Ana Cristina Bracho*
Maracaibo, ahora, tiene biblioteca. Pero la biblioteca es como todas las cosas nuevas que se construyen en Maracaibo, un borrador de memoria. Hasta hace poco, había un cartelón en el frente que decía "Biblioteca María Calcaño" y recuerdo que la gente que aún la recuerda, entre ellos Valmore, mi profesor de literatura de bachillerato se quejaban diciendo que el que le pusieran el nombre de alguien tan valioso a tan poca e ineficiente cosa, más que un honor era un insulto.
Ahora hay una biblioteca que al menos la fachada parece digna de rendir honor a la memoria de alguien pero ahora han borrado el nombre de María Calcaño de la puerta, dejándolo solo a una sala de lectura y esto, me conmueve profundamente.
No puedo entender dos cosas de esta situación, la primera, qué tanto daño le hizo María Calcaño a Maracaibo para ser tratada de este modo. Como poeta fue una voz vibrante e innovadora, liberadora, auténtica y su sinceridad, su sensualidad, su trascendencia, la llevaron a su derrota y a su olvido.
Su obra es imposible de conseguir en físico y su prontuario después de muerta señala varios eventos trágicos, el primero, que después de muerta resultó siendo una "chica tendencia" puesto que a la mujer que gritaba en un verso "nací poeta y pretenden hacer de mi, mujer sencilla" el homenaje y el estudio más difundido que se le ha hecho en los últimos años fue un reportaje de una revista de eventos sociales.
Por otro lado, con su nombre se bautizó una infecta sala, de un infecto edificio donde incompetentes empleados y sin libros funcionaba una biblioteca, de la cual, todos los que la conocieron se quejan. Luego, cuando la biblioteca nace –o revive, o lo que sea- se saca el cartelón donde su nombre llevó lluvia, sol y tierra y se borra del todo el nombre de María Calcaño de la biblioteca.
Con un nuevo nombre que sólo remarca que fue construida por la gobernación, allí está la biblioteca, cual mausoleo, en la avenida el Milagro y la gente ni cuenta se da, ni siquiera de que efectivamente está abierta pero que ha quedado como la plaza Bolívar, como el paseo ciencia, la biblioteca desnuda de memoria y de identidad.
Para aquellos que busquen consolarme y decirme que una sala sigue llevando su nombre, les preguntaré a que santo después de estar en el altar le serviría ser capellán. Al resto, si alguien lee esto y lo siente, si alguien le duele como me duele a mi, si alguien la recuerda, al menos del cartelón anterior, les invito a que se haga algo o al menos, se declaren como yo inconformes con semejante homicidio a la memoria, semejante irreverencia a la historia…
*Venezolana, estudiante de Derecho.