Obituarios de un no-país — video a Alejandro Aguilar

miércoles, 9 de enero de 2008

LA LUCIDEZ DE SU LOCURA


Daniel R. Scott*

Como dijo el Benemérito en sus ocasos a papá aquel año de 1935, se dió el caso que mi abuelo perdió la razón. Su obra intelectual quedó truncada: los manuscritos de varios libros quedaron inconclusos y supongo que se perdieron en alguna mudanza entre San Juan y los Teques o entre los Teques y San Juan. Eran cuatro manuscritos: "El pensamiento Camina", "Joaquín Crespo, sus días de encarbonado y sus crímenes", "Zenobia Lozano" (Novela de costumbres Aragueñas) y "Por los Encantos, la Riqueza y la Fertilidad de mi Patria".
Se le veía caminar dentro de una atmósfera enigmática con sus climas propios, apoyado sobre un bastón, un fardo de papeles bajo el brazo y hablando consigo mismo en voz baja. Habitaba un ámbito misterioso e inaccesible poblado de personas, épocas, sinsabores e historias que solo él conocía. En eso y no en otra cosa consistía su locura. Fuera de eso, era un hombre cuerdo. Y si el joven estudiante Alí Almeida le preguntaba quienes eran los padres de María Estuardo, él era capaz de nombrarlos e ir un poco más arriba en el árbol genealógico. En su lúcida locura afirmaba que algún día "el Socialismo se impondrá en el mundo entero". La gente lo oía incrédula o se burlaba de él. "Será un proceso lento" decía. "Pero finalmente se impondrá". De los adecos tuvo una opinión terrible, casi pornográfica: "El día que la peor y más corrompida clase social del país quiso constituirse partido político, entonces nació Acción Democrática". Frase terrible, como dije, pero consideremos: no estaba en sus cabales, se le disculpa.
Se ha especulado hasta el absurdo al buscarle una explicación a su mal. Un neurólogo asegura que su cavidad craneana era muy pequeña para su cerebro. La más inverosímil de las explicaciones es la creída y contada por una matrona muy respetable de la localidad: Un día mi abuelo enterró un baúl de morocotas a orillas del río San Juan y se marchó. Al poco tiempo regresó en busca de su tesoro y no lo pudo hallar, perdiendo en la desesperación la razón. "¡Pero si yo lo puse aquí!" repetía sin cesar y delirante. La torturada frase se hizo proverbio en la familia que la da por cierta. "Hija, dime, ¿donde pusiste el peine?" pregunta la honorable matrona. "¿Que no está donde lo pusiste? Te pareces al viejo Daniel: '¡Yo lo puse aquí, yo lo puse aquí!'". Pero como dije es una leyenda sin fundamento. Lo que sí es cierto es que cuando mi abuelo abandona su casa de "El Majomo" los vecinos casi demolieron la casa en busca de unas morocotas que jamás encontraron.
A este Scott lo trastornó el exceso de lecturas y el dolor de sus tragedias personales que no fueron pocas y nunca cesó de rumiar en sus diálogos, monólogos y libros. Abordó el dolor de una manera poética y filosóficamente equivocada. Quizá debió ser más inteligente y haber nihilizado todo cuanto le sucedía, pero la época intelectual que le tocó vivir era de poses muy teatrales. Cuando mi abuelo escribía a su hermano Félix Manuel Scott (Ayudante de la Comandancia de Armas del Estado Apure): "Quien sino a ti, me obliga el dolor que nos ha guiado en la vida, dedicarte este libro" no estaba exagerando en lo más mínimo, sin embargo. Tampoco exageraba cuando colocó en el frontispicio de ese libro aquel verso de Rubén Darío que canta: "Yo supe de dolor toda mi infancia". Y es que mi abuelo no solo perdió a su padre en "La Libertadora" y a su hermano Andrés Rafael en manos de Varela; también vio desaparecer trágicamente a otro de sus hermanos, a Antonio, en 1909. Esta es la versión que del hecho da Enrique Olivo en un discurso pronunciado en el Consejo Municipal del Distrito Roscio del Estado Guarico el 19 de Abril de 1980: "Antonio recibe varios impactos de bala en la tarde del 01 de noviembre de 1909 en el cementerio San Miguel. Es el día de todos los santos y una gran cantidad de público se reúne en el camposanto, como es costumbre. Suenan varios disparos y Albertina Tosta corre a guarecerse. Antonio José Rodríguez trota hacia el sitio, pero ya Esteban Guzmán le está prestando ayuda al herido. Antonio le dice: 'me estoy muriendo'. Valentín Linares, en su condición de comandante de la policía, en pocos minutos salva la distancia de media cuadra que lo separa del teatro de los acontecimientos y conmina a los Ojeda para que se den presos. El viejo Manuel Felipe, autor de los disparos, le contesta: 'respetemos la autoridad' y entregan sus armas. Unas 24 horas habrá de durar la agonía de Antonio"
Además, y a pesar de que tuvo las mujeres que quiso, mi abuelo padeció los dolores del amor no correspondido. El 5 de Abril de 1922 escribió muy sucintamente de aquella "humilde mujer que fue mi amiga en la tragedia y en el dolor de mi vida. Aquella mujer, cuando empecé a triunfar, me abandonó; no había nacido para compartir conmigo las alegrías del triunfo, sino para consolar las infinitas tristezas del espíritu". ¿Se refería mi abuelo a Carlota Power Olivo, madre de sus dos primeros hijos (Antonio y Horacio) y mi abuela paterna?
No lo sé. De ser ella debió seguir a su lado con sus consuelos a ver si lograba salvar su cerebro atormentado.
Solo se que mi abuelo perdió la cordura.
Y que unos años antes de morir, la recuperó como por arte de magia.
Misterios.
*Bibliotecario y escritor venezolano (Las 2 últimas imágenes que ilustran esta crónica están tomadas de: http://groups.msn.com/VIEJASFOTOSACTUALES/)

PEDRO CAMEJO, NEGRO PRIMERO


Eduardo Lopez Sandoval*


Hola. Buenos días.
Les escribo desde la ciudad de Calabozo, estado Guárico Venezuela. Estoy haciendo una investigación histórica que espero finalice como una Biografía acerca de Pedro Camejo (“Negro Primero”), quien fue prócer de la independencia de este país. El mismo quien tiene la siguiente anécdota con el Libertador Simón Bolívar, contada ésta por José Antonio Páez, en su autobiografía, que relata el diálogo entre Camejo y el Libertador como sigue:

─ ¿Pero qué le movió a V. a servir en las filas de nuestros enemigos?
Miró el negro a los circundantes como si quisiera enrostrarles la indiscreción que habían cometido, [les había pedido que no le dijesen al Libertador que había peleado bajo las órdenes de Bóves] y dijo después:
─Señor, la codicia.
─ ¿Cómo así preguntó Bolívar?
─Yo había notado, continuó el negro, que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con un uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata, uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mi
”.

A Pedro Camejo se le pretende hacer un homenaje cuando se coloca una imagen que el albedrío de algún dibujante del siglo XX se la imaginó como la del Negro Primero. Pero falta una Biografía que nos indique elementales datos, como, ¿dónde reposan los restos del Negro?, ¿Dónde nació?, ¿quiénes fueron sus padres, sus dueños, sus hijos, sus amos, sus haberes militares? ¿Este apellido camejo de dónde viene, de Canarias?
Cualquier colaboración: gracias anticipadas. Saludos.
*Abogado, poeta e historiador venezolano.

OTILIO GALÍNDEZ ANDA INVENTANDO NAVIDADES

Rafael Gustavo González Pérez*


Hasta cantando carga a cuestas los dos sacos de humildad que siempre lo acompañan.
Humildad que reparte con sencillez y lejos de agotársele la existencia, parecen multiplicarse cuando nos mira con la serenidad achinada de sus ojos de los que salen finos relámpagos de tímida alegría.
Lo ví cantando en un medio audio visual, bien lejos de la vanidad, aunque su imagen recorriera los espacios menos imaginable de la audiencia. Y pensar, que muchos no se percatan que es un invencionero de la ternura, el amor, la paz, la alegría en que se resume nuestra navidad.
Otilio nos inventó la navidad a su manera y la extiende por todo el año…..y se queda tan tranquilo como si no rompiera un cuero.
Atrapó el quejido del trapiche, el cántico del chorrito de guarapo de caña, el zuás del látigo inclemente y lo hizo son, que no es son solamente.
Le pidió licencia a las chenchenas y al aletear de garceros para que charrasca y charrasca la parranda se prendiera.
De las sonrisas de niños y niñas inventó chinecos y sueños.
Reconcilió a la tambora con el furruco que ahora son inseparables y arman tremendos bochinches pascueros.
Al cuatro, ¡Ay al cuatro! No hay tarea musical que no le haya puesto al cuatro al punto que ese cuatro es más sabido de la cuenta. Compone, acompaña, alegra y sobre todo habla por él. Y lo mejor, es su cómplice incondicional porque atesora secretos y motivos.
Olitio descubrió la luna y la repartió entre todos de manera que nadie, pero lo que se llama nadie, se quedara sin un rayito de su luz.
Con licencia poética, Otilio agarró la luna de Barlovento y a cada pueblo triste le regaló una bien grandota que animara los violines de los grillos y alborotara las ranas de los pozos y charcos para formar un coro de aguinaldos y villancicos.
Agarró la luna de San Fernando y la transformó en papagayos multicolores como las flores que botaba por el culito el caballo que se alimentaba de jardines. Con esos papagayos cubrió todo el cielo de Venezuela para que cada loco Juan Carabina paseara con su propia luna y cada niño y niña soñara con un mundo de colores alegres.
Otilio anda paseando en su existencia con el recuerdo de lucero mayor que se le desprendió del cielo. Ese lucero se multiplicó en miles y millones de caballitos de mar, estrellas marinas y caracolas. Por eso en las noches sobre la piel del agua titilan infinitos y variados, inquietos y despiertos para alegría de los marinos.
El lucero mayor se regó también por los montes y convertido en luciérnagas le alumbra los pasos.
Otilio no necesita ir a La Restinga con una botellita, porque todas las noches, en su descanso y en su sueño, el lucero mayor se acuna en un cofre inmenso que tiene en su corazón y al guardarse la luna, él se levanta inspirado para inventarnos otra navidad.
Maracay 24 – 12- 2007 rgustavogonzalezp@gmail.com

*Profesor universitario venezolano.

DOS ANÉCDOTAS Y UN PASADO

Daniel R Scott*
Papá se mantiene totalmente lúcido, en cambio la lengua y el cuerpo se observan lastimosamente atrofiados, incapaces de servirle de algo en un mundo exterior que ya no necesita ni tiene nada que ver con él. La prodigiosa conexión de mente y lengua prestas para la historia y la anécdota terminó arrasada por la enfermedad. Lamento haberle hecho tan solo una entrevista. Su cerebro era admirable: un archivo de datos que nada le envidiaba a los libros de historia. Ahora todo está destinado a perderse, como aquella travesura infantil suya perpetrada en una "calle Roscio" que mantenía aun en algunos tramos el empedrado colonial de sus primeros siglos. Concertándose con otros niños de su edad, amarraron varias latas a la cola de un burro y lo echaron a andar al filo de la medianoche, en un pueblo que aún conservaba en el espíritu la superstición de otros siglos. El sonido que producía el animal sobre la piedra antigua era tan inusual y espectral que más de una devota o rezandera, sobrecogida por el temor, se levantaba de su catre para encender velas en las repisas de los altares, en un intento colonial de conjurar en nombre de Dios y de mil santos más el ánima en pena que vagaba escandaloso y desconsolado por la conocidísima calle de nuestra ciudad. A la mañana siguiente, en el anonimato de su propia travesura, papá y otros pilletes, intentando contener la risa, oían hablar de apariciones y de espantos. Hoy la calle Roscio es un asfalto sucio y sin identidad atestada de carros y peatones donde si acaso alguien prende una vela es para protegerse de los vivos y no de los muertos.
Tampoco se sabrá de su primer y único encuentro con el General Juan Vicente Gómez. Papá era un mancebo de veintidós años de edad y el Benemérito, ya un anciano, realizaba el que sería su último viaje a San Juan de los Morros. ¿Julio de 1935? No lo sé. Si me equivoco en la fecha es cosa que no me importa. De todos modos toda ficción tiene algo de historia y toda historia tiene algo de ficción. Antonio Scott tuvo el privilegio de acercarse al caudillo tachirense junto con otros jóvenes. El coloquio fue lacónico y tenso. "Ajá... ¿Y tu eres hijo de quién"?, preguntó el dictador. "Del Coronel Daniel Scott mi general " respondió mi papá. "¿Daniel Scott?" repitió el benemérito. "Ajá...Hombre muy inteligente. Lástima que se volvió loco". Y eso fue todo. No hubo lugar para más diálogos. Sesenta y nueve años más tarde de ese breve coloquio con la dictadura más larga del siglo XX que vivió nuestro país, papá es simplemente vida que suplica vivir. Francamente no entiendo como un cuerpo tan endeble puede resistir tanto a una dolencia como la de él. Si con la Biblia he aprendido que la vida es frágil, con papá voy aprendiendo que la vida también puede ser fuerte, y hace todo lo posible por mantenerse en pie, como los árboles. Son los restos de la vida aferrándose a la idea de la vida, la vida agrietada que se aferra con desesperación a sí misma, a lo único que conoce. Si bien es cierto que la fe nos asesora y aquieta acerca de lo que no se ve, también lo es que no conocemos otra realidad que esta donde retozan nuestros sentidos, y de ella no nos queremos ir, así estemos en la peor de las miserias. "La mejor edad de la vida es estar vivo", dijo Mafalda, y lo creo.
Lunes 8 de Noviembre de 2004
*Bibliotecario y escritor venezolano.