ENSAYO SOBRE UN CRUENTO PERÍODO DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
EN VENEZUELA
Ms. C. Eduardo J. Anzola San Felipe, Noviembre, 2019
1.
EL DECRETO DE GUERRA A MUERTE
Luego que Simón Bolívar, con el decisivo apoyo de las tropas neogranadinas invadiera a
Venezuela desde Cúcuta a comienzos de 1813, la denominada «Campaña Admirable»
tuvo una vertiginosa sucesión de triunfos sobre los realistas desde La Grita
hasta Trujillo.
El memorable «Decreto de Guerra a Muerte»,
expedido por Bolívar en Trujillo a mediados de junio, era un documento
estremecedor que solo se comprende en virtud del fragor de las circunstancias
que se vivían entonces.
Hay que destacar que Bolívar mismo explicó en
el texto el origen del decreto. Se trataba de una venganza ante los horrores
cometidos bajo las órdenes de los jefes realistas en 1812. Se habían violado
las condiciones dispuestas en la Capitulación de San Mateo y se implantó la
llamada «Ley de Conquista» mediante una
política de represiones, crímenes y atropellos que los tenientes realistas aplicaban
con inconcebible saña en las ciudades de todo el país. (Parra-P., 1992, pp.
587-599)
En respuesta, un antecedente del decreto
fueron las medidas que en retaliación por aquellas medidas de los realistas,
había tomado el brillante congresista trujillano Antonio Nicolás Briceño,
apodado «el diablo» Briceño. Como comandante patriota, él estableció un sistema de ascensos que parecía concebido en
el propio infierno: por 20 cabezas de realistas, el autor de tal masacre se
convertiría en alférez, por 30 en teniente y por 50 en capitán. Briceño,
firmaba con la sangre de sus víctimas los documentos que enviaba a Bolívar, su
comandante y pariente (Hernández G., M., 2008, pp. 207-208).
En abril, su esposa, una mantuana caraqueña,
le enviaba desde Cúcuta una carta
amorosa a su marido:
«Mi querido Nicolás:
Recibí la que me hiciste (…) he tenido razones
con doña Carmen Ramírez sobre el hecho de las cabezas remitidas, haciéndole ver
las ventajas que podemos experimentar con solo la ejecución de estas dos
cabezas (…)
En fin ha habido de todo: unos aprueban tu
hecho, que creo que en el interior se han alegrado infinito. Girardot lo ha
aprobado (…) Tejera lo mismo, lo ha celebrado, y en una palabra, eres el coco de estos lugares (…) y yo bien
contenta.
Ignacita te da sus besitos y te manda una
cajita de dulce de leche (…)
Soy tuya,
Dolores»
(Epistolario,
1960, p. 113).
Esta
misiva era una extraña mezcla de orgullo, ternura y horror, agradeciéndole por
las dos cabezas de realistas que le había remitido. Aunque Bolívar no aprobaba
estos macabros procedimientos de Briceño, su decreto recogía el sentimiento de
venganza entre los que continuaban fieles a la causa independentista y allí
afirmaba:
«… la justicia exige la vindicta, y la
necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo
colombiano los monstruos que lo infestan…» (Ruiz, 1999, p. 45)
En líneas posteriores, Bolívar colocaba en una
disyuntiva a los españoles y canarios, señalando que pagarían con su vida los
que no se sumaran a las fuerzas patriotas; si lo hacían, recibirían un indulto
pleno y serían tratados como americanos. A los americanos los perdonaba,
incluso si hubiesen colaborado con los
realistas. Los párrafos finales estremecen por su cruda ferocidad:
«Españoles y Canarios, contad con la muerte,
aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de
la América.» «Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables»
(Ruiz, 1999, p. 46)
El trasfondo que está detrás del contenido del
decreto se comprende como un mensaje
para casi toda la aristocracia criolla tránsfuga al bando realista una
vez celebrada la capitulación de San Mateo. Muy pocos fueron los que se
mantuvieron fieles al ideal republicano perdido con aquel pacto. Bolívar jamás
pretendió acabar con el estamento social de propietarios de Venezuela como
había ocurrido en Haití, un tipo de revolución que no estaba en su programa.
Hubiese tenido que pasar por el filo de su espada hasta a su propia familia,
mayormente realistas consumados, y exterminar lo más florido de la sociedad
caraqueña de la cual él formaba parte. Además, Bolívar tenía la determinación
política de persuadir por todos los medios a los venezolanos a militar por la
Independencia.
El efecto que tuvo semejante decreto en la
población cumplió su propósito. Ello confirma que Bolívar era un estratega de
las comunicaciones y de los efectos psicológicos para sacudir drásticamente a
los venezolanos indecisos. A todos, patriotas, realistas o indiferentes, no les
cupo duda de lo que Bolívar venía dispuesto a hacer con gran tenacidad, tal
como lo demostró su actuación en la guerra.
Luego de avanzar desde las regiones andinas
hasta el centro del país y seguir cosechando victorias y ocupar poblaciones
como Carache, Boconó, Niquitao, El Tocuyo, Quíbor, Barquisimeto, Las Trincheras
y Valencia, los ejércitos patriotas le habían allanado el paso a Bolívar para que pudiera llegar a Caracas el
6 de agosto de 1813 (Arráiz L., 2011, pp. 118-119).
Luego de su entrada triunfal de Bolívar en
Caracas, la aparente paz no estaba
asegurada, ya que en los campos, los realistas en 1812, no habían atacado con
la saña que aplicaron a los citadinos partidarios de la República.
Por eso entre los campesinos, a diferencia de
los pobladores de ciudades, el rey de España era visto favorablemente y se le
consideraba como protector de los intereses populares contra los propietarios criollos
que favorecían la causa de la Independencia.
También los esclavos de Barlovento se levantaron
contra la República de sus amos, dando
vivas al rey español. Al carecer de armas suficientes, fueron
rápidamente sometidos por los patriotas y toda la región costera occidental pronto estuvo su bajo
control.
Igualmente en los Llanos surgieron bandas de
lanceros a caballo, proclamando al rey y acicateados por el resentimiento
contra los que creían causantes de
su marginamiento social, degollaban a
los considerados como blancos criollos patriotas y saqueaban sus propiedades
(Uslar P, J., 2007, pp. 90-91).
Mientras tanto, las batallas continuaban en un proceso
paralelo a la «Campaña Admirable» que estaba teniendo lugar en la zona oriental
del país, donde los patriotas bajo el mando del margariteño Santiago Mariño,
venían obteniendo una sucesión de victorias sobre los realistas en Güiria,
Irapa, Maturín, Cariaco, Carúpano, Río Caribe, Cumaná, isla de Margarita y
Barcelona (Villalba G., S., 1954, pp. 24-27).
2.
EL LIDERAZGO DE BOVES DESDE LOS LLANOS
Para la primera quincena de septiembre de
1813, el realista José Tomás Boves, distanciado de sus superiores jerárquicos, hacía la guerra por su cuenta y empezó a
conformar un formidable ejército de lanceros y esclavos.
Boves lideraba con un estilo de camaradería
hacia sus seguidores muy al contrario de los jefes realistas y de los
patriotas, que mantenían su jerarquía distante de los suyos. En cambio,
permitía dentro de sus ejércitos toda clase de libertades que en un grupo de
nula cultura castrense significaban indisciplina y anarquía. Las tropas de
Boves eran dirigidas por jefes que desconocían lo más esencial de la tradición
militar y que en su mayor parte eran pulperos o simples llaneros habituados a
sobrevivir con lo más básico y a enfrentar cotidianamente los peligros de la
vida en Los Llanos.
Pese a ser él mismo un español rubio de ojos
claros, Boves quería expulsar de los Llanos a todos aquellos considerados como
blancos. Sus llaneros le temían pues Boves era capaz de las acciones más
crueles, pero confiaban ciegamente en él porque los llevaba al triunfo y la
recompensa.
Su sistema de combate era diferente al de los
patriotas. Usaba como fuerza principal
en el ataque, la avasalladora avalancha de jinetes con lanzas que arrasaban a
la infantería patriota en campo abierto, cuando intentaban recargar sus armas
de un solo tiro.
La oficialidad patriota tenia escasa
experiencia en combates reales y la mayoría se había limitado a participar en
desfiles marciales. Provenía de la élite del estrato social más elevado, en su
mayoría de propietarios de haciendas. No consideraban a sus tropas como iguales
a ellos, sino la trataban con una cierta condescendencia de señor a inferior,
pues la mayor parte de aquellos bisoños militares no habían hecho otra cosa que
cambiar el mando en sus haciendas por el del ejército. Predicaban sobre
derechos republicanos, justicia y libertades ciudadanas, que difícilmente se
expresaban en su conducta práctica cotidiana y que sus soldados apenas comprendían.
En cambio, Boves, no predicaba a sus hombres
sobre libertades teóricas y de difícil comprensión, sino en su propio lenguaje,
exacerbando el odio a los considerados como blancos ricos, saqueando y
repartiendo sus propiedades en total desenfreno. Al propio tiempo que estimulaba a los pardos
y esclavos marginados contra los
propietarios, les prometía los bienes de éstos, repartiéndolos entre todos sus
seguidores. Con ellos organizaba regimientos y escuadrones.
La gente de su ejército, aspiraba borrar de
Venezuela todo vestigio de los pretendidos republicanos, y solo esperaba una
señal de su líder para degollar, quemar, violar y destruir con odio visceral
todo lo que aquellos grupos de criollos elitistas representaban, para que los
llamados pardos pudieran gozar de mayor protagonismo social, supuestamente bajo
la bandera de la monarquía española (Uslar P., J., 2007, pp. 102-117). Se
trataba de una guerra social pasional y violenta de brutalidad inusitada, sin
programa político definido y de un contrasentido insostenible en el tiempo.
3.
LA CONTINUACION DE LA GUERRA
En Octubre, el ejército patriota triunfó sobre
Boves en la sabana de Mosquiteros, cerca de El Sombrero, pero al masacrar a
venezolanos realistas ya rendidos, violando el «Decreto de Guerra a Muerte», la
causa republicana perdió mucho apoyo entre los llaneros, que se sumaron a las
fuerzas de Boves (Uslar P, J., 2007, p. 123).
En noviembre, los patriotas habían perdido la
importante plaza de Barquisimeto, al ser derrotados en Bobare. Pero entre
noviembre y diciembre de 1813, los patriotas cosecharon victorias en Vigirima,
Matas Guerrereñas y Araure. Bolívar, entusiasmado con estas victorias, dividió al ejército y siguió a
Caracas. Los triunfos le hicieron creerse capaz de derrotar a los realistas sin
necesitar auxilio de las fuerzas orientales de Santiago Mariño, pero poco
después rectificaría ese criterio.
A partir de diciembre, habiendo triunfado espectacularmente
en Calabozo, los realistas de Boves comenzaron a obtener una sucesión de
victorias en los Llanos, en una orgia de masacres y saqueos. Esas victorias les
dejó definitivamente abierto a los realistas, la ruta de los Llanos hacia los
valles centrales (Arráiz L., 2011, pp. 124-125).
Luego de que Boves avanzaba desde los Llanos,
derrotando a los patriotas en La Puerta, sus lugartenientes ocupaban a los
valles aragüeños y los del Tuy, causando una profusión de sangre y horror sin
precedentes, con el fin de aislar a Caracas en una operación militar de pinzas.
Así llegaron los realistas hasta la ciudad de La Victoria (Uslar P, J., 2007,
p. 141).
En enero, un Bolívar angustiado, finalmente
pidió ayuda a Mariño y desde Caracas ordenó la ejecución de los españoles y
canarios presos en La Guaira, pues se descubrió que desde allí promovían un levantamiento
con habitantes de la ciudad.
Bolívar temía que se repitiera lo que había sucedido dos años antes en Puerto
Cabello, cuando bajo su responsabilidad, se perdió el Castillo de San Felipe. Entre el
13 y el 16 de febrero de 1814, se
calcula que mil doscientos españoles y canarios fueron despiadadamente
ajusticiados.
Un realista emigrado escribía (Uslar P, J., 2007, pp. 123-132):
«…horroriza oír el modo con que han matado en
La Guaira setecientos cuarenta y tres españoles: los llevaron a San Carlos a
pie, los acompañaban como doscientos asesinos, los metían en el Castillo,
fueron sacando de cuatro en cuatro, les daban uno o dos machetazos, ya en la
cara, ya en la cabeza, ya en el cuello, y en medio de los ayes y gritos que
daban los infelices, los echaban a la hoguera que tenían preparada.»
A finales de enero de 1814, Santiago Mariño
había salido de Aragua de Barcelona al frente de un ejército para apoyar al de
Bolívar y no fue sino hasta los primeros días de abril que tuvo lugar el primer
encuentro cara a cara entre Bolívar y Mariño para decidir finalmente la fusión
de ambos ejércitos (Villalba G., S., 1954, pp. 40; 51-52).
Entre febrero y mayo de 1814, luego de que los
patriotas obtuvieran triunfos parciales en Charallave, Yare, la Victoria, San
Mateo, Bocachica y Carabobo, con elevadas pérdidas de vidas y de varios líderes
militares, pudieron frenar temporalmente el avance de los realistas y recuperaron
a Barquisimeto. No obstante, después de ser derrotado dos veces consecutivas, el
formidable caudillo Boves logró reunir a más de siete mil esclavos y llaneros, zambos, negros y
mulatos, muchos avezados jinetes y diestros lanceros dispuestos a despanzurrar
las entrañas más profundas de la República.
Con gran astucia Boves logró que Mariño llegara
hasta La Puerta, sitio que conocía muy bien pues allí ya había derrotado al
ejército patriota en febrero. Finalmente, a mediados de junio, Boves logró
destrozar las tropas unificadas de Simón Bolívar y Santiago Mariño en la
batalla de la Puerta con su poderosa caballería de lanceros, y continuó
desplegando una ofensiva avasallante de destrucción y muerte en las ciudades y
poblados que se encontraban en la ruta hacia Caracas. Entre junio y julio,
Valencia fue defendida con ardor por los patriotas pero ante el hambre y agotamiento de recursos, se
rindieron ante Boves. Luego de haber convocado a la sociedad valenciana a un
baile, bajo órdenes de Boves se realizó la espantosa degollina de los invitados
sin discriminar edad o sexo, al compás de la música (Uslar
P, J., 2007, pp. 141-156; 177-183).
Después
de huir hasta la capital, a principios de julio, Bolívar encabezó una evacuación de la población
caraqueña hacia la ciudad de Cumaná para salvarla de la tropelía realista, pero
esa emigración tuvo un elevadísimo costo por la cuantiosa pérdida de vidas de
gente de todos los estratos sociales, edad y sexo.
Luego,
las acosadas fuerzas patriotas sobrevivientes al mando de Bolívar, siguieron
acumulando desastrosas derrotas con saldos trágicos en casi todas las
poblaciones de oriente del país. En septiembre, los otros
jefes patriotas responsabilizaron a Bolívar y Mariño por la serie de fracasos militares, los
despojaron del mando y enviaron al destierro. La desintegración de la
organización patriota comenzaba mientras desfallecía el segundo intento de República (Arráiz L.,
2011, pp. 129-132).
Cuando
Boves derrotó en octubre a los patriotas en Cumaná, allí se repitió el macabro
baile y la masacre como en Valencia. Día tras día, fueron arrasadas las
propiedades y exterminados los identificados como blancos, entre ellos
casi
todas las familias que habían sobrevivido al terrible éxodo desde Caracas y la
mayor parte de las que vivían en la desgraciada ciudad, incluso los blancos criollos
que se habían reclutados como realistas. Al salir Boves, solo quedaban siete u
ocho blancos de la que fuera una población importante desde la colonia (Uslar
P, J., 2007, pp. 210-213).
4. REPÚBLICA FALLIDA
En Urica, a comienzos de diciembre, los
realistas arrasaron con el ejército de los jefes patriotas sustitutos, y aunque
Boves resultó muerto de un lanzazo en batalla, allí se selló definitivamente el
fin de la restauración republicana.
Para los patriotas, 1814 fue un año de vértigo
entre la gloria y la desolación. Murieron miles de combatientes en el campo de
batalla y los realistas ejecutaron despiadadamente sin discriminar sexo o
edad, a muchísimos civiles en las ciudades; muchos miles más fallecieron en el
trágico éxodo de caraqueños, se destruyó todo vestigio de institucionalidad y
la estructura económica de la mayor parte del país quedó arrasada.
La cifra de víctimas venezolanas,
patriotas o no, durante ese trágico lapso en los escenarios de guerra, superó a
la de los caídos durante la Revolución Francesa, a pesar que la población venezolana era mucho menor que la de Francia.
La
ferocidad de los realistas fue la causa que indujo a la reacción violenta del
decreto de «Guerra
a Muerte»
y las masacres que continuaron en todo el país por parte de ambos bandos fueron
de una espantosa atrocidad.
Precisamente estos horrores que Miranda
había visto en Europa, lo condujeron a tratar de evitarlos con la Capitulación
de San Mateo. En aquel entonces cuando, después de haber perdido en un costoso
descuido la plaza del castillo San Felipe en Puerto Cabello, Bolívar culpaba
severamente a Miranda, ignorante de la terrible experiencia que le deparaba el
futuro. Las circunstancias lo obligaron a tomar decisiones muy similares a
aquellas por las cuales dos años antes, condenara a Miranda en situaciones
parecidas y también sufrió en carne propia el mismo tratamiento con que había dado
al Generalísimo, cuando sus propios compañeros de armas lo enviaron al exilio.
Las
frecuentes rivalidades entre los líderes militares fueron muy nocivas para que
entonces se hubiese concretado la Independencia. De aquí que Bolívar, al igual
que hizo antes Miranda, hubiese tenido que escoger muchos oficiales extranjeros
para dirigir sus campañas, decisiones que siempre rechazaban muchos militares
criollos quienes constantemente competían por comandar a los demás. Años después, un legionario
británico reflexionaba así (Uslar P, J.,
2007, pp. 210-213):
«…las
desgracias acaecidas a los patriotas, aquella guerra larga y agobiadora, los
contratiempos y las derrotas, todo, en fin, puede achacarse a la irreflexión de
los jefes independientes y, particularmente, a esa terrible emulación que los
obliga a destruirse mutuamente».
El
intento de restaurar la República nacida en 1811 fue un fracaso rotundo y costoso. En verdad, la afirmación de que la República
se restauró con la «Campaña
Admirable» de Bolívar y la de oriente de Mariño,
no es del todo cierta.
En
realidad lo que se entiende como restauración de la República se relaciona solo en cuanto a su declaración del 5 de
julio de 1811, pero nada tuvo que ver con su Constitución propiamente dicha. De
hecho, el proyecto de restauración desestimaba las disposiciones federales y se
concentraba el poder en la figura de Bolívar, quien terminó siendo cuestionado por sus propios colegas de lucha,
como él mismo había hecho anteriormente con Miranda. En
ese intento de restauración, las prácticas civiles bajo el amparo de una
Constitución republicana, no estuvieron presentes, más bien el país entero fue
un sangriento escenario de luchas exacerbadas por el antagonismo de grupos
sociales con visiones contrapuestas de la sociedad a la cual aspiraban.
Con
la Batalla de Urica, lo que se perdió definitivamente fue una República que no
tuvo realmente ninguna oportunidad de restaurarse después de la Capitulación de
Miranda.
En
las circunstancias que se vivían entonces, para los partidarios de la República
todo pareció haberse perdido. Pero la voluntad de los líderes republicanos de
tener una patria independiente, sobre todo la de Bolívar, jamás se doblegó ante
el pesimismo provocado por las dramáticas circunstancias, tal como lo demostró
posteriormente cuando finalmente pudo contar con el apoyo de la avasalladora
fuerza de los temibles llaneros pasados a la causa patriota, bajo el liderazgo
de la lanza de otro audaz caudillo, también rubio como Boves, el «catire» José Antonio Páez.
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