Alberto Hernández*
I
En 1948, George Orwell publica sus Ensayos críticos, donde destaca uno titulado “Wells, Hitler y el estado mundial”, en el que el también autor de la novela 1984 habla de la situación política del momento, signada por la presencia perversa del Fuhrer y las opiniones que se desprendían de sus acciones.
H.G. Wells escribía como loco en los periódicos con un toque casi angelical sobre el desempeño de Hitler contra Londres. Decía así: “En marzo o abril, dicen los sabihondos, ha de haber un golpe estupendo que pondrá fuera de combate a Gran Bretaña...No alcanzo a imaginar qué tiene que ver Hitler con ello. Sus reducidos y dispersos recursos militares probablemente no son mucho mayores que los recursos con que contaban los italianos antes de que los pusieran a prueba en Grecia y en África”.
Se equivocó Well, de plano. Se equivocó porque luego Hitler bombardeó la capital británica y casi puso de rodillas un imperio que se ufanaba de su poderío y de haber establecido su cultura por la fuerza en otros lugares del planeta.
Precisar el nombre del “fantasma que espera” es repasar la historia remota y reciente. El fantasma, no aquel que recorría el mundo, como decía Marx. Que hizo galas con las purgas de Stalin y gracia en las locuras de los chinos, sin dejar de mencionar las bondades del paredón cubano. No; se trataba del fantasma militar, ese que tanto bebió en la fuente de las derechas, que también sació su sed en las humanistas resonancias del socialismo de todas las marcas.
II
Cuando el lobo es anunciado, a alguien se le ocurre pintarle la cola. En el caso de Wells, criticado por Orwell, nos miramos obligadamente en un espejo. Veamos si esto se parece a algo cercano: “¿Qué ha mantenido a Inglaterra en pie durante el año último? En parte, sin duda, la vaga idea de un futuro mejor, pero sobre todo la emoción atávica del patriotismo, el sentimiento inculcado por el cual los pueblos de habla inglesa se juzgan superiores a los extranjeros?”. Certeza tan entrañable como que hoy, en nuestro país, esa misma emoción coadyuva a sentirnos poderosos frente al Imperio del Norte. Y no es que nos sintamos poderosos por el idioma que hablamos, sino por los testículos de piedra que la historia nos ha colocado entre las piernas gracias a la vitalidad de un mestizaje mal estudiado. Esa emoción atávica se ha visto fortalecida gracias a los discursos que vienen de una boca prolongada no sólo en el tiempo sino en la desmesura de sus ideas. La patria es cosa seria, de vida o muerte.
Más adelante, Orwell destaca el carácter mesiánico del “reaccionario que intenta restaurar un pasado turbulento y azaroso”. Si la coincidencia es tal, es sólo eso, simple coincidencia, porque la historia –cíclica o cuadrada- está plena de personajes de este tipo y naturaleza. Personaje que atiende a su centro emocional, a la emoción atávica de la patria que le enseñaron en los cuarteles, cuyos soldados son “el fantasma que espera”. El autor añade que la clase no militar no podía comprender la fuerza de un mundo que había pasado por la tradición. “Era –y es todavía- totalmente incapaz de comprender que el nacionalismo, el fanatismo religioso y la lealtad feudal son fuerzas más poderosas que lo que él mismo llamaría sentido común. Criaturas salidas del Medioevo marchan en el presente, y si son espectros son espectros que sólo una magia muy poderosa puede enterrar”.
La atracción de esa fuerza, tremenda y caprichosa ideológicamente, puede perturbar los cimientos del mundo. Por eso, el no haber sabido o querido interpretar a Hitler lo ubicó en un análisis infantil, ingenuo. Wells, con razón, creía en marcianos. Hitler no era un personaje de ciencia-ficción.
El estado de cosas que hoy nos domina tiene esa misma vertiente: nadie creía que Venezuela podía llegar a este estadio. Políticos y empresarios de oposición siempre subestimaron la capacidad de quien hoy mantiene el país patas arriba. Pues bien, las opciones están en la mesa: fundan una resistencia o hacen negocios con el poder político, de lo contrario las purgas continuarán su avance hasta la misma médula de la disidencia. Los que no comulgamos con el autoritarismo, tendremos que continuar propiciando la idea de una democracia en la que los fantasmas y las bestias no se desaten contra una mayoría callada que no termina de perfilar el tipo de lucha contra la autocracia.
La emoción atávica del patriotismo es un arma poderosa, y los serviles feudales han sabido constituirse en la fuerza motora de su presencia. La utopía también existe en el bajo vientre, en la resaca del día anterior.
*Periodista, poeta y narrador venezolano (Maracay, estado Aragua)
Fotos: Orwell ante su máquina y Wells de pie en la puerta de su casa.
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