Adolfo Rodríguez
Los celtas, como cultura de los comienzos, presumimos que participan de ese celo religioso en bien de este cristal que habitamos. Que fue el caso de Marco Natera, emparentado, por los Mumaw, con aquellos primigenios pobladores de Irlanda. Lo guiaba una sensibilidad, a flor de piel, en bien de esos minúsculos manantiales sin los cuales no es posible el flujo universal. Mística búsqueda en que ocupa buena parte de su corta y preciosa vida con el recurso casi estricto de su corazón. Con amoroso tino izaba especies en extinción o desconocidas y las retornaba a sus hábitats o preservaba en apuntes para el inventario de cuanto conviene amar. Entrega sin reservas, para bien de unos latidos, en los que puso el certero temple con que entonó su guitarra y atipló su voz.
Sumido ya en la bruma que se apodera de la milenaria cultura de la que procede, destina para mí dos CD con música celta. Y deambulando por tierras que sus ancestros también colonizan, sabemos, su amiga Clara, Clara Rosa y yo, de que se ha ido a una esfera que su apacible genio no desestimó. A nuestro alrededor el ceremonioso concierto de paisajes tallados a la medida de una utopía en la que creyó y vivió. Un imperativo ecológico que sobrevive en ámbitos donde dioses, hombres y sus sombras se dan la mano. La isla mítica donde flamea la bandera de los Beatles, a quienes admiró tanto como a los montes donde relampaguea el eco de Loyola o el Carrao de Palmarito. Cada milímetro sacrosantamente dispuesto en ese orden que quiso. Tal que en un solo condado enumeramos más de cincuenta áreas forestales, conservadas, protegidas, resguardadas y mantenidas. Que el solar donde bullen células tan cercanas a las suyas, la naturaleza recobra su rango: piedras, plantas, animales, hombres y sus prístinos testimonios, honrando el gesto amable que hubo en este santo guardián de Gaia. Una energía, amigo Marco, que gracias a tu fe y la de cuantos te acompañan, aflorará también en el suelo donde naciste la última vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario