Ubaldo Ruiz*
EXORDIO
La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, según el parecer de varios historiadores afectó, prácticamente, todos los órdenes de la vida en la antigua Provincia de Venezuela. Grazziano Gasparini, por ejemplo, sostiene que la Corporación vizcaína dejó marcada influencia en la arquitectura venezolana. Incluso llega a afirmar que la arquitectura colonial en este ámbito geográfico adquirió fisonomía en el período en el que actuó la Guipuzcoana en Venezuela. En la obra objeto del presente análisis, el autor destaca que la conformación urbana de Puerto Cabello fue resultado también de la acción de aquella corporación: “Puerto Cabello, era, cuando se fundó la Compañía, un puerto abierto, sin fortaleza, casa ni vecindad alguna, y hoy está provisto, no sólo de una fortificación que la Compañía hizo nueva, sino adornado de una población de cerca de doscientas casas cubiertas de teja y edificado todo con los auxilios del comercio de la Compañía”. (pag. 100). Gil Fortoul, en su celebérrima Historia Constitucional de Venezuela (1978), nos dice que los vascos de la Guipuzcoana trajeron a Venezuela “libros, ideas, moderno espíritu emprendedor, hombres arrastrados en su mayoría por el movimiento que iba a culminar en la Enciclopedia y en la Revolución francesa.” (pag. 134). La investigación del futuro trabajo de grado que se pretende ejecutar en esta Maestría de Historia de Venezuela, partirá de la hipótesis basada en la posible relación de la Compañía Guipuzcoana con el antiguo pueblo de Todos los Santos de Calabozo, y con su desarrollo como “Villa Eximida”, a mediados del siglo en el cual actuó aquella en Venezuela. Amézaga Aresti, en su libro, cita un documento, redactado y publicado en 1749, por el Director Principal de la Compañía, en el cual se afirma que varias poblaciones, incluida Calabozo, deben a ella su existencia, y “que si no están erigidas en villas, a lo menos lo pretendían por su gran población.” (pag. 102).
La obra Hombres de la Compañía Guipuzcoana, de Vicente de Amézaga Aresti, publicada en 1963 por el Banco Central de Venezuela, es uno de los muchos trabajos de investigación referidos a la Corporación, que durante cincuenta años actuó en la Provincia de Venezuela; sin embargo, tiene éste una característica que le agrega un interés especial para el estudioso venezolano: el hecho de haber sido producto de la investigación llevada a cabo por un historiador oriundo del país vasco, pero arraigado en Venezuela; que incluso, la realizó en archivos venezolanos, tal como lo informa Pedro Grases en el Prólogo del libro, en donde cuenta que el autor tomó la información del “Archivo General de la Nación, más los que luego ha ido sacando de las pesquisas complementarias en el Registro Principal de Caracas, donde está conservado un gran repositorio de documentos del pasado venezolano”. Es decir, que estamos en presencia de un testimonio de un autor que conoce por igual las realidades e idiosincrasias vasca y venezolana, por haber vivido y trabajado en ambas, y que además utiliza los repositorios venezolanos para destacar las actividades de unos hombres y de una organización vasca.
La obra fue publicada en 1963 por el Banco Central de Venezuela, como quedó dicho, y formó parte de una serie de estudios de historia económica editados por ese ente emisor, entre los cuales destaca uno dedicado también a la Corporación vasca del siglo XVIII, como lo es la célebre obra La Compañía de Caracas, 1728-1784, de Ronald D. Hussey, publicada un año antes, en 1962. La citada serie fue posible en parte por la preocupación del calaboceño Alfonso Espinosa, quien fue presidente del Banco Central de Venezuela, y quien escribió el prólogo al trabajo de Hussey. En ese prólogo Espinosa destaca la posible relación que pudo haber tenido la Compañía Guipuzcoana con la Villa de Calabozo, y su transformación de un pueblo de precarias construcciones de barro y paja, en una Villa bien edificada de casas de tapia y tejas, al estilo de Puerto Cabello. Lo anterior refleja un interés de Espinosa por la Compañía vasca y por Calabozo, el cual es compartido por quien esto escribe, razón adicional para despertar el interés por la obra de Amézaga Aresti.
Algunos datos acerca del autor y su época.
La primera mitad del siglo XX, época que le correspondió a Amézaga Aresti transitar por este mundo –nació en Algorta, Güecho, Vizcaya, el cuatro de julio de 1901-, fue un período fecundo en innovaciones historiográficas. De hecho, algunas de las principales y más trascendentes propuestas teóricas y metodológicas, que permitieron un inusitado desarrollo de la ciencia historiográfica, vieron la luz en el trecho de tiempo que abarca los primeros setenta años de la centuria que recién finalizó. El manual (C. Langlois y C. Seignobos. Introduction aux études historiques) elaborado por los franceses Charles Seignobos y Charles Langlois, y que marcó un hito en la historiografía positivista, fue publicado una década antes del nacimiento de Amézaga Aresti. De acuerdo con el historiador español Julio Aróstegui, en su obra La Investigación Histórica: Teoría y Método, el manual en cuestión introdujo el concepto o categoría de hecho histórico, que ha servido de base para muchos estudios, realizados por historiadores que han seguido la senda positivista, como en el caso de Edward H. Carr. “En 1898, poco tiempo después de la aparición de la obra de Durkheim, fue publicado el manual de Langlois y Seignobos ... ambos tienen al menos una cosa en común: su empeño en definir y caracterizar un “hecho”, sociológico o histórico, como legitimación de una disciplina ... años más tarde, Edward Hallett Carr navegaba casi por las mismas aguas” (pag. 195 y 198). Según Aróstegui (1994), en el lapso que va de los positivistas del siglo XIX, a la renovación de los Annales, iniciada en 1929, Henri Berr representa una propuesta de transición en la cual se encuentran elementos positivistas, pero con formulaciones novedosas, que sin llegar a la profundidad de los franceses liderados por Bloch y Febvre, sí anunciaron cambios. “Previamente, el eslabón entre la historia historicista de comienzos de siglo y el proyecto de los annalistes lo representó, sin duda, Henri Berr (1863-1954) y su Revue de Synthèse Historique, fundada en 1900” (pag. 101 y 102). De modo que en la época del nacimiento, infancia y juventud de Amézaga, en el mundo- y en un mundo geográficamente bien cercano a España, y en especial al país vasco, representado por Francia- se estaba experimentando una especie de revolución en el seno de la ciencia historiográfica. Y ello sin tomar en cuenta que con el surgimiento de la Unión Soviética, se estaba preparando el terreno para el desarrollo de una historiografía marxista, que floreció a partir de la década de 1930.
Sin embargo, nuestro historiador no realizó estudios profesionales de historia, a pesar de que, desde los albores del siglo XIX ya se enseñaba la ciencia histórica en las universidades europeas, basada en las premisas introducidas por Leopold Von Ranke. Enrique Moradiellos (1994), historiador español contemporáneo informa que:
“A partir de Niebuhr y Ranke, la premisa de que la historia es una disciplina científica cuyo método ha de ser enseñado de modo regulado a los aprendices (básicamente a través del seminario de investigación tutelado por un profesional) sirvió de plataforma para la creación de cátedras y departamentos de historia en las universidades europeas: en Alemania desde 1810, en Francia desde 1812, y en Gran Bretaña desde 1850. (...) Al final de la centuria, Alemania contaba con 175 cátedras de historia y Francia con 71.” (pag. 36)
De acuerdo con datos aportados por Pedro Grases en la presentación de Hombres de la Compañía Guipuzcoana, Amézaga, se graduó de abogado en Valladolid, en 1927; ocupó cargos relacionados con su profesión , en su país, como la de ser juez municipal de Getxo, en 1931; también realizó actividades vinculadas con la docencia, cuando el gobierno vasco lo nombró Director General de Enseñanza en 1936. Al año siguiente tuvo que salir de España, con motivo de la Guerra Civil que asoló a ese país entre 1936 y 1939. Se dirigió a Francia, en donde vivió cuatro años, hasta 1941. Ignoramos si entró en contacto allí con los historiadores, que precisamente en ese momento, revolucionaban la teoría y la metodología de la ciencia histórica: los reunidos en torno a los Annales. Posteriormente se residenció en Argentina, en donde, según afirma el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar (1997), fundó el Instituto de Estudios Vascos, y dictó conferencias sobre temas culturales y políticos. En 1945 se instaló en Montevideo, Uruguay, en donde residió por diez años, en los cuales ejerció la cátedra universitaria de cultura vasca. En el año de 1955 se mudó a Venezuela, país en donde permanecería durante catorce años, hasta su muerte en Caracas, el cuatro de febrero de 1969.
Hasta 1955, las fuentes consultadas no nos informan de actividad alguna desplegada por Vicente de Amézaga Aresti, que nos permita vincularlo de modo alguno con el quehacer histórico. Hasta ese momento se había destacado como traductor al vasco de numerosos autores, tales como Cervantes, Shakespeare, Oscar Wilde, Alejandro Pope, William Wordsworth, Esquilo, Cicerón, Boccaccio, Dante Alighieri, Descartes, Plinio, Goethe, Omar Kayyam, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, entre otros.
Fue a partir de su llegada a Venezuela cuando, según las fuentes consultadas, Amézaga comenzó a trabajar en el oficio de historiador, quizás interesado por las actividades de los vascos en estas tierras en el siglo XVIII, cosa que descubrió seguramente durante el ejercicio de su primera actividad en suelo venezolano, que fue la de catalogador en el Archivo General de la Nación; y también a través de su relación con la Fundación Boulton, que le patrocinó sus más importantes investigaciones vinculadas con la presencia vasca en Venezuela en el siglo XVIII. En esos primeros años presentó una cantidad de trabajos en publicaciones periódicas, y ya en la década de 1960, sus obras más importantes, como Hombres de la Compañía Guipuzcoana, en 1963, El Elemento Vasco en el siglo XVIII Venezolano, 1966; y en el mismo año, Vicente Antonio de Icuza, y El Hombre Vasco, 1967.
En la lectura realizada a la obra objeto de este estudio, parece percibirse una influencia positivista en la investigación y presentación de la misma. Los datos que se acaban de exponer, relativos a la vida y obra de Vicente de Amézaga Aresti, lo colocan al lado de la labor del historiador sólo en su época venezolana, etapa final de sus actividades, a partir de mediados de la década de 1950. Es importante señalar que para ese momento, quizás como ningún otro del siglo XX, la ciencia histórica estaba recibiendo aportes teóricos y metodológicos, procedentes de diversas Escuelas Historiográficas en varias regiones del planeta. En Francia se desarrollaba la segunda generación de los Annales, guiada por Fernand Braudel, y lo que es más importante, su influencia se dejaba sentir fuera de su país de origen, especialmente en América Latina. Al respecto, Moradiellos (1994) afirma que “el verdadero triunfo de la escuela historiográfica de Annales sólo tuvo lugar después de la segunda guerra mundial, cuando su modo de entender la práctica de la historia se generalizó en Francia y se exportó a un buen número de países europeos (entre los que se encontraba España) y extraeuropeos (notablemente América Latina)”. Principalmente la estela dejada por la obra de Braudel enriqueció la teoría de la historia que se hacía desde comienzos de la década de 1950; su aporte fundamental: los tres tiempos/niveles que propuso para su estudio de la época de Felipe II, publicado en 1949, Moradiellos (1994), a saber: Tiempo de larga duración, de duración media, y el tiempo corto y breve. En 1956, con motivo de la muerte de Lucien Febvre, Fernand Braudel asumió la dirección de la revista que once años antes había comenzado a llamarse Annales. Economies, Socié tés, Civilisations.
Tres años antes del arribo de Amázaga Aresti a Venezuela, en 1952, fue fundada en Gran Bretaña la revista Past and Present, que sirvió de plataforma para el lanzamiento de una propuesta novedosa en la historiografía mundial, la representada por los marxistas británicos, quienes plantearon cuestiones novedosas, como por ejemplo, el “renacimiento de la narrativa”, de Eric J. Hobsbawn; o las formulaciones aportadas por Edward P. Thompson, “cuyo estudio sobre La Formación Histórica de la Clase Obrera en Inglaterra (1963) renovó por completo el sentido de los conceptos de ‘clase’ y ‘lucha de clases’ en la investigación histórica, superando su mera definición en términos económicos mecanicistas para resituarlos en contextos sociales y culturales forjados en la propia experiencia y práctica política de los respectivos grupos de la sociedad” Moradiellos (1994). Además de los citados, en la historiografía marxista británica formada en los años cincuenta, sobresalen importantes investigadores de la ciencia histórica, como Vere Gordon Childe, Rodney Hilton, Christopher Hill, Maurice Dobb, Geoffrey Barraclough, y otros.
Igualmente, en la citada década de 1950 se desarrolló el marxismo francés, con autores tan importantes, y con tanta influencia en América Latina, como Pierre Vilar y Louis Althousser. Las obras de estos autores franceses, aún hoy son consideradas importantes en el ámbito latinoamericano. Pierre Vilar publicó su obra Cataluña en la España moderna, en 1962, casi al mismo tiempo en que Amézaga hacía lo propio con su Hombres...
De todas esas corrientes historiográficas mencionadas, al parecer ninguna influenció definitivamente a Amézaga, al menos en lo que respecta a la obra objeto de estudio. En Venezuela, desde décadas antes del arribo de este autor vasco, ya se trabajaba el marxismo en el quehacer historiográfico. Ya habían visto la luz las obras de Miguel Acosta Saignes, Carlos Irazábal, Salvador de la Plaza y Eduardo Arcila Farías, y se perfilaban otros autores marxistas, como es el caso de Federico Brito Figueroa, D. F. Maza Zabala y Ramón Tovar; aunque de los tres últimos sólo Brito Figueroa es un historiador profesional, es indispensable señalar la importancia de Maza y Tovar en los estudios históricos en Venezuela, desde la década de 1960, con la investigación realizada por ellos, y que cristalizó en la Obra Pía de Chuao. Materiales para la Historia Económica y Social de un Latifundio Colonial, cuyo primer volumen fue publicado por la Universidad Central de Venezuela en 1968.
El mismo año de la publicación de Hombres de la Compañía Guipuzcoana, de Amézaga, fue editada la Tesis Doctoral de Federico Brito Figueroa, también por la Universidad Central, “centrada en el estudio de la estructura de Venezuela colonial.”, según afirma el propio Brito Figueroa en un ensayo publicado originalmente en el Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias, del 27 de julio de 1997, y recogido en un volumen editado en 2000 por Plaza & Janés: Historia Disidente y Militante. Allí también afirma Brito Figueroa que en los años cincuenta “Precisamente fue en México en el IFAL (Instituto Francés de América Latina) en tanto redactaba mi Tesis, para optar a la Maestría, sobre el tema desarrollo económico y proceso demográfico en Venezuela, donde, a iniciativa de Francois Chevalier, se planteó la posibilidad de impulsar en Venezuela un Programa de investigación Interdisciplinaria”, el cual dio como resultado el trabajo antes señalado. La época del arribo de Amézaga a Venezuela es la de la formación de una interesante generación de historiadores venezolanos; Brito afirma que la historia económica y social “es el resultado de la labor conscientemente desarrollada por la generación de los años cuarenta, y continuada por las generaciones de los años sesenta y ochenta. Generaciones influidas por el marxismo y la ‘Escuela de los Annales’.”
En la obra que se analiza mediante el presente trabajo no se percibe la renovación que estaba experimentando la historiografía venezolana, influenciada a su vez, tal como afirma Brito Figueroa, por los cambios que entonces se efectuaban en nuestra ciencia por aquellos tiempos en Europa y Estados Unidos, y de los cuales se han mencionado algunos. Al parecer la influencia de Amézaga Aresti en su obra historiográfica proviene del Positivismo. Al decir de Brito Figueroa (2000), la historia económica y social primigeniamente se desarrolló “en la calle, construida sobre la marcha, en medio de la polémica política, al margen de la Universidad y vituperada por la ‘historia oficial’ refugiada en la perspectiva académica.” Es decir que en el ámbito de la Academia de la Historia existía todavía una “historia oficial”, derivada de la que se hacía al amparo del Estado, desde principios de siglo, en la cual se inscribió el importante grupo de historiadores positivistas venezolanos, cuyo talento tuvo necesariamente que influir a un importante sector de quienes se dedicaron posteriormente a los estudios de carácter histórico. La obra de brillantes intelectuales que incursionaron en la investigación histórica, tales como Arturo Uslar Pietri, José Luis Salcedo Bastardo, Guillermo Morón, y otros, se ha visto influenciada en mayor o menor medida por el positivismo, tanto en la metodología, como en el estilo narrativo, en el discurso, y en los presupuestos teóricos.
Desde ese conjunto de historiadores “oficiales”, allegados a la Academia Nacional de la Historia, se habría formado un grupo representante de una “historia oficial, académica, ritualista y metodológicamente primitiva”, que habría opuesto resistencia al desarrollo científico de la historia. El ataque de esa “historia oficial” a la historia económica y social la destaca Germán Carrera Damas al incorporar la confrontación que se ha verificado a lo largo del siglo veinte entre la “conciencia histórica tradicional”, y la “conciencia histórica científica”; según éste “En Venezuela el papel predominante de la historia, entendiendo por tal la que alimenta y es alimentada por la conciencia histórica tradicional, ha sido el de servir de fuente de legitimación al servicio de la clase dominante” . Carrera Damas, G. Diez Puntos sobre la Enseñanza de la Historia de Venezuela. Revista Tierra Firme Nº 11 jul-sept. 1985 (p. 407). Este autor afirma que la “conciencia histórica científica” logró ciertos avances al seguir una estrategia que consistió en “reivindicar el carácter de ciencia social de la historia”, para agregar más adelante que “es justamente allí donde golpea la reacción historiográfica, reivindicando la enseñanza memorística y lineal de las cosas ‘tal como sucedieron’...” Al margen del enfrentamiento al que alude Carrera Damas, se percibe en él, que dentro esa crítica a la historia “oficial y académica” se encierra una crítica a una forma de hacer ciencia histórica influenciada por el positivismo, a esa que pretende conocer los hechos “tal como sucedieron”.
Ante la existencia en Venezuela de dos concepciones de la ciencia histórica, el investigador que se hubiese dedicado a la investigación en este campo, tuvo que verse afectado por alguna de esas corrientes historiográficas. ¿Estaría Amézaga Aresti influenciado principalmente por el Positivismo venezolano, heredado de la generación de Gil Fortoul y Vallenilla Lanz, y seguido por Salcedo-Bastardo y Morón, entre otros? ¿O acaso fue un ecléctico? Veamos.
La Metodología en Hombres de la Compañía guipuzcoana.
Caracterizar a un estudioso, sea éste historiador o de otra disciplina científica, como perteneciente a una corriente de pensamiento determinada, o que en su obra se encuentren presentes rasgos de una escuela específica, es una tarea no exenta de dificultad, pues en la mayoría de los casos coexisten en un mismo autor rasgos de diferentes escuelas de pensamiento, sin que por ello se aprecien contradicciones mayores en sus ideas. Es por esa razón por lo que ubicar a ese estudioso en una época determinada puede ser muy útil a la hora de llevar a cabo esa tarea de caracterizar la obra de un autor. Por lo mismo se realizó la ubicación de Vicente de Amézaga Aresti en un tiempo y lugares determinados, tanto para su vida biológica, como para la realización de su obra como historiador. Porque de esa determinación se pueden derivar relaciones que puedan permitir ciertas argumentaciones explicativas para algunos rasgos detectados en su obra historiográfica.
Afirmar que en su época venezolana (catorce años que van de 1955 a 1969) existía una poderosa influencia del Positivismo en este país, a despecho de la renovación historiográfica que estaban realizando numerosos científicos sociales de entonces, es algo conocido. Al respecto Cappeletti (1992) afirma que
“En la medida que Pérez Jiménez reinstaura, en condiciones históricas un tanto diferentes, el régimen de Gómez, podría decirse que el positivismo resurge anacrónicamente como mentalidad y hasta como ideología. Entre los plumíferos del nuevo espadón, figura precisamente el hijo de Vallenilla Lanz que, con menos talento y cultura que su padre, intenta también justificar, a partir de presupuestos más o menos positivistas, el gobierno de Pérez Jiménez y su “Nuevo ideal nacional.” (p. 32)
Y más adelante agrega este autor que “Algunos de los escritores más reconocidos de la Venezuela actual, como Arturo Uslar Pietri y Luis Beltrán Prieto Figueroa, tuvieron también en su lejana juventud, una formación impregnada de ideas positivistas.” Tomando como punto de partida el supuesto de una influencia principalmente positivista en la obra historiográfica de Vicente de Amézaga Aresti, se iniciará el análisis a su obra, comenzando por una aproximación a la metodología que pudo haber esgrimido para la elaboración del libro objeto del presente análisis.
a) Conocimiento de la Materia (De los hechos concretos).
Partiendo de la realidad de su origen y educación vasca, es lógico suponer que el autor en cuestión debió haber tenido un conocimiento general de la historia del país vasco en particular y de España en general, incluyendo el largo período en que ésta administró su vasto imperio colonial de América. La participación de la región española de la cual provenía Amézaga, en ese imperio español, es casi seguro que fuera parte de su conocimiento como personaje destacado en las letras y en la cultura universal, que lo llevaron a ser traductor de numerosas obras maestras del saber mundial. Y si a ello se añade su dedicada labor de investigación histórica en su etapa venezolana, sería lícito suponer un interés desde mucho antes por las cuestiones de la historia, interés que seguramente lo condujo a poseer una visión más o menos clara del acontecer histórico vinculado a los ámbitos señalados.
Los comentarios positivos que hace Pedro Grases acerca de su obra y la dedicación para su elaboración constituyen el soporte que permite valorar la certeza de los conocimientos de Amézaga sobre el tema objeto de su libro Hombres de la Compañía Guipuzcoana. Dice Grases al respecto:
“La obra que hoy se edita es fruto de larga y laboriosa investigación, llevada por el amoroso encandilamiento de rehacer la huella histórica que algunos vascos del siglo XVIII dejaron en Venezuela. Con simpatía, tanto como con imparcialidad y espíritu de justicia, va trenzando con mano certera los testimonios que se conservan en los repositorios documentales de Caracas. El sereno y equilibrado juicio del autor está presente en cada capítulo de su estudio.” (p. XXI del prólogo).
La opinión de Pedro Grases es importante para hacerse una opinión relativa a la exactitud de los conocimientos expuestos en la obra de Amézaga, no sólo por la amistad existente entre ellos, ni por la estrecha colaboración que se intuye existió entre ambos para la realización de la misma, sino también, y sobre todo por la autoridad que representa Pedro Grases dentro del ámbito de la ciencia que se ha hecho en Venezuela.
Otro elemento a considerar para valorar el conocimiento que sobre la materia tratada, posee el autor de Hombres de la Compañía Guipuzcoana, lo constituye la comparación con otras obras historiográficas de autores reconocidos. Aunque el tema tratado por Amézaga es muy específico, pues se trata de la acción de ciertos personajes dentro del engranaje que representó la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, y de la sociedad colonial en general, cuando éste acude al indispensable cotejo con la realidad que le sirvió de marco, vale decir, cuando contextualiza su tema específico en la sociedad en general en la cual se desenvuelven sus personajes y acontecimientos, resulta útil la comparación con el tratamiento que dan otros historiadores a los eventos marco. En ese sentido, se puede verificar una certeza en el manejo de la información histórica por parte de Amézaga, y ello se demuestra al revisar la bibliografía consultada para realizarla. Pedro Grases da una lista: “Hussey, Arcila Farías, García Chuecos, Demetrio Ramos, Morales Padrón, E. B. Núñez, Tavera Acosta, Lodares, Altolaguirre,, Rodolfo García, etc.” Y se hace uso aquí de la lista ofrecida por Grases, incluyendo el etcétera, porque en la edición no aparece una Bibliografía como tal, así como tampoco se ofrece una lista formal de Referencias Documentales.
b) Verificación de las Fuentes.
Aunque la presente edición no muestra una lista formal de las Fuentes Documentales utilizadas por el autor, se puede afirmar que la mención de éstas no está ausente, pues a lo largo de la obra en cuestión se van indicando mientras se va haciendo uso de ellas dentro del texto; la mención se realiza al pie de página, en orden numérico en una sola serie que abarca toda la obra, es decir, que la secuencia de números es la misma desde el inicio hasta el fin del libro. No hay series particulares para cada capítulo. La obra presenta 256 notas a pie de página, casi todas correspondientes a Archivos Documentales, y muy pocas a referencias bibliograficas. Es importante señalar que para la realización de esta obra, el autor consultó casi exclusivamente repositorios venezolanos; el mismo autor señala que “El presente trabajo es, entre otros, fruto de nuestros años de labor investigadora en el Archivo General de la Nación. La mayor parte de las fuentes documentales en él citadas, como podrá verse, proceden de allí.” Pedro Grases completa la información, cuando dice que:
“De todo ello se nutre este trabajo de Vicente de Amézaga, construido con los testimonios suministrados principalmente por el Archivo General de la Nación, más los que luego ha ido sacando de las pesquisas complementarias en el Registro Principal de Caracas, donde está conservado un gran repositorio de documentos del pasado venezolano.” (p. XII de la presentación).
Sin embargo, en la obra puede leerse que se ha utilizado otros repositorios, tales como el Archivo General de Indias, el Archivo General de Simancas, las Actas del Cabildo de San Felipe y el Archivo de Aragua.
En lo que respecta a la veracidad o no de las fuentes utilizadas es conveniente destacar que, por tratarse de fuentes documentales, ubicadas en repositorios de reconocida presencia en Venezuela, se puede inferir que son fuentes confiables, pues su existencia es tradicional en la consulta de historiadores y otros estudiosos, tanto venezolanos como venidos de otras latitudes; además, si se considera la opinión de Pedro Grases, relativa al uso que le dio Amézaga a esas fuentes, es de suponer la confiabilidad de ellas.
Crítica Interna en el tratamiento de las fuentes.
Los positivistas, de acuerdo con Luis Peña (2000) dejaron como legado, entre otros, a la ciencia histórica, los criterios de la crítica interna y la crítica externa: “Ha sido, pues, grande el aporte positivista y a pesar de la superación que se ha operado dentro de la historia de la historiografía universal y venezolana es indudable el legado y vigencia existente de sus propuestas técnicas: crítica externa, crítica interna...”. De acuerdo al tratamiento que Amézaga de a las fuentes en el libro estudiado, al parecer estamos en presencia de un autor con influencia de esta Escuela historiográfica, pues, además de la profusa utilización de documentos, cosa que ya de por sí es una característica de ella, también es posible observar que el autor en la mayoría de los pasajes del libro, presenta esa gran cantidad de citas documentales, como apoyo fundamental de un relato que va construyendo; es decir la argumentación que utiliza para su explicación requiere del apoyo constante de documentación. Se percibe en el autor la pretensión de que los documentos hablen por sí mismos. O se dedicó, como estableció el Manual de Langlois-Seignobos, a “elaborar los hechos que encuentra en bruto” (citado por Aróstegui, 1994); Se puede detectar que el autor expone su historia como un conjunto de “hechos históricos elaborados” a partir de los “hechos en bruto”. En un pasaje de su libro, Amézaga invita al lector a que “veamos lo que nos dicen algunos viejos documentos.” (p. 353). Es decir, a ver qué hablan esos documentos.
Crítica Externa.
Tal como se ha anunciado más arriba, el autor para la realización de su libro, ha recurrido a la documentación primaria, existente en diferentes archivos de la nación, y en algunos documentos que se procuró, y que provinieron del Archivo de indias en Sevilla; es decir, que por la naturaleza del trabajo, referido a una época remota (siglo XVIII), ha tenido necesariamente que recurrir a esa documentación; pero se queda sólo allí, no apela a otro tipo de fuentes valoradas por la Escuela de Annales, tales como mapas, ni a otros testimonios aportados por otras ciencias, como la arqueología, y por lo mismo no se utilizan fuentes monumentales, ni los objetos, como las monedas, utensilios y otros de la época. Por esas consideraciones creemos estar en presencia de un autor con marcada influencia positivista.
Pero independientemente de lo anterior, el autor intenta, en su afán de valorar el contenido de los numerosos documentos que utiliza, establecer los hechos a partir de la interpretación de aquellos. Hace lo que Peña (2000) considera propio del historiador positivista, el “establecimiento de hechos mediante la filiación del dato, actitud crítica ante las fuentes que posibilita y amplía la indagación del pasado.” A lo largo de la obra se recurre a la interpretación de documentos. En un pasaje de la misma puede leerse un fragmento que pude probar lo expuesto aquí:
“El mal seguía su curso: los tomos VI y VII de la colección “DIVERSOS” del Archivo General de la Nación, están integrados por un voluminoso expediente que contiene los autos operados en virtud de la comisión conferida al Capitán Don Mateo de Osorio, por el Capitán General de la Provincia ‘para poner reparo a los abusos de los ministros reales encargados de la extinción del comercio de extranjería’.”
c) Estilo del Discurso
Según se desprende de los datos aportados por las fuentes consultadas, Amézaga Aresti desplegó una actividad relacionada con la literatura. La traducción de varios clásicos así parecen confirmarlo; en el Diccionario de Historia de Venezuela, de la Fundación Polar se afirma que “No pudo aprender en su niñez la lengua euskera, la cual estudió a partir de los 17 años de edad hasta alcanzar una maestría que le permitió escribirla en prosa y en verso y traducir obras de otros idiomas.” Y refiriéndose al libro Hombres de la Compañía Guipuzcoana, Pedro Grases resalta la utilización de un lenguaje poético por parte de Amézaga:
“Por último, quiero señalar como rasgo peculiar en el trabajo rendido por Amézaga, cierto aire poético en el trato de las biografías que componen el libro. No es precisamente fácil pasar de la sequedad de un documento antiguo, manejado con criterio erudito, con rigor de información histórica, al vuelo literario de su pluma. Es como si la exactitud requerida por la exposición no permitiese la expansión íntima del escritor. Pero en Amézaga aparece en más de una ocasión el poeta que hay en él...” (p. XXIII de la presentación).
Quizás por su formación, o acercamiento con la literatura, Amézaga utiliza un discurso historiográfico en donde la narratividad, que como la denominó Aróstegui (1994), es “el desarrollo y concreción en la obra de esta estructura común del discurso narrativo, sea o no de ficción”, es el estilo elegido para contar su historia; es decir que la utilización de esta forma de comunicación literaria que utiliza nuestro autor, es propia de los relatos de ficción, en donde el narrador, generalmente es omnisciente, que puede relatar de sus personajes cualquier acción; pero cuando este estilo es llevado a la representación de la realidad empírica que se pretende contar a través del discurso histórico, se corre el riesgo de interpretar, que así como se narran los hechos por el historiador que utilice ese estilo, así han debido ser los acontecimientos reales. Este tipo de discurso histórico es el preferido de los positivistas, quienes pretendiendo conocer la verdad de los hechos, intentan contarlos “tal como sucedieron”, porque piensan como Paul Ricoeur, que “la función narrativa, en la que se insertan tanto la histori(ografí)a como la ficción, es la expresión de la historicidad.” Citado por Aróstegui (1994). A lo largo de todo el libro, Amézaga hace uso de este estilo narrativo. A excepción del último capítulo, en el cual se refiere el autor al desarrollo del cultivo del añil en los valles de Aragua, el resto del libro está expresado en forma narrativa. Al leer esas páginas uno no encuentra diferencias entre la exposición de los hechos representados allí, y un relato de ficción. Se puede escoger al azar cualquier página, y ella revelará narrativismo, el cual está centrado en las acciones de un hombre: “Ante esto, era natural que Zuloaga, al mismo tiempo que ordenaba las medidas de represalia que principalmente habrían de recaer sobre las cajas del Asiento de negros...acelerase sus preparativos de defensa.”
El manejo de un lenguaje narrativo por parte Amézaga Aresti es producto de la doble circunstancia de su –creemos- apego al positivismo, y de la circunstancia de ser un literato. En nuestro ámbito venezolano contemporáneo, un historiador como Guillermo Morón, también influenciado por el positivismo, presenta una similitud adicional con Amézaga, y es su condición, y en este caso de obra reconocida, de escritor. Esa circunstancia, al decir del crítico Juandemaro Querales, le ha otorgado a Morón un manejo especial del lenguaje: “Su práctica multidisciplinaria en el campo de la ciencia le abrió un especial dominio para el trabajo de un lenguaje total...” Querales (1989). En la contraportada de esa obra, denominada Festejos, pude leerse que, en el caso de Morón, “...su sistema de representación del contorno objetivo se complica con el empleo de gramáticas dominadas previamente por el narrador en referencia, ya que se trata de un científico e investigador de las Ciencias Sociales.” En el caso de Amézaga, se pudiera afirmar que es muy parecido al anterior, puesto que su obra es el resultado de la labor de un literato, y la vez, de un científico social. El tono poético, que a ratos agrega Amézaga a su obra, y del cual hace mención Pedro Grases, se puede notar en el siguiente fragmento de su Hombres: “En su mayorazgo de Sarría, en Orio, en sus tierras de Usurbil, o mejor que todo, en su Azpeitia natal, en aquel verdeante valle que en el Urola se espeja y en el que la mole de Izarraitz pone una nota de majestuosa perennidad...”
Por otra parte, el discurso de Amézaga, independientemente de las consideraciones anteriores, presenta una coherencia que es el reflejo de una persona instruida, profesional universitario, con experiencia, desde sus años de mocedad, en la traducción de obras maestras de la literatura universal; además por su actividad universitaria y docente en varios institutos, tanto de España, como de América Latina. El discurso está escrito en un lenguaje sencillo, y se puede decir que hasta didáctico; cuando se refiere a uno de sus Hombres, José de Iturriaga, lo describe de forma casi escolar: “Iturriaga era natural de la villa de Azpeitia (Guipúzcoa), donde había nacido en el mes de diciembre de 1699. Sentó plaza de guarda-marina en 1718, y en 1733 fue nombrado Teniente de Navío. Según Ramos Pérez, era caballero de Santiago, había desempeñado el cargo de Alcalde en su villa nativa y, más tarde, el de Diputado General de Guipúzcoa.” Con un lenguaje semejante la obra se puede leer con facilidad y entusiasmo, pues el mismo estimula y atrae la atención del lector.
d) Utilización de Categorías de Análisis.
Lo que se nota, aún con una lectura superficial de la obra de Vicente de Amézaga Aresti, es la noción de hecho histórico, el cual se puede apreciar a lo largo de toda su historia. La categoría de hecho histórico, que es, según Aróstegui (1994) una característica fundamental del positivismo, al punto que la misma es una adaptación de la categoría sociológica de hecho social, aunque no es mencionada con frecuencia en la obra estudiada, sí se puede detectar que la misma subyace en el tratamiento que se le da a los acontecimientos que se relatan. En un pasaje escribe el autor:
“Cuando Iturriaga llegó a Cumaná –día 10 de abril-, era allí Gobernador Don Mateo Gual, el mismo que, como Castellano de La Guaira, había luchado a su lado en la victoriosa defensa de la plaza contra los ingleses, en 1743. (...) Y cuando nos toca examinar, como ahora lo hemos de hacer, la enconada enemistad entre ambos, es natural que comencemos por recordar ese hecho.” (p. 109).
La palabra hecho está presente en el párrafo anteriormente citado, lo cual por sí solo no es suficiente para determinar que se está ante una actitud historiográfica que pretende establecer los hechos “cosificados”, al decir de Aróstegui; pero cuando se percibe que el autor constantemente está en la búsqueda de la “verdad histórica”, entonces sí se puede estar en presencia de una actitud con influencia positivista. Cuando Amézaga , basándose en documentación, cuenta, con la certeza que el haber establecido una “verdad”, es decir el conocimiento de un “hecho”, lo siguiente: “Era, como se ve, plena la confianza en las capacidades y conducta de Berastegui, quien, ya con el pie en el estribo, en carta fechada en El Tocuyo, en 19 de octubre, da cuenta a Abalos de las últimas novedades y disposiciones...” se puede notar el uso de la categoría de hecho histórico.
La utilización constante de la categoría de hecho histórico en la obra de Amézaga es una característica que se refleja en ella del positivismo; sin embargo, es posible percibir en algunos de sus pasajes otras referencias directas y no tan directas a otras categorías utilizadas por la escuela historiográfica basada en los postulados de Auguste Comte. Cappeletti (1992) afirma que “Entre los positivistas venezolanos no son pocos los que tienden a atenuar el determinismo en el plano histórico-sociológico.” Y es más explícito cuando agrega que el determinismo entre los positivistas venezolanos se presentó de dos formas: “El geográfico, que hace depender los hechos humanos del clima y del medio ambiente natural...” y “El biológico, que los considera derivados de la raza y de la herencia genética...” En la obra de Amézaga, aunque se cuida de no parecer tan radical en este sentido, la constante apología que hace a los vascos de Guipuzcoana a lo largo de todo el libro, hasta el punto de que esos vascos son los protagonistas y héroes del relato, indican una inclinación del autor hacia las bondades que se derivaron de la acción de esa colonia europea, que en un momento determinado se trasladó en número significativo hacia la Provincia y Capitanía General de Venezuela. Cada capítulo es una reseña de las actividades de esos personajes, representantes de aquel capitalismo mercantil del siglo XVIII. En el prólogo del libro, el propio Amézaga reconoce cierta inclinación afectiva hacia los guipuzcoanos, pero él lo atribuye a razones coterraneidad: “No hace falta decir que fácilmente se echará de ver nuestra cordial simpatía por los hombres de la Guipuzcoana. Es algo que nos brota de la sangre y que no tenemos por qué disimular.” Y aunque está dispuesto a reconocer los errores que pudieron cometer esos personajes, es de los que están “convencidos también, eso sí, de que en el balance general, el saldo es francamente favorable al esfuerzo de Guipúzcoa...”
En otros apartes de la obra, se puede percibir ese determinismo de que habla Cappelletti, tanto del geográfico, como del biológico; en la página veinte, aunque cita a uno de los hombres, el “precursor” de la Guipuzcoana, Pedro José de Olavarriaga, cuando afirma que “la flojedad de sus vecinos es tan grande que, en medio de esta abundancia, apenas se halla lo necesario para la vida” (p. 20); sin embargo es el propio Amézaga quien escribe, aunque refiriéndose al anteriormente citado personaje, que éste no se explicó “si esta flojera era vicio que provenía del temperamento de la tierra...” Es conveniente recalcar, que aunque el autor no es muy explícito cuando hace uso de esas categorías, quizás por no ofender susceptibilidades en un país que lo acogió, y que seguramente él también llegó a apreciar, al punto que vivió aquí sus últimos días, sí se pueden detectar en la constante alusión a los prohombres de la Guipuzcoana.
Aunque Cappeletti, al caracterizar a un positivismo histórico en Venezuela, afirma que éste se empeñó en combatir la metafísica, “que suele buscar la clave de los acontecimientos en la personalidad del héroe”, en Amézaga parece percibirse un tratamiento de héroes para con los Hombres de la Compañía Guipuzcoana, aunque esa condición parece provenir, según el autor de su condición de ser pertenecientes a una región de Europa, lo cual en sí mismo encierra unas consideraciones deterministas, en el sentido que le otorga Cappeletti al término. En un pasaje se refiere a la labor de “pacificador de indios” que en un momento determinado ejerció el Director de la empresa vasca, José de Iturriaga: “Este era otra de las principales empresas que, en todo momento, atendió la solicitud de Iturriaga y para la cual no le faltaban conocimientos previos ni instrucciones de la Corte...” (p. 138).
Otro de los caracteres positivistas que se pueden detectar en la obra de Amézaga, es una cierta inclinación hacia las ideas relacionadas con las bondades de la inmigración; pero la inmigración para los positivistas venezolanos debe significar, “aunque ello no siempre se admita abiertamente, mejorar la raza y blanquear la población autóctona.” Cappeletti (1992). Amézaga en un capítulo de su libro escribe que “Para Iturriaga, pues, que en sus años de actuación al frente de la Compañía Guipuzcoana había tenido ocasión de conocer a los naturales de las tierras venezolanas y guayanesas, la consigna era la misma que años después haría famosa en la Argentina otro hombre de su misma raza, Alberdi: ‘Gobernar es poblar’.” (p. 139). Como puede apreciarse, además de las bondades de la inmigración, Amézaga no puede resistir referirse a la “raza” vasca.
Aunque en la obra objeto del presente análisis, Amézaga no se presenta especialmente anticlerical, en algún pasaje de su libro hace mención, refiriéndose a uno de sus personajes, a cierta labor negativa por parte de los Misioneros: “No todo era facilidad y éxito en la atracción de los indios y en el trato con ellos. Las deserciones de éstos se multiplican cuando más necesaria es su colaboración, falta que, como otras, según puede verse en sus cartas, achaca muchas veces Iturriaga a los Misioneros, al menos en parte.”
Quizás algún crítico mucho más agudo y avezado podría descubrir en un análisis a la obra Hombres de la Compañía Guipuzcoana, Vicente de Amézaga Aresti una orientación doctrinaria diferente al positivismo; pero es irrebatible la existencia de rasgos de esa escuela historiográfica en la metodología utilizada para su elaboración, y hasta en los supuestos teóricos que le sirvieron de soporte. En todo caso, es muy difícil encontrar a un científico “puro”, pues hasta los creadores de esas escuelas y doctrinas del pensamiento presentan influencias de otras corrientes filosóficas distintas a la suya. Cappeletti (1992) considera que las primeras características del positivismo venezolano son las siguientes: “1) Es amplio y, en general, poco dogmático; 2) tiene tendencia al eclecticismo...”
Por eso, lo más probable es que Amézaga, al hacérsele un estudio, si no más riguroso, posiblemente más respaldado en conocimientos, resulte ser un ecléctico, con influencia de varias corrientes historiográficas; pero si eso ocurriese, habría que considerar la segunda característica que Cappeletti ha percibido en el positivismo venezolano, y entonces tal vez se pueda afirmar que Amézaga no es un ecléctico a secas, sino un positivista ecléctico.
e) Objetividad del autor.
En sus pretensiones de llegar a la verdad de los hechos históricos “tal como ocurrieron”, que presentan como característica definitoria los positivistas, éstos intentan que la subjetividad del autor no afecte su trabajo, que será científico en la medida en que sea objetivo. Y eso es válido aun para los científicos sociales. Luis Peña, en su libro Construyendo Historias, afirma que el positivismo, “cuando irrumpe, conforma en alarde de un cientificismo extremo para la historia, un método pleno de técnicas con el fin de tratar ‘objetivamente’ los problemas políticos, diplomáticos o religiosos...”
En toda la extensión de su obra, no se encuentra en Amézaga ni un asomo de tomar posición militante de ningún tipo, ni ideológico, ni doctrinario, ni de escuelas (nunca se declara ni positivista, ni ecléctico, ni nada), ni político; no pretende a través de su trabajo formar conciencias ni estimular un cambio social, ni se declara partidario de una corriente de pensamiento específica; todo ello quizás sea consecuencia de sus no declaradas influencias positivistas que lo colocan en la posición de ser “objetivo” a ultranza. En lo que pudiera notarse una posición militante es en su defensa de su “coterraneidad” vasca, que alude con frecuencia en las páginas del libro: “...fácilmente se echará de ver nuestra cordial simpatía por los hombres de la Guipuzcoana. Es algo que nos brota de la sangre...” (p. 4); más adelante, refiriéndose a Olavarriaga, afirma que “Sin temor de que se nos desmienta, podemos afirmar que la tierra de Venezuela no había conocido nunca, hasta su venida, un visitante que dedicara al estudio de su situación y recursos una mente tan experimentada y minuciosa.” (p. 17).
f) Tratamiento que se da al Tiempo Histórico en Hombres de la Compañía Guipuzcoana.
En la obra analizada se puede apreciar que el autor se basa en la cronología, la cual se puede entender, tal como la definió M. Sato, citado por Aróstegui (1994), como “un método para ordenar el tiempo y situar los eventos en la secuencia en que ocurren”. Es evidente que Amézaga hace uso de esa cronología pues expone los acontecimientos desde el más remoto hasta el más reciente; sólo que él se basa principalmente en las historias, que son unas especies de biografías, como lo apuntó Grases, de los personajes protagonistas de la Compañía Guipuzcoana; pero aun en esos casos, intenta comenzar por los personajes más remotos, para rematar en los más recientes: Pedro José de Olavarriaga, “el precursor”, José de Iturriaga, “el Director Principal”, Fermín de Sansinenea, Pedro de Berastegui, son algunos de esos nombres de personajes que son presentados en la secuencia en que van apareciendo en escena. En la obra se percibe una constante alusión de fechas expuestas secuencialmente.
Sin embargo, habría que señalar que en la obra, en dos capítulos el autor vuelve a las primeras fechas. En el capítulo IV, denominado Los Libros, se remonta a 1730, época del arribo de los primeros barcos de la Guipuzcoana a Venezuela, para tratar lo relativo a los libros que, según algunos historiadores, Gil Fortoul entre ellos, habrían venido en aquellas naves procedentes del país vasco; también en el capítulo VII, titulado El Añil, el autor vuelve a otra época diferente a la secuencia que había venido manejando en los capítulos precedentes, aunque en este caso no se remonta a épocas tan remotas como en el anterior, sí se nota el tratamiento de una secuencia temporal particular para las actividades relacionadas con la introducción y desarrollo del cultivo del añil en los Valles de Aragua; sin embargo en cada caso, el tratamiento que le da Amézaga al tiempo histórico, aparentemente se basó en la concepción newtoniana del tiempo, comentada por Aróstegui (1994), “...flujo temporal en cuyo seno se desarrollan los acontecimientos.”; es decir, que adapta los hechos relatados a la cronología de fechas del calendario.
En ese sentido, Amézaga no hace mención a una periodificación en el tiempo en el cual transcurre su historia, a lo largo del siglo XVIII. Si pretendió proponer alguna, ésta sería relacionada con la vida de los personajes que sirven le de protagonistas, pues ni siquiera intenta establecer una “época del añil”, por ejemplo.
CONCLUSIONES
En el análisis realizado al libro Hombres de la Compañía Guipuzcoana, de Vicente de Amézaga Aresti, se pudo detectar algunos elementos que pudieran vincularlo con una influencia de tipo positivista o neo-positivista, lo cual puede explicarse en parte por las circunstancias particulares en las cuales nuestro autor se relacionó con la actividad de historiador en Venezuela; por sus posibles nexos con historiadores venezolanos herederos de los positivistas de principios del siglo XX. Antes de 1955, año de su arribo a este país, las fuentes no informan de actividades historiográficas por parte de Amézaga.
A pesar de que durante la vida biológica de Vicente de Amézaga Aresti la ciencia histórica experimentó una serie de transformaciones en su metodología y en su teoría, tanto en Europa como en América, mediante el surgimiento y desarrollo de diferentes escuelas historiográficas, como los Annales, el marxismo francés, soviético y británico y la Cliometría norteamericana, y que esas corrientes tuvieron más o menos influencia en la Venezuela de las décadas del treinta al setenta, en la obra de este autor vasco no se reflejó notablemente una influencia de esas escuelas renovadoras de la ciencia historiográfica del siglo XX. Durante la permanencia de Amézaga en Venezuela se desarrolló la “historia económica y social”, con los aportes iniciales de autores como Miguel Acosta Saignes, Eduardo Arcila Farías, Federico Brito Figueroa, Domingo Felipe Maza Zabala y Ramón Tovar, principalmente; pero tampoco se percibe influencia alguna de ellos en la obra Vicente de Amézaga, a pesar de que en su libro cita en varias oportunidades a Arcila Farías.
Por las categorías utilizadas por Amézaga, tales como: la noción de hecho histórico, el determinismo geográfico y biológico, el positivismo histórico, la inmigración y cierto anticlericalismo, se puede afirmar que presenta una marcada tendencia a orientar su obra por la senda del positivismo.
Si a lo expuesto se suma la utilización en el desarrollo de su discurso histórico de un marcado narrativismo, el cual es presentado con una claridad y estilo didáctico y coherente que atrae la atención del lector; que además pretende mantener una posición objetiva ante los acontecimientos que trata en su historia, sin tomar partido por doctrina alguna, como no sea con su “patria vasca”; y si le da un tratamiento al tiempo histórico de manera secuencial, se puede confirmar su tendencia hacia el positivismo.
Por último, sería importante señalar, que la obra objeto de este estudio, al decir de críticos prestigiosos, como Pedro Grases, está elaborada con una calidad y profesionalismo que le otorgan un lugar en la historiografía venezolana, que si bien no es muy conocida, sí sería de valor para el investigador que, como el que esto escribe pretenda abordar un estudio relacionado con la Compañía Guipuzcoana, corporación vasca que tantos cambios introdujo en varios lugares de la Venezuela del siglo XVIII, entre los cuales pudiera figurar nuestra ciudad de Calabozo, tal como lo preconizó Alfonso Espinoza, y como indagaremos en un futuro trabajo.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Amézaga Aresti, V. (1963) Hombres de la Compañía Guipuzcoana. Caracas: Banco Central de Venezuela. Volumen IX.
Aróstegui, J. (1994) La Investigación Histórica. Teoría y Método. Barcelona, España: Editorial Crítica.
Brito Figueroa, F. (1981) La Contribución de Laureano Vallenilla Lanz a la Comprensión Histórica de Venezuela. Caracas: Universidad Santa María.
Brito Figueroa, F. (2000) Historia Disidente y Militante. Bogotá: Plaza & Janés.
Carrera Damas, G. (1985) Diez Puntos sobre la Enseñanza de la Historia de Venezuela. Caracas: Revista Tierra Firme. Vol. III. Nº 11 jul-sept.
Cappeletti, A. (1992) Positivismo y Evolucionismo en Venezuela. Caracas: Monte Ávila Editores.
Fundación Polar (1997) Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: 2º edición. Tomo I.
Mieres, A. (1986) Una Discusión Historiográfica en Torno de “Hacia la Democracia”. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.
Moradiellos, E. (1994) El Oficio del Historiador. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores.
Peña, L. ((2000) Construyendo Historias. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad de Venezuela.
Querales, J. (1989) Festejos. Aproximación Crítica a la Narrativa de Guillermo Morón. Caracas: Academia Nacional de la Historia.
Uslar P., A., Gasparini, G. (1965) Venezuela. 1498-1810. Caracas: Sociedad de Amigos del Museo de Bellas Artes. Fundación Cróele. Fundación Shell.
*Profesor e historiador venezolano
No hay comentarios:
Publicar un comentario