Daniel R. Scott*
Estuve leyendo hasta pasada la medianoche (hora excelente para estas aficiones) y por segunda vez desde el 2006 la ya no recordada por nadie novela "Love History" de Erich Segal. Tomé el libro de mi biblioteca y, cerrándome en el baño, bajé la tapa de la poceta, convirtiéndola en una cómoda butaca y me senté a leer placidamente una obra que tiene sabor a dulce de leche. Es que en esta casa (insisto) es tan pequeña que si se te ocurre encender una bombilla toda la estancia se ilumina, y la claridad del invento de Edison (¿o de Sir Joseph Wilson Swan?) se desparrama y desborda generosa y sin contemplaciones hasta salirse a raudales por las ventanas y llegar como un afluente de luz hasta las orillas de un malogrado río San Juan que conoció momentos de apacibles glorias en la comúnmente conocida y trillada "San Juan de Ayer". Pero aquí, en este cuchitril o cubículo empotrado entre la sala y la habitación de esta humilde morada donde he vivido al lado de mi esposa y de mis libros tantos momentos agradables, el brillo de una luz neón se mantiene confinado y represado como el agua de una pecera, en un insignificante espacio de aproximadamente dos metros de largo por un metro de ancho, sin expandirse ni derramarse por los demás rincones y espacios de la casa ni molestar el sueño de mi esposa.
Puedo afirmar categóricamente y sin ambages que este lugar destinado a usos no tan nobles ni tan intelectuales es algo así como el claustro o la celda de un monasterio medieval. ¿Quien se atreve a refutármelo? Si la locura poética del Quijote le llevo a armarse caballero en aquella sórdida venta de mala muerte que creyó castillo, dejadme a mí (¡por Dios!) hacer otro tanto en esta mi circunstancia ineludible, que ningún daño hace a nadie.
En mi lujoso sillón de porcelana y plástico, y con la regadera, el lavamanos y el papel higiénico (usado y sin usar) como únicos mobiliarios y adornos, he leído salmos que me elevan al cielo en las alas de serafines, me he deleitado con el Cristo de los evangelios, disfrutado "Amor y de Sombra" de Isabel Allende, me he horrorizado con el "Vuelo de la Reina" de Tomás Eloy Martínez, divertido con "La Loca de la Casa" de Rosa Montero, quedado atónito con la "autopista del sur" de Julio Cortázar y he pasado momentos de solaz leyendo una entrevista realizada a Rowan Atkinson, el comediante británico que caracteriza al inepto y desadaptado "Mr Bean". Creo que cuando me mude de esta casa echaré de menos este estudio, así no haya podido, por mucho que lo intente con mis escasas habilidades técnicas, arreglar ese fulano tubo de media que no se cansa de gotear en el silencio de las madrugadas sus silabas líquidas que traducidas al español estándar parecen decirme la palabra: "dormir"... "dormir"... "dormir"...
Love History es, en definitiva y sin darle más largas al asunto, una obrita bien escrita, fácil de digerir y sin la alcurnia literaria de un García Márquez o un Oscar Wilde. ¡Simple, dulce, amena! Y un poco tonta. Sin embargo posee un valor mucho más profundo de lo que se capta a simple vista; tuvo gran resonancia para los días posteriores a su publicación, en 1970. Su primer tiraje fue de cinco millones de ejemplares y sirvió de guión para un largometraje dirigida por Arthur Hiller y protagonizada por Alí Mc Graw y Ryan O Neal. Su éxito se debe a que su estilo literario, a veces cohesionado y a veces segmentado, retrata esquemáticamente con la brevedad del bosquejo de una homilía, a una sociedad en transición donde la juventud, en nombre de la libertad y del amor o de cualquier otra causa, hollaron todo convencionalismo y se atrevieron darle la espalda al "establishment", cosa impensable para la juventud de las dos décadas anteriores. De los escombros de una época en ocaso se levanta vigorosa y atrevida una nueva generación que se niega ser depositaria de los valores históricos, familiares y religiosos celosamente custodiados por la generación anterior.
Esa tensión, comúnmente llamada "brecha generacional" tiene su más elevada expresión en el emblemático episodio escenificado por el ilustre y alabado Oliver Barret III (el padre) y el rebelde y desencantado Oliver Barret IV (el hijo).
El progenitor, tras una tensa e infructuosa conversación, se opone al matrimonio de su vástago. "Cásate con ella ahora, y ni la hora te daré" amenaza calmoso Oliver Barret III, a lo que el hijo responde con la frase que considero la más relevante de la novela y la que mejor define a los atildados e hipócritas representantes de una sociedad que para los años sesenta se volvió obsoleta y nada funcional: "Papá, el caso es que no sabes, la hora que estamos viviendo". Y ciertamente Oliver Barret III ignoraba que su visión del mundo y de las cosas estaba siendo desplazada por los vientos del cambio y de los nuevos tiempos. Cada época, en cada periodo de tiempo o momento histórico que le toque vivir al hombre, se puede correr el riesgo de ignorar "LA HORA EN QUE SE VIVE" y existir un hijo que intente recordarlo. Y en tal sentido esta obra jamás perderá su vigencia, ya sea que se le siga leyendo o se le olvide.
La escritora Rosa Montero, quien al parecer tuvo la oportunidad de entrevistar a Erich Segal, afirmaba que los libros de éste eran "mediocres y malísimos". Es posible que así sea: nunca he oído hablar de otra famosa obra suya. Pero la prosa de "Love History" es el cumplimiento profético de lo que Bob Dylan modelaba en su lírica titulada "los Tiempos Están Cambiando" y que se traduce en un mal español más o menos así:
"Venid madres y padres
A lo largo y ancho de la tierra
Y no critiquéis
Lo que vosotros no podéis comprender
Vuestros Hijos y vuestras hijas
Están fuera de vuestro control
Vuestro viejo camino se está
Haciendo viejo rápidamente
Por favor, apartaos del nuevo
Si no podéis echar una mano
Porque los tiempos están cambiando"
22 de Febrero de 2008
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