MIGUEL RAMÓN UTRERA RECOBRA LA SOMBRA
Alberto Hernández*
** Sin dejar atrás su “otra claridad”, el poeta Miguel Ramón Utrera alza la voz que su pueblo calcara en las sombras.
** Hay un regreso que tiene en el “sur de los veranos” la otra muerte, el canto permanente.
Cuando la muerte reposaba en la puerta, Miguel Ramón Utrera no se negó a presentirla. Con los años la hizo su sombra, sueños y fantasmas en los lomos empedrados de San Sebastián de los Reyes, donde el sur es memoria y distancia.
Bajar de una casa a la otra, ir de una puerta a otra puerta, pisando de puntillas la curva de la calle en procura del desayuno, al paso de las neblinas que los ojos inventaban para darle otra luz, fue el bastimento diario de este hombre que finalmente dejó los sonidos bajo aleros y viejas casas de la comarca.
El poeta Utrera desdobló el limonero del patio, mientras su brazo indefenso aligeraba la sombra pedregosa de una pared. “La vemos caminar a nuestro lado”, dice de la sombra que no se despega, como un hermano gemelo que se queda “para velar el sueño de otra ausencia”. Como una ventosa que viene de los árboles más silenciosos.
Sin embargo, Miguel Ramón Utrera, fiel a su polvo, a sus campanas y casa de costras secas, nombra las nubes y revienta en otro atardecer de aquella poesía de sonoridades viejas, frescas y ausentes.
Lo vimos arrugar el ceño cuando descubrió que el árbol había abandonado la silueta, o cuando enterado por los soles a punto de apagarse tomó el bastón y se alejó con un perro aquejado por la bruma del tiempo. Animal ciego que lame los aires sin apartar los ojos huecos de las honduras del pueblo. La sombra, enhiesta, vuelta celaje porque sabía que en cualquier momento alguien tocaría a su puerta.
En san Sebastián de los Reyes nadie duda de la sombra de Miguel ramón. Nadie calumnia los pasos que se siguen escuchando frente a la iglesia, en el corazón del cedro o en la hojarasca retraída de la Semana Santa.
Otra cosa es el silencio. Porque “hay ahora un silencio hondo que destila soledad sobre las voces aún dormidas”.
Su voz, el silencio que no lo agota, suena a pared de casona. Es una poesía llena de regresos. Y el jardín donde aún encuentra la soledad es el mismo silencio de otros patios. Una cronología de palabras que encajaron en la fuente de los cerros, en la mirada sobre la “huella impaciente” del tiempo.
Se extravía en sus propias huellas, las que preguntan. Tomará “encauce de estas voces/ que nos llegan de lejos”.
Alguien acaba de ver al poeta Utrera metido en unos libros, cubierto de polvo nocturno, recogiendo los pasos, recobrando su sombra.
Todavía nos vemos con él, con la iglesia de fondo, quien esto escribe y el periodista José Antonio Sucre, un poco después de ser anunciado el Premio Nacional de Literatura que luego rechazó.
*Poeta y periodista venezolano (Maracay, estado Aragua)