia toda la savia de la tradición que enciende en los labios mestizos el tizón de la copla y se hizo poeta por derecho divino”.
Los sonidos de este libro nos obligan a seguir hojeándolo desde su paisaje, el que nos ausculta con el silencio del río y la fuerza mineral de la memoria que hace posible la vigencia de José Natalio Estrada.