Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 3 de junio de 2009

ELÍ GALINDO: LA CASA

Alberto Hernández
(Poeta y periodista, director del suplemento cultural Contenido del diario El Periodiquito, estado Aragua, Venezuela)

Mi casa me busca
me husmea
a todas partes me sigue

Aunque me encuentre en lo más desolado
ella está conmigo

De las calles me recoge
en los malos sitios me azota
jamás me abandona

Ni en los peores momentos
de nada me priva
Ante su patio me coloca

Bajo la sombra de sus hermosas hojas
me da techo
Es capaz de ofrecerme su propio alimento
de todo me cobija

Cuando me sabe solo
junta su rostro al mío
y aullamos como lobos al viento

Delante de vosotros no estoy
sombra del que fui
me lleva
en su niebla

(Mi casa me busca)

1.-


De afuera, los ruidos. La casa permanece en la lucidez de las tardes, pendiente del sol sobre las tejas. Uno baja por una calle de San Sebastián de los Reyes y se le mete una ventana en el bolsillo. Hay un silencio redondo en plena calle. y más allá, los ruidos misteriosos. La casa palpita, respira como un corazón recién infartado.
Tenemos una, vieja y carcomida las carnes por la lluvia, y el pueblo es conjunto de murmullos que salen de los rincones.
Elí Galindo, abotagado por el Ruido de las esferas, estrecha estas imágenes, las rescata de las aguas de la infancia: “Las casas/ como las serpientes/ mudan de piel./ A lo largo del campo/ bajo los remolinos del verano/ las delgadas paredes/ apenas ocupan espacio/ el techo recibe cielos que pasan/ y rodean lo visible/ Lagartijas resbalan por el piso desierto/ de las fisuras se levantan aquellas plantas/ que nada desean del hombre/ El terreno perdido/ trozo a trozo regresa...”. es como una voz muy baja que va dictando la antigua letanía. Evoca el verano tendido sobre la piel cansada de los habitantes con sus baúles, los ahogos de los muertos, las chanclas medio asomadas en la noche. Es la casa con todos los sonidos de la madrugada, pero también la conciencia de la memoria. Las casa es un cordón que ata al pasado, a la niñez donde “galopaban caballos imaginarios/ y tantos jinetes chillaban al caer la tarde/ sólo se ve un rebaño de puercos/ hozando”.

2.-

Solemos caminar con las casas, llevarlas de viaje, sacarlas al mundo, mudarnos de lugar con ellas, pero en el fondo no es ella la que cambia, lo hacemos nosotros desde ella y cargamos con su peso, con sus huesos, con la memoria, con la misma piel metamorfoseada.
Muy hacia atrás: “Para no olvidar/ para no sustraerme/ haciendo remolinos sobre mí mismo/ como un perro/ me senté a orillas de Leteo y lloré”. Pérdida, ruina errante, naufragio en el tiempo. Viejo barco fantasma es la casa, la amante entre mareas. El poeta refiere su cultura a esa serenidad que da la muerte. O su contemplación.
El desarraigo, el extravío de la noción de una hora sin cuerpo. La oscuridad de otras tierras: “Extranjero me siento/ No sé ocupar palabras de los muertos”. El mismo estado tiene lo anterior, “estos oscuros”. Dejar el lugar del pasado es adquirir otra nacionalidad, otra persona. Es tomar prestada la sombra de otro que a su vez se ha marchado. Hacer cuerpo de los ausentes, tomar el sitio de quien mira desde nuestro afuera.
Se es la casa, la que ocupa la imaginación, la que se ocupa de ocupar los sonidos, los ecos.

Coda:

Reunida la casa en un solo paisaje, en un solo lugar, así me lo entregó María Clara Salas, la novia, esposa y universo de Elí. San Baudelaire, título que exprime los recados de aquellos años sesenta, de aquellas cúspides aventureras. En ese tomo que Monte Ávila publicó en 2005 se encuentran Las estrellas fugaces me ponen ebrio (1971), Los viajes del barco fantasma (1973) y Ruido de las esferas (1986), los libros del poeta de San Sebastián. Quedan páginas y libros guardados que ya verán la luz, como el segundo instante antológico de la casa en la poesía venezolana.

DIARIO DE INVIERNO. MOSCÙ, 2008.

EDGARDO MALASPINA
(Poeta, médico y Cronista de Las Mercedes del Llano, estado Guárico Venezuela
http://lasmercedesdelllano.blogspot.com/)


DOMINGO, 28 DE DICIEMBRE

10 Grados bajo cero.

Muy temprano vamos al cementerio de Javanskoe para visitar la tumba de María Estepanovna, la madre de Natalia. Compramos flores en número par de acuerdo a la tradición rusa. En número impar es para obsequiar a los vivos. El paisaje es desolador. Las tumbas son cúmulos de nieve. Algunos copos se mueven, de en vez en cuando al soplo de los vientos, y despr
enden estrellas que pasan a cubrir los cuerpos de unos perros. Los canes sumergidos en sus lechos gélidos duermen plácidamente. Un poco más allá del cementerio hay una iglesia dedicada a San Juan Bautista. En el centro, en una caja de madera destapada, reposa el cadáver, extremadamente delgado, de una anciana. Unos pocos familiares la acompañan.

Nos trasladamos hasta la exposición permanente VDNJ, la cual representaba los logros de la economía socialista. Todavía se llama así, pero fue convertida en centro comercial con algunas muestras museísticas que no tienen nada que ver con el socialismo. En la entrada aún se conserva una estatua de Lénin. Visitamos el Museo de Cera de San Petersburgo. En tamaño natural están las figuras de Pútin, Medvedev, Breznev, Pedro El Grande, Leonardo, Nefertiti y hasta de Hitler. Interesante: en Alemania un ciudadano destruyó el muñeco de Hitler por considerarlo una afrenta a la humanidad , una inmoralidad.
Sin embargo, aquí, el país que pagó más caro las aventuras hitlerianas con millones de vidas, el monigote del fuhrer se pasea de una ciudad a otra como si nada. Desde el punto de vista médico me llaman la atención algunos personajes con deformaciones congénitas: una mujer con cara de cerdo, un hombre con dos cabezas, el hombre con un cuerno…

Continúa el concurso para seleccionar a un personaje histórico con quien se identifique más la nación rusa. De varios centena
res han quedado unos pocos: Iván El Terrible, Pedro El Grande, Catalina II, Alexander II, Lénin, Stalin, Suvorov , Alexander Nevski, Stolipin, Mendeleyev , Pushkin y Dostoyeski.

EL PAGANINI NEGRO*

Juan Yáñez


A modo de introducción extraemos una anécdota, escrita por Ciro Bianchi Ross, que ilustra sobre la personalidad de este extraordinario genio del violín…, del que hoy nos ocupamos. Dice así:

Es de noche en La Habana colonial cuando cuatro amigos, -negro uno de ellos- entran, después de un concierto, a refrescar a un café. El dependiente, solícito, toma el pedido de los blancos y cuando el otro se dispone a ordenar, le da esta respuesta insolente: -Yo no sirvo a negros, sino a caballeros. El aludido apenas puede reprimir la ira. Se incorpora de golpe, señala, altanero, la condecoración que luce en la solapa izquierda del frac y dice: -Pues yo soy Caballero de la Legión de Honor Francesa y no hay en este salón quien pueda decir lo mismo”.

Y no mentía. Es Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido, uno de los mejores violinistas cubanos de todos los tiempos. Reconocido y condecorado en Europa y Latinoamérica como un genio del violín; además de ovacionado y aplaudido en las principales salas de conciertos. Fue un violinista excepcional, que se le conoció como “El Paganini negro” o “El Rey de las Octavas”. Ganador del Primer Premio en el Conservatorio de París. El Emperador de Alemania le concede los títulos de Caballero de Brindis y Barón de Salas. Ejecuta sus conciertos con un Stradivarius auténtico. Su presencia en los escenarios, -a pesar de los prejuicios debidos a su color- despertaba admiración. Poseía un aire distinguido, una elegancia natural y al apoyar el instrumento en su mentón y deslizar el arco sobre las cuerdas, llenaba el recinto de sublimes notas que emocionaban hasta el menos sensible de sus oyentes. Derrochaba técnica y expresividad y se transportaba durante las ejecuciones hacia otros mundos ante un auditorio que lo oía absorto. Se codeaba con los más importantes colegas de su tiempo y lograba imponer su arte, paralelamente al de aquellos prestigiosos músicos. Había Brindis de Salas nacido en La Habana el 4 de agosto de 1852. Su padre, un prestigioso director de orquesta, lo inició en la música y continuará después con el belga Van der Gucht. A los ocho años realiza su primera composición y a los once da su primer concierto En 1869 ingresa en el Conservatorio de París y permanece durante cinco años y se le otorgó durante la totalidad de los cursos el Premio de Honor. Egresado de esa casa de estudios inicia su vida profesional. En toda Europa se da a conocer, las principales salas se disputan sus presentaciones. Se hace aplaudir en ciudades de conocedor y exigente público y a nadie decepciona, cautivados por su arte inimitable. La crítica lo halaga y su público deslumbrado por su técnica que no conoce escollos ni limitación alguna lo colma de ovaciones que él aprueba y disfruta. Hace presentaciones en toda América; y aquí en Venezuela se lució en el Teatro Municipal de Caracas y se alojó en el prestigios Hotel León de Oro, de la época. Luego viaja a La Habana y de allí a México y otra vez a Europa. En España es invitado a Buenos Aires, allí al principio es tratado con frialdad, pero muy pronto los porteños reconocerán su virtuosismo y es valorado y apreciado. Allí tiene amores con una dama argentina, luego viaja a Berlín y se convierte en Músico de Cámara del Emperador Guillermo II. Se vuelve un hombre de fortuna que vive en una lujosa mansión y hasta se hizo copropietario de una fábrica de pianos. Contrae matrimonio con una aristócrata alemana con la que tuvo tres hijos. La relación fracasará, la vida familiar, no estaba hecha para él, que siempre fue un bohemio, poco afecto a las formalidades y a la vida ordenada. A partir de allí se torna excéntrico y cae en estados de melancolía y depresión que van minando sus facultades. Regresa a Cuba, se irá y volverá en dos oportunidades más, inconforme y taciturno, su genio declina. Entre América y Europa pasó diez años de crisis, olvidado y apartado, hasta que retornó a la Argentina enfermo y pobre; a aquella Buenos Aires de sus grandes éxitos. Sus amigos de antaño están ausentes o muertos y nadie lo acoge. Vaga por sus calles enfermo y soportando el gélido invierno austral. Socorrido es internado en un hospital donde se niega a identificarse. Cuando se le encuentra el pasaporte se le reconoce. Los diarios publican la noticia: “El Paganini Negro se está muriendo”. Los médicos lo atendieron con dedicación, pero en la madrugada del 2 de junio de 1911, entregaba su alma a Dios. La funeraria en reconocimiento a su figura, se negó a cobrar el servicio de primera clase que ofreció a su despojos, que colocados en una urna, se cubrió con la bandera de Cuba. Su carruaje es acompañado al Cementerio del Oeste, donde se le dio sepultura, por el público de sus mejores años, que aún lo recordaba y apreciaba. La historia no termina aún, pues en 1930, las cenizas del más grande violinista cubano fueron repatriadas a La Habana, con todos los honores y el justo homenaje que merecía. Es esta, amables lectores la historia de un músico de primera magnitud, aún recordado en su Cuba natal y tal vez injustamente olvidado por las nuevas generaciones que componen el universo musical de nuestros días.

*Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros (Venezuela) el 24 de mayo de 2009. Página 6.