Alberto Hernández
(Periodista, escritor y poeta venezolano. Maracay, estado Aragua)
I
Venía el loco Caupo con su Gran Papelería soltando maldiciones por la avenida Solano de la capital, y venía porque venía, como él mismo rezaba bajo la ventana donde unos poetas embochinchados lo atajaron para decirle unas canciones que acababan de beberle a una prostituta ensimismada, de esas que se encuentran sin mucha dificultad en
Y venía el loco Capo la mar de feliz porque sabía que la muerte era sólo un eclipse por los lados de El Silencio. Eso se lo había confesado Efraín Hurtado mientras le limpiaba las tejas al Techo de
II
Hace rato me lo conseguí en
Diciembre era de libros y bulla de bautizos. Lo vi alejarse como quien se lleva el aliento de alguien, también prestado. No sé por qué me pareció que andaba en busca de Juan Rulfo, porque me dijo con los ojos de no mirar que “vine a este lugar a buscar a un Zutano que me debe un libro”, y así se fue con una sonrisa triste, casi congelada en una película que hoy lo convierte en un muerto de muerte larga, curvera y viva.
Esa noche de diciembre -en
III
Esa tarde estuvo con nosotros Salvador Garmendia y me pareció que con la vocecita que le quedaba estaba llamando a Caupo para que le leyera ¿Duerme usted, señor Presidente?, pero no, era sólo mi impresión. No había nada de eso, lo que pasó es que hacía mucho tiempo que no veía a Caupolicán Ovalles y entonces creí que se estaba muriendo. En realidad, se estaba viviendo, porque esa sonrisa me reveló la palabra “siempre” colgada de una rama, como una ballena feliz en medio del océano. Aunque Harry Almela es de la idea de que con Caupo nada se sabe; “allí va alumbrao, como un planeta”, casi le oí soplar a Mario Abreu. Me dijeron que esa tarde recorría el mundo con Adriano en una barra cercana, lugar al que llegaban los olores de los libros y el ruido de la gente que celebraba la eternidad.
Tanta fue la impresión que hace días coincidimos con Adriano y hablamos de Efraín con Mercedes Ascanio, y no sé por qué pero se me vino a los ojos la imagen de Caupo y hasta miré en la vitrina a ver si lo encontraba del otro lado del vidrio, pero se había ido.
IV
Estos han sido unos meses de encuentros felices. También con Héctor Mujica, sí, con quien repasamos sin decirlo los momentos de esa generación de locos del Techo de
En Caracas, se moría horas antes Juan Liscano. Se quedó con el libro de Eddy Godoy en las manos. No sabíamos que Caupo lo haría una semana después. Son cosas de la muerte, como el mismo Caupolicán Ovalles decía.
Esa tarde de diciembre en los ojos de Caupo vi los ojos de otro.