Olivia Villoria Quijada*
Eugenio Montejo, uno de los escritores más fecundos de la literatura venezolana actual y de la cultura latinoamericana del presente, como afirma Aguilar de Maldonado (2007), nació en Caracas en Octubre de 1938, pero en muchas antologías de su obra se dice que nació en Valencia. “Mi ciudad natal es ciertamente Caracas en tanto que Valencia es mi ciudad prenatal” (p. 2), ha dicho el poeta para aclarar el asunto. Cursó estudios de Derecho en la Universidad de Carabobo y de Sociología del Arte en La Sorbona. Como muchos poetas, desempeñó funciones diplomáticas: fue Consejero Cultural de Venezuela en Portugal, donde vivió durante siete años. Fue Director Literario de Monte Ávila Editores. Tradujo a poetas portugueses, tales como Antonio Ramos Rosa y José Bento. Ha publicado no sólo en Venezuela, sino en Brasil, España, México, Colombia, Inglaterra. Ha obtenido numerosos premios y reconocimientos, por ejemplo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz, Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Carabobo, su casa de estudios, entre otros (Campo, 2007).
En la película 21 gramos, el actor principal Sean Penn lee los tres primeros versos de su poema “La tierra giró para acercarnos” (del poemario Alfabeto del mundo, 1986), lo que es una prueba adicional de la magnitud de su influencia como creador:
“La tierra giró para acercarnos
giró sobre sí misma y en nosotros
hasta juntarnos por fin en este sueño”.
Para él, la poesía: “es un melodioso ajedrez que jugamos con Dios en solitario”. Sólo que se trata de un ajedrez armonioso pero diferente, cuyo fin no consiste en ganar ni perder nada, agrega.
El poeta pertenece, según algunos, a la generación del 58. En una entrevista concedida a Francisco José Cruz, el propio Montejo se incluye en el grupo integrado por Rafael Cadenas, Juan Calzadilla, Ramón Palomares, Guillermo Sucre, Ludovico Silva, Miyó Vestrini y Francisco Pérez Perdomo (Cruz, 2004). Rafael Arráiz Lucca (2003) lo ubica en un lapso más amplio. Afirma que pertenece a la generación entre los 60 y los 70 junto con Luis Alberto Crespo, Teófilo Tortolero, Enrique Hernández D’Jesús, Reinaldo Pérez Só y Blas Perozo. En ese lapso el lenguaje confió sobre todo en la elocuencia de la frase mínima. (El poema montejiano más largo que he leído se llama “El adiós de Jorge Silvestre” y tiene 181 versos). De la certidumbre de las revoluciones (mirada hacia afuera, con sus avatares políticos), propia de la década del 60, vino la mirada hacia adentro (con sus silencios y perplejidades, con sus balbuceos), acota el crítico citado, quien establece los seis momentos que definen el lapso. El primero, al que llama de “las obras puente”, está dado por las obras bisagras entre una década y otra. De esta época es Eugenio Montejo, a quien se puede considerar uno de nuestros poetas mayores.
En relación con las opiniones y consideraciones sobre la obra de Montejo, Francisco Rivera califica su poesía como “poesía cósmica de origen nietzchiano” (citado por Arráiz Lucca, 2003, p. 279). Guillermo Sucre (idem) suscribe el concepto pero aclara que no hay que confundirlo con ninguna desmesura; por el contrario, afirma, la memoria de Montejo nos hace ver el universo desde cierta intimidad, su entonación es mesurada y la trama es reflexiva e irónica, todo lo cual lo aleja de desmesuras visionarias o verbales. En otras palabras, se ciñe a dimensiones más humildes y es cósmica en el sentido de reconocimiento de la pertenencia a un sistema completo donde el poeta es una suerte de escribiente. Por otra parte, en su obra se aprecia una actitud contemplativa del mundo, pero que no circula al margen de la experiencia humana. Para Marta Sosa (2003), su escritura se identifica con un intento de asumir el mundo como lugar incesante de aprendizaje. La modernidad, la heterodoxia, las condiciones del existir humano, lo americano como particularidad (lo que se observa principalmente en Trópico absoluto), son pautas que subrayan la poesía montejiana.
En cuanto a los temas que aborda, varios hechos centrales motorizan su poesía: la muerte, la memoria, el mito órfico y la terredad. Podría afirmarse con toda propiedad que ningún tema le es ajeno: el amor, la naturaleza, la historia, así como ciertos elementos que son usuales en su poesía: la piedra, el árbol, el pájaro, el gallo.
Otra de las peculiaridades de su obra es la abolición del tiempo lineal (Gutiérrez, s.f.). Hay un tratamiento circular del tiempo que conduce a evocar un instante y sentirlo simultáneamente con otro ya ocurrido o que va a ocurrir más tarde. Ello se ve con bastante claridad en el poema denominado “Adiós a mi padre”, del poemario Partituras de la cigarra, de 1999.
Según María Chacón Ortega (s.f.), la autoreflexividad es otra de las características. La misma se manifiesta en la intertextualidad dialógica, que vincula su poética con otras poéticas y con otras manifestaciones del arte. Por otra parte, el juego estético de la heteronimia es una prueba más de la autoreflexividad. En relación con la heteronimia, es conveniente aclarar que su nombre verdadero es Eugenio Hernández Álvarez pero adoptó el seudónimo Montejo desde inicios de su poesía: “Yo pertenezco a dos familias. Mi nombre es Hernández Álvarez. Pero ninguno de esos es mi nombre. Mi nombre se pierde” (Carrera, s.f., p. 2). Pareciera querer decirnos que su nombre es todos los nombres y no es ninguno porque lo que interesa es la condición del ser y no los apelativos. Escritura apócrifa (como dice Antonio Machado), o heteronímica (palabras de Pessoa) o escritura oblicua (según Montejo), son los términos que se adoptan para referirse al mismo fenómeno (Gutiérrez, s.f.).
Las influencias que marcan su obra no son demasiado evidentes, pero se puede mencionar al poeta griego Constantine Cavafy y al peruano César Vallejo. Ecos de otros poetas europeos se traslucen en su poesía: Jorge Manrique y Fernando Pessoa, así como reminiscencias de los venezolanos Fernando Paz Castillo y Vicente Gerbasi (Chacón Ortega, s.f.). A pesar de las inevitables influencias, Montejo representa una voz prácticamente nueva. No es epigonal de ningún intento de los 60, ni de intentos anteriores pero, paradójicamente, no es extraña a la tradición histórica de la poesía venezolana. “Nueva voz de resonancias antiguas. El eco del pasado en una voz inédita”, concluye Arráiz Lucca, (2003, p. 282).
Su obra es tan diversa como extensa. En poesía ha publicado diez poemarios: Élegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1976), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982), Alfabeto del mundo (1986), Adiós al siglo XX (1992), Partitura de la cigarra (1999), Tiempo Transfigurado. Antología Poética (2001) y Papiros amorosos (2002). Tiene también dos colecciones de ensayos: La ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983) y varios cuadernos de escritura heteronímica: El cuaderno de Blas Coll (1981), Guitarra del horizonte por Sergio Sandoval (1992), El hacha de seda por Tomás Liendo (1996) y Chamario (poesía infantil) por Eduardo Polo (2004)
La cultura urbana:
En Eugenio Montejo la ciudad es uno de los temas recurrentes, como ocurre con los poetas del siglo XX, en los que la ciudad surge como una presencia feroz, ineludible y omnipotente, que configura al sujeto, su psicología individual y la realidad en la que está inmerso (Flores, 2006).
La mayor parte de los poemas sobre lo urbano figuran en sus poemarios Terredad, (por ejemplo, “Caracas”, “Una ciudad”, “Ciudades marinas”, “Están demoliendo la ciudad”, “Noche natal”) y en Trópico absoluto (“Mural escrito por el viento”, “Dos ciudades”, “En esta ciudad”, “Las calles de los colores”).
En el poema “Caracas” (del poemario Terredad, 1978), si bien el título es una alusión directa a esta ciudad (la montaña parece referirse al Ávila), la presencia de altos edificios, de las torres, el ruido, la profusión de autos, la prisa de los habitantes detrás de los taxis, entre otros, son atribuibles a cualquier otra ciudad moderna. Por tanto, cualquier reflexión sobre la capital venezolana se aplica adecuadamente a las demás. A partir de un juego metafórico que contrasta la antigüedad de Tebas, Troya y Nínive con los innovadores cambios de Caracas, el yo poético reconoce la nostalgia por la ciudad de la infancia y experimenta la soledad en la ciudad nueva. Así como esas ciudades asiáticas lucen lejanas, ya desaparecidas, luce lejana, desaparecida, la ciudad de los años infantiles. A pesar de los sentimientos de desánimo, el yo poético adulto toma posesión de la ciudad actual, que es serena e impávida, y reconoce que puede andar por ella aunque ahora “cada vez más solitario”.
“Mural escrito por el viento” (del poemario Trópico absoluto, 1982), hace referencia a una pintura colocada sobre un muro. En lugar de ser pintado, fue escrito -como dice el autor- por un algo que se desplaza, que se mueve, que es inestable: el viento. Ello me hizo anticipar que encontraría una reflexión sobre lo efímero, asunto que confirmé más adelante. El poema canta a la infidelidad de la ciudad, o de las ciudades, y a la percepción cambiante que de ellas tenemos cuando variamos el foco de la mirada: de la mirada desde la distancia hasta la mirada desde la vivencia concreta. La frase “el tacto de sus piedras” parece un llamado de atención hacia la pérdida de las bases fundacionales de una ciudad o hacia lo que ella tiene de duradero. Coexisten elementos de la naturaleza (piedras, ríos, árboles, soles o lluvia, colinas, cumbres azules, madera) y elementos de la modernidad (un avión, largos bulevares, edificios), esto es, un contraste entre lo imperecedero y lo perecedero. El poema alude también a la modernización, a la soledad del hombre, a la deshumanización, las cuales conducen a que el yo poético experimente emociones encontradas: seducción, atracción, por una parte, y evasión, desaliento, por la otra.
“Dos ciudades” pertenece al poemario Trópico Absoluto (1982). Las características que se atribuyen a las dos ciudades son su levedad, su transparencia, su azulidad y su musicalidad, características que alcanzan ribetes de idealización. El yo poético no canta a la ciudad que se pierde por la modernización, tal como veíamos en los dos poemas anteriores, sino al espacio conocido, transitado, familiar, que se escapa de la memoria: “De tantas idas y venidas (…) sólo retengo los ecos del estruendo” y “Anduve por años yendo de una u otra (…) hasta que sus rastros/ ya dentro de mí se extinguieron”. El yo poético experimenta sentimientos dramáticos: es un yo desterrado, proscrito. Con respecto al título, formulo dos hipótesis: una, que una ciudad es real y la otra es la del recuerdo, y, otra, que las dos ciudades son reales: ¿se refieren acaso a Caracas y Valencia, la ciudad natal y la prenatal del poeta?:
“Una se alzaba delante de mis ojos
la otra en mi sangre o más adentro”.
Las tres poesías comentadas son, pues, ejemplos de cómo se muestra lo urbano a partir de la reflexión del yo ante la realidad exterior e interior de las ciudades, en contraposición a la postura que ve en la ciudad un objeto poético y se limita a nombrar sus elementos (Flores, 2006).
La cultura universal:
En la película 21 gramos, el actor principal Sean Penn lee los tres primeros versos de su poema “La tierra giró para acercarnos” (del poemario Alfabeto del mundo, 1986), lo que es una prueba adicional de la magnitud de su influencia como creador:
“La tierra giró para acercarnos
giró sobre sí misma y en nosotros
hasta juntarnos por fin en este sueño”.
Para él, la poesía: “es un melodioso ajedrez que jugamos con Dios en solitario”. Sólo que se trata de un ajedrez armonioso pero diferente, cuyo fin no consiste en ganar ni perder nada, agrega.
El poeta pertenece, según algunos, a la generación del 58. En una entrevista concedida a Francisco José Cruz, el propio Montejo se incluye en el grupo integrado por Rafael Cadenas, Juan Calzadilla, Ramón Palomares, Guillermo Sucre, Ludovico Silva, Miyó Vestrini y Francisco Pérez Perdomo (Cruz, 2004). Rafael Arráiz Lucca (2003) lo ubica en un lapso más amplio. Afirma que pertenece a la generación entre los 60 y los 70 junto con Luis Alberto Crespo, Teófilo Tortolero, Enrique Hernández D’Jesús, Reinaldo Pérez Só y Blas Perozo. En ese lapso el lenguaje confió sobre todo en la elocuencia de la frase mínima. (El poema montejiano más largo que he leído se llama “El adiós de Jorge Silvestre” y tiene 181 versos). De la certidumbre de las revoluciones (mirada hacia afuera, con sus avatares políticos), propia de la década del 60, vino la mirada hacia adentro (con sus silencios y perplejidades, con sus balbuceos), acota el crítico citado, quien establece los seis momentos que definen el lapso. El primero, al que llama de “las obras puente”, está dado por las obras bisagras entre una década y otra. De esta época es Eugenio Montejo, a quien se puede considerar uno de nuestros poetas mayores.
En relación con las opiniones y consideraciones sobre la obra de Montejo, Francisco Rivera califica su poesía como “poesía cósmica de origen nietzchiano” (citado por Arráiz Lucca, 2003, p. 279). Guillermo Sucre (idem) suscribe el concepto pero aclara que no hay que confundirlo con ninguna desmesura; por el contrario, afirma, la memoria de Montejo nos hace ver el universo desde cierta intimidad, su entonación es mesurada y la trama es reflexiva e irónica, todo lo cual lo aleja de desmesuras visionarias o verbales. En otras palabras, se ciñe a dimensiones más humildes y es cósmica en el sentido de reconocimiento de la pertenencia a un sistema completo donde el poeta es una suerte de escribiente. Por otra parte, en su obra se aprecia una actitud contemplativa del mundo, pero que no circula al margen de la experiencia humana. Para Marta Sosa (2003), su escritura se identifica con un intento de asumir el mundo como lugar incesante de aprendizaje. La modernidad, la heterodoxia, las condiciones del existir humano, lo americano como particularidad (lo que se observa principalmente en Trópico absoluto), son pautas que subrayan la poesía montejiana.
En cuanto a los temas que aborda, varios hechos centrales motorizan su poesía: la muerte, la memoria, el mito órfico y la terredad. Podría afirmarse con toda propiedad que ningún tema le es ajeno: el amor, la naturaleza, la historia, así como ciertos elementos que son usuales en su poesía: la piedra, el árbol, el pájaro, el gallo.
Otra de las peculiaridades de su obra es la abolición del tiempo lineal (Gutiérrez, s.f.). Hay un tratamiento circular del tiempo que conduce a evocar un instante y sentirlo simultáneamente con otro ya ocurrido o que va a ocurrir más tarde. Ello se ve con bastante claridad en el poema denominado “Adiós a mi padre”, del poemario Partituras de la cigarra, de 1999.
Según María Chacón Ortega (s.f.), la autoreflexividad es otra de las características. La misma se manifiesta en la intertextualidad dialógica, que vincula su poética con otras poéticas y con otras manifestaciones del arte. Por otra parte, el juego estético de la heteronimia es una prueba más de la autoreflexividad. En relación con la heteronimia, es conveniente aclarar que su nombre verdadero es Eugenio Hernández Álvarez pero adoptó el seudónimo Montejo desde inicios de su poesía: “Yo pertenezco a dos familias. Mi nombre es Hernández Álvarez. Pero ninguno de esos es mi nombre. Mi nombre se pierde” (Carrera, s.f., p. 2). Pareciera querer decirnos que su nombre es todos los nombres y no es ninguno porque lo que interesa es la condición del ser y no los apelativos. Escritura apócrifa (como dice Antonio Machado), o heteronímica (palabras de Pessoa) o escritura oblicua (según Montejo), son los términos que se adoptan para referirse al mismo fenómeno (Gutiérrez, s.f.).
Las influencias que marcan su obra no son demasiado evidentes, pero se puede mencionar al poeta griego Constantine Cavafy y al peruano César Vallejo. Ecos de otros poetas europeos se traslucen en su poesía: Jorge Manrique y Fernando Pessoa, así como reminiscencias de los venezolanos Fernando Paz Castillo y Vicente Gerbasi (Chacón Ortega, s.f.). A pesar de las inevitables influencias, Montejo representa una voz prácticamente nueva. No es epigonal de ningún intento de los 60, ni de intentos anteriores pero, paradójicamente, no es extraña a la tradición histórica de la poesía venezolana. “Nueva voz de resonancias antiguas. El eco del pasado en una voz inédita”, concluye Arráiz Lucca, (2003, p. 282).
Su obra es tan diversa como extensa. En poesía ha publicado diez poemarios: Élegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1976), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982), Alfabeto del mundo (1986), Adiós al siglo XX (1992), Partitura de la cigarra (1999), Tiempo Transfigurado. Antología Poética (2001) y Papiros amorosos (2002). Tiene también dos colecciones de ensayos: La ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983) y varios cuadernos de escritura heteronímica: El cuaderno de Blas Coll (1981), Guitarra del horizonte por Sergio Sandoval (1992), El hacha de seda por Tomás Liendo (1996) y Chamario (poesía infantil) por Eduardo Polo (2004)
La cultura urbana:
En Eugenio Montejo la ciudad es uno de los temas recurrentes, como ocurre con los poetas del siglo XX, en los que la ciudad surge como una presencia feroz, ineludible y omnipotente, que configura al sujeto, su psicología individual y la realidad en la que está inmerso (Flores, 2006).
La mayor parte de los poemas sobre lo urbano figuran en sus poemarios Terredad, (por ejemplo, “Caracas”, “Una ciudad”, “Ciudades marinas”, “Están demoliendo la ciudad”, “Noche natal”) y en Trópico absoluto (“Mural escrito por el viento”, “Dos ciudades”, “En esta ciudad”, “Las calles de los colores”).
En el poema “Caracas” (del poemario Terredad, 1978), si bien el título es una alusión directa a esta ciudad (la montaña parece referirse al Ávila), la presencia de altos edificios, de las torres, el ruido, la profusión de autos, la prisa de los habitantes detrás de los taxis, entre otros, son atribuibles a cualquier otra ciudad moderna. Por tanto, cualquier reflexión sobre la capital venezolana se aplica adecuadamente a las demás. A partir de un juego metafórico que contrasta la antigüedad de Tebas, Troya y Nínive con los innovadores cambios de Caracas, el yo poético reconoce la nostalgia por la ciudad de la infancia y experimenta la soledad en la ciudad nueva. Así como esas ciudades asiáticas lucen lejanas, ya desaparecidas, luce lejana, desaparecida, la ciudad de los años infantiles. A pesar de los sentimientos de desánimo, el yo poético adulto toma posesión de la ciudad actual, que es serena e impávida, y reconoce que puede andar por ella aunque ahora “cada vez más solitario”.
“Mural escrito por el viento” (del poemario Trópico absoluto, 1982), hace referencia a una pintura colocada sobre un muro. En lugar de ser pintado, fue escrito -como dice el autor- por un algo que se desplaza, que se mueve, que es inestable: el viento. Ello me hizo anticipar que encontraría una reflexión sobre lo efímero, asunto que confirmé más adelante. El poema canta a la infidelidad de la ciudad, o de las ciudades, y a la percepción cambiante que de ellas tenemos cuando variamos el foco de la mirada: de la mirada desde la distancia hasta la mirada desde la vivencia concreta. La frase “el tacto de sus piedras” parece un llamado de atención hacia la pérdida de las bases fundacionales de una ciudad o hacia lo que ella tiene de duradero. Coexisten elementos de la naturaleza (piedras, ríos, árboles, soles o lluvia, colinas, cumbres azules, madera) y elementos de la modernidad (un avión, largos bulevares, edificios), esto es, un contraste entre lo imperecedero y lo perecedero. El poema alude también a la modernización, a la soledad del hombre, a la deshumanización, las cuales conducen a que el yo poético experimente emociones encontradas: seducción, atracción, por una parte, y evasión, desaliento, por la otra.
“Dos ciudades” pertenece al poemario Trópico Absoluto (1982). Las características que se atribuyen a las dos ciudades son su levedad, su transparencia, su azulidad y su musicalidad, características que alcanzan ribetes de idealización. El yo poético no canta a la ciudad que se pierde por la modernización, tal como veíamos en los dos poemas anteriores, sino al espacio conocido, transitado, familiar, que se escapa de la memoria: “De tantas idas y venidas (…) sólo retengo los ecos del estruendo” y “Anduve por años yendo de una u otra (…) hasta que sus rastros/ ya dentro de mí se extinguieron”. El yo poético experimenta sentimientos dramáticos: es un yo desterrado, proscrito. Con respecto al título, formulo dos hipótesis: una, que una ciudad es real y la otra es la del recuerdo, y, otra, que las dos ciudades son reales: ¿se refieren acaso a Caracas y Valencia, la ciudad natal y la prenatal del poeta?:
“Una se alzaba delante de mis ojos
la otra en mi sangre o más adentro”.
Las tres poesías comentadas son, pues, ejemplos de cómo se muestra lo urbano a partir de la reflexión del yo ante la realidad exterior e interior de las ciudades, en contraposición a la postura que ve en la ciudad un objeto poético y se limita a nombrar sus elementos (Flores, 2006).
La cultura universal:
La poesía de Montejo está íntimamente relacionada con la historia literaria universal y la historia cultural. Una inspección, que no pretende ser exhaustiva, me permitió verificar dicha aseveración. En Muerte y memoria (1972) encontramos “Orfeo”; en Algunas palabras (1976), “Dos Rembrandt” y “El otro”; Terredad (1978) reúne varios: “Madonas”, “Arqueologías”, “Una fotografía de 1948”; Alfabeto del mundo (1986) incorpora “Ítaca”, “La estatua de Pessoa” y “Ulises”; En Adiós al Siglo XX (1992), el poema del mismo nombre.
En “Dos Rembrandt” (del poemario Algunas palabras, 1976), una alusión directa al pintor holandés, el primer verso nos dice que Rembrandt pintó con grumos ocres. En efecto, la pintura de Rembrandt se caracteriza por ser una paleta muy sombría con oro, pardo, ocre y negro, lo que es característico de su ascetismo protestante (Rembrandt Van Ryn, s.f.). Además, el poeta alude a dos autorretratos: uno de la juventud (posiblemente “Autorretrato con toca y con cadena de oro”, un cuadro en óvalo donde el pintor aparece con una capa negra, una cadena de oro y una toca que oculta la calvicie incipiente) y otro de la vejez (probablemente “Autorretrato de 1660”, donde aparece con la cara arrugada, la cabeza coronada con un bonete blanco amarillento, y una paleta de colores en la mano). Recrea también los rasgos faciales y las actitudes que adopta el pintor en sus cuadros, los cuales pueden ser constatados cuando se observan las dos pinturas mencionadas. En fin, el registro verbal coincide con el registro pictórico. Las emociones que, según el poeta, pueden vislumbrarse en los autorretratos revelan su percepción, ahora más personal, más subjetiva: la intensidad, la tristeza, las huellas de una vida dolorosa que el holandés no ocultó, sino que las delineó objetivamente, sin interferir, sin añadir o restar nada. Con sus autorretratos Rembrandt quiso tener un sujeto más dócil sobre el cual podía probar todos los efectos de la luz y hacer ensayos sobre la figura humana. De la misma manera, Montejo no intenta hacer una mera descripción de lo que está observando, sino que quiere transmitir un mensaje más profundo, atinente a una reflexión del yo. Creo que sus últimos versos son los más significativos:
“Su alma sólo nos busca por espejo
y sin pedirnos saldo
se acerca en sus dos rostros,
pero ¿quién al mirarlos no se quema?”
En otras palabras, estamos en presencia de dos cuerpos (joven, uno; envejecido, otro) pero una misma alma, un alma que nos busca para que nos acerquemos, que nos mira cara a cara, y que nos interpela para indagar si somos capaces de ponernos en el lugar del hombre e identificarnos o no –pero tomar posición, cualquiera que sea- con los sentimientos que experimentó en el devenir de su vida tormentosa.
En “Ítaca”, del poemario Alfabeto del mundo, 1986, la Ítaca de Montejo es la Itaca del mito, por la mención del mar, de las islas, del canto en griego de los pájaros, de manera que el autor respeta, por decirlo así, las características de la tierra del héroe griego. Entonces, Ítaca es la patria añorada, la patria que se ha abandonado y a la que se desea regresar, con más fuerza mientras mayores sean los contratiempos que se enfrenten. Pero Ítaca, por la presencia del auto y del hotel, puede también ser cualquier ciudad, moderna o no. Allá y entonces, y aquí y ahora, siempre habrá un viajante, un desterrado, que sueña y se esfuerza por el regreso a la patria de origen. No obstante, la interpretación que prefiero es más amplia y consiste en ver a Ítaca como la meta buscada, como el sueño anhelado, independientemente de los esfuerzos que se deban empeñar en su consecución. En otras palabras, lo más significativo para mí es que el lenguaje metafórico que emplea Montejo parece hablar de la universalidad del hombre, universalidad en el sentido de las características psicológicas y sociológicas que nos hacen más semejantes que diferentes, -independientemente del sitio de donde provengamos-, y que nos mueven en pos de un ideal.
Conclusiones:
Las poesías de Eugenio Montejo que he comentado abordan el tema de lo urbano desde la perspectiva de la pérdida de las ciudades que ya no son, que ya no volverán a ser, bien sea por la irrupción irreversible de la modernidad o por la desaparición de los espacios urbanos, otrora muy bien conocidos. La modernidad modifica no sólo la arquitectura y la ecología, sino el ambiente humano de los seres que, aún en medio de la multitud, van solitarios y a la deriva. La desaparición de lo conocido produce el doloroso sentimiento del desarraigo y también la soledad. Pero la pérdida no es sólo de la ciudad, sino también de sí mismo, es la añoranza por etapas vitales que ya quedaron atrás, aunque dejaran múltiples aprendizajes. A esas ciudades se las extraña, se las teme, se desconfía de ellas, se las percibe como infieles, se las ama, pero jamás resultan indiferentes. En ese sentido, son ciudades de desaliento, son ciudades amables, son seres de desaliento, son seres amables, porque, finalmente, las ciudades son lo que son sus habitantes. El yo poético de los anteriores poemas es un yo contemplativo, aunque azuzado por las prisas citadinas y las exigencias de la vida. Es también un yo que se involucra y, en consecuencia, se rebela, cuestiona, sufre, es escéptico, es imperativo ante la realidad que se muestra ante sus ojos. Mirando hacia fuera, el yo se mira hacia adentro, de una manera mesurada, reflexiva e intimista, propias del estilo del autor. No poseo evidencias de que los textos de Montejo sean autobiográficos, pero lo que sí podría asegurar es que tratan con experiencias humanas universales, esto es, con acontecimientos que se vivencian en todos los espacios geográficos y en todas las épocas. Vale decir, los cambios externos que moldean los cambios internos de los individuos, las inevitables modificaciones personales que se suceden en el curso vital, la prosecución de metas e ideales, la ida de la tierra, la vuelta a la patria, digo tomando prestada la frase de Pérez Bonalde.
Por otra parte, algunos de los poemas que analizamos están íntimamente relacionados con la historia y la geografía universal, con la historia cultural, lo que refuerza la noción de que estamos en presencia de una poesía cósmica, de una mirada totalizadora por parte de su autor. Refuerza además la concepción de la literatura como entramado de signos, como travesía de significados; así, termino con las aseveraciones de Lye (2000) sobre la noción de literatura, las cuales sustentan lo que intento plantear: un texto es, como lo indica la etimología de la palabra, un tejido, algo entrelazado, un tejido trenzado de textos anteriores, de referencias y prácticas históricas, del juego del lenguaje. En el caso de Montejo, sus poemas son tejidos de textos del propio autor, de otros textos poéticos, de textos pictóricos, de textos épicos y de textos míticos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Arráiz Lucca, Rafael (2003). El coro de las voces solitarias. Una historia de la poesía venezolana. Caracas: Grupo Ed. Eclepsidra.
Campo, Ernesto (2007). Entrevista a Eugenio Montejo. Disponible en: www.el_nacional.com/entrevistas/montejo.asp. [Consultado en 16/06/07.
Carrera, Liduvina (s.f.). El código poético del ensayo “El taller blanco”. Disponible en: www.ucab.edu.ve/ucabnuevo/index.php.
Chacón Ortega, María del Rosario (s.f.). Eugenio Montejo: la magia del alfabeto más allá del horizonte de la página. Disponible en www.uem.es/info/especulo/numero15/montejo.html.
Cruz, Francisco José (2004). Entrevista a Eugenio Montejo. En Poemas selectos. Bid & co. Editor, C.A.
Flores, María Antonieta (2006). El vínculo inevitable de la ciudad: la ciudad en la poesía del siglo XX. En Pacheco, Carlos; Barrera Linares, Luis y González Stephan, Beatriz (comp.). Nación y literatura. Itinerarios de la palabra escrita en la cultura venezolana. Caracas: Fundación Bigott.
Gutiérrez, María Alejandra (s.f.). Entrevista a Eugenio Montejo. Disponible en: www.literaturas.com/EmontejoLC.htm.
Lye, John (2000). Some characteristics of contemporary theory. Disponible en: //C:/Documents and settings/Win2000/Configuracionlocal/Archivostemporalesdeinternet/Conte/Somecharacteristicsofcontemporarytheory. [Consultado el 2/11/05].
Marta Sosa, Joaquín (2003). Navegación de tres siglos (antología básica de la poesía venezolana 1826-2002). Caracas: Fundación para la Cultura Urbana.
Montejo, Eugenio (1976). Algunas palabras. En Poemas selectos. Bid & co. Editor, C.A.
Montejo, Eugenio (1978).Terredad. Caracas: Monte Ávila Editores, C.A.
Montejo, Eugenio (1982).Trópico Absoluto. Caracas: Fundarte.
Montejo, Eugenio (2001). Tiempo Transfigurado (Antología Poética). Naguanagua: Ediciones Poesía.
Rembrandt (s.f.). Disponible en http://lili.butterfly.free.fr/. [Consultado el 25.06.07]
En “Dos Rembrandt” (del poemario Algunas palabras, 1976), una alusión directa al pintor holandés, el primer verso nos dice que Rembrandt pintó con grumos ocres. En efecto, la pintura de Rembrandt se caracteriza por ser una paleta muy sombría con oro, pardo, ocre y negro, lo que es característico de su ascetismo protestante (Rembrandt Van Ryn, s.f.). Además, el poeta alude a dos autorretratos: uno de la juventud (posiblemente “Autorretrato con toca y con cadena de oro”, un cuadro en óvalo donde el pintor aparece con una capa negra, una cadena de oro y una toca que oculta la calvicie incipiente) y otro de la vejez (probablemente “Autorretrato de 1660”, donde aparece con la cara arrugada, la cabeza coronada con un bonete blanco amarillento, y una paleta de colores en la mano). Recrea también los rasgos faciales y las actitudes que adopta el pintor en sus cuadros, los cuales pueden ser constatados cuando se observan las dos pinturas mencionadas. En fin, el registro verbal coincide con el registro pictórico. Las emociones que, según el poeta, pueden vislumbrarse en los autorretratos revelan su percepción, ahora más personal, más subjetiva: la intensidad, la tristeza, las huellas de una vida dolorosa que el holandés no ocultó, sino que las delineó objetivamente, sin interferir, sin añadir o restar nada. Con sus autorretratos Rembrandt quiso tener un sujeto más dócil sobre el cual podía probar todos los efectos de la luz y hacer ensayos sobre la figura humana. De la misma manera, Montejo no intenta hacer una mera descripción de lo que está observando, sino que quiere transmitir un mensaje más profundo, atinente a una reflexión del yo. Creo que sus últimos versos son los más significativos:
“Su alma sólo nos busca por espejo
y sin pedirnos saldo
se acerca en sus dos rostros,
pero ¿quién al mirarlos no se quema?”
En otras palabras, estamos en presencia de dos cuerpos (joven, uno; envejecido, otro) pero una misma alma, un alma que nos busca para que nos acerquemos, que nos mira cara a cara, y que nos interpela para indagar si somos capaces de ponernos en el lugar del hombre e identificarnos o no –pero tomar posición, cualquiera que sea- con los sentimientos que experimentó en el devenir de su vida tormentosa.
En “Ítaca”, del poemario Alfabeto del mundo, 1986, la Ítaca de Montejo es la Itaca del mito, por la mención del mar, de las islas, del canto en griego de los pájaros, de manera que el autor respeta, por decirlo así, las características de la tierra del héroe griego. Entonces, Ítaca es la patria añorada, la patria que se ha abandonado y a la que se desea regresar, con más fuerza mientras mayores sean los contratiempos que se enfrenten. Pero Ítaca, por la presencia del auto y del hotel, puede también ser cualquier ciudad, moderna o no. Allá y entonces, y aquí y ahora, siempre habrá un viajante, un desterrado, que sueña y se esfuerza por el regreso a la patria de origen. No obstante, la interpretación que prefiero es más amplia y consiste en ver a Ítaca como la meta buscada, como el sueño anhelado, independientemente de los esfuerzos que se deban empeñar en su consecución. En otras palabras, lo más significativo para mí es que el lenguaje metafórico que emplea Montejo parece hablar de la universalidad del hombre, universalidad en el sentido de las características psicológicas y sociológicas que nos hacen más semejantes que diferentes, -independientemente del sitio de donde provengamos-, y que nos mueven en pos de un ideal.
Conclusiones:
Las poesías de Eugenio Montejo que he comentado abordan el tema de lo urbano desde la perspectiva de la pérdida de las ciudades que ya no son, que ya no volverán a ser, bien sea por la irrupción irreversible de la modernidad o por la desaparición de los espacios urbanos, otrora muy bien conocidos. La modernidad modifica no sólo la arquitectura y la ecología, sino el ambiente humano de los seres que, aún en medio de la multitud, van solitarios y a la deriva. La desaparición de lo conocido produce el doloroso sentimiento del desarraigo y también la soledad. Pero la pérdida no es sólo de la ciudad, sino también de sí mismo, es la añoranza por etapas vitales que ya quedaron atrás, aunque dejaran múltiples aprendizajes. A esas ciudades se las extraña, se las teme, se desconfía de ellas, se las percibe como infieles, se las ama, pero jamás resultan indiferentes. En ese sentido, son ciudades de desaliento, son ciudades amables, son seres de desaliento, son seres amables, porque, finalmente, las ciudades son lo que son sus habitantes. El yo poético de los anteriores poemas es un yo contemplativo, aunque azuzado por las prisas citadinas y las exigencias de la vida. Es también un yo que se involucra y, en consecuencia, se rebela, cuestiona, sufre, es escéptico, es imperativo ante la realidad que se muestra ante sus ojos. Mirando hacia fuera, el yo se mira hacia adentro, de una manera mesurada, reflexiva e intimista, propias del estilo del autor. No poseo evidencias de que los textos de Montejo sean autobiográficos, pero lo que sí podría asegurar es que tratan con experiencias humanas universales, esto es, con acontecimientos que se vivencian en todos los espacios geográficos y en todas las épocas. Vale decir, los cambios externos que moldean los cambios internos de los individuos, las inevitables modificaciones personales que se suceden en el curso vital, la prosecución de metas e ideales, la ida de la tierra, la vuelta a la patria, digo tomando prestada la frase de Pérez Bonalde.
Por otra parte, algunos de los poemas que analizamos están íntimamente relacionados con la historia y la geografía universal, con la historia cultural, lo que refuerza la noción de que estamos en presencia de una poesía cósmica, de una mirada totalizadora por parte de su autor. Refuerza además la concepción de la literatura como entramado de signos, como travesía de significados; así, termino con las aseveraciones de Lye (2000) sobre la noción de literatura, las cuales sustentan lo que intento plantear: un texto es, como lo indica la etimología de la palabra, un tejido, algo entrelazado, un tejido trenzado de textos anteriores, de referencias y prácticas históricas, del juego del lenguaje. En el caso de Montejo, sus poemas son tejidos de textos del propio autor, de otros textos poéticos, de textos pictóricos, de textos épicos y de textos míticos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Julio de 2007
*Psicóloga, profesora e investigadora universitaria venezolana (Caracas). Ha publicado artículos científicos en las revistas arbitradas Psicología, y Orientación y Consulta, y en informes de diversos eventos científicos. También ha publicado artículos en la Revista Internacional de Seguros (Caracas) e Insularidades (Nueva Esparta, Venezuela). Mantiene la sección de divulgación científica Temas de Psicología en Tacarigua y la sección Historias Normales en Mureche.net, así como artículos y relatos en Cheguaco.org, cursos en Mailxmail.com y artículos científicos en revistas digitales internacionales. Igualmente, ha publicado textos literarios en Ficción Breve Venezolana, La Piedra del Duende, La Nave Azul y La Mujer Rota. Fue finalista del VII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa 2005 y del Concurso No Sólo para Abuelos 2008. Escritora de cuentos, literatura infantil y ensayos que permanecen inéditos.
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