Por: Sara Araújo Castro
Foto: Kiko Kairuz
Además de conocerse a sí misma, ¿por qué a una nación le interesaría saber más, debatir y cuestionarse hechos políticos de hace doscientos años? Con esa pregunta partió el encuentro de historiadores el miércoles en Cartagena, para cerrar en el día de hoy con una mirada hacia el futuro.
Aunque respuestas hay tantas como historiadores, lo cierto es que más que obtener conclusiones estudiando el pasado de manera objetiva, sucede que se buscan en los hechos de entonces los mitos de la actualidad. De alguna manera, así lo explica el historiador Georges Lomné, quien habló con El Espectador.
En relación con su conferencia de este jueves, ¿por qué una sociedad compacta como la neogranadina se divide entre realistas y criollistas?
La idea romántica (acuñada por Humboldt) de que los criollos creían tener una esencia americana, es errónea. Ellos, incluso Nariño, Caldas o Camilo Torres, se pensaban españoles de ultramar y no americanos. Esta nueva identidad americana fue producto del shock que generaron los mensajes provenientes de la Regencia española en enero de 1810, cuando les dijeron: “Ustedes no son colonos en tierras foráneas, son españoles de América”. De ese desengaño brota la ambigüedad entre realistas y nacionalistas y también el mismo Memorial de Agravios.
Pero hoy es difícil entender que la motivación de la Independencia no fuera crear naciones americanas. Para nosotros es como una gran desilusión.
Sí había un deseo de autonomía, pero para hacer una patria dentro del Reino de España. Es que todavía en 1810 los descendientes de españoles quieren mucho al rey. Sólo en 1813 se empezaron a levantar. Pero durante la Junta todavía querían ser una patria dentro de un reino, como una especie de Commonwealth hispana.
Entonces la influencia de la Revolución Francesa en la Independencia es un mito?
¿Sabe quién le pasó a Nariño el libro de los Derechos del Hombre? El mismo virrey Ezpeleta, que había traído el libro de Francia. Nariño no pensaba traicionar al reino al hacer la traducción, pues para él eran principios abstractos, con un matiz bastante cristiano. Sólo cuando lo distribuyen en la plaza, un cura le dice a Nariño que debe tener cuidado porque esto podría ser mal interpretado. Entonces los recogen y queman. Pero hay otras evidencias de la influencia de la Revolución: los pasquines violentos en contra del régimen español que se pegaron por todo Bogotá en agosto de 1794. Cuando Ezpeleta hace la investigación criminal, le cuentan que Nariño tradujo los Derechos del Hombre, pero eso había sido casi un año antes. Además, hay rumores de complot antichapetón. Todos estos elementos y los impresos con documentos traducidos del francés prueban que había interés en lo que había sucedido en Francia. Sólo que los fiscales exageraban para justificar sus investigaciones, entonces los historiadores que se basan en la versión de los documentos de la investigación criminal le dan más énfasis a esto que lo que en realidad tuvo.
¿Del primer centenario a este han cambiado las verdades históricas?
Respondo con el aforismo de Benedetto Croce: “No hay historia si no es contemporánea”. Es decir, que cada período escoge sus paradigmas de interpretación. En 1910, la Independencia se conmemoró bajo el lema del centralismo bolivariano y del catolicismo y así lo quiso el presidente Reyes. En este bicentenario el lema es la diversidad cultural. El énfasis está en las regiones, se habla de “Las independencias”, otro paradigma. Hay que aprovechar el bicentenario no para conmemorar, sino para pensar la independencia. Me inquieta el aumento de imaginarios, de mitos nuevos que generan una gran conmemoración. Por ejemplo, es interesante pedir a los niños que lo pinten, refleja los imaginarios, pero en realidad añades capas de mito.
Que seguramente refleja deseos...
Sí, pero uno se aleja del verdadero desarrollo histórico.
¿Como se relaciona esto con la actualidad. Por ejemplo, el bolivarianismo de Hugo Chávez hace parte de esas nuevas capas de mito?
Este es todo un tema aparte. Chávez ha escogido uno de varios Bolívares, el de Angostura. Le conviene éste y no el de 1813 o el de 1829, que era dictador. Bolívar es un personaje proteico que cambió de posiciones. Cuando él dice que va a sentarse en la doctrina de Bolívar, es complejo porque no hay tal, pues Bolívar cambió de opinión sobre muchos temas. De joven era masón y terminó su vida como católico acérrimo, firmando un nuevo concordato con el Vaticano. Cambió de federalista a centralista. De jacobino terminó casi monárquico. O sea que la doctrina bolivariana no existe, a menos de que uno escoja un solo discurso, como el de Angostura, en donde habla del cuarto poder, el poder moral, etc.
O el momento que le acomode...
Lo que busca Chávez es tener instituciones con el espíritu que mencionábamos. Como dijo Montesquieu y también Simón Rodríguez, “no imitemos, inventemos; si no, erramos”. Así, mientras la Constitución de Cúcuta esta inspirada en las posiciones francesa y norteamericana, la Constitución boliviana del 26 trata de acercarse, pero se enfrenta a un problema ético pues plasma el ejercicio del poder vitalicio, que es lo que intenta hacer Chávez ahora. Entonces el suyo es el Bolívar de Angostura, pero está fascinado por el período de 1826 y quiere replicar ese gran proyecto continental, que fracasó porque Lima no aceptó. Sólo Bolivia y Quito fueron los aliados de Bolívar, en otras palabras, la de 1826 y 1827 era la misma configuración de hoy.
Si la larga duración puede explicar la geopolítica actual, en este caso es precisa: Perú y Colombia enfrentados a Venezuela, Bolivia y Ecuador. Bolívar dio su nombre a Bolivia porque era su país preferido; como era el más indígena, él creía que podría ser el crisol de una verdadera americanidad. Por eso deja a Sucre de presidente y a Simón Rodríguez de ministro de Educación y se va a Quito por razones sentimentales, una de sus provincias más queridas. El Bolivarismo de los indígenas bolivianos hoy es posible porque data de entonces. Por el contrario, en Ecuador el movimiento indígena pachacuti odia a Bolívar, como lo hicieron los indígenas de Quito. Y así como los limeños odiaban a Bolívar y las gestas de independencia, hoy no van a celebrar Bicentenario, para ellos fue un atropello.
Tomado de http://www.elespectador.com/
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