Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

martes, 26 de julio de 2011

Milagro económico en Venezuela*

Heinz Dieterich
El gobierno venezolano acaba de hacer un milagro económico legislativo: en el Decreto 8.331 reglamentó con ochenta y ocho artículos algo que no existe: el precio justo de la economía de mercado.
1. Miraflores: el Vaticano económico
El gobierno venezolano acaba de hacer un milagro económico legislativo: en el Decreto 8.331 reglamentó con ochenta y ocho artículos algo que no existe: el precio justo de la economía de mercado. Las alucinaciones de la mente humana son generalmente asuntos de psiquiatras o negocios de teólogos; pero la nueva “Ley de Costos y Precios Justos” demuestra que en Venezuela forman parte de la cartera del gabinete económico.
2. Luzbel y el “dinero comunal”
Ya, en 2008, la Ley Habilitante sobre el Fomento de la Economía Popular nos había advertido que la Escuela de Teología Económica Bolivariana (ETEB) se había apoderado del Palacio de Miraflores. Para acabar con el capitalismo, aquella ley legisló sobre lo que los economistas clásicos llamaron el “velo monetario” y Marx el “fetichismo del dinero” (Geldfetischismus): la quimera que el valor económico reside en el dinero y que la explotación se debe a la existencia de éste. Los espejismos resultantes de Miraflores fueron el “dinero comunal” y las “Comunas”, dos auténticos monumentos al diletantismo económico.
Como todas las ilusiones, la realidad se encargó rápidamente de enterrar aquellos productos del fetichismo monetario. Ahora, el gobierno lanza un nuevo exorcismo tropical para acabar con la mala realidad capitalista: el precio justo. Convierte a Miraflores en el Vaticano de la ciencia económica, canonizando lo que no existe y prometiendo al pueblo un milagro antiinflacionario que sólo existe en sus fantasmagorías. Mientras tanto, el Ángel caído de la cruzada antiinflacionaria sigue desaparecido de la escena pública. Dios crucificó al Luzbel Samán, “portador de la aurora” – a petición de la casta divina mantuana.
3. La quimera del iustum precium
La idea del precio justo en las relaciones mercantiles ha sido debatido en todas las culturas y en todos los tiempos, desde el advenimiento de la crematística (economía usurera) hace cinco mil años. Por dos razones, ninguno de los debates ha resuelto el problema: a) no hay iustum precium en economías mercantiles, es decir, el concepto no tiene un correlato empírico en la realidad; es una proyección fantasmagórica como Dios o el Santo Espíritu; b) sólo puede ser solucionado con la metodología de la ciencia contemporánea.
4. La naturaleza lógica de los precios mercantiles
Los precios de la economía de mercado, que se conforman de costos y ganancias, siempre son resultados del poder y de los intereses económicos, políticos, culturales y militares, que tienen los agentes económicos involucrados: desde los salarios, el interés bancario y la renta de la casa, hasta el precio del pan y las acciones bursátiles. La calificación de esos precios como altos, bajos, justos o injustos, resulta de la percepción y evaluación subjetiva de cada agente económico (trabajador, consumidor, empresario). El precio justo es, por lo tanto, un constructo moral de la mente humana, estratificado por sus condiciones objetivas, pero no una medición objetiva de una propiedad de un fenómeno real. No es un dato objetivo de la realidad, como el “peso” o la distancia, sino un juicio moral o una variable subjetiva, determinada por personas, grupos (directores, accionistas, sindicatos) y el Estado. Se puede ordenar esos juicios subjetivos en agregados y medias estadísticas, pero, no por eso se convierten en datos objetivos. Tratar de encontrar o definir un precio objetivamente “justo” en una economía de mercado es, por lo mismo, una imposibilidad metodológica. Insistir en este empeño y, lo que es más, legislar sobre él, es una manifestación de ignorancia científica y tontería económica.
5. Requisitos metodológicos de una solución científica
El problema de la justicia económica y del precio justo sólo puede resolverse mediante una secuencia de tres pasos: a) saliéndose de la “ilusión monetaria” (John M. Keynes) y suexpresión subjetivista, los precios; b) cuantificar objetivamente las aportaciones económicas de cada ser humano, tanto aquellas que son realizadas directamente en la producción, circulación y distribución, como las indirectas (educación); c) garantizar la retribución y el intercambioequivalente.
6. La solución del Socialismo del Siglo XXI
La solución científica y ética del problema de la justicia económica y, por lo tanto, del fin de la sociedad de clases, es el procedimiento trifásico esbozado arriba. Este procedimiento es la base metodológica de la economía del Socialismo del Siglo XXI. Arno Peters, el fundador del paradigma de la economía de equivalencia, dio los pasos decisivos al respeto, combinando la teoría del valor de la Economía Política con la teoría de la equivalencia.
La unidad de medición objetiva (o intersubjetiva) que usó, fue el concepto de valor, cual tiempo de trabajo realizado (time inputs). Con esta cuantificación objetiva de la actividad económica, todos los trabajos humanos se volvieron comensurables. Si sobre esta base de cuantificación objetiva se pretendía ejercer una retribución justa, se tenía que encontrar un stándard de mediciónde la justicia tan objetivo como él del valor. Peters lo encontró en el teorema de la equivalencia entre calor y trabajo (1. Ley de la termodinámica), del físico alemán Julius R. Mayer (1841).
Usando este teorema interdisciplinariamente, Peters postulaba que la retribución del trabajador era justa, cuando la canasta de bienes y servicios (“salario”) que recibía por su jornada laboral, representaba el mismo valor (horas de trabajo) que las horas de trabajo social que había realizado. No hay explotación (injusticia) en esa relación: el valor del trabajo aportado a la sociedad es igual (equivalente) al valor recibido en la remuneración (canasta). No hay plusvalor, es decir ganancia, es decir, explotación laboral.
7. Con la ciencia y los pueblos
Ese paradigma económico del Socialismo del Siglo XXI coincide con el de Marx, formulado en la Crítica al Programa de Gotha: los trabajadores deben recibir el pleno valor de su jornada de trabajo, menos los fondos sociales decididos democráticamente por los ciudadanos. Coincide también con el Programa de Transición al Socialismo del Siglo XXI en la Unión Europea, que la Tricontinental del Socialismo del Siglo XXI presentó el año pasado en Berlín, con destacados científicos europeos, latinoamericanos y asiáticos.
A la luz de ese paradigma científico-ético queda claro que la “Ley de costos y precios justos” en Venezuela no es más que un simulacro de combate a las “ganancias excesivas” del capital, como fue la promesa, que Samán iba a regresar en una función revolucionaria “más importante”.
La fase de transformación real progresista de la Revolución ha terminado. Ahora se ocupa de la construcción de códigos legales para fantasmas y de promesas que sabe que no va a cumplir.
*Tomado de http://www.kaosenlared.net/noticia/milagro-economico-en-venezuela

La salida del capitalismo ya ha empezado*

André Gorz
Poco antes de darse muerte, Adré Gorz envió a la revista ecorev este artículo. Escrito en julio del 2007, en él Gorz constata que el sistema está en permanente crisis, y analiza de forma muy original lo que él entiende que es su principal causa, vaticinando la salida del capitalismo e interrogándose sobre si esta salida será bárbara o civilizada
La cuestión de la salida del capitalismo nunca ha sido tan de actualidad : se plantea hoy de una manera novedosa y con la necesidad urgente de una radicalidad nueva. Debido a su propio desarrollo, el capitalismo ha alcanzado un límite interno y externo que es incapaz de superar y que le convierte en un sistema que sobrevive gracias a subterfugios a la crisis de sus categorías fundamentales : el trabajo, el valor, el capital.
La crisis del sistema se manifiesta tanto a nivel macro-económico como a nivel micro-económico. La principal causa es el cambio radical tecno-científico que introduce una ruptura en el desarrollo del capitalismo y arruina, con sus repercusiones, la base de su poder y su capacidad para reproducirse. Intentaré analizar esta crisis primero bajo la perspectiva macro-económica [1], y segundo a través de sus efectos en el funcionamiento y la gestión de las empresas [2].
La informatización y la robotización han permitido producir cada vez más mercancías con cada vez menos trabajo. El coste del trabajo por unidad de producto no ha dejado de disminuir y el precio de los productos tiende a bajar. Sin embargo, cuanto más disminuye la cantidad de trabajo para una producción particular, más tiene que aumentar el valor producido por trabajador -su productividad- para que la masa de beneficio no disminuya. Obtenemos por tanto esta paradoja aparente : cuanto más aumenta la productividad, más tiene que aumentar ésta para evitar que el volumen de beneficio disminuya. La carrera hacia la productividad tiende a acelerarse, los recursos humanos a reducirse, la presión sobre el personal a endurecerse, el nivel y la masa salarial a disminuir. El sistema evoluciona hacia un límite interno donde la producción y la inversión en la producción dejan de ser lo suficiente rentables.
Las cifras prueban que se ha alcanzado este límite. La acumulación productiva de capital productivo no ha dejado de experimentar una regresión. En los Estados-Unidos, las 500 empresas del índice Standard & Poor'fs disponen de 631 millones de millones de reservas líquidas ; la mitad de los beneficios de las empresas americanas proviene de operaciones en los mercados financieros. En Francia, la inversión productiva de las empresas del CAC 40 ni siquiera aumenta cuando sus beneficios se multiplican.
Puesto que la producción ya no es capaz de valorizar todos los capitales acumulados, una parte creciente de ellos se queda bajo la forma de capital financiero. Se constituye una industria financiera que no deja de refinar el arte de hacer dinero comprando y vendiendo solamente diversas formas de dinero. El dinero mismo es la única mercancía que produce la industria financiera a través de operaciones cada vez más arriesgadas y cada vez menos controlables en los mercados financieros. La masa de capital que la industria financiera drena y gestiona supera desde luego la masa de capital que valoriza la economía real (el total de los activos financieros representa 160.000 millones de millones de dólares, es decir de tres a cuatro veces el PIB mundial). El “valor” de este capital es puramente ficticio ; descansa en gran parte sobre el endeudamiento y el “good will”, es decir sobre anticipaciones : la Bolsa capitaliza el crecimiento futuro, los beneficios futuros de las empresas, el futuro alza de los precios inmobiliarios, las ganancias que podrán aportar las reestructuraciones, fusiones, concentraciones, etc.. Las cotizaciones de la Bolsa se hinchan de capitales y de sus plus-valías futuras : los bancos incitan a las familias a comprar (entre otras cosas) acciones y certificados de inversión inmobiliaria, a acelerar así el alza de las cotizaciones, a pedir prestado a sus bancos importes crecientes en la medida que aumenta su capital ficticio bursátil.
La capitalización de las anticipaciones de beneficios y crecimiento mantiene un endeudamiento creciente, alimenta la economía en liquidez, debidos al reciclaje bancario de plus-valías ficticias, y permite a los Estados-Unidos un “crecimiento económico” que, basado en el endeudamiento interno y externo, es claramente el motor principal del crecimiento mundial (incluso del crecimiento chino). La economía real se convierte en un apéndice de las burbujas especulativas sustentadas por la industria financiera. Hasta el inevitable momento en que las burbujas estallan, arrastran a los bancos hacia bancarrotas en cadena que amenazan de colapsar el sistema mundial de crédito, y que amenazan a la economía real de una depresión severa y prolongada (la depresión japonesa dura ya quince años).
Siempre podremos culpar a la especulación, a los paraísos fiscales, a la opacidad y a la falta de control de la industria financiera (en particular los “hedge funds”), pero la amenaza de depresión, incluso de colapso que pesa sobre la economía mundial, no se debe a la falta de control : se debe a la incapacidad del capitalismo de reproducirse. Sólo se perpetua y funciona sobre bases ficticias cada vez más precarias. Pretender la redistribución, a través del impuesto, de las plus-valías ficticias de las burbujas precipitaría exactamente lo que intenta evitar la industria financiera: la desvalorización de masas gigantescas de activos financieros y la quiebra del sistema bancario. La “reestructuración ecológica” sólo puede agravar la crisis del sistema. Es imposible evitar una catástrofe climática sin romper de manera radical con los métodos y la lógica económica que impera desde hace 150 años. Si prolongamos la tendencia actual, se multiplicará el PIB mundial por un factor 3 o 4 hasta el 2050. Sin embargo, según el informe del Consejo sobre el Clima de la ONU, las emisiones de CO2 tendrán que disminuir de un 85% hasta esta fecha para limitar el calentamiento climático a 2ºC máximo. Más allá de 2ºC, las consecuencias serán irreversibles y no controlables.
Por tanto el decrecimiento es un imperativo de superviviencia. Pero supone otra economía, otro estilo de vida, otra civilización, otras relaciones sociales. Sin estas premisas, sólo se podrá evitar el colapso a través de restricciones, racionamientos, repartos autoritarios de recursos característicos de una economía de guerra. Por tanto la salida del capitalismo tendrá lugar sí o sí, de forma civilizada o bárbara. Sólo se plantea la cuestión del tipo de salida y su ritmo con el cual va a tener lugar.
Ya conocemos la forma bárbara. Prevalece en varias regiones de África, dominadas por jefes de guerra, por el saqueo de las ruinas de la modernidad, las masacres y tráfico de seres humanos, en un panorama de hambrunas. Los tres Mad Max eran novelas de anticipación. En cambio, no se suele plantear una forma civilizada de salida del capitalismo. La evocación de la catástrofe climática que nos amenaza conduce generalmente a considerar un necesario “cambio de mentalidad”, pero la naturaleza de este cambio, las condiciones que lo hacen posible, los obstáculos que hay que saltar parecen desafiar la imaginación. Proyectar otra economía, otras relaciones sociales, otros métodos y medios de producción y otros modos de vida se tacha de “irrealista”, como si la sociedad de la mercancía, del asalariado y del dinero fuera infranqueable. En realidad una multidud de indicios convergentes sugieren que ya se ha iniciado esta superación y que las probabilidades de una salida civilizada del capitalismo dependen ante todo de nuestra capacidad de distinguir las tendencias y las prácticas que anuncian su factibilidad.
El capitalismo debe su expansión y su dominación al poder que ha adquirido en un siglo, tanto en la producción como en el consumo. Al privar primero a los obreros de sus medios de trabajo y de sus productos, se ha garantizado progresivamente el monopolio de los medios de producción y ha conseguido subsumir el trabajo. Con la especialización, la división y la mecanización del trabajo en grandes instalaciones, los trabajadores se convirtieron en los apéndices de las megamáquinas del capital. Se tornó así imposible para los productores apropiarse de los medios de producción. Gracias a la eliminación del poder de aquéllos sobre la naturaleza y el destino de los productos, se ha asegurado al capital el cuasi-monopolio de la oferta, es decir el poder de anteponer en todos los ámbitos las producciones y los consumos más rentables, así como el poder de crear los gustos y deseos de los consumidores y la manera con la que iban a satisfacer sus necesidades. Este poder es el que la revolución informacional empieza a agrietar.
En un primer momento, el objetivo de la informatización fue la reducción de los costes de producción. Para evitar que esta reducción de costes conllevara la correspondiente baja de los precios de las mercancías, había que, en la medida de lo posible, sustraerlas a las leyes del mercado. Esta sustracción consistía en conferir a las mercancías cualidades incomparables gracias a las que parecen no tener equivalente y dejan de ser por tanto simples mercancías.
El valor comercial (el precio) de los productos tenía, por lo tanto, que depender más de sus cualidades inmateriales no medibles que de su utilidad (valor de uso) sustancial. Estas cualidades inmateriales -el estilo, la novedad, el prestigio de la marca, la rareza o “exclusividad”- tenía que conferir a los productos un estatuto comparable al de las obras de arte. Éstas últimas tienen un valor intrínseco : no existe ningún patrón que permita establecer entre ellas una relación de equivalencia o “precio justo”. No son por tanto verdaderas mercancías. Su precio depende de la rareza, de la reputación del creador, del deseo del comprador eventual. Las cualidades inmateriales incomparables proporcionan a la empresa productiva el equivalente de un monopolio y la posibilidad de asegurarse una renta de novedad, rareza, exclusividad. Esta renta esconde, compensa y a menudo sobrecompensa la disminución del valor en su aceptación económica que la reducción de los costes de producción genera para los productos en tanto que mercancías por esencia intercambiables entre sí según la relación de equivalencia. De un punto de vista económico, la innovación no crea valor : es el medio para crear una rareza fuente de renta y conseguir un sobreprecio en detrimento de los productos competidores. La parte de la renta en el precio de una mercancía puede ser diez, veinte o cincuenta veces más grande que su coste de producción, y no sólo se aplica a los artículos de lujo; también se aplica a los artículos del día a día como zapatillas de deporte, camisetas, móviles, discos, pantalones vaqueros, etc..
Sin embargo, la renta no tiene la misma naturaleza que el beneficio : no corresponde a la creación de un aumento de valor, de una plus-valía. Redistribuye la masa total del valor a favor de las empresas rentistas y en detrimento de los otros ; no aumenta esta masa El valor trabajo es una idea de Adam Smith, que veía en el trabajo la sustancia común de todas las mercancías y pensaba que éstas se intercambiaban según la cantidad de trabajo que contenían.
El valor trabajo no tiene nada que ver con lo que entenderíamos hoy en día y que (en el caso de Dominique Méda y otros) se tendría que designar como trabajo valor (valor moral, social, ideológico, etc.).
Marx afinó y siguió trabajando en la teoría de A. Smith. Simplificando al máximo, se puede resumir la noción económica de la manera siguiente : una empresa crea valor al producir una mercancía vendible con trabajo para cuya remuneración pone en circulación (crea, distribuye) poder adquisitivo.
Si su actividad no aumenta la cantidad de dinero en circulación, no crea valor. Si su actividad destruye empleo, destruye valor. La renta de monopolio consume el valor creado en otras partes y se lo apropia.
Traducción y revisión de Florent Marcellesi y Lara Pérez Dueñas

1. El valor trabajo es una idea de Adam Smith, que veía en el trabajo la sustancia común de todas las mercancías y pensaba que éstas se intercambiaban según la cantidad de trabajo que contenían.
El valor trabajo no tiene nada que ver con lo que entenderíamos hoy en día y que (en el caso de Dominique Méda y otros) se tendría que designar como trabajo valor (valor moral, social, ideológico, etc.).
2. Marx afinó y siguió trabajando en la teoría de A. Smith. Simplificando al máxmo, se puede resumir la noción económica de la manera siguiente: una empresa crea valor al producir una mercancía vendible con trabajo para cuya remuneración pone en circulación (crea, distribuye) poder adquisitivo.
3. Si su actividad no aumenta la cantidad de dinero en circulación, no crea valor. Si su actividad destruye empleo, destruye valor. La renta de monopolio consume el valor creado en otras partes y se lo apropia.
*Tomado de http://www.ddooss.org/articulos/otros/Andre_Gorz.htm