Por: M Sc. en Historia de Venezuela Eduardo J.
Anzola
El 21 de diciembre de
1811 se promulgó la Constitución de la Confederación
de los Estados de Unidos de Venezuela. Ese día, el secretario del Congreso
de la República, Francisco Isnardi, afirmó:
“Ni las
revoluciones del otro hemisferio, ni las convulsiones de los grandes imperios [...]
han venido a detener la marcha pacífica y moderada que emprendisteis el
memorable 19 de abril de 1810 [...] vuestra conducta…(proporciona) al mundo el primer ejemplo de un pueblo
libre, sin los horrores de la anarquía, ni los crímenes de las pasiones
revolucionarias.” 1
Isnardi se refería así al
proceso político que había llevado a la Declaración de la Independencia de Venezuela meses antes, con
lo cual se rompió definitivamente el vínculo que la sujetaba al Imperio Español.
Esa crucial decisión la habían tomado los miembros del Congreso entre los días
4 y 5 de julio, luego de varias semanas cargadas de intensos debates, pero
también con muchas dudas y vacilaciones que habían sido expresadas durante las
acaloradas sesiones de los diputados.
No obstante, cuando
formulaba aquellas palabras, emocionado por la magnitud política del acto,
Isnardi no consideró digno de mención la breve revuelta que precedió a la
inimaginable tragedia de desgarramiento y sangre de la violenta y cruenta
guerra fratricida que vendría después, con todos los “horrores de
la anarquía, y los crímenes de las pasiones revolucionarias”.
La revuelta en cuestión se originó en las
inmediaciones de Caracas, un lugar colindante con la quebrada de Catuche
denominado la Sabana del Teque, cuyos habitantes de origen canario pertenecían al estado llano, los llamados blancos de orilla, mayormente
integrados por comerciantes minoristas, pulperos y pequeños agricultores; en su mayoría eran gente
sencilla de baja formación.
El 11 de julio, cuando aún no se realizaban los festejos de celebración
por la Independencia, unos sesenta habitantes de la Sabana del Teque, se
sublevaron contra el naciente gobierno republicano. Enarbolando imágenes de la
Virgen del Rosario y Fernando VII, intentaron avanzar hacia Caracas a lomo de
mulas, armados de sables, trabucos y resguardados con armaduras de hojalata muy
rudimentarias. La rebelión, tan improvisada como torpe, resultó rápidamente
sofocada y los revoltosos fueron detenidos.
Pese a que muchos
descendientes de canarios habían ya alcanzado posiciones en los estratos más
elevados de la sociedad caraqueña, entre los descontentos figuraban marginados y
discriminados por los grupos sociales más prominentes. Muchos de ellos tenían
un escaso conocimiento sobre el proyecto de independencia y se manifestaron
recelosos y contrarios al nuevo gobierno republicano bajo el control de la
élite de los propietarios criollos. Al parecer temían que sus pocos bienes mermarían
pues pensaban que el nuevo gobierno les exigiría onerosas contribuciones.
Un líder de la rebelión fue el caraqueño José María Sánchez, y otro de
los promotores que destacaba, era un gigantesco mercader de origen canario,
Juan Díaz Flores, a quien le decían Juan y medio, apodo que aludía a su
espigada figura. Entre los dirigentes intelectuales de mayor nivel de
preparación y cultura que fueron imputados estaban el fraile dominico de origen canario, fray
Juan García y el
médico Antonio Gómez.
En el breve período de
cinco días, dieciséis de los insurgentes apresados
fueron procesados, condenados, fusilados y ahorcados. Siguiendo la costumbre
española de la época, sus cuerpos fueron desmembrados sus partes y cabezas
exhibidas en las principales vías de Caracas como señal de cruel advertencia
para todos los que se opusieran a la Declaración de Independencia.
Casi de inmediato, la
numerosa comunidad de canarios y sus descendientes se desmarcaron del
alzamiento y emitieron una declaración negando su afiliación al grupo
insurgente y atribuyeron su origen a que aquellos habían sido “seguramente seducidos y engañados por los
descontentos.” Varios contemporáneos consideraban excesivo el castigo por
esta improvisada y rústica rebelión. Al
resto de los comprometidos con los alzados de la Sabana del Teque no se les
aplicó la pena de muerte, pero al fraile García se le condenó a prisión y al
médico Gómez se le expulsó del país. 2
Durante
1808, este joven canario y galeno
graduado de la Pontificia Universidad de Caracas había jugado un papel
determinante en el combate contra una epidemia de fiebres muy severa que ocasionó más de
cuatro mil muertes entre pobladores y peones agrícolas en
las áreas donde había unas pestilentes lagunas artificiales para procesar el
tinte de las plantas de añil en los valles de Aragua. Esas aguas se
convirtieron en extensos caldos de cultivos de larvas y mosquitos. Antonio Gómez, había
dirigido un eficaz plan de atención médica y sanitaria con gran dedicación y
entrega a los enfermos.3 Después de haber sido un ferviente
aliado del movimiento independentista, pronto se decepcionó y se convirtió en
un acérrimo adversario de esa causa. Igual hizo su hermano Vicente, legislador
por San Carlos, que de patriota pasó a realista.
El impacto en el exterior
de esas drásticas ejecuciones fue muy desfavorable a la causa republicana. La
prensa en Londres reseñaba el hecho con indignación y economistas británicos
como el prestigioso Jeremy Bentham y James Mill, padre del prestigiado
intelectual John Stuart Mill, se mostraron consternados por las “matanzas.” Los
emisarios venezolanos enviados a Inglaterra por la anterior Junta Suprema en
1810, Andrés Bello y Luis López Méndez, se vieron compelidos a publicar en el
periódico Morning Chronicle de la
capital inglesa una aclaratoria
intentando justificar el hecho. 4
Un año después, a comienzos de
marzo de 1812 y como
respuesta a la solicitud de ayuda militar que pidió a España el gobernador de Coro,
José de Ceballos, el capitán de fragata Domingo de Monteverde arribó a esa
ciudad desde Puerto Rico, al mando de un contingente militar realista. Monteverde,
un canario que tenía varios parientes en Caracas, era un veterano de la batalla
naval de Trafalgar contra Inglaterra en 1805 y contra la invasión de Bonaparte
en 1810.
Para entonces, Fernando
Miyares era el supuesto Capitán General de Venezuela designado por el Consejo
de Regencia de España, quien al no poder asumir su mandato en Caracas desde la
destitución de Emparan, estaba provisionalmente radicado en Coro, una
jurisdicción que desconocía las nuevas autoridades de la República. Para evitar enfrentamientos militares, las
órdenes expresas de Miyares le exigieron a Monteverde no
avanzar más allá de los límites de esa jurisdicción. Pero el capitán Monteverde,
desoyendo el mandato del Capitán General Miyares, consideraba a éste como un
gobernante irresoluto y por eso decidió desconocerlo. Por tanto, se nombró a sí
mismo como máxima autoridad enviada de
España, aunque nunca había sido designado para ese cargo por el Consejo de Regencia,
órgano que se oponía al usurpador del trono español, José Bonaparte. Es así como Monteverde se transformó en otro
usurpador del mando oficial español, que no respetaba la más moderna y políticamente
avanzada Constitución liberal de Cádiz promulgada por las Cortes Españolas y
vigente desde ese mismo mes de marzo.
Monteverde
también desconoció las resoluciones del armisticio que acordó posteriormente con los
enviados del Generalísimo Francisco de Miranda y arrasó a los republicanos de
Venezuela con una saña y horror de una vileza extrema. Allí los primeros en
morir por las armas fueron muchos de los jóvenes mantuanos
más destacados de la Sociedad Patriótica y otros personajes de gran brillo
intelectual, así como varios diputados del Congreso, e incluso sus familiares más cercanos. 5
Ostentando
el cargo de Contador Mayor del capitán Domingo Monteverde, había regresado al
país el exiliado médico Antonio Gómez para jugar un papel muy
opuesto al que tuvo en los Valles de Aragua cuatro años atrás. Bien asesorado por
Antonio Gómez y su hermano Vicente, Monteverde se convirtió en el verdugo de
muchos de los promotores de la Primera República.
El médico Antonio Gómez aprovechó
así la oportunidad de desplegar el más visceral resentimiento y retaliación por
su efectiva contribución en la represión que las tropas realistas aplicaron contra
los patriotas. 6
José Francisco Heredia, Oidor-regente de la Real Audiencia de Caracas lo señaló
como el “…más temible de los exaltados por
el ascendiente que tenían en Monterverde…” 7
Después de haber sido el
abnegado médico que salvó muchas vidas en los valles de Aragua, se tornó en el
más cruel vengador de los infortunados revoltosos de la Sabana del Teque, contribuyendo a ajusticiar y
encarcelar a sus antiguos amigos republicanos.
La significación que tuvo
para la sangrienta guerra de independencia, aquél drástico procedimiento
aplicado a los líderes de la efímera rebelión de los canarios de Caracas fue
como la mecha de pólvora que encendió las llamas de los odios larvados de los
diferentes y confundidos disconformes con el nuevo orden republicano: blancos
de orilla, pardos, mulatos y esclavos secularmente discriminados. El diputado
del Congreso de la Primera República de Venezuela, Francisco Javier Yanes,
juzgaba décadas después aquel hecho con una reflexión en la distancia temporal,
al afirmar:
“Estas
ejecuciones y descuartizamientos fueron los que dividieron definitivamente los
habitantes de Venezuela en dos partidos: el de los europeos y canarios, que se
denominó de los Godos, y el de los criollos, en que había muchos españoles, que
se llamó de los Patriotas...” 8
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
1 Isnardi Francisco. Alocución
del Congreso Federal de Venezuela al presentar a los pueblos la Constitución de 1811. p. 193. Publicado
en: Pensamiento
político de la emancipación venezolana. Comp.
Pedro Grases. Caracas. Fundación Biblioteca Ayacucho. Nº 133.
2010
2 HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ., Manuel. Los
Canarios en La Independencia de
Venezuela. pp. 80 - 91. Caracas,
Bid. & Co. Editor, 2008
3 BRICEÑO IRAGORRY, Mario. Casa
León y su tiempo. pp. 114 - 124.
Caracas, Monte Ávila Editores C.
A. 1981.
4 PARRA - PÉREZ, Carracciolo. Historia de la Primera República
de Venezuela. pp. 297 - 309; 313
- 314. Caracas. Fundación Biblioteca Ayacucho. Nº 183. 1992
5 BRICEÑO IRAGORRY, Mario. El
Regente Heredia o la piedad heroica. pp. 87 - 102. Caracas,
Biblioteca Popular Venezolana. Nº
21. Ministerio
de Educación / Academia Nacional de Historia. 1947.
6 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ., Manuel. Antonio Gómez, un médico ilustrado canario
en la Venezuela de la emancipación. pp. 107 – 108; 112; 117 - 120. Publicado en: Revista
de Historia Canaria. Edición N° 192. La Laguna, Tenerife. Universidad de la Laguna. 2010.
7 HEREDIA,
José Francisco. Memorias del Regente
Heredia. p.109. Caracas, Academia Nacional de la Historia. 1986.
8 YANES,
Francisco Javier. Relación documentada de
los principales sucesos ocurridos en Venezuela desde que se declaró estado
independiente hasta el año de 1821. Tomo I. p. 4. Caracas,
Academia Nacional de la Historia. 1943.