Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

sábado, 21 de marzo de 2009

Carta


Rosana Hernandez Pasquier*



La Ceiba, 16 de febrero de 2009

Me despido de ti…

Hola, en los últimos días apenas abro los ojos me pregunto cómo pasó todo esto, y, no logro encontrar ese comienzo. El miedo comienza a crecer dentro de mi, seca toda mi boca y tiemblo dolorosamente. Mi cabeza está embotada por las pastillas y vuelvo una y otra vez sobre lo mismo, cómo fue qué comenzó todo esto y no encuentro nada, quedo sin resultado alguno.

Al principio fue como en la creación, tú lo aparecías todo, tu palabra iba fundando territorios en esta piel. Inaugurabas consulados en mi imaginación, todo era nuevo y bello. Sin embargo, no me quiero distraer con esa parte que es un como un trozo de chocolate en medio de tanta desilusión. Sobre todo porque me ha costado mucho atesorar un poco de valor para escribirte este puñado de líneas. Te confieso que tengo tanto miedo que cualquier cosa me paraliza. El ruido de las llaves, una llamada telefónica, el sonido de una puerta, el pitazo de una corneta, cualquier ruidito y mis palabras quedan temblando entre los dientes, y ya no sé qué decir.

Recuerdo, como si fuera hoy, la primera vez que vino tu mano sobre mí, no le di importancia. Sí, me asusté. Pero pediste perdón con tanta vehemencia, que tuve la seguridad de que nunca más volvería a suceder. Pasó un mes, creo, y nuevamente tu mano estaba allí con más fuerza. Esta vez había sido distinto. Derribaste mi cuerpo. Caí aterrorizada. Tú… de nuevo me pediste perdón y lloraste de furia e impotencia, en una condición de niño desconocida para mí y en medio del pánico, ¿que extraño? todavía no lo sé explicar, algo maternal surgía de mis adentros y me empujaba a protegerte. Era como si todo el daño del mundo recayera en ese momento, no sobre mí que era la agraviada, sino sobre ti. Y volví a perdonarte una y otra vez envueltos en promesas y llantos lastimeros, en consolaciones falsas y sucias.

¿Recuerdas? Mientras más te perdonaba, más me agredías. Mientras más me agredías, más pequeña, más chiquilla, más poca cosa me sentía.

Primero fueron unos cuantos golpes. Luego palizas. Primero era cada veinte días, luego todas las semanas, después por cualquier cosa.

Mi corazón se fue llenando de miedo. El miedo es un gigante. Y el miedo eres tú. Yo era sólo un montón de piel cada vez más marchita.

Créeme, he pasado estos años orando para que no llegues a la casa. Para que si llegas no llegues tomado. ¡Oh mi Dios! Y si llegas tomado para que no me golpees. Y si me golpeas ¡Ay virgen santa te imploro para que él no me mate! ¡Virgencita con quién se va a quedar mi niña! ¡Ayúdame virgencita, tú que eres madre!

Por si no lo sabes así he pasado estos años junto a ti. Aterrada, paralizada.

El día que me partiste el brazo en el hospital se dieron cuenta de que no me había caído, la doctora me preguntó varias veces que si tenía problemas contigo. Yo lo negué. La doctora trajo a una psicóloga y me la presentó. Nos quedamos solas en la habitación. Yo tenía una tristeza tan grande que no podía parar de llorar. La doctora me habló muy lindo de muchas cosas, sobre todo de que yo valía, pero yo sabía que no valía nada porque tú me lo decías todos los días: -“tu no sirves para nada, eres una inútil, no sirves ni para moverte bien” .Y llegué a creer que eso era verdad. Hasta pensé que yo tengo la culpa de todo, hasta de tu infidelidad.

En los días en que fui al hospital y la psicóloga habló conmigo, me pasó por la mente la posibilidad de denunciarte. Sin embargo el miedo creció más y más. Y el miedo eras tú… Recordé que me habías dicho que tenías muchos amigos policías y entonces supe que estaba perdida, irremediablemente perdida y profundamente sola. Porque por vergüenza no podía hablar de esto con nadie.

Han pasado ocho años y ya no encontraba como hacer para que nuestra hija no se diera cuenta de tus maltratos.

Supe en este tiempo que Dios no existía o eso creí. Y supe también que la niña, que es el amor de mis amores, nunca te importó. La oías suplicar y llorar pidiéndote que no me pegaras. Tú, como que si fueras de piedra, inconmovible. Luego le comenzaste hablar mal de mí a sabiendas de que le hacías daño a su diminuto corazón. La cadena de la adversidad no paraba nunca y el miedo crecía y yo estaba paralizada.

Me rompiste la cabeza dos veces. He pasado semanas postrada en la cama producto de las palizas que me propinabas. Mi niña con sus pequeñas manos, ponía crema en los moretones mientras le contaba como fue que me caí de la escalera, como se me vino el estante encima, como me dieron un pelotazo sin querer, cómo de bruta pisé mal y zuas.

Ahora, desde este hospital donde estoy recluida hace más de un mes, gracias a que me desprendiste un riñón con una patada. Ahora después de tratarme con una psicóloga a diario, ahora tengo valor, bueno, quiero decir un poco de valor, para decirte por medio de esta carta, que puse una denuncia en tu contra.

Sé que te vas a poner furioso, pero ya lo hice, porque lo único que tengo claro es que nunca más le voy a contar a mi hija una historia sobre cómo aparecen moretones en la piel. No la volveré a ver llena de pánico suplicándote que no me hagas daño. ¿Sabes? Esto me ha costado mucho, más que aguantarme tus palizas. Hay un afiche pegado en la puerta de la habitación, donde se ve una mujer rota a pescozones. Arriba se lee: si le pegas a una nos pegas a todas. Al principio me tapaba los ojos. Ahora ya lo puedo ver y lo leo y me duele porque entendí que también le has pegado a tu hija.

En estos días he practicado con creyones y la he pintado una y otra vez con una enorme sonrisa que no la borra nada. Y su alegría es tan grande que el miedo no la puede alcanzar. Te cuento esto para que sepas que ella va a ser feliz y haré lo que sea necesario para que eso se cumpla día a día.

Cuando te llegue esta carta no quiero que intentes visitarme, te advierto que aquí en el hospital no estoy sola ni un segundo. Ni de día ni de noche. He dado orden de que no te dejen entrar a mi habitación porque tengo mucho, pero mucho miedo y el miedo eres tú. No quiero que el miedo siga viviendo conmigo, por lo menos físicamente. Porque de mi alma no tengo idea de cómo lo voy a sacar. Pero sé que encontraré el camino y atada de la mano de mi hija lo recorreré hasta que vuelva a encontrar una puertecita donde estará escrito: La Vida. Y pasaré adelante, con mi hija, ya sin este terrible pesar.

Dedicatoria:

A todas las mujeres maltratadas, para que no permitan que nadie más las lastime.

A petruska Sinne por su excelente trabajo: MALTRATO HACIA LA MUJER Y LA

FAMILIA: LA HERENCIA MALDITA, publicado en el blog http://lalunaazul.wordpress.com/


*Escritora, poeta y editora venezolana

No hay comentarios: