Edgardo Malaspina*
16 grados bajo cero.
Vamos hasta el Parque Sokolniki (de los halcones). Aquí los rusos se sienten como pez en el agua, porque cae bastante nieve. Estamos en un bosque completamente blanco por la nevada. En una plazoleta bailan los ancianos. Practican una especie de bailoterapia, mitad nostalgia, mitad gimnasia para contrarrestar el frío. Un señor renco baila animadamente. Una doñita se mueve al compás de la música con su bastón. La juventud patina alegremente .Natalí también lo hace, pero acusa el fuerte frío. Yo doy un paseo en un trineo tirado por un caballo. Siento dolor en las manos y los pies por el frío. Natalia me aconseja tomar un vaso de glintvein .La tal bebida es vino caliente con canela, concha de naranja, jengibre y clavos de especia. Varios sorbos reconfortan con un calorcito que recorre todo el cuerpo. Almorzamos, y ya renovados vamos a la Ciudad de las Nieves, un lugar con paredes y estatuas de hielo. De toda esta decoración gélida me atrae el iglú o casa de un esquimal.
SÁBADO, 10 DE ENERO
11 grados bajo cero.
Ayer, después de la cena, conversamos sobre la historia rusa. Serguei habló de Iván El Terrible, de la locura de Gógol en sus últimos años y también de ciertas ironías. Recordó, por ejemplo, que hace algún tiempo, durante el socialismo, los rusos bromeaban con el siguiente chiste: “En los libros se escribirá que Brezhnev fue un político de los tiempos de Ala Pugachova, una famosa cantante rusa”. La ironía histórica radica en que Pugachova aún sigue siendo una estrella del canto ruso, y de Brezhnev casi nadie se acuerda. En cada broma hay un grano de verdad, por lo visto.
Voy a la iglesia de San Simeón. Fue creada en 1625 en madera. Más tarde, en 1679 , fue reconstruida en piedra. Gogol vivía cerca y la visitaba diariamente para rezar. El escritor en sus últimos años hablaba sólo de temas religiosos, del cielo, los ángeles, el infierno, los castigos para los pecadores, la vida eterna, etc. De allí el rumor sobre su locura. En el lecho de muerte llamó al sacerdote de la iglesia de San Simeón y le pidió una escalera. Para llegar al cielo, tal vez.
En el tiempo de los soviets en esta iglesia funcionaba una sociedad de protección de la naturaleza; y en vez de imágenes sagradas tenía jaulas y animales. Yo pasaba cerca de ella cuando visitaba Don Knigui, una libería muy grande, ahora transformada en centro internacional de venta de libros.
En la noche asisto con Natalia y Natalí al Teatro Mali. Tenemos boletos para la obra de Chejov El Jardín de los Cerezos, pero al entrar nos enteramos que fue cambiada por una de Ostrovski, un reputado dramaturgo que retrató la vida cotidiana de la Rusia del siglo XIX. La pieza en cuestión (llamada “No teníamos ni un kopeck y de repente apareció un altín”. El altín es una moneda antigua de plata.) trata de un señor que sólo habla de sus dificultades económicas y envía a su sobrina a realizar los trabajos más denigrantes para subsistir.
El tal señor, muy avaro, se suicida al perder un fajo del dinero que siempre mantenía escondido. Luego se descubre toda la riqueza que tenía acumulada; y esta circunstancia salva a la muchacha de seguir degradándose. En fin , una comedia sencilla con algunos momentos de humor. Salimos del teatro y caminamos cerca de una estatua de Ostrovski, sentado, pensativo y muy serio.