Una aparatosa caída decembrina obliga a mamá guardar reposo absoluto por treinta días; debe permanecer acostada boca arriba, sin moverse ni a diestra ni a siniestra. Hubo fractura a la altura de la pelvis, lo que a su edad y con osteoporosis complica aún más su recuperación. Siendo la mujer activa e inquieta que siempre ha sido, sé que su convalecencia le será un verdadero suplicio, así que me acerco y le digo: "Este es el momento oportuno para que me des las clases de taquigrafía que te pedí". Mis palabras obraron magia: esbozó una sonrisa y los ojos se le iluminaron. La taquigrafía fue para ella su pasión y profesión. En ocasiones entro a su cuarto y la sorprendo escribiendo con su dedo índice sobre la cama signos invisibles e indescifrables. Quien no la conozca diría al verla en eso que son cosas propias de orates. Pero cuando le preguntas por qué mueve su dedo contesta que está escribiendo taquigráficamente alguna palabra, nombre, frase u oración que acaba de oír en televisión. A mí, me avergüenza confesarlo, lo único que me trae a la mente la taquigrafía es un largometraje del cómico mejicano Mario Moreno Cantinflas. Cuando se le preguntó si sabía taquigrafía, el inmortal Cantinflas contestó: "Lo hablo muy bien pero no lo escribo".
En la década de los cincuentas mamá era profesora en el Instituto "Carabobo", situado frente a la antigua clínica "Mérida" del Dr Guerra Mora, en la calle Salias. Más tarde el sr Carlos Hurtado Fonseca (cuñado de papá, buen esposo y hombre agrio como un sorbo de vinagre) compró el Instituto y lo trasladó a su casa de la avenida Cedeño, donde funcionó con el nombre de "Dr José Gregorio Hernández" hasta su clausura, a finales de los años ochenta. Dos habitaciones, una sala y el garaje fueron aulas donde se impartieron las materias de contabilidad, castellano, mecanografía y taquigrafía. Mamá se encargaba de las últimas dos. Con el paso de los años mamá abandono el Instituto y con la masificación de la grabadora de periodista y otras tecnologías la taquigrafía cayó en desuso, pero resulta intelectualmente atractivo que mamá domine a la perfección un sistema de escritura que "se remonta a la época del historiador griego Jenofonte, que se valió de esa técnica para transcribir la vida de Sócrates" (Wikipedia. La Enciclopedia Libre). También se usó mucho en el antiguo imperio romano.
Mamá me pidió que abriera una de sus gavetas secretas y olvidadas. Me dió las señas de un libro y dijo que lo sacara de allí. Tras revisar un desorden de cuadernos, papeles viejos y adornos anónimos carentes de significado encontré lo que me pidió: un libro viejo empastado en cartón y en tela de un rojo que ya perdió su color por la acción del uso y del tiempo. Su portada fue artísticamente decorada en un oro que ya se le cayó. El libro se titula "Taquigrafía Gregg" de Jhon Robert Gregg, adaptado al español en 1904 y 1921. En su segunda página se puede leer la caligrafía preciosista de mamá: "Pertenece a Maria A. de Scott. San Juan de los Morros. 22-5-58". Vaya... ¡Un libro de medio siglo!
Estoy en casa, cuaderno y lápiz en mano, luchando con la primera clase: planas del alfabeto en taquigrafía Gregg. Ya domino las consonantes G, K y R. Creo que estas lecciones me serán provechosas porque si bien se ve, no siempre se lleva una grabadora a todos lados. Es una ventaja sustituirla por neuronas, manos, lápiz y papel, ya que este sistema permite escribir las palabras con la misma rapidez con que son pronunciadas. Cuando Oskar Schindler anunció que le hablaría a los obreros judíos de su fábrica, dos prisioneras taquígrafas pudieron recoger sus palabras. Gracias a eso su discurso quedó registrado en la famosa obra "La lista de Schindler", que posteriormente inspiraría la no menos famosa película de Steven Spielberg.
Y lo mejor de todo: recibiré de mamá como herencia un conocimiento que le es muy íntimo y querido.
18 de Enero de 2008