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jueves, 1 de enero de 2009

LA FILOSOFÍA DE LO COTIDIANO… Y/O LO COTIDIANO DE LA FILOSOFÍA

Rafael Gustavo González Pérez*


Ponencia presentada en el evento “Teoría social y vida cotidiana” efectuado los días 25 y 26 de abril del 2008 en el Instituto Pedagógico “Rafael Alberto Escobar Lara” en Maracay.


Para evitar cualquier expectativa o apreciación exagerada de lo que pueda exponer en este evento, siento el deber de declararme de entrada como un ser esencialmente cotidiano, es más, orgullosamente cotidiano. Seguramente esto me está pasando desde hace mucho tiempo y con toda seguridad no lo había concienciado o me estaba haciendo el desentendido.
La revisión y ordenación de ideas que se me alborotaron como pájaros asustados, llevó inevitablemente a establecer un orden mínimo de las ideas y vivencias; unas referencias, un tiempo y un espacio para ubicarnos en el contexto y en el origen de este dulce mal.
Me disculpo ante ustedes tanto por el uso de la primera persona (cuestión tabú en los medios académicos) como por referir experiencias personales para ilustrar esta disertación. Pero me pregunto: ¿Cómo hablar de vida cotidiana y su relación con la filosofía sin comentar la mía?
Mi hijo Hernán, aún sin cumplir los cinco años de edad, me vio pasar hacia el espacio doméstico donde no tenemos más opción que desvestirnos, y en observando que portaba un libro, me inquirió: ¿Para dónde vas con ese libro, papá? Por toda respuesta, le dije…”Voy a filosofar”. Sin comentario, que sus pensamientos vuelen.
Pasados unos días, él viene cargando, con gran esfuerzo, un tomo de la enciclopedia “Quillet”, la pregunta lógica: ¿Para dónde vas con ese libro Hernán? Y por toda respuesta, me devolvieron mi medicina, con un nítido…”Voy a filosofar”
Mi padre, quién fue Masón, además de modelarnos en la tolerancia, nos indujo a la lectura sin obligarnos jamás a leer un libro o un periódico. Trabajaba fuertemente y a la hora que llegara dedicaba tiempo a la lectura. Muy temprano buscaba la prensa y era fácil observarle el interés y concentración con que se adentraba en ese mundo de noticias y opiniones. Luego muy discretamente, dejaba la prensa a nuestro alcance. ¿Quién, viendo esa avidez, no se sentía picado de la curiosidad por entrar en ese mundo que él disfrutaba?
Hay otra clave en la evolución de mi formación, que indefectiblemente me lleva a confesarles mi participación en un robo. Ciertamente, participé en un robo. Les cuento. Comenzábamos tercer año de bachillerato, en mi San Carlos natal. Año 1958. 15 años de edad. Un día observamos que a la puerta del liceo llegan dos camiones volteos cargados de libros, amontonados como piedras, como tierra, como arena….y así mismo los confinan en un cuarto del piso superior de la instalación educativa. Por mucho tiempo esos libros simularon escombros y un día decidimos incursionar en rescate de toda la sabiduría arrumbada, a expensas de polillas y otros insectos y sometidos a la humillación de plantas ignaras que los pisoteaban.
Ocurrió algo que hoy califico de mágico: La escogencia de libros que hicimos ha guardado estrecha relación con las profesiones y actividades que asumimos en nuestras vidas. Muchos de esos libros aún los preservamos. Por mi lado predominaron los de Filosofía, Literatura e Historia.
Transcurría el año académico 1964-65, de nuestra carrera de Filosofía y Ciencias de la Educación, en el Instituto Pedagógico Nacional, y en el curso de Filosofía de las Ciencias, se nos asignó el análisis de la obra : “La Naturaleza del Mundo Físico” (1919) escrito por Sir Arthur Eddington. Obra que seguramente será familiar para quienes se han formado en la Ciencia Física y/o en algunas de las ramas de la Filosofía vinculadas a las Ciencias Experimentales. Como se puede suponer para un joven de 21 años, proveniente del campo de las Humanidades, involucrado hasta los pelos en las luchas estudiantiles y políticas de la época, cotidiano en esencia y sin recibir una sola instrucción de la aspiraciones del docente sobre el propósito del trabajo y menos sobre técnicas, estructura, método, entre otras menudencias; resultó como una oportunidad de exponer sus ideas.
Comienza el físico inglés por afirmar que se sienta ante sus dos mesas: La primera “es un objeto común dentro de ese ambiente que llamo mundo…..tiene extensión…es permanente…está pintada…es sustancial”.La número 2: “es mi mesa científica…mi conocimiento de ella es más reciente..por eso no me es tan familiar..no pertenece a ese mundo que aparece espontáneamente cuando abro los ojos…….mi mesa científica es casi toda un vacío. Desparramadas en ese vacío hay numerosas cargas eléctricas moviéndose a gran velocidad, pero su volumen conjunto no alcanza siquiera a una trillonésima parte del volumen de la mesa”
Pues bien, este mortal se propuso hacer algo original, distinto a todas las maneras como sugerían realizar los compañeros de curso el análisis y presentarlo al profesor. Lo primero, la lectura, el resumen y las anotaciones sobre la impresión que causaba el texto en cuestión; además de la escogencia del formato de presentación.
Se le dio formato de libro, con lo dificultoso que resultaba esa opción, escrita en una vieja Adler.
Se organizó en cuatro capítulos el texto.
De entrada comenzó la declaratoria sincera, espontánea, de mi sujeción a la cotidianidad en un “…me siento frente a mi mesa de cuatro patas, que es la única que conozco y tengo a mi alcance….” Y el menudo atrevimiento de comparar al universo con una esponja que al aplicársele presión se comprimía. ¡Qué imaginación tenía!
En los restantes capítulos de lo que escribí, me limité a tratar de acercarme a una explicación de las ideas del autor y a asignarle ejemplos comunes a las teorías por él expuestas
Nunca recibí ni retroinformación ni nota por ese trabajo, de lo que estoy seguro, pasado el tiempo, es que por poco me trunca la carrera.
El texto que escribí se desapareció por algunos años, hasta que a mediados de los años ochentas rescaté el primer capítulo y se lo di a leer al Prof. Alfio Montoro, quien después de analizarlo me dijo: “Compadre, realmente eso fue una gran irreverencia suya, ese profesor debe haberse armado tremenda arrechera”
Ahora en la frialdad del tiempo transcurrido, más no de las ideas, llego a una poderosa conclusión y es que esa distancia cognitiva, comprensiva, conceptual que hay entre la mesa sustancial y la mesa atómica, entre la mesa palpable y la cuántica es proporcional explicativamente a la distancia que hay entre lo cotidiano y lo filosófico; distancia en la que hay o debe haber un intermediario necesario que establezca el puente de aprehensión entre una y otra realidad. Esa danza de neutrones y protones lo es de esa sustancia.
La vida cotidiana llevada a abstracciones filosóficas, es fuente de verdad para la reflexión y comprensión de la realidad. La Filosofía no es una entelequia ni una supra esencia que está más allá de lo humano. Si es cierto que la Ciencia de las Ciencias en la medida que ahonda en explicaciones y reflexiones va generando conceptos, abstracciones, explicaciones, pero para nada, la Filosofía es una revelación.
Es una verdad irrefutable que del mundo cotidiano, de la experiencia cotidiana se construyen símbolos.
Pues bien, las barreras de comprensión y comprehensión son obra de los humanos, no de las Ciencias como tales y mucho menos de la Filosofía.
El hombre es como el perro y donde vaya llevará sus pulgas.
La esclavitud en la que aún vivimos del mundo griego y las chocantes diferenciaciones que se han impuesto en el mundo como si en verdad y de verdad existiera una cultura occidental y una oriental, o un mundo de dos hemisferios, ha condicionado el pensamiento y la creencia de que eso es así y sólo así.
Ello también sigue pendiendo sobre lo cotidiano y distanciándolo de lo filosófico.
Doxa y Episteme le colocaron un hierro al saber. Atribuida a Platón está diferenciación; una para catalogar lo cotidiano, lo común, lo superficial, la opinión; mientras que, al otro, el saber de la ciencia, de la alta y profunda reflexión. Sin embargo la praxis de esa visión antecede a ese concepto por cuanto Grecia era una sociedad esencialmente clasista y los filósofos griegos, para vivir en actitud contemplativa, al menos necesitaban quienes los mantuvieran. Más aún quienes sobre sus hombros llevaran la carga de producir, que no eran otros más que los esclavos.
En la realidad ya estaba presente esa diferenciación, en la escuela socrática había dos tipos de disciplinas y por ende dos tipos de alumnos. Las exotéricas y las esotéricas. Las primeras para el común, para el pensamiento llano sencillo, para el público poco adentrado en el saber, eran clases abiertas, y las segundas para avanzados, clases cerradas, para disciplinas ocultas. De manera pues que Platón lo que hizo fue bautizarlas y Aristóteles confirmarlas.
Los griegos no inventaron la Física porque los filósofos no se ensuciaban las manos. Mientras tanto, los esclavos prácticamente obligaron a que se inventaran nuevos equipos, se hicieran aleaciones de metales con las que se sustituyeran los arados de madera, que ellos destruían como un modo de librarse de las condiciones infrahumanas de explotación.
Este combate dialéctico de lo cotidiano con lo teórico, con lo científico, con lo filosófico; es sin duda una expresión de las contradicciones perennes de la sociedad humana y por qué no decirlo del enfrentamiento de clases.
La historia del conocimiento humano, de las ciencias, de la filosofía arrastra toda esa pesada carga, con la diferencia que el hierro contemporáneo es difícil de ver, de percibir.
A la imposición de los saberes como válidos porque se derivan de una autoridad se le ha sustituido por formas sutiles pero no por ello menos dominadoras. Es la serpiente que cambia de piel.
La enajenación de la ciencia y por ende de la filosofía y su arrastre a una sujeción a poderes y/o intereses es sin lugar a dudas la expresión de esas contradicciones en la sociedad. Y mientras más excluya la cotidianidad como fuente de saber, más será su alejamiento de la condición humana.
Independientemente de lo que digan filósofos, teóricos, políticos y demás asomados, la vida cotidiana es y existe, es fuente de vida y creación. Es más, seguirá mientras vida humana haya. Tendrá un peso específico en su complejo de redes y organizaciones que se manifiestan en cambios, en valores, en creación.
A comienzo de los años ochenta, en entrevista publicada por el diario “El Nacional” el Dr. Ernesto Mayz Vallenila afirmó, palabras más, palabras menos, que “para ser filósofo, para pensar filosóficamente, hay que pensar en alemán” No tengo comentario.
Ludovico Silva sostiene como de mucha importancia en su vida y su formación intelectual, en principio, haber aprendido y dominado bien la lengua materna. Reclamaba eso sí, que para conocer la obra de Marx, había necesariamente que leerla en su lengua original.
Ludovico siempre se situó desde su cotidianidad y nunca dejó de referirse a ella y valorar la importancia y peso específico en su vida creativa. En su libro, (que por cierto es la única lectura que voy a sugerir en esta ocasión) “Filosofía de la ociosidad” (1987) publicado con el No. 88 en la colección “Estudios, Monografías y Ensayos” por la Academia Nacional de la Historia, está el mejor de los ejemplos de una relación de gran fertilidad entre la vida cotidiana y la filosofía en todo el sentido y extensión de la palabra. Ludovico es el filósofo que va al baño, que come, que bebe, que se enamora, que sufre, que se pierde y se vuelve a encontrar, que duda, que tiene existencia terrena y que es capaz de expresarse poéticamente y escribir profundos textos filosóficos.
La lectura y aprehensión de “Filosofía de la ociosidad” es como ese momento previo al inicio de un concierto en el cual los maestros aprestan sus instrumentos, extraen notas sueltas que aparentemente no se relacionan…y de pronto la magia de una sinfonía, una sonata, una pasión, un tema, un sentido.
Por eso que aparentemente el ser humano ha perdido, la sensibilidad al asombro, no apreciamos ese momento de aporcamiento de los sentidos.
La Filosofía ni se aprende ni se enseña, es una actitud. Se cultiva, se vivencia, se asume. No hay cara de filósofo, ni pose de filósofo, pero si postura filosófica. Se van a quedar esperando quienes crean que los filósofos para interpretar el mundo se acoplan a la pose de El Pensador de Auguste Rodin.
Los estudios avanzados sobre el funcionamiento del cerebro, la psiquis humana, la vida social, el origen de la vida, la cotidianidad, entre otras expresiones de la existencia humana, plantea nuevos retos a la Filosofía y a los filósofos.
Es conveniente precisar que un pragmatismo inmediatista, un predominio exagerado del tener sobre el ser, del individualismo y egocentrismo sobre el ser social, de un utilitarismo sobre la necesidad de preservar el ambiente, del consumismo; se han trocado en una forma de enajenación colectiva que ha impactado la vida cotidiana, llevándola a emitir señales equivocadas sobre su realidad, sobre su esencia. Aun así, es desde la misma cotidianidad de donde sale y seguirán saliendo las señales para su interpretación. La misma complejidad de su desempeño propicia las claves de su interpretación.
Contaba mi abuela Nina, que en San Carlos vivió un personaje que se llegó a creer a sí mismo que era un ser superior, quien aparte de quererse diferenciar en el vestir lo procuraba también en el uso del lenguaje. En una ocasión se detuvo a conversar con gente humilde y sencilla; pasaba por el lugar un conocido ante el cual siempre se simuló con clase y sin dar tiempo a cualquier duda o suspicacia alguna espetó: “Heme aquí Fortunato Castro confundido entre los plebeyos”
Así que, señores filósofos, señores científicos sociales.. ¡a mancharse su plumaje en el pantano!
Señores educadores, que es decir colegas, ¡a desalambrar! A tumbar paredes. A pulverizar todos estos edificios que se han convertido en campos de concentración de las ideas.
Con esto, incursiono en el campo pedagógico, considerado en este evento en su relación con la cotidianidad. Fíjense colegas, en ese agujero negro entre la mesa 1 y la mesa 2, entre doxa y episteme, entre la afinación de los instrumentos y el concierto, entre Fortunato Castro y los plebeyos, entre la cotidianidad y el saber, cabe la acción pedagógica para despertar el deseo de saber, para parecerse a la vida, a la existencia. Para encender luces, jamás para apagarlas.
Un día, un físico y un matemático se encontraron con un ciempiés, a quien se dirigieron de este modo: “Mira ciempiés, dijo el matemático, fíjate que cuando tu caminas hay una relación matemática, proporcional, expresable científicamente. Cuando mueves la 1ra. pata derecha accionas la 5ta. Izquierda
la 9ª….y así sucesivamente”. Interviene el físico: “Algo más hermano del alma, cuando tú caminas describes a perfección una onda proporcionalmente equivalente a la onda lumínica que describen los rayos solares en un ocaso en Juan Griego, además chico entre el punto que ocupa tu cabeza y la punta posterior de tu cuerpo se puede trazar una línea recta”. Ambos científicos se marchan orgullosos de la clase magistral que le dieron al sorprendido animalito. Pasados unos meses, regresan y el ciempiés esta inmóvil en el mismo lugar tratando de aplicar todo lo expuesto por los doctos señores y temerosos de haber olvidado las sabias instrucciones.
Más beneficio tendría la ciencia si estos científicos en vez de querer impresionar con su sapiencia, se asumieran humildemente como poco conocedores del ciempiés para aprender de él matemática, aritmética, física,….ecología.
(El origen de esta anécdota no lo he podido determinar, me excusan)
Ahí radica la gran diferencia entre un educador y alguien que se cree educador.
El ciempiés es la vida cotidiana. Es el discípulo y a la vez el docente.
Concluyo, con este concepto de maestro que nos legó Simón Rodríguez, respetando la construcción original:
Maestro
Es el dueño de los principios
De una CIENCIA, o de un Arte, sea Liberal, sea Mecánico, ¡
que, transmitiendo sus conocimientos,
sabe hacerse ENTENDER i COMPRENDER, con GUSTO
i es el MAESTRO¡ por excelencia,
si aclara los Conceptos, i ayuda a estudiar,
si enseña a aprender, facilitando el trabajo,
i si tiene el DON!
De INSPIRAR a uno, i EXITAR en otros, el DESEO de SABER,

Muchas gracias, con todo respeto, deseo haber sembrado en ustedes muchas dudas.
Maracay, abril, 2008

*Docente universitario venezolano (Maracay, estado Aragua., rgustavogonzalezp@gmail.com


Fotografia tomada de: http://www.fecitlux.com.ar/blog/?p=28

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