Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

jueves, 29 de marzo de 2012

GERMANA PIÑA, DESTACADA MUJER PARDA DE LA ÉPOCA COLONIAL EN LA VILLA DE CALABOZO

Ubaldo Ruiz*





Para las décadas finales del siglo XVIII, cuando la sociedad venezolana se aprestaba a encarar la gesta independentista, el grupo social denominado entonces “pardo” era el más numeroso dentro del variado espectro de castas o clases sociales, que según ciertos autores, como Antonio Mieres (1968; 241), componían la población de la futura República de Venezuela. Dice el citado autor que aunque algunos han utilizado el vocablo “pardos” para referirse a “cualquier tipo de miscegenación racial”, él prefiere darle el significado que entonces le otorgaba la legislación española, es decir, considerar en el referido grupo solo a aquellos “que tuvieran sangre negra en cualquier grado”; y remataba afirmando que “de manera general, pardo significa de color oscuro, moreno”. El grupo social de los pardos fueron de importante actuación durante la época colonial; por ejemplo, es sabido que las localidades de Curiepe, en el hoy estado Miranda, y Nirgua, en el actual estado Yaracuy, fueron fundadas por gentes de ese origen étnico.
En el caso de la Villa de Todos los Santos de Calabozo, las Matrículas Parroquiales (ARCHIVO HISTÓRICO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE CARACAS, AHAC) revelan, que para el año de 1796, de una población total de 4.495 habitantes, existían 2.022 pardos; 1.639 blancos; 458 esclavos; 154 indios; 147 mestizos; y 75 negros libres. Allí se refleja lo que se afirma al principio acerca de lo numeroso de los pardos con relación a los demás grupos sociales; lo cual quiere decir que Calabozo no constituía una excepción, sino una afirmación de la situación presentada en la Capitanía General de Venezuela. Es importante considerar que en la Calabozo de finales del período colonial los pardos representaban casi la mitad de la población total de la Villa, tal como ha podido observarse.
Pero los pardos se destacaban no solo por su presencia cuantitativamente mayoritaria; es conocido que muchos integrantes de clases segregadas, como los mestizos y los pardos, lograron conquistar posiciones económicas y sociales originalmente reservadas a los blancos. Es ilustrativo el caso del mestizo Juan Germán Roscio, graduándose de abogado en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, e ingresando al Colegio de Abogados. Muchos pardos llegaron a ser dueños de haciendas y hatos, y de otros bienes muebles e inmuebles. El historiador Lucas Guillermo Castillo Lara refiere que en Calabozo, desde la época de su fundación, algunos pardos que se avecindaron en el recién erigido pueblo, se incorporaron como poseedores de fundos rurales. Castillo Lara (1996). El mismo autor afirma que con motivo de la instalación del primer cabildo calaboceño, un grupo de pardos intentó infructuosamente formar parte de ese primigenio ayuntamiento, reservado exclusivamente a los blancos; igualmente solicitaron construir un templo aparte. Esos datos hablan de un conglomerado social que de cierta forma hacía sentir su presencia dentro de una sociedad estratificada y segregacionista.
Durante esas décadas finales de la época colonial se formó en la Villa de Todos los Santos de Calabozo una comunidad ubicada hacia los límites orientales de la población, la cual fue conocida desde esos tiempos como el “barrio Arriba”. Este sector de la ciudad estuvo habitado desde un principio, de acuerdo a la interpretación hecha de algunos documentos de la época, por personas que no formaban parte de los grupos sociales considerados como de los principales de la Villa, es decir, de los blancos. En ese barrio se construyó, entre 1797 y 1804, el templo de Nuestra Señora de la Merced o las Mercedes, por lo que desde entonces se ha conocido al sector referido con ese nombre de advocación mariana. Durante la edificación de ese templo, los sacerdotes que dirigieron la construcción, afirmaron numerosas veces que ello se hacía con las limosnas que ofrendaban aquellas gentes, a pesar de sus “indigencias y falta de decencia” (AHAC); igualmente escribe el Presbítero Francisco Betancourt al Obispo el 18 de mayo de 1801, que “son los vecinos de este referido templo gente pobre y la mayor parte ruda e ignorante…”, que sin embargo lograron levantar una iglesia que hoy en día constituye un buen ejemplo del arte colonial venezolano. Las opiniones de los religiosos revelaban, no la pobreza material de los vecinos de la Merced, sino más bien su pertenencia a grupos sociales que no eran los blancos o principales de la Villa, que si tomamos en cuenta la proporción de la población parda, no sería descabellado suponer que esos vecinos pertenecían a este mayoritario grupo social.
El barrio Arriba o barrio de la Merced, que ocupó el lado Este de la antigua Villa de Todos los Santos de Calabozo, se comenzó a formar a partir de la segunda mitad del siglo XVIII con población de origen pardo, y llegó a constituir el sector más extenso de toda la ciudad de entonces. Partiendo de la plaza principal, se contaban tres calles hacia el Norte, en lo que después se llamó barrio del Río; hacia el Sur llegaron a existir dos calles, en un sector que llegó a denominarse barrio de la Sabana primero, y más tarde barrio del Cementerio; hacia el Poniente se formó el barrio Abajo, después llamado del Carmen, el cual contó con tres calles; pero hacia el Naciente, en donde se ubicó el ya mencionado barrio Arriba o de la Merced, la vieja villa colonial contaba, para finales del siglo XVIII, con al menos seis calles, en una de las cuales tuvo su casa de habitación la extraordinaria mujer objeto de este trabajo. Tenemos entonces que el sector más populoso y extenso del Calabozo colonial era el que estaba habitado por los pardos.
El fenómeno descrito, de una villa llanera de finales del ochocientos, cuyo sector urbano más importante, demográficamente y en extensión territorial, estaba conformado por los pardos, formaba parte de una realidad que armonizaba con lo que ocurría en otras localidades de la Capitanía General. Según afirma Manuel Alfredo Rodríguez en su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia ANH (2002; 11 y ss.), los pardos de finales de la época colonial representaban “un papel muy similar al jugado en la contemporánea por la llamada ´clase media´”, y agrega además, que “adquirieron la habilidad técnica necesaria para elaborar materias primas, aprovecharon los prejuicios de la época para señorear numéricamente todos o casi todos los gremios artesanales”. El autor citado señala que, al igual que hizo la burguesía en Europa, los pardos libres de Venezuela favorecieron el proceso de urbanización en las principales ciudades de la provincia. A Calabozo habría que incluirla en ese proceso, pues en 1780, de acuerdo a lo que revela el intercambio epistolar entre el Teniente Justicia Mayor de la villa y el Gobernador de la provincia, contaba esta ciudad llanera entonces con dos compañías urbanas de blancos, y dos de pardos AGN (Gob. y Cap. Gen. 1780); además, la existencia de gremios de pardos se infiere por la presencia aquí de varios alarifes y albañiles, como es el caso del pardo Andrés José Carrera, quien participó en la construcción de dos iglesias dentro de la villa, durante el período estudiado.
La presencia de esas dos compañías urbanas de pardos en la villa de Calabozo es algo más importante de lo que parece a primera vista. Considérese que en la ciudad de Caracas, según se afirma en el Diccionario de Historia de la Fundación Polar (1988; Tomo E-O; 928), se congregaron, para el año de 1696, “seis compañías, de las cuales 3 eran de blancos, 2 de pardos libres y una de negros”; además, el hecho de que fueran urbanas, significaba que eran formados por los vecinos, quienes las sostenían con sus propios recursos; dice la misma fuente (p. 929) “En los textos y documentos consultados, con frecuencia hallamos referencias sobre milicias urbanas, milicias regladas y milicias disciplinadas. Las primeras eran aquellas unidades formadas por vecinos, sin sujeción a reglamentos y, por lo general, sostenidas a expensas de sus integrantes”. Imagínese una pequeña ciudad llanera que tuviera la capacidad de mantener el mismo número de milicias urbanas de pardos que la ciudad capital unos ochenta años antes. Definitivamente era importante la presencia urbana de los pardos en el Calabozo de finales de la colonia.
En ese barrio de la Merced, o barrio Arriba, vivió una mujer, parda precisamente, cuyo nombre ha permanecido enterrado en el olvido, pero que en su momento se destacó dentro de esa pequeña sociedad llanera de finales de la colonia. Aunque no realizó ninguna hazaña (que se sepa), solo vivió su vida cotidiana, muy probablemente de ama de casa; y aunque no se ha obtenido abundante información para elaborar una semblanza completa de este personaje, sí se tiene la suficiente como para asegurar que fue una mujer destacada. Esa mujer se llamó Germana Piña.
El historiador Lucas Guillermo Castillo Lara (1996; 67) dice que uno de los fundadores del pueblo de Todos los Santos de Calabozo, avecindado aproximadamente en el año de 1726, fue el pardo Francisco Ignacio Aparicio, y agrega que con él debió llegar su yerno Juan Francisco “Piña o Peña”. Ambos obtuvieron solar y tierras de labor. Por cierto que el mencionado historiador afirma que uno de los linderos que separaba las tierras de ambos personajes era una quebrada llamada de Juan Pobre, “nombre que tendría su origen en la pobreza de Peña”. No se sabe si este “Piña o Peña” fue pariente de Germana, aunque por lo poco abundante del apellido, existe mucha probabilidad de que lo fuera. El solar de este pardo debió ubicarse muy cerca de la plaza principal (hoy plaza Bolívar), pues alrededor de ese sitio se trazaron las primeras manzanas. En el proceso de consolidación del pueblo, con el paso de los años, ha debido acentuarse la estratificación social, originando el desplazamiento de la gente no blanca hacia las orillas de la población. Ello ha podido resultar en la formación de los primeros barrios de Calabozo, uno de los cuales fue el ya nombrado barrio Arriba o de la Merced, en donde tuvo su residencia Germana Piña.
Las Matrículas Parroquiales del 1790 AHAC (Mp. 10) revelan la existencia en la Villa de Todos los Santos de Calabozo de una casa, consagrada a San Ubaldo, la cual estaba habitada, entre otros, por Francisco Noriega, Germana Piña, “su mujer”, y un hijo de ambos, Juan Merced, todos pardos, y desde luego, sin la partícula de “don” o “doña”. Se ignora dónde estaba ubicada exactamente dicha casa. Como puede apreciarse, Germana Piña era una mujer casada y con hijos; sin embargo, y a pesar de su condición social, y de ser mujer en una sociedad patriarcal, su nombre destacó más que el de su consorte, según se advierte en los documentos consultados. Por ejemplo, por esos años de 1790 el albañil Andrés José Carrera vendió un solar a Germana Piña. El documento, ubicado en la Sección Real Hacienda del Archivo General de la Nación AGN, del mes de octubre de 1801, dice a la letra que “En veinte y dos de dicho mes me hago cargo de cuatro pesos y cuatro reales, que he cobrado de Andrés Carrera, alcabala doble, de cuarenta y cinco pesos en que vendió un solar a Germana Piña ha más de diez años, y por no haberlos pagado se le exigió doble”, y firman, Cousin, el funcionario, y Andrés José Carrera. Nótese cómo en el contrato no se menciona a Francisco Noriega, sino a “su mujer” Germana Piña.
Tal como se comentó en el caso de la casa de habitación de Germana Piña, aquí tampoco se conoce dónde estuvo ubicado ese solar; pero si consideramos que Andrés José Carrera fue un albañil, que participó en la construcción de la iglesia hoy Catedral Metropolitana, y en la de la Merced, y que su nombre nunca se escribió acompañado de la partícula “don”, ambas circunstancias serían reveladoras de que él no perteneció a los blancos, sino que por el contrario debió pertenecer al grupo de los pardos, quienes para la época se dedicaban a ese tipo de oficios. Y si se toma en cuenta que la Merced fue un barrio de pardos, podríamos suponer, que tanto la casa de Germana Piña, como el solar comprado al mencionado albañil, han debido estar ubicados en el barrio Arriba o de la Merced. Ello, además puede deducirse de la información obtenida en el Registro de Calabozo (RC).
El tradicional Registro de Calabozo (RC) contiene documentos desde el año de 1825, pero en algunos de ellos se menciona que el origen de las casas y solares se remonta a la época colonial. De esos documentos se ha tomado información que permite afirmar que en el año de 1833 existía una calle en el barrio de la Merced, llamada “de las Piñas”, en donde tuvo su casa Germana Piña. Esa circunstancia obliga a formularse preguntas relativas a si el nombre de la calle en cuestión se tomó de esta mujer. Esa calle corresponde a la actual carrera seis de Calabozo, y la residencia de nuestro personaje estuvo ubicada en la esquina que forma esa vía al cruzarse con la hoy calle cinco, antigua calle Real y después de Bolívar. Existe alta probabilidad de que tal nombramiento haya sido por la costumbre de la gente de señalar algunos sitios con el nombre (o apellido en este caso) de personas muy conocidas; el plural sugeriría que existieron varias mujeres con el citado apelativo, pero la presencia de Germana en numerosos documentos hacen inclinar la opinión hacia una preponderancia de ella.
La importancia que pudo haber alcanzado Germana Piña para el imaginario colectivo del antiguo barrio de la Merced se puede percibir en el hecho de que su nombre se utilizaba para ubicar las direcciones que se daban entonces; aun en documentos legales, como los de protocolo de compra-venta de casas y solares, se utilizaba el nombre de Germana Piña en el sentido mencionado. Por ejemplo, en uno de los citados papeles se puede leer que el diez de marzo de 1831, la señora Ceferina Hernández le vendió un solar a la señora María del Carmen Laya el cual, según indica textualmente el documento (RC), “está situado en la esquina arriba de la Merced frente de la señora Germana Piña, calle de Bolívar”. Y en un aparte se señala que el mencionado solar fue heredado por la vendedora de su legítima madre, la señora Cecilia de León, en 1794, dato que habla de lo remoto que era la existencia de esa calle que después se llamó “de las Piñas”.
Algo de especial ha debido tener Germana Piña para que tales cuestiones ocurrieran. Es probable, que por alguna razón se haya convertido en la persona más conocida del sector, o que haya realizado alguna labor social (como partera, artesana, etc.); quizás representó para la gente del barrio, una especie de matrona o mujer ejemplar en algún sentido; también habría que considerar su personalidad, que la llevó a realizar contratos de compra-venta de propiedades inmuebles, en vez de su marido (al menos no se ha localizado ninguno en donde este aparezca contratando), personalidad que estaría presente en la mente de los vecinos, cuando su nombre se utilizaba para bautizar calles, hecho aceptado hasta por las instituciones de la ciudad, como el Registro inmobiliario. En todo caso, que una mujer como Germana Piña se haya destacado en el seno de la sociedad colonial, caracterizada, entre otras cosas por ser patriarcal, y por su férrea estratificación y segregación racial, no deja de ser algo excepcional para alguien que, además de ser mujer, perteneció a la casta desdeñada de los pardos. Hoy habría que señalar el lugar en donde estuvo ubicada su casa, y recordar que la calle en donde vivió Germana Piña se llamó “de las Piñas”. Sería un acto de justicia para la memoria de alguien que mereció de sus contemporáneos ese reconocimiento, pero también constituiría un acto de justicia para esta ciudad de Calabozo, a fin de que su memoria histórica no corra la misma suerte de Germana Piña.
REFERENCIAS

BIBLIOGRÁFICAS:
CASTILLO LARA, L. G. (1996) Villa de Todos los Santos de Calabozo. El Derecho de Existir Bajo el Sol. Calabozo: Fondo Editorial Carlos del Pozo.
FUNDACIÓN POLAR (1988) Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: Fundación Polar.
MIERES, Antonio (1968) Historia de Venezuela. Documentos Adjuntos. Primer Año de Humanidades. Caracas: Editor A. Mieres.
RODRÍGUEZ, Manuel Alfredo (2002) Discurso de Incorporación a la Academia Nacional de la Historia. Caracas: Academia Nacional de la Historia.
RUIZ, Ubaldo (2007) Un Símbolo Calaboceño. Iglesia y Parroquia de las Mercedes. 1795-1858. Caracas: Fondo Editorial Ipasme.

DOCUMENTALES:
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN AGN.
Secciones: Real Hacienda; Gobernación y Capitanía General.
ARCHIVO HISTÓRICO DE LA ARQUIDIÓCESIS DE CARACAS
Secciones: Matrículas Parroquiales Mp. 10 Calabozo; Parroquias 19 Pa. Calabozo.
REGISTRO DE CALABOZO RC.
Libros de Protocolos.
*Profesor de la Maestría Historia de Venezuela (UNERG-Venezuela)

ANALFABETISMO MATEMÁTICO

Rafael María Crespo R. *


Usted, amigo lector puede ser analfabeta en matemática. Pero no se sorprenda, casi todos los venezolanos lo son, aun cuando hayan ido a la universidad e incluso habiendo obtenido un doctorado. Pues el hecho de manejar las cuatro reglas básicas no lo acerca ni al 0,001% de los conocimientos básicos en esa materia. La condición de analfabeta en matemática no es un estigma social, ni mal de morir. Pero, en el contexto de un mundo global, basado en el desarrollo tecnológico, tal característica coloca a nuestro país en desventaja para alcanzar el desarrollo del capital social que genera progreso.

Afortunadamente son muchos los docentes que comienzan a darse cuenta del peligro que esa carencia encierra. Al respecto, hace dos semanas participé en el inicio de unas actividades impulsadas por el Decanato de Investigaciones de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (UNERG) con el propósito de explorar el nivel de conocimiento y capacidades didácticas que existen en la educación primaria, para la enseñanza de la materia que nos ocupa.

Tan importante actividad es organizada por la Decana de ese centro de estudios Doctora Odalis Martínez quien es profesora de matemática en la Facultad de Economía. Los intercambios de opiniones, reflexiones y conceptos compartidos con ella durante el lapso que trabajamos juntos, evidencian su sincera preocupación por el bajo grado de conocimiento matemático que caracteriza a la mayoría de los estudiantes que ingresan en las aulas universitarias. Lo cual es grave, porque esa carencia obstaculiza la adquisición de conocimientos que son necesarios para el futuro profesional de los universitarios

Cuando me correspondió el turno de hablar, expresé sin complejos que la mayoría de nuestros estudiantes mostraban un alto grado de “analfabetismo matemático”. Esta última expresión fue usada por el Dr. Arturo Uslar Pietri, durante una entrevista en la que fue calificado como el hombre más culto de América, y el erudito respondió: “No, no soy culto porque el 50% del conocimiento de la humanidad está hecho con base en la matemática y yo no sé una “papa” de matemática; más aún, creo que sufro analfabetismo matemático”. Sin embargo, la expresión incomodó sobremanera a uno de los asistentes quien posee un doctorado en educación.

El educador antes referido, pasó de la incomodidad a la estupefacción cuando comenté que el “analfabetismo matemático” era incomprensible después dos mil quinientos años. Pues lo que enseñamos ahora es la mismo que enseñaba Pitágoras (585-500 a.C.); Euclides (365-275 a.C. y otros de la antigüedad. Mil años después de Pitágoras, Pierre de Fermat (1601-1665) y René Descartes (1596-1650), desarrollaron la Geometría Analítica tal como la conocemos, luego vinieron Sir Isaac Newton (1642-1727) y el alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) quienes crearon el Cálculo Infinitesimal. Esa es la matemática que enseñamos aquí y en todas partes del mundo.

Cuando me referí a que hace dos milenios que se enseña lo mismo, no me refería a enseñar una nueva matemática. Me refiero a que es necesario revolucionar la forma de enseñarlas. Se trata de buscar un camino, un método, una estrategia, una didáctica que desde la UNERG posibilite revertir el analfabetismo matemático que traen los muchachos desde la educación básica.

Estas opiniones no son emociónales como afirmó el educador a quien molestaron mis reflexiones. Simplemente son el resultado de 37 años dedicados a enseñar matemática, en secundaria, pregrado y postgrado. Lo cual me ha mostrado que once años de vida invertidos en estudiar matemáticas desde primaria hasta diversificada para terminar sin saber calcular un interés compuesto, es un desperdicio de vida descomunal, tanto para el joven estudiante como para la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, resulta muy gratificante saber que existen docentes como la Decana de Investigaciones Doctora Odalis Martínez, quienes además de estar conscientes del problema, están tomando la iniciativa para enfrentar y vencer al peligroso flagelo del analfabetismo matemático que azota peligrosamente nuestro orden educativo. Felicitaciones a ella y a todos los educadores que investigan e innovan en nuevas formas de comunicación didáctica para facilitar la comprensión del conocimiento matemático. Pues, sin matemática, no hay desarrollo endógeno posible.

*Postdoctor en Filosofía de la Ciencia.

Profesor de Matemática jubilado de la UCV.

Profesor-coordinador del Postgrado Enseñanza de la Matemática de la Unerg.

Email: rmhatoviejo@gmail.com

Imagen tomada de http://www.elesquiu.com/notas/2011/6/4/sociedad-200690.asp

miércoles, 28 de marzo de 2012

Diplomado de Historia contemporánea de Venezuela. Caracas, 2012


Módulo
N° horas
Conferencistas
Desarrollo de las potencialidades humanas
6
Ana M. López
Continuidad y ruptura en la historia contemporánea
12
G. Carrera Damas
De la abolición de la monarquía hacia la instauración de la República (1810-1830)
24
Carol Leal
Instauración de la República liberal autocrática (1830-1899)
24
Elena Plaza yTomás Straka



Instauración del estado moderno y auge de la República liberal autocrática (1899-1935)
18
David Ruíz Chataing
Ocaso de la República liberal autocrática (1935-1945)
18
Juan Carlos Rey
La República liberal democrática. (1945-1948)
18
Simón a. Consalvi
La dictadura militar (1948 - 1958)
18
Eduardo Mayobre
La segunda República liberal democrática (1958-1998)
18
Guillermo. Aveledo

Total

162


PARTICIPANTES:. 30 personas con licenciatura o técnico superior y estudiantes del último semestre de Historia o Educación, con especialización en Ciencias Sociales. Si no se cubre el cupo no se realizará el curso.
FECHA: 21/4 a 1/12 , excepto agosto y 3 sábados de octubre DÍA: sábado. 9 am a 1 pm
LUGAR: Sede de la Fundación Rómulo Betancourt (FRB). Altamira. 8° Trans. entre 6° y 7/° Ave. Qta. Pacairigua. Teléfono 0212-261.6840, Cel. 0424-1637032 Vigilancia de vehículos.
PRE-INSCRIPCIÓN: FRB. Solicitar planilla de inscripción a diplomadohcv@gmail.com y devolverla llena por la misma vía. Depositar Bs. 500,00 en la CC de la FRB en el Banco Provincial N°0108 0027 72 0100000064. Remitir a la misma dirección voucher de depósito y copia de CI. Se devolverá el depósito si no es seleccionado o si no se da el cupo previsto.
INVERSIÓN: Bs.5.000,00 pagaderos en su totalidad o mediante cuotas mensuales, de Bs. 1.000,00, de mayo a julio y setiembre y Bs.500,00 en octubre. Los depósitos se harán en la CC de la FRB en el Banco Provincial. Se dispone de 5 becas para profesores de Historia de planteles públicos. Se devolverá el depósito de pre-inscripción si no es seleccionado o no se da el cupo previsto.
FRB. Altamira. 8° Transversal . Entre 6° y 7° Ave. Qta. Pacairigua. frbetancourt@gmail.com

Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Fundación Rómulo Betancourt

SOBRE LA OBLIGACIÓN DE PUBLICAR LAS REALES CÉDULAS EN LA COLONIA

FELIPE HERNÁNDEZ G.
UNESR/Cronista de Valle de la Pascua
Una Real cédula era una orden real expedida por el rey de España entre los siglos XV y XIX. Su contenido resolvía algún conflicto de relevancia jurídica, establecía alguna pauta de conducta legal, creaba alguna institución, nombraba algún cargo real, otorgaba un derecho personal o colectivo u ordenaba alguna acción concreta. Principalmente eran promulgadas para dirigir los destinos en los dominios españoles de ultramar (América y Filipinas), con asesoramiento en la mayoría de los casos del Consejo de Indias.
En la colonia, se hizo norma que las autoridades de la provincia recibían y acataban las reales cédulas pero no las hacían cumplir, lo que dio origen al conocido adagio que dice: “se acata pero no se cumple”.
Tal despropósito generaba desinformación, malestar, perdida de derechos, sanciones e incumplimiento de obligaciones de la población en general, lo que trajo como consecuencia que el 8 de mayo de 1790 circuló en Caracas un pasquín de autor anónimo, donde se exhortaba a las autoridades coloniales a publicar las reales cédulas que enviaban a la provincia, acto que constituía una obligación de los representantes de la corona española y un derecho de los habitantes a conocer sus contenidos.
El caso que motivo la publicación del pasquín, encubierto por el manto del anonimato, hace referencia a una real cédula donde se le otorgaban algunos derechos los esclavos. El mismo decía lo siguiente:
Que desgrasias, que de llantos. Que de muertes Ce Ace saber al publico como estamos citados para que la Real Cedula que a Benido de Su Majestad a favor de nosotros los hesclavos se publique Mas a fuerza que con voluntad de los blancos y de la Real Audiencia cin señalar dia ni hora. A pesar de todos los blancos y blancas de hesta ciudad de Caracas y de toda la Provincia de Venezuela.
Como se puede apreciar, el pasquín reclama explícitamente la censura del natural proceso de publicidad que debían tener los oficios reales. El 31 de mayo de 1789 se firmó en Aranjuez una Real Cédula que abogaba por la educación, trato y ocupaciones de los esclavos en todos los dominios de las Indias y de Filipinas. En el pasquín se informa que esta cédula no se ha publicado y que debe hacerse contra la voluntad de los blancos y blancas y lo más culposo, de la Real Audiencia.
Valle de la Pascua, febrero de 2012.

jueves, 15 de marzo de 2012

DOSCIENTOS AÑOS DE LA PRIMERA CONSTITUCION DE VENEZUELA. ROSCIO NIEVES, ARQUITECTO INSTITUCIONAL DE LA REPUBLICA


Conferencia leida en el Primer Ciclo de Conferencias
Dimensiones de Juan Germán Roscio Nieves
Museo Bolivariano, Caracas, 16 de noviembre 2011
Despacho del Viceministro para África
Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores

Adolfo Rodríguez


Hace falta ese estudio de la vida de Juan Germán Roscio que relate cómo se templó su personalidad desde niño anónimo en su Tiznados natal hasta el instante en que Bolívar lo consagra con los calificativos que más puede preciar quien se esfuerza en apuntalar una república naciente. Ese rango de “virtuoso ciudadano”, “grandeza de (…) alma” y “superioridad” que destaca El Correo del Orinoco en su obituario del 21 de abril de 1821. Reinaldo José Bolívar (2011) ha escrito avances en función de esa posible biografía.
Nydia Ruiz (1996) indaga en las conversiones que experimentan sus posturas políticas. Pero cabe las interrogantes acerca de cómo esa evolución opera desde la cotidianidad de quien fue marginal en una sociedad cerrada como la colonia venezolana, en la que, sin embargo Roscio establece nexos con sectores poderosos, algunos de cuyos miembros, a su modo, transitan desde el monarquismo absoluto hacia el republicanismo. Clase aparte la transfiguración de Roscio hasta hacerse de una lucidez, insólita en su medio, que no se agota en teorías como sucede en casi todo trabajador intelectual, si no que se expone generando pistas para toma de decisiones en instantes en que vacilar es perder como observó Bolívar. Entendemos así que Roscio sea tan efectivo tanto en ejecutorias como en la gestación de escritos fundacionales del nuevo estado. Y luce inconmovible ante reveses, maledicencias, torturas y duros ajetreos interpuestos en la búsqueda del trascendente ideal. Bien lo dice El Correo en la edición mencionada que “ni las cadenas y mazmorras, ni las miserias y trabajos llegaron a abatir jamás su impávida firmeza o a desviarle un punto de la senda del honor”. Aunado a una sapiencia que lo unge “magistrado íntegro”, “patriota eminente”, para la vigilia indispensable ante las pulsaciones de su obra y cuanto concurre a constituirla: ni un solo respiro que no vaya en “servicio de la patria” como establece dicha necrología. El toque distintivo que influyó en nuestros comienzos republicanos. Irreductible en defender “los derechos de la humanidad”, que lo inducen a reconocer méritos sin importarle rangos, pieles, género, status o sitios. Debatiendo hasta con el desleal sobre los términos en que debe cifrarse cualquier pacto institucional como hace ante los insurrectos de Valencia.
Tallado de sí mismo, autodescubrimiento y forja que va desde el modo de recibir, ordenar, objetivar y trasmitir las representaciones que los grupos sociales se hacen de la realidad hasta dar, como observa Ruiz, con “la presentación de un proyecto político otro, de base secular e ilustrada: … independentista, liberal y republicano”. Una “realidad social alternativa” que inserta en lo natural, en oposición a cierta ¨conciencia errónea¨. Anhelo que una vez sentado se reproduce “en el tiempo indefinidamente, precisamente por ser la realización de ¨lo natural¨ en tanto que obra divina, en la política. … sistema de principios abstractos a la espera de ser puestos en práctica, donde el libre juego de las individualidades voluntariamente asociadas” da “paso a la eclosión de las facultades y potencialidades humanas” (p. 136-7). Su perspicacia, convicciones y sabiduría lo ponen en la eventualidad de emprender hechos y sentar cátedra que obliga a la admiración de adversarios como a temblar “tiranos” según pondera el mismo Correo. Idoneidad derivada de esa tensión del alma a la que se empeña hasta dar con un ars dialéctica que le permite argumentar y emitir las palabras según el momento, destinatarios, asuntos o acciones a emprender. Como aquella vez en que explicando juramentos a favor de Fernando VII, el 15 de julio de 1808 y el 19 de abril de 1810, con una oración breve, sobria y tajante asentó que “el primero lo arrancó la fuerza y el segundo la ignorancia”.
O en aquella proclama, en que, ostentando la condición de Vicepresidente de Colombia, se dirige a los habitantes de la Villa del Rosario, anunciando en 25 líneas, la instalación del Congreso General. Sus dotes literarias y disponibilidad para lo emergente y preciso, ofrece, a sus proclamados, un dictado, a modo de inscripción lapidaria, que sirva para enorgullecerse ante la historia: “Aquí se obraron las más importantes transacciones del nuevo Estado, se consolidó la unión de Cundinamarca, Quito y Venezuela: aquí su independencia y soberanía quedaron selladas de un modo solemne y definitivo; aquí fueron aprobados los tratados de paz y reconocimiento de esta nueva nación”
Parra Márquez (1952) asegura que Roscio se adueña “completamente de la escena” el 18 de abril de 1810: se incorpora con el doctor José Félix Sosa a los conjurados y se autotitula Diputado del Pueblo, habiendo sido quien sugiere atraerse al canónigo Madariaga, a quien el médico realista José Domingo Díaz (1961) pondera como hombre formado por la naturaleza para la rebelión, “con un exterior que manifestaba las más severas virtudes, con unas costumbres aparentemente austeras, con un espíritu audaz” y otros consideraciones, no tan simpáticas, estimando a Roscio, “igual en cualidades (…) aunque de más talentos y conocimientos” (p. 68-9).
Relata Parra Pérez (1959) que Roscio, Sosa y Madariaga “sin ningún derecho en la asamblea, proponen la formación de una junta gubernativa presidida por Emparan, -última concesión a la autoridad legítima…” (p. 383). Los llama “diputados intrusos” que, acompañados de Francisco José Ribas, “se apoderan del mando, distribuyen órdenes, arrestan funcionarios…. Disponen el cierre de las iglesias y la suspensión de las procesiones… en obsequio de la religión, del Rey y de la amable Patria” (p. 87)
Es como Roscio deviene en redactor del Acta de ese día, que no declara la independencia, pero trasluce ya “intención autonomista” (p. 9). Constituyen una Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, rey depuesto por Bonaparte, colándose, en dicha acta, la noción de “soberanía del pueblo” y la posibilidad de un gobierno “más conforme con la voluntad general del pueblo”. Por lo que Roscio califica tal gesta de “mascarada”. Justificando el 6 de mayo “la heroica resolución“de Caracas como el “principio de las más que han de consolidar la independencia y la libertad de la América Española, contra los ataques caprichosos de la tiranía y la opresión que gravitan sobre la desgraciada Europa”. Expresando que “por el tiempo y la naturaleza” estos “lugares de la tierra” o “esta parte del globo” facilitan la conservación de “la libertad” y repelen “ventajosamente los abusos del despotismo y la arbitrariedad”. Amén “de su riqueza y su poder” y ventajas para el comercio. Señalando el Obispo Coll y Pratt, como “atrevidos”, los “escritos oficiales” de “uno solo de los supuestos diputados del pueblo, Juan Germán Roscio”.
De Armas Chitty (1992) sostiene que “La Sociedad Patriótica parece haber tenido origen en un decreto de Roscio del 11 de agosto de 1810 orientado a estimular la agricultura y las artes:
“Ha determinado la suprema Junta, que se forme y establezca una Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía, que teniendo por bien principal el adelantamiento de todos los ramos de industria rural de que es susceptible el clima de Venezuela, se extienda también en sus investigaciones a cuanto pueda ser objeto de un honrado, celoso y bien entendido patriotismo”. Institución a la cual asistían mulatos, negros y mujeres (ib. 71)
El 27 de abril Roscio es designado para ocupar la Secretaría de Relaciones Exteriores de dicha Junta y es quien envía comisiones diplomáticas al exterior en solicitud de respaldos para la causa independentista y comunica a Bello su designación el 5 de Junio de 1810 como Oficial Primero de dicha Secretaría, para integrar la representación que va a Londres. No alcanza aún su destino, el futuro gramático, cuando Roscio le escribe el 29 de Junio al “amigo y compañero”, informándole sobre incidencias del proceso revolucionario, los argumentos de América para ser libre, la salud de sus familiares. Texto anticipatorio, donde Roscio, conocedor de las dimensiones intelectuales de su joven interlocutor, le insta a incrementar su capacidad en aquello que más útil sea para fundar la nación: “Ilústrese para que ilustre a su patria”.
Blanco y Azpurua (1875-1877) califica a Roscio como “uno de nuestros maestros en la cruzada magna regeneradora de Sudamérica en el presente siglo; el hombre pensador de 1810; el infatigable atleta de la causa americana, que consagró su cabeza, su pluma y gran parte de su vida a la enseñanza del pueblo en sus derechos y deberes, principal fundador de la República” (T. III, p 466). Lo apasionaba el proselitismo, la instrucción de los ciudadanos y la contrapropaganda: el tercero de los textos políticos incluido en el tomo II de sus “Obras” (1956) es “Pensamientos sobre una biblioteca pública en Caracas”, que circula en los días subsiguientes al 19 de Abril de 1810. Considera que “la ilustración general es uno de los polos de nuestra regeneración civil” y “todos la desean”. Y por cuanto “El pueblo de Caracas ha demostrado ya suficientemente que está pronto a sacrificar su vida, su comodidad y sus bienes para promover y sostener todo cuanto pueda contribuir a consolidar la resolución que tomó el 19 de abril; todos deben instruirse para servir a la patria con la utilidad que desean, y ella merece; y por consiguiente no debe esperarse que rehúsen una suscripción, los que miren el establecimiento de la biblioteca como el único medio de propagar la ilustración” Que “todos los ciudadanos, sin distinciones de clases, tendrán derecho a concurrir a leer a la biblioteca, diariamente desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la tarde, excepto los domingos, días festivos y jueves. Nadie será admitido con capa, y a todos se suministrará tintero, pluma, papel, para extractos o apuntes”. Impreso que incluye orientación para quienes quisiesen suscribirse
Opinando en cartas de esos días que “Para la reforma de las costumbres es menester recurrir a la educación de la juventud, porque las pasiones desordenadas y envejecidas en otra gente de mayor calibre no adquieren esta curación radical con facilitad” (Epistolario II, 236)
El espíritu igualitarista que anima ese proyecto se mantiene en Roscio durante el resto de sus días. De manera tal que en su obra de 1817 argumenta que una autoridad es legítima si favorece a todos: “el bien común, la necesidad y utilidad pública, justifican el proceder de aquellos que adornados de la virtud y talento correspondiente, se aventuran a los riesgos de la administración” (Roscio, 1983, p 333).
Anheloso de disipar resistencia de las provincias de Maracaibo, Guayana y Coro (“esos infelices pueblos” como los denomina por resistirse a la independencia), cree forzoso el poderío de las armas, como en la nota precedente, pero en la mayoría de sus escritos, priva su fe en “la opinión pública” a favor de “la independencia y la libertad civil” (Epistolario II, 182).
Su genio creador ondea hacia donde más se le necesite y en junio redacta la Alocución y Reglamento para la Elección de Diputados al Primer Congreso de Venezuela, que ha de proveer “una consideración sólida, respetable, ordenada que restablezca de todo punto la tranquilidad y confianza, que mejore nuestras instituciones y a cuya sombra podamos aguardar a la disipación de las borrascas políticas que están sacudiendo el universo”. Texto que para el biógrafo Pernalete (2008.) se trata de “un pequeño instructivo para un proceso electoral” de carácter moderno, como nunca se había realizado en el continente americano, “donde las personas podían elegir sus autoridades” (p. 48). Expresando Gil Fortoul (1976) que “La alocución que con el objeto de las elecciones dirigió la Junta Suprema y el reglamento correspondiente redactados por Roscio son el origen y fuente del derecho electoral venezolano. Trata aquella la forma que fue preciso darle al primer gobierno revolucionario e indica la manera de convertirlo en verdadera institución nacional” (T. I, p. 233). . .
El Congreso se reúne el 2 de marzo de 1811 y el 25 de junio, Roscio, como representante por Calabozo, interviene en los debates para argumentar la abdicación de Fernando VII como la razón de que se restituya “a los pueblos sus derechos”, y aún así, tales pueblos “permanecieron fieles contra sí mismos”. Mas los acontecimientos imponen la necesidad de Declarar la Independencia. Roscio expresa: “Me parece inútil hablar sobre la justicia de nuestra causa, todos creo que están convencidos de ella… que es asunto propio nuestro, cualquiera resolución que tomemos relativa a nuestra suerte”-
Su dinamismo, talento y formación lo ungen en redactor de documentos sustanciales que dan origen a la primera república como otros que sirven de argumentación para que un pueblo largamente aletargado asuma su derecho a la rebelión y a la autodeterminación. Empecinado descuartizador de arbitrariedades instituidas y, desde luego, forjador de cuantos razonamientos concurren a constituirnos como nación soberana e independiente. Estudió, procesó y divulgó. Supo cernir y reinterpretar en función de experiencias vividas.
Con la Declaración surgen varias comisiones: Roscio con Isnardi para explicar la decisión tomada; Otra también con Roscio, Isnardi y Fernando Rodríguez del Toro para redactar el Acta de la Independencia y una tercera también con Roscio, Gabriel de Ponte y Francisco Xavier de Ustáriz para sentar las bases y principios de nuestra primera constitución, cuya redacción definitiva es confiada a Isnardi. Aunque se cree que la redacta Roscio. Documento en el cual se defiende, como en otros de sus escritos, la tesis federalista. Cree Parra Márquez (1.971), que influido por la Constitución de Filadelfia aprobada en 1.787 y presentada por Roscio y otros constituyentistas ante la Secretaría del Congreso (p. 9)
Parra Pérez (1959) considera que La República debe a Roscio “entre mil servicios, la redacción del Acta de la Independencia y del Manifiesto que hace al mundo la Confederación (T. I, p. 479).
Redacta, además “El Patriotismo de Nirgua y abuso de los Reyes”, según Grases (1974), uno ¨de los escritos más significativos del pensamiento” de este prócer, fechado en el Palacio Federal de Venezuela, el 18 de septiembre de 1811 y dirigido a la municipalidad de Nirgua, población del actual Estado Yaracuy, que se había adherido al movimiento insurreccional del 11 de julio contra la Independencia y estaba siendo incitada por sacerdotes, en defensa de la religión, supuestamente afrentada. Roscio emprende, desde entonces, un vasto operativo doctrinal con vistas a desengañar al pueblo y “desvanecer el error de que ser republicano era pecado”. Idea que retoma en su magna obra editada en 1817 en Filadelfia.
Con Uztáriz, Paúl y De Ponte es redactor de “el reglamento provisorio sobre división de poderes” así como “El Plan de Confederación proyectado para Venezuela”, denominado también “Bases de la Federación” encargado por la Junta Suprema a Roscio, Sanz, De Ponte y Uztáriz. Documentos, al parecer, desaparecidos según Carole Leal (2011). Autora ésta para quien Fernando Peñalver, Ustáriz, Roscio, Yanes, Sata y Antonio Nicolás Briceño representan “los puntales doctrinarios y fundamentales de ese constituyente en lo tocante a la concepción del proyecto constitucional, del pacto confederal y del arreglo federal”. De ese “primer constituyente” o Congreso de 1811, dice Luis Castro Leiva, que procede “nuestro proceso de legitimación fundamental”, un proceso decisivo para comprender la concepción de libertad que allí nos fue legada” (Leal, C, ibid, p. 52).
Aunque la percepción de Roscio acerca de la carta magna que debía acomodarse a Venezuela parece provenir de cuidadosas reflexiones, a partir de vivencias personales, la gente que lo rodeaba, la naturaleza del país y una que otra lectura bien macerada. Amén de audaces posturas que sólo tendrán debido esclarecimiento años más tarde, como ésta referida al determinismo geográfico:
“El clima tampoco debe tener influjo en las leyes constitucionales, y destructivas del despotismo, porque ningún clima está destinado para la esclavitud; es sólo el clima de ignorancia, fanatismo y preocupación que influye a favor de la servidumbre y tiranía” (Carta a DG el 15.2.1812, Epistolario 249-251).
Destaca el historiador Meza Dorta, G. (2007) que para hablar de “democracia en Venezuela” es imposible pasar por alto “lo sucedido entre 1812 y 1813”- Puntualizando que “el proceso político venezolano que va de 1808 a 1812 reúne todo el cuerpo doctrinal de la democracia moderna; más aún: establece con carácter premonitorio la llamada democracia deliberativa, que algunos llaman participativa”. Enfatizando que “todas las ideas fundadoras de la democracia están allí, si entendemos por tal la división de poderes, los derechos humanos, la tolerancia, la libertad de pensamiento y la libertad de culto” (p. 48). Para este historiador “el éxito en el 5 de julio está vinculado a la trascendencia de sus propias ideas” que enumera en las pp. 58-9. Que en tal proceso no hubo anarquía, sino ideas y propósitos claros: liberarse de la colonia para asumir la soberanía, reconstruir la vida civil, eliminar la tradición autoritaria, acabar con la sociedad jerarquizada y estamentista, sustituyéndola por una igualitaria y democrática; construir un nuevo estado republicano, evitar el despotismo y sus diversas modalidades (pp. 94-5). Estimando que aunque “los fundadores no pudieron gobernar… dejaron un legado intelectual hasta ahora insuperable” (p. 188). Meza es partícipe de la tesis de que “la independencia fue un proceso lento pero firme, que desató sus amarras el 19 de abril y el 5 de julio, en cuyo contenido están los presupuestos básicos de una democracia republicana”
A su retorno a Venezuela a fines de 1818, Roscio es designado por Bolívar Director General en Rentas, equivalente al de Ministro de Hacienda. Asimismo es miembro del Consejo de Estado e integrante de la comisión encargada de redactar el reglamento para las elecciones de representantes para el próximo Congreso. Es electo diputado por la provincia de Caracas y demuestra en Angosturas “dotes parlamentarias y su experiencia política” al decir de Parra Márquez (1971, p. 12).
Se ocupa entonces de traducir, en hechos de estado, ideas en cuanto a religión y comienza la tarea de convenir con el vaticano un concordato, en su condición de Primer Canciller de la República. .
De su ansiedad por el manejo escrupuloso de los bienes públicos hay testimonios elocuentes. Un prurito de austeridad y contención que parece abrevado en el modo de ser de sus paisanos llaneros. Pero también en su conocimiento de la historia universal: comentando en su libro de 1817 que ¨mientras fueron pobres los romanos conservaron la integridad y pureza de su disciplina. Fueron virtuosos republicanos, mientras que, contentos con su frugalidad primitiva, abominaron del lujo. Se corrompieron cuando traspasaron los límites de la sobriedad. Abundaron entonces los crímenes y empezó la decadencia de su libertad¨ Un imperativo de ¨honesta mediocridad¨ en cuanto ¨a posesión de grandes riquezas¨ (p. 283- 4)
Ética irreductible que expresa en sentencias como aquella de que ¨por más lucrativa y útil que sea una mentira, jamás tenemos derecho a decirla, y sostenerla¨ (p. 334).
En mayo de 1820 Revenga informa a Bolívar que “el Sr. Roscio se adhiere a la ley, y parece no tener parientes ni amigos. Disgusta por consiguiente a todos los empleados, a quienes de continuo predica el cumplimiento de su obligación”. Agregando que se resienten “los que estaban acostumbrados al despilfarro en los recursos del gobierno. ¿Será que no conviene ser Catón al presente? Yo creo que si hemos de tener República son necesarios muchos Catones”.
Del 13 de septiembre de 1820 es la carta de Bolívar a Santander, donde define a Roscio como “un Catón prematuro en una república en que no hay leyes ni costumbres romanas”, como reconviniéndole alguna tozudez moral que podría estrellarse contra la realidad como otras convicciones que el mismo Roscio, convenía en reservarse. Un elogio, pero también advertencia frente a alguna temeridad del tiznadeño. En la Carta de Jamaica, parece aludirlo Bolívar cuando se queja de que la Primera República hubiese contado con ¨filósofos por Jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados¨
Es de los redactores del periódico con el cual El Libertador emprende la batalla decisiva por el proyecto emancipador: El Correo del Orinoco, mientras otra vez es representante en el Congreso que funda la macronación que Bolívar llama la Gran Colombia. Siendo su vicepresidente, sus pasiones libertarias cesan en un instante supremo de su fulgurante elipsis de mártir, fundador y ejecutor de un anhelo permanente en el marco de la audaz y justiciera radicalidad que quiso imprimirle.
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