Edgardo Malaspina*
DOMINGO, 27 DE AGOSTO
Me desperté pasadas las nueve. Camino con Elf hasta el puesto de revistas y me entero que los domingos no circulan periódicos. Es algo nuevo porque en el socialismo los vendían. De todos modos me parece interesante: debe haber un día para descansar totalmente, hasta de las noticias que pueden estresarte. Buena idea. Veo a mucha gente en las iglesias. Antes todos temían al poder soviético y sólo asistían algunos ancianos. Ahora asisten a la misa los jóvenes que en otros tiempos estarían, seguramente, en actividades del Komsomol.
En una tienda compro la película Corazón de Perro, basada en la novela homónima (prohibida por los soviets) de Mijail Bulgakov. Está dirigida por Vladimir Bortko. El profesor Preabrezheski , mediante operación convierte un perro en gente. Las glándulas de un bandido muerto son transplantadas a un perro. El perro evoluciona con las características del bandido. Luego de su presentación exitosa ante la sociedad científica, Globito, así se llamaba el perro y así se llama el hombre nuevo, se convierte en un revolucionario pero con todas las cualidades marginales del bandido. Su conducta irregular hacen que el doctor Preabrezheski y su ayudante, el doctor Bormental, lo operen nuevamente para transformarlo en lo que es: un perro. Moraleja: con marginales no se hace una revolución. O como decía Marx: con el lumpemproletariat no se construye el socialismo. Por algo la plana mayor del partido comunista prohibió la película.
LUNES, 28 DE AGOSTO
Me despierto a las cinco de la mañana. Leo y me duermo hasta la ocho. Cuando paseo con Elf, una anciana me detiene para mostrarme la foto de un perro: “Se me perdió hace varios días”. Le pregunto por la raza y sin esperar me responde: “Claramente se ve que es callejero”.
Pravda tiene varios días sin salir. Le pregunto al kioskero por la sede del partido comunista y me dice que no sabe, “ lo preside un tal Zioganov , pero en general no quiero saber nada de política”. El kioskero es un viejito, por lo tanto es casi seguro que fue miembro del PCUS. Bueno, todos actúan como San Pedro, negando conocer al hombre o saber algo de la cosa. Aunque seamos realistas: el viejito es el amo del kiosko y si los comunistas llegan al poder nuevamente, se lo expropian con el cuento de la igualdad.
Izviestia publica hoy un cuerpo del New York Time en ruso. No hace tanto frío. Un viento fresco desprende hojas amarillas de los árboles, semejantes a las que caen en otoño.
Recorremos varias estaciones del Metro que son verdaderos museos. Entramos a la iglesia de la Trinidad; y luego a una farmacia muy distinta, por el lujo, a las de antes. En Arbat está una placa que indica la sede de la Sociedad de Médicos Rusos con la siguiente inscripción: “La naturaleza y la ciencia deben estar a favor de la humanidad”. Descansamos en una plazoleta con una estatua de Pushkin.
En la noche Serguei propone dos tragos de vodka para dormir, y sorprendentemente fueron dos tragos nada más.
MARTES, 29 DE AGOSTO
Hace buen tiempo. Camino cuarenta y cinco minutos con Elf. Izviestia dice que un periódico debe tener tantas opiniones como hechos y que la revolución es un problema de gastronomía y no de ideología. También hace un análisis del pasado reciente pero sin revanchismo.
En la tarde estamos en la Plaza Roja. Un doble de Nicolás II está listo para la foto. Por cien rublos posa con nosotros. Es un veterano del ejército. Se llama Victor y es muy amable. Comenta que su pensión no le alcanza para nada por eso decidió hacer las veces del último zar de Rusia para explotar su parecido: “Aquí hay cinco Lénin y ningún Nicolás, pero ahora estoy yo”. Luego añade: “Ahora las cosas son peores sin el socialismo. A los dobles nos corren los policías y nos gritan que somos una vergüenza para el país”.
Nos dirigimos al Museo Nacional de Historia. Está cerrado, como también están cerrados el de Chejov y el Planetario. Vamos al zoológico y lo recorremos de extremo a extremo. Me llama solamente la atención la inscripción que tiene la jaula de los guineos: “Estas aves fueron consideradas sagradas en la antigüedad”. Regresamos a la nueve de la noche muy cansados. En el camino observo muchos bares con música en vivo. Cerca de una estación de Metro compro un libro: Filosofía del Siglo XX. La noche es fresca y clara. Esa claridad hace que una cena sea normal a las once o doce de la noche. Las mujeres preparan hongos silvestres que venden las viejitas en cualquier esquina. Me niego a cenar a esa hora, pero acepto un vaso de cerveza para conversar. Vemos por TV un programa que habla de la vida de los jerarcas soviéticos. Vivian en medio de lujos y riquezas, disfrutando los productos del imperio; mientras le aconsejaban al pueblo mantenerse en austeridad, poniendo a raya al imperio, a la espera de la construcción total del comunismo y de la derrota, no menos total, del mismo imperio. Esa doble moral, plagado de galimatías, parece ser una constante en determinados “procesos” políticos.
Me desperté pasadas las nueve. Camino con Elf hasta el puesto de revistas y me entero que los domingos no circulan periódicos. Es algo nuevo porque en el socialismo los vendían. De todos modos me parece interesante: debe haber un día para descansar totalmente, hasta de las noticias que pueden estresarte. Buena idea. Veo a mucha gente en las iglesias. Antes todos temían al poder soviético y sólo asistían algunos ancianos. Ahora asisten a la misa los jóvenes que en otros tiempos estarían, seguramente, en actividades del Komsomol.
En una tienda compro la película Corazón de Perro, basada en la novela homónima (prohibida por los soviets) de Mijail Bulgakov. Está dirigida por Vladimir Bortko. El profesor Preabrezheski , mediante operación convierte un perro en gente. Las glándulas de un bandido muerto son transplantadas a un perro. El perro evoluciona con las características del bandido. Luego de su presentación exitosa ante la sociedad científica, Globito, así se llamaba el perro y así se llama el hombre nuevo, se convierte en un revolucionario pero con todas las cualidades marginales del bandido. Su conducta irregular hacen que el doctor Preabrezheski y su ayudante, el doctor Bormental, lo operen nuevamente para transformarlo en lo que es: un perro. Moraleja: con marginales no se hace una revolución. O como decía Marx: con el lumpemproletariat no se construye el socialismo. Por algo la plana mayor del partido comunista prohibió la película.
LUNES, 28 DE AGOSTO
Me despierto a las cinco de la mañana. Leo y me duermo hasta la ocho. Cuando paseo con Elf, una anciana me detiene para mostrarme la foto de un perro: “Se me perdió hace varios días”. Le pregunto por la raza y sin esperar me responde: “Claramente se ve que es callejero”.
Pravda tiene varios días sin salir. Le pregunto al kioskero por la sede del partido comunista y me dice que no sabe, “ lo preside un tal Zioganov , pero en general no quiero saber nada de política”. El kioskero es un viejito, por lo tanto es casi seguro que fue miembro del PCUS. Bueno, todos actúan como San Pedro, negando conocer al hombre o saber algo de la cosa. Aunque seamos realistas: el viejito es el amo del kiosko y si los comunistas llegan al poder nuevamente, se lo expropian con el cuento de la igualdad.
Izviestia publica hoy un cuerpo del New York Time en ruso. No hace tanto frío. Un viento fresco desprende hojas amarillas de los árboles, semejantes a las que caen en otoño.
Recorremos varias estaciones del Metro que son verdaderos museos. Entramos a la iglesia de la Trinidad; y luego a una farmacia muy distinta, por el lujo, a las de antes. En Arbat está una placa que indica la sede de la Sociedad de Médicos Rusos con la siguiente inscripción: “La naturaleza y la ciencia deben estar a favor de la humanidad”. Descansamos en una plazoleta con una estatua de Pushkin.
En la noche Serguei propone dos tragos de vodka para dormir, y sorprendentemente fueron dos tragos nada más.
MARTES, 29 DE AGOSTO
Hace buen tiempo. Camino cuarenta y cinco minutos con Elf. Izviestia dice que un periódico debe tener tantas opiniones como hechos y que la revolución es un problema de gastronomía y no de ideología. También hace un análisis del pasado reciente pero sin revanchismo.
En la tarde estamos en la Plaza Roja. Un doble de Nicolás II está listo para la foto. Por cien rublos posa con nosotros. Es un veterano del ejército. Se llama Victor y es muy amable. Comenta que su pensión no le alcanza para nada por eso decidió hacer las veces del último zar de Rusia para explotar su parecido: “Aquí hay cinco Lénin y ningún Nicolás, pero ahora estoy yo”. Luego añade: “Ahora las cosas son peores sin el socialismo. A los dobles nos corren los policías y nos gritan que somos una vergüenza para el país”.
Nos dirigimos al Museo Nacional de Historia. Está cerrado, como también están cerrados el de Chejov y el Planetario. Vamos al zoológico y lo recorremos de extremo a extremo. Me llama solamente la atención la inscripción que tiene la jaula de los guineos: “Estas aves fueron consideradas sagradas en la antigüedad”. Regresamos a la nueve de la noche muy cansados. En el camino observo muchos bares con música en vivo. Cerca de una estación de Metro compro un libro: Filosofía del Siglo XX. La noche es fresca y clara. Esa claridad hace que una cena sea normal a las once o doce de la noche. Las mujeres preparan hongos silvestres que venden las viejitas en cualquier esquina. Me niego a cenar a esa hora, pero acepto un vaso de cerveza para conversar. Vemos por TV un programa que habla de la vida de los jerarcas soviéticos. Vivian en medio de lujos y riquezas, disfrutando los productos del imperio; mientras le aconsejaban al pueblo mantenerse en austeridad, poniendo a raya al imperio, a la espera de la construcción total del comunismo y de la derrota, no menos total, del mismo imperio. Esa doble moral, plagado de galimatías, parece ser una constante en determinados “procesos” políticos.
*Docente universitario, médico, poeta y cronista venezolano (San Juan de los Morros, estado Guárico)