I
En el prefacio de La estética del pesimismo de Schopenhauer, José Francisco Ivars dice que cualquier referencia al pesimismo, “núcleo de la especulación” del artista filósofo, como dieron en llamar a quien nos atiende en la puerta, “debe matizarse mediante la puesta en historia de las contradicciones que genera la absolutización del individuo”.
Esta consideración que va más allá de la existencia humana, confirma la premisa de Schopenhauer según la cual el hombre debe despegarse de su prójimo en el sentido de renunciar a toda transformación social. “El hombre debe renunciar a toda actuación social”, escribe Ivars.
Si nos miramos en esta “moral del aislamiento”, descubrimos algo que podría someter a castigo a quienes tienen en la sociedad un motor de transformaciones. Visto de esta manera, la “exaltación de la autarquía del individuo” puede ser comparada con la autarquía prometida por la ideología materialista, en tanto que la sociedad está constituida por sujetos que manifiestan una individualidad propia: el ser se domina a sí mismo y proyecta ese dominio sobre el otro.
II
Añadido al destino que lo impulsa, ese hombre, Ecce homo, se desdibuja como colectivo y empuja la soledad como propósito. Idealismo subjetivo, concierne a un determinismo mítico, como lo afirma Adorno. Así, desde esta perspectiva, la “evasión” de Schopenhauer lo ubica en este estadio idealista que a su vez lo coloca en “otra realidad dependiente de la conciencia”. Para estos momentos en los que el mundo está lleno de objetos, de tecnologías, de la intención del pensamiento único (del lado que confiere el poder) es preciso desentrañar el intento de ser uno y múltiple. El hombre es quien por ser otro: la alteridad y la otredad despejan la tesis del individualismo en la medida en que sepamos ser individuales, individuos.
El hombre es la síntesis de su pensamiento o una carrera hacia la demencia colectiva. Valerse de este empeño nos conduce a sabernos parte de la evasión global. Morimos solos, pero alguien que nos ve sabe que también será parte de la muerte. En este espacio se confunden las ideas: somos uno, pero también somos todos. A la hora del té, de asumir posiciones, cada quien es responsable de sus actos. En esta categoría no vale pujo ni lágrima.
Estructura de sensaciones, nos paseamos por el cosmos. Somos hormigas, representaciones, simulacros, sentencias, oscuridad, cotidianos, naturales o imágenes de lo que proyectamos.
Pero no estamos solos cuando decidimos no estarlo. Somos forma, morfología, trasunto, detritus, nada, voces, silencios.
La belleza se aísla, decanta la soledad. No hay belleza en lo colectivo, en todo caso, una argamasa de estéticas que promueven el ruido, la voluntad de representaciones huidizas. Entonces aparece el miedo, la única estética posible en una realidad de voces que inundan el espacio para desaparecer.
El hombre absoluto, en medio de un colectivo de hombres absolutos, existe en la voz de quien programa el discurso único, absoluto.
*Poeta y periodista venezolano (Maracay, estado Aragua)
Imagen: Man Ray: Erotique voilée, 1933.