Eduardo López Sandoval*
eduardolopezsandoval@yahoo.es
Es esta la historia del primer arrebatón realizado en Guardatinajas.
Guardatinajas es un pequeño pueblo del Guárico donde todos se conocen. Todo guardatinajeño da la misma dirección: “Al llegar, pregúntale al primero que veas por fulanito”. Nunca falta una inmediata respuesta: “Cruce en la segunda cuadra a la derecha, la tercera casa”.
Guardatinajas está muy alejado de los centros de poder, más por el abandono que por la distancia. No hay agua, la escuela no tiene comedor, la carretera casi nunca sirve… mas no hay malandros. Sí, increíblemente ésta es una especie exótica. En la producción de delincuentes sólo se limita a ladrones de gallina, politiqueros, ladrones de ganado y sindicaleros. Por lo general es un poblado tranquilo.
Sin embargo, un mal día, dos adolescentes incursionaron en el desconocido rubro de los arrebatotes.
Todo comenzó por un acto político en la capital del Estado con motivo de la aprobación de la Memoria y Cuenta del Gobernador de turno. Les entregaron una pancarta, se aprendieron una consigna y les pagaron con ron y con dinero sustraído fraudulentamente de la Cuenta que ese día se aprobó.
Terminado el acto, los choros nuevos se dirigieron a la licorería más cercana; un choro viejo, de los más curtidos, contaba desprevenidamente a un pequeño auditorio las artes del arrebatón en moto. Nuestros amigos oyeron, entendieron y se vieron a los ojos, y con un cruce de miradas sellaron el compromiso de ser precursores del arrebatón en Guardatinajas.
Ya en el autobús de regreso…
-Y cómo hacemos sin moto?, preguntó uno.
- ¡Que moto na! ¡En la bicicleta!
Nuestros aprendices de cacos sólo tenían en sus curricula la ejecución de un robo de hallacas en la casa de Parrita. Todo les salio perfecto, solamente que con el nerviosismo metieron en el saco bollos en vez de hallacas y que uno de ellos perdió una alpargata.
En esta ocasión todo estaría planificado. La víctima el boticario del pueblo.
Era conocido que diariamente después de cerrar la botica, a la misma hora, con una bolsa en la mano, el boticario se dirigía a su casa en las afueras del pueblo.
(Los malandrines suponían que en la bolsa llevaba el producto de la venta del día. No sabía que el dinero lo llevaba en el bolsillo derecho del pantalón, tampoco sabían que en la botica no había baño).
Pues, sí, en esta bolsa llevaba el boticario, muy higiénicamente, sus deposiciones diarias.
El arrebatón fue perfecto, lo realizaron en la oscurana de la escuela, después del policía acostao.
Corrieron, corrieron y corrieron. El autor de estas líneas, que en ese momento pasaba casualmente por el lugar, observó en la cara del boticario, en pocos segundos, disímiles matices; primero asombro, luego susto, y por último una sonrisa se impuso en su boca.
Más adelante, en la vía que va hacia Monteoscuro, el pichón de azote que pedaleaba ya no podía y se paro en la pata de un guásimo. El otro que iba en la caja de la bicicleta de reparto, iba abriendo la bolsa…
-¡Pija, primo, me llené! Se oyó la exclamación en el llano.
El otro, que pensó que el pana lo quería bajar de la mula, olvidó el cansancio y se le abalanzó.
-¡¿Cómo que te llenaste?! ¡Esta vaina es pa` los dos!
Y le arrebató la bolsa. Y también se llenó.
*Abogado, poeta, escritor e historiador venezolano.
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