Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

martes, 24 de febrero de 2009

DIARIO DE INVIERNO. MOSCÚ. 2008


Edgardo Malaspina*



JUEVES, 18 DE DICIEMBRE

7 grados bajo cero.

Son las siete de la mañana y todo está oscuro. Serguei se echa un trago de ron venezolano, de una botella que le obsequié, antes de marcharse. Se empina el frasco y luego dice: beber es dañino, fumar también, pero es una lástima morirse sano. Además- remata- le llevo una ventaja a mis compañeros que se echaran la primera copa cuando lleguen al trabajo.

Sobre los carros hay una capa de nieve fina. Ayer cometí una imprudencia al salir sin una vestimenta adecuada, y hoy pago las consecuencias: tengo algunas quemaduras en las piernas por el frío. Me entregan un abrigo que me prestó Valentín, el padre de Lida. Lo envió desde Siberia donde vive. Es un viejo marino bieloruso con muchas historias interesantes sobre sus viajes de puerto en puerto. Una noche completa, hace años, lo escuchamos mientras fumábamos pipa y vaciábamos varias botellas de vodka. Los cuervos cruzan el bosque de un lado a otro. En tv hay un concurso sobre el personaje que más identifica a Rusia: Pushkin, Alexander II, Lénin, etc. Los televidentes votan todos los días. Por radio dicen palabras que antes eran consideradas obscenas. Ayer me negué a beber vodka. Pero hoy nos echamos unos tragos. Lida dice que estos son los momentos cuando uno debe alegrarse por el reencuentro, como en el campo después de haber enterrado una suegra que rompen hasta dos acordeones de tanto tocar y cantar. Es un refrán ruso para expresar contento. La temperatura llega hasta 9 grados bajo cero.


VIERNES, 19 DE DICIEMBRE DE 2008.

Son las dos de la madrugada y no puedo conciliar el sueño. No me acostumbro todavía al cambio de horario.

Durante el socialismo se repetía todos los días que las repúblicas que conformaban la URSS estaban unidas por una hermandad monolítica. Hoy cada una arrima la brasa para su sardina. En muchos países, como Lituania, el idioma ruso fue prohibido. Los nacionales de Uzbekistán prefieren huir de la miseria de su pueblo y vivir en Moscú en algún sótano; pero los rusos los consideran ladrones y violadores.

Ahora las acontecimientos se hacen públicos, (en el socialismo los hechos considerados negativos no se daban a conocer) En Nobosibirk, en Siberia, se roban los pinos en el bosque para venderlos como arbolitos de navidad. Las autoridades decidieron rociar los árboles con una sustancia nauseabunda. En Kazan, antigua república de los tártaros a orillas del Volga, le disparan a los buses.

Vamos al Museo Politécnico donde se exponen los adelantos científicos del país. Fue fundado en 1872. Aquí hicieron sus intervenciones científicos como Séchenov (predecesor de Pavlov en materia sobre los reflejos), quien fue acusado después de publicar su libro Los reflejos del cerebro. Cuando le sugirieron que contratara un abogado para su defensa, dijo que sólo necesitaba una rana para hacer sus experimentos delante del juez. También hizo sus demostraciones Timiriazev, uno de los primeros en defender el darwinismo e investigar la fotosíntesis. El museo tiene 170 mil objetos relacionados con la ciencia. Aquí están la primera bomba atómica rusa; una colección de más de mil microscopios, incluyendo originales de los primeros ejemplares que se fabricaron en el mundo; y un radio gigantesco que le regalaron unos obreros al padrecito Stalin.

De regreso pasamos por el monumento dedicado a Cirilo, el inventor del alfabeto que lleva su nombre, nos detenemos en la Academia de Medicina de Rusia y seguimos hacia la Plaza Roja. Allí compro una chapka de conejo, o gorro ,que me protege más del frío.

El periódico Izvestia publica una foto del presidente Nicaragüense con un comentario sobre “el camarada Ortega”. Todo un teatro de hipocresía, porque esa palabra, “tavarish”, desapareció del vocabulario ruso con la caída del socialismo. Ahora todos somos ciudadanos, señores, su señoría, etc.

En la noche no faltó la vodka.


*Docente universitario, médico, poeta, cronista y editor venezolano (Las Mercedes del Llano, estado Guárico)

Chucho y Balta LOS DOS PRIMOS


Alberto Hernández*




Para los primos hijos del primo mayor.

Para que su descendencia sepa que hubo un pasado

hermoso digno de imitar en este presente tan volátil.


1.-

Una imagen líquida sigue vigente en mis ojos.

El pueblo era un sueño polvoriento, donde nos recogíamos bajo el sol, bajo la luna, bajo las palabras que nos llegaban de los mayores. Entonces nos tropezamos con Chucho, el hijo de Gregorio Loreto, hermano de mi abuela Amelia, y en consecuencia primo de Baltazar y una suerte de milagro para los hijos de éste. Así nos llegó el mundo entero, cargado de frutas, de menesteres diarios, de una felicidad que se sentaba en nuestra puerta de la calle La Mascota y se convertía en mañana o en tarde imaginaria, volátil y leve como la felicidad.

El primo Jesús López llegó a nuestras vidas cuando el mundo giraba tan lento que nos sentíamos crecer en un pueblo que se nos quedó inmenso en el alma. El primo Chucho llegó a ser tan imprescindible que lo soñábamos para que no se nos fuese de nuestras noches silenciosas, pero entonces llegaba la mañana del sábado o alguna de un domingo camino hacia su casa a las afueras del pueblo, cerca de la represa, donde el primo amasaba el universo con su prole y con Dios, tan cercano, tan amigo, tan bondad en la manera de tratar y de hacer que mi padre y él se amaran, se respetaran.

Era Valle de la Pascua un retiro, el único lugar del mundo que existía. No había tierra más allá de la más próxima frontera. La Pascua era el ombligo territorial que nos circunscribía, que nos rodeaba, como una isla que crece y nos empuja a respirar con el aliento del otro, de los otros. Éramos una familia campesina en un pueblo llanero.


2.-

El primo llegaba en su carro. Entraba al patio de la casa y se hacía presente en la casa. Ya la taza de café estaba sobre la mesa. Arribaba la alegría a nuestro techo. El primo Chucho nos envolvía en una suerte de bálsamo milagroso. Mi padre lo recibía como quien recibe a un hermano extraviado. Todas las veces que lo veía la emoción se hacía allí. Estuvo allí.

Eran tan felices que compartían la pequeña historia, la gran historia de un país lleno de petróleo. Y entonces hablaban con toda confianza de Miguel Otero Silva, de Oficina Nº 1, de Casas Muertas, de Fiebre, novelas que el escritor de Barcelona escribió para todos nosotros. Pero también compartíamos con el general Arévalo Cedeño, quien solía visitarnos en nuestra casa. O con Jorge Dager, a quien tropezábamos en cualquier negocio de carretera de Guárico. Y eran amigos. Entonces era un país distinto. Sin ningún amago. Era un buen país en medio de tanta necesidad, tanta miseria, pobreza y violencia política. Pero era nuestro único país. El que ahora pertenece al imaginario de los eternos, como Chucho y mi padre. Mi hermano mayor, que también se reclamaba en versos y declamaciones, Hernán, andaba en esos amores.

Esa forma de expresar la vida se instaló en nosotros, herederos de esa riqueza que nunca desaparecerá, porque en la medida en que se hace familia se traspasan el afecto, los abrazos, la amabilidad.


3.-

Y pasaron los años y nuestra estatura se hizo más visible. El tiempo se encargó de llevarse a mi padre. Pero siempre estuvo el primo Balta en la boca de Chucho.

-Yo amé mucho a ese hombre-, llegó a decirme un día en su casa de La Isabelica. Y cierto estoy de que mi padre también lo decía, pero más, lo practicaba en la medida de su vida diaria.

Ahora, cuando el primo Chucho preparó sus bártulos para viajar, para encontrarse con sus orígenes, pasa que vuelvo al pasado, a aquel pueblo donde se quedaron la infancia y una memoria opaca, calcada en sus paredes y en el aire que respiran los que aún moran allá.

El primo Chucho sigue aquí, pendiente de cualquier acto de magia que la memoria le procura. Lo toco, lo siento en su lugar de felicidad.

Baltazar Hernández y Jesús López andan en el mismo camino. El polvo celestial le ensucia los pies descalzos, como los que Aquel que cruzaba el desierto. La brisa infinita les limpia los ojos.

Los veo y sonrío. La eternidad es una cosa tan seria que cuesta explicarla. Mi primo Chucho y mi padre ya saben de eso.

Algún día nos veremos y pasearemos por ese llano de nubes donde habita el tiempo interminable. Donde haremos la fiesta de los primos, la fiesta para siempre.

Maracay, 30-12-2008.


*Poeta, escritor y periodista venezolano (Maracay, estado Aragua)

APAGARTE

Rosana Hernández Pasquier*


Te confieso que no quería llegar hasta este punto. Pero, francamente, no me dejas otra salida. Y, es que no aguanto un escándalo más. Otra vulgaridad y acabas con mi hígado. Eso que en mi pueblo llamamos chabacanería, se ha vuelto en ti moneda de tráfico diario. Amén del churre, como gustan decir los cubanos, que es esa pátina maloliente adherida a todo el afuera que nos rodea. Y, cariño, decidí que no aguanto un maltrato más, no.

Por eso nunca más pronunciaré tu nombre ni hablaré de ti. Algo así como la actitud de la esposa del senador en La casa de los espíritus.

Sé que la gente que me quiere y la que no me quiere intentará, como en viejos tiempos, hablarme de tus hazañas, de tus gestas, de las amenazas, de tu marcha por la ruta de los Andes, del estropicio continuo de tu paso por estos lares del Señor. Yo, como cuando estaba en la escuela, citaré las palabras de aquel sabio anónimo: “A palabras eléctricas, oídos desenchufados”. Y seguiré oyendo sin escuchar nada, absolutamente nada, mientras veo, como en el cine mudo, el desespero tuyo por entrar en mi espacio a como de lugar. Agitarás los brazos como aspas de molinos, y nada; gritarás, te dará la pataleta y no lo sabré siquiera. ¡Qué lastima!

Te advierto, no insistas, para ti cada día será peor. He activado todos los seguros, el cortacorriente, las multilock, la cerca electrificada, el ojo mágico, la infalible tranca tras la puerta con la poderosa oración de San Alejo. Además, con un amigo de apellido Acosta, especialista en todos los cuentos de Las mil y una Noches, hicimos un trabajo de reversión de las claves que están cifradas en esas historias: la del ábrete sésamo, el abracadabra, el puerta quédate abierta, pata de león que se abra este portón y otras más. Así que, amigo, no intentes poner en práctica alguna de tus mañas porque todas, absolutamente todas, te fallarán.

No digas que no te lo avisé. Te dije muchas veces que me dejes vivir en paz, que no despiertes ese monstruo de la indiferencia que me habita, que no me asfixies con tu eterna habladera, como si fuera una mujer en la más alta fase del climaterio. Pero tú seguiste dándole a esa lengua sin descanso ni compasión. Bueno, aquí está el resultado: Me harté. A partir de hoy, no estoy pa’ ti.

No atenderé el teléfono, no contestaré los correos. Es más no los revisaré. No tomaré ni escucharé mensajes de terceros, sean éstos familiares o amigos. No sintonizaré ningún programa de televisión o radio que te recuerde. No habrá boleros ni rancheras que me despechen. No aceptaré flores ni regalos de ningún tipo. ¿Celestinas?, olvídalo, por favor, estás muy crecidito para que te apoyes en esos recursos tan baratos.

Es decir, mi pequeño, que a partir de hoy te declaro la paz, la eterna paz.

Por eso, sin rencor ahora te digo que lo nuestro ha terminado y en adelante todos los tonos bajarán progresivamente entre tú y yo. Será como un eclipse que viajará de los matices al oscuro total. O, como hace el astro rey todos los días en su ejercicio por ocultar su inmensa luz para que resplandezcan y fulguren luna y estrellas, para que la noche se complazca en traernos el sueño y la tranquilidad. Sólo que tu nombre no se escuchará al amanecer, porque caerá en las terribles fauces del olvido.

Entonces, podré afirmar con una enorme tranquilidad que he logrado apagarte para siempre. Apagarte.

Comenzó la cuenta regresiva, my baby.

*Poeta, escritora, editora y publicista venezolana. (Villa de Cura, estado Aragua)

Texto y fotografía tomados de http://lalunaazul.wordpress.com/el-rincon-de-minerva/