Alberto Hernández*
1.
A la orilla del mareo
bebo el precipicio de este trago.
Hinco con ansiedad mis vigorosos labios,
los mismos de besar y preguntarte,
los de maldecir la sed y la resaca,
los de renovar los bríos de la siguiente noche.
2.
Al alba de la borrachera
el mundo es una feliz estrategia embotellada.
Y mientras el augurio de la alegría
sacude mi universo,
me desvelo en el color de la cerveza,
en la revelación auspiciosa del whisky,
en la caribeña destreza del ron,
en la liviana madurez del miche,
en la insomne madrugada del calentaíto,
en la temible dislocación del vino,
en la cósmica y misteriosa
armonía del cocuy de penca,
en la vorágine antigua de todos los ríos de licores nativos,
mezclados con la saliva dulce de la amada.
3.
Bebo al lado del tiempo,
sólo un rato es posible para saberme vivo,
descontado del ruido más allá del odio.
Para beber es preciso ser bebido,
sorbido por la boca de quien bebe
el licor sin sentirse marcado por el miedo.
Bebo y te bebo,
y así me bebes el aguardiente del alma
con la garganta de tu deseo carnal,
embebecido.
Y sin final alguno, porque la del estribo existe,
nos recogemos en la mesa para iniciar el día
e inventar las noches y sus tragos.
4.
Y aunque sobrio en la muerte,
tengo la eternidad en buena copa.
Sabe Dios que es posible
el licor en los labios de Eva,
desnuda en el trapiche del paraíso terrenal,
mientras la tierra gira alrededor de un trago.
*Poeta, narrador y periodista venezolano
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