Jeroh Montilla
En los espacios de la infancia es donde se trazan los futuros itinerarios, las rutas de lo que será nuestra búsqueda personal de la belleza. Si allí no tuvimos, o no cultivamos el necesario asombro, ni lo imaginario nos llevó a diario de la mano ante el arribo de esos días donde cada cosa era un universo por sí mismo, de seguro nuestra relación con lo hermoso estará lleno de extravíos y descuidos por el resto de nuestras vidas. Porque la vida entera de cualquier ser humano es la indeclinable y persistente búsqueda de lo hermoso, para unos de modo consciente y sostenido y para otros el ejercicio sublimado en tareas y obsesiones aparentemente ajenas a la sensibilidad.
El caso de Inés Vargas Tiape de Ranuárez es de alguien que mantiene una actitud muy lúcida ante los grandes ventanales de la memoria, de alguien lleno de amor que sabe reconocerse y practica el cultivo de una identidad luminosa y franca, que vive devotamente en ella desde aquellos días de su infancia, ámbitos pleno de olores, sabores, sonoridades, texturas e imágenes del real y a su vez mítico Ciruelar, barriada o recodo fantástico de ese soleado pueblo de Las Mercedes del Llano que el deshojar de la historia cubre de cambios y brumas civilizatorias imprevistas. Estos textos iniciales de Inés Relatos del Ciruelar, rescatan ese pasado y tienen la virtud de ubicarnos en un espacio y tiempo donde cada elemento cotidiano es plenamente un objeto, un gesto y una acción rebosada o sumergida en el creativo resplandor de los niños.
Felicitamos sinceramente a Inés, docente de jóvenes en San Juan de los Morros, por dar con su libro nuevos aires de frescura al hacer escritural guariqueño. Relatos del Ciruelar constituye, como ya dijimos, el primer texto publicado de esta dedicada profesora, en esta obra ella experimenta los afanes de un relato corto que entra con tino en los predios de la crónica. A continuación presentamos para el deleite del lector 3 de los 23 textos que componen el libro.
LA CASITA DE LA TIA MARIA CRISTINA
Era una casita muy pintoresca, pequeña y acogedora como salida de un cuento. Tenía al igual que la de nosotros un gran patio que ayudábamos a barrer con una escoba improvisada que confeccionaba la tía María, hermana del abuelo Raimundo, lo rociábamos con agua para aplacar el polvo y al barrerlo quedaba como para bailar un joropo.
Mi abuelo, era agricultor y tenía su conuco donde sembraba casi todo los alimentos que consumíamos, en las cerca de la casa ponía a secar las vainas de frijol, caraotas negras, quinchoncho, caraotas pintada, y luego desgranarlo junto con el maíz que pilábamos para hacer las arepas.
Nos poníamos en círculo, sentados en la arena de aquel patio y entre cuentos y chistes la faena se nos hacía corta y agradable, no faltaban los cuentos de muertos y aparecidos, que decían existían en el pueblo.
Una noche, iluminados por el brillo de las estrellas que parecían luciérnagas gigantes, sentados en el patio realizando nuestra labor, se nos antojó echar cuento de muertos. Decían que en la laguna La Piñera--cuyo nombre proviene del General Piña quien la mandó a hacer, y era funcionario del gobierno del General Juan Vicente Gómez.- y que quedaba justo frente a la casa de mi tía, salía un muerto sin cabeza, vestido con un liquilique blanco. A medida que el relato avanzaba el círculo se iba haciendo más estrecho, por el temor que sentíamos a ese supuesto aparecido. De pronto, mi tío Miguel, personaje que tiene su capítulo aparte en estos relatos, se paró y señaló hacia la laguna.
-¡ahí está el muerto sin cabeza!.-gritó y todos salimos corriendo para entrar a la casa, el primero fue mi tío Miguel, pero no se acordó y tampoco yo lo había mencionado, que la casita tenía las puertas demasiado bajitas y había que pasar agachado, a mi tío esto se le olvidó por completo y chocó contra la pared dándose el golpe de su vida que lo dejó aturdido largo rato, aunque este accidente no le quitó la manía de andar asustando.
Otro recuerdo que guardo en mi memoria de esa casita, es que había una troja donde guardaban un baúl y no nos permitían subir a ella. Cierto día salieron todos y me dejaron con mi hermana Maritza, la convencí para subir y una vez arriba para que abriera el baúl misterioso, ella lo hizo, el tiempo parecía congelado, como si no avanzara. Vi como mi hermana en cámara lenta alzaba la tapa de aquel baúl que se me antojaba lleno de morocotas, como en los cuentos de mi abuelo, por fin quedó abierto por completo, y al asomarme no vi. ningunas monedas ,solo libros, que no entendía lo que decían porque aún no sabía leer, pero Maritza tomó uno y leyó lo que parecía ser la primera página y que más tarde supe que se llamaba portada .Decía,”La Dama de las Camelias”,me imaginé una historia maravillosa y prometí leerla algún día. El baúl perteneció al señor Pancho Rivero, quien vivió junto a la laguna La Piñera y lo dejó cuando se mudó.
Más tarde descubrí que realmente el baúl sí guardaba un invalorable tesoro.
Desde entonces construí mi propio baúl y constituye mi gran fortuna.
MI AMIGO
Llegó a Las Mercedes adolescente, siempre le gustó el campo y sus faenas. Sus padres Pedro Moreno y Matilde Matos se habían mudado para San Juan. En una rabieta con su papá se fue de su casa .Se llamaba David, nunca lo llamamos por su nombre de pila le decíamos Amigo. Vivió con nosotros en El Manchao, ayudaba al abuelo en su trabajo y era nuestro baquiano y compañero de aventuras. Mi amigo era de contextura fuerte, se parecía mucho a Cabezón Delgado, jocoso, cuentero y hasta embustero.
Salíamos a cazar perdices las desplumaba con todo y cuero, era muy hábil preparando un pequeño asador improvisado donde ponía a asar el pájaro ensartado en un palito. Quebraba el rabo a los toros y nadie lo ganaba enlazando y tumbando los becerros para herrarlos.
Un día le pedimos un favor.
-Amigo queremos que nos agarres un araguatico bien bonito que está en la mata de merecure cerca del corral-
- Amiga usted no sabe que esos animalitos son malos –
¡No amigo, son lindos! Y nos prometió buscarlo pero que lo acompañáramos.
Al día siguiente fuimos, empezó a molestarlos y salieron muchos araguatos y empezaros a tirarnos excremento, salimos corriendo mientras oíamos gritar a mi amigo ¡amiga corra, que no le caiga de eso en la cabeza porque se va a quedar calva para toda la vida!
Mi amigo murió hace poco, tuvo un accidente, alzó una res para despostarla y el esfuerzo afectó su columna, quedó paralítico, creo que no soportó la idea de no poder montar su caballo y perderse en la sabana. La tristeza y la nostalgia invadieron su alma y corazón y no quiso vivir más.
Era muy bueno mi amigo.
Siempre lo recuerdo, más aún cuando leo el cuento de Rufino Blanco Fombona llamado EL Catire. Allí veo retratado a mi inolvidable Amigo.
NUESTRAS TREMENDURAS
Los días en el llano son largos, el sol ardiente produce una somnolencia que aturde, a los adultos, porque a los niños les agudizaba la energía y buscaban la forma de reducirla.
En la tarde teníamos la visita de mi primo Rodolfo, hijo de mi tío Carmelo a quien decíamos Pido Lido, venía para jugar.
Mi abuela tenía un gran gallinero con muchas ponedoras, cuando se echaban en sus nidos a empollar sus huevos poco se levantaban, descubrimos que del nido salían unos bichitos que se llamaban piojillos, eran diminutos y nuestra diversión era meter el brazo para que saliera lleno de estos insectillos que rápidamente empezábamos a triturar con las uñas, nos gustaba el ruido que hacían al quedar aplastaditos. Un día le tocó el turno a Rodolfo, no metió un brazo sino los dos, no dio tiempo de matarlos a todos porque oímos la voz de mi abuela que venía hacia el gallinero, salimos y nos fuimos al patio, allí había una mata de ají chirel, de los más picantes que mi abuela utilizaba para hacer el ajicero y comer con el sabroso paloapique que preparaba. Lo primero que se nos ocurrió fue agarrar unos cuantos y frotárselo en los brazos a Pido, se le murieron los piojillos, pero también le provocamos unas quemaduras en la piel .No sabemos que explicación dio Pido Lido a su mamá Inocencia Hurtado, pero fue la última visita al gallinero, al menos para jugar con los piojillos.
Una vez jugamos a preparar comida, mi hermana Maritza hizo una sopa con hojas de tua tua y unas frutas amarillas que daba un arbolito pequeño y que abunda en el llano llamadas manzanas del diablo, hasta allí todo era diversión, pero se nos ocurrió darle de probar un poco a un muchacho que estaba de visita en la casa y que le decían Remache - porque era muy pequeño -; menos mal que fue una probadita porque los ingredientes de la sopa eran dañinos y a Remache le provocó vómitos.
Nos reprendieron pero con la comprensión que sólo los abuelos sabían dar, seguimos jugando a preparar comida, arroz en latitas de sardina, ensalada con pepinos silvestres que tenían unas puyitas inofensivas y con tomatitos cagones que abundaban en los patios, siempre bajo la supervisión de la abuela.
*Inés de Ranuárez (2008) Relatos del Ciruelar. San Juan de los Morros: Sistema Nacional de Imprentas y Fundación Editorial El Perro y La Rana (Guárico). Colección cuento Argenis Rodríguez, 45 págs.