Alberto Hernández*
I
La inmensa boca de Cassius Clay es la medida de su yo. Aún hoy, atormentado por los temblores del Mal de Parkinson, Alí, el musulmán Mohamed de la dorada meca americana, sigue la costumbre según la cual, como afirma Norman Mailer, “Clay es el mayor ego de Norteamérica. Y también es (...) la más veloz personificación de la inteligencia humana hasta el momento habida entre nosotros, es el mismísimo espíritu del siglo XX, es el príncipe del hombre masa y los masivos medios de comunicación. Pero ahora, quizá con carácter pasajero, es un príncipe caído”.
Esta afirmación de Mailer, que pertenece al libro The king of the hill, la hizo el autor estadounidense en 1971, cuando el boxeador intentaba regresar al ensogado a enfrentarse a su archienemigo Joe Frazier. Pero a los 60 años recién cumplidos, el controversial Cassius Clay sigue siendo el “gran bocazas”, que lo diga Will Smith, quien lo acaba de personificar en una película de deficiente empuje. Repite constantemente, “mi boca eclipsó mi talento”.
La figura legendaria de Clay ha sido motivo para escribir muchas cuartillas. El mismo Mailer, uno de sus biógrafos, ha colmado la prensa norteamericana con los diferentes perfiles del muchacho negro de cara bonita nacido en Louisville, Kentucky, en 1942. Ningún boxeador ha sido objeto de tantas páginas.
David Remnick, autor de Rey del mundo, llegó a escribir que “A imagen y semejanza de Sugar Ray Robinson, Clay había optado por una táctica de peso gallo en la categoría pesada para, por vez primera, tal y como él mismo se encargó de sentenciar desde lo alto del ring, convertirse en Rey del Mundo”. Digamos que Alí personificaba a n bailarín que asomaba el rostro y luego convertía su voz en un tejido de anécdotas para una novela.
Esta afirmación de Mailer, que pertenece al libro The king of the hill, la hizo el autor estadounidense en 1971, cuando el boxeador intentaba regresar al ensogado a enfrentarse a su archienemigo Joe Frazier. Pero a los 60 años recién cumplidos, el controversial Cassius Clay sigue siendo el “gran bocazas”, que lo diga Will Smith, quien lo acaba de personificar en una película de deficiente empuje. Repite constantemente, “mi boca eclipsó mi talento”.
La figura legendaria de Clay ha sido motivo para escribir muchas cuartillas. El mismo Mailer, uno de sus biógrafos, ha colmado la prensa norteamericana con los diferentes perfiles del muchacho negro de cara bonita nacido en Louisville, Kentucky, en 1942. Ningún boxeador ha sido objeto de tantas páginas.
David Remnick, autor de Rey del mundo, llegó a escribir que “A imagen y semejanza de Sugar Ray Robinson, Clay había optado por una táctica de peso gallo en la categoría pesada para, por vez primera, tal y como él mismo se encargó de sentenciar desde lo alto del ring, convertirse en Rey del Mundo”. Digamos que Alí personificaba a n bailarín que asomaba el rostro y luego convertía su voz en un tejido de anécdotas para una novela.
II
Suficiente que tuviera como consejero al luchador contra el racismo, Malcom X. Suficiente que haya sido motivo para un guión que luego Michael Mann convirtió en película. Suficiente que Leon Gast y Tayord Hackford lo hayan estigmatizado en Alí, bumayé¡ o que su verdad haya entronizado su talento en When we were. Personaje de él mismo, Cassius Clay pudo haber sido uno de los tantos que Julio Cortázar paseó en la vuelta a su muy particular mundo, donde el imaginario superó el espíritu de Mantequilla Nápoles. Clay o Muhammad Alí son dos personajes distintas, tan distintas que son la misma, en tanto que se repiten en el mismo espejo de la realidad, pero cuando es sometido al rigor de la palabra, de la ficción se acoge a n Alí o Clay interior, alejado del vuelo de la mariposa y el veneno de la abeja Es un Clay que muestra una inteligencia intertextualizada, puesto que toma las voces del pasado de su gente, la esclava, la que encontró en Kinshasa, Zaire, cuando oyó por primera vez el grito de ¡Alí, mátalo¡ (Ali, bumayé¡). Allá, en África, se despojó de los guantes y se armó con un libro de sociología política, se hartó de decir acerca del color de su piel y de recordar que venía de esa ardiente tierra, la más caliente del continente negro.
¿Quién le niega a Clay a calidad de su existencia en un oficio tan despreciado, tan poco dado a ser tratado como un tema intelectual, literario? Sólo él pudo levantar esos ánimos, revelarse como un personaje literario, aunque en proscenio, sobre el ring. También demostró su calidad histriónica. Por esa razón, se representa a él mismo. No necesita dobles, así Will Smih se jodió.
*Escritor, periodista y poeta venezolano.