ZAMORA Y MAISANTA, HIJOS DEL FRACASO
Alberto Hernández
** Dos personajes que han servido de calco para quienes se creen dueños de la historia. Dos perfiles que se funden en la misma violencia. Dos angustias, dos montoneras sembradas de cadáveres.
La muerte de Zamora y el fracaso de la guerra de Coplé, luego del triunfo en la batalla de Santa Inés, inducen la huida de Falcón hacia la Nueva Granada. Los soldados provocan una diáspora definida como una verdadera tragedia para la causa revolucionaria. Unos desertan, otros se pasan al bando enemigo. Un verdadero desastre. Los federales se funden con el paisaje aún impregnado con el hedor de los cuerpos mutilados.
Ezequiel Zamora
Los exiliados recurren a los amigos en Colombia. Inclusive, Guzmán Blanco es protegido por el General Tomás Cipriano de Mosquera, quien fuera edecán de Simón Bolívar. Mientras tanto, en Venezuela, Páez se adueña del aparato político y se declara dictador. Desde el país vecino el otrora Centauro recibe comunicación de Mosquera quien insiste en mantener la idea de Bolívar de la integración. Pero el hijo de Guzmán Blanco se opone. En tal sentido le escribe a su propio padre: “Yo estoy en el foco de las cosas y sé lo que estoy hablando. Mi camino es el de la revolución genuina, y de todos, el de un resultado más próximo”. Nadie podía imaginarse que el vástago de Antonio Leocadio iba a someter al viejo Guzmán, quien sufre la decepción al ver a su propio hijo enfrentarlo.
Pasados algunos sobresaltos, Juan Crisóstomo Falcón llega a Caracas, triunfante, el 24 de julio de 1863. Con él está Guzmán Blanco, el joven. Este viaja a Londres en búsqueda de dinero y regresa a los tres meses. Quedaban atrás cuarenta mil muertos producto de la Guerra Larga, que así también fue llamada la Guerra Federal.
Según el escritor Héctor Mujica, “aparte de la democratización de las instituciones, la guerra federal deja solamente el saldo positivo de la igualdad, el igualitarismo, en el corazón y la mente de los venezolanos. Ese sentido de la igualdad social en Venezuela es lo que hace posible la convivencia de Simón Bolívar, el aristócrata, y el Agachado, oscuro hombre del pueblo, en el Panteón Nacional de los próceres. Ese sentido igualitario de nuestro pueblo es lo que ha hecho posible el surgimiento de hombres simples y sin ninguna ascendencia, ni política, ni económica, ni social”.
Más adelante, el profesor, periodista y escritor venezolano se pregunta hasta qué punto fue “traicionado el espíritu auténticamente revolucionario de los hombres que habían combatido, que en la Constitución federal de 1864 se concede a la Iglesia católica, no obstante el establecimiento de la libertad religiosa, el privilegio de ser la única que pueda oficiar fuera de sus templos. Por ello, dadas todas estas vacilaciones y traiciones, se explica que las más enconadas figuras antifederalistas, los más encarnizados enemigos del liberalismo se pasen tan pronto a las filas del Gobierno. ¿Es que acaso ese nuevo Gobierno, el Gobierno de la Revolución Federal, afectaba en lo más mínimo sus intereses? ¡Hasta Juan Vicente González publica un nuevo periódico para alabar al federalismo y escribe una biografía de Falcón¡”. Esa Venezuela, al parecer, no ha cambiado.
El tiempo, máquina de moler reputaciones, dejó en el camino del siglo XIX nombres y eventos que tuvieron asiento entre 1859 y 1863, el lustro de la guerra larga, y desfilaron en la memoria del inconsciente colectivo hasta un poco antes de comienzos del XX, cuando los andinos iniciaron el periplo político hacia la capital. Venezuela era hollada por hombres a caballo.
Un nuevo período destacaría el carácter guerrero de aquellos hombres desprendidos de ideales, capaces de incendiar bosques, valles, llanuras y dejar hileras de cadáveres en pueblos, caseríos, campos de batalla y ciudades. La Venezuela que se debatía entre el pasado y la modernidad, albergaba aún viejos personajes, bueyes cansados que la Independencia y la Guerra Federal no lograron vencer.
En ese camino de nuevas venganzas aparece Pedro Pérez Delgado, al que mentaban “Maisanta” por el grito que lanzaba, más de queja que de guerra. Ese “mai santa” es la invocación de la madre ausente, la madre protectora, pero también la madre muerte, la madre peligro.
En la introducción del libro Maisanta, el último hombre a caballo, Orlando Araujo dejó dicho: “Se trata bien de hechos vividos de algún modo por el autor como en el caso de testimonios de guerrilla o de política, o bien de hechos no vividos directa o indirectamente, pero recogidos oralmente en confesiones, relatos y recuerdos de quienes estuvieron personalmente vinculados a los mismos, como es el caso, precisamente, de los dos trabajos que acreditan el esfuerzo intelectual de José León Tapia: Por aquí pasó Zamora, y este “Maisanta”...”.
Según el escritor Héctor Mujica, “aparte de la democratización de las instituciones, la guerra federal deja solamente el saldo positivo de la igualdad, el igualitarismo, en el corazón y la mente de los venezolanos. Ese sentido de la igualdad social en Venezuela es lo que hace posible la convivencia de Simón Bolívar, el aristócrata, y el Agachado, oscuro hombre del pueblo, en el Panteón Nacional de los próceres. Ese sentido igualitario de nuestro pueblo es lo que ha hecho posible el surgimiento de hombres simples y sin ninguna ascendencia, ni política, ni económica, ni social”.
Más adelante, el profesor, periodista y escritor venezolano se pregunta hasta qué punto fue “traicionado el espíritu auténticamente revolucionario de los hombres que habían combatido, que en la Constitución federal de 1864 se concede a la Iglesia católica, no obstante el establecimiento de la libertad religiosa, el privilegio de ser la única que pueda oficiar fuera de sus templos. Por ello, dadas todas estas vacilaciones y traiciones, se explica que las más enconadas figuras antifederalistas, los más encarnizados enemigos del liberalismo se pasen tan pronto a las filas del Gobierno. ¿Es que acaso ese nuevo Gobierno, el Gobierno de la Revolución Federal, afectaba en lo más mínimo sus intereses? ¡Hasta Juan Vicente González publica un nuevo periódico para alabar al federalismo y escribe una biografía de Falcón¡”. Esa Venezuela, al parecer, no ha cambiado.
El tiempo, máquina de moler reputaciones, dejó en el camino del siglo XIX nombres y eventos que tuvieron asiento entre 1859 y 1863, el lustro de la guerra larga, y desfilaron en la memoria del inconsciente colectivo hasta un poco antes de comienzos del XX, cuando los andinos iniciaron el periplo político hacia la capital. Venezuela era hollada por hombres a caballo.
Un nuevo período destacaría el carácter guerrero de aquellos hombres desprendidos de ideales, capaces de incendiar bosques, valles, llanuras y dejar hileras de cadáveres en pueblos, caseríos, campos de batalla y ciudades. La Venezuela que se debatía entre el pasado y la modernidad, albergaba aún viejos personajes, bueyes cansados que la Independencia y la Guerra Federal no lograron vencer.
En ese camino de nuevas venganzas aparece Pedro Pérez Delgado, al que mentaban “Maisanta” por el grito que lanzaba, más de queja que de guerra. Ese “mai santa” es la invocación de la madre ausente, la madre protectora, pero también la madre muerte, la madre peligro.
En la introducción del libro Maisanta, el último hombre a caballo, Orlando Araujo dejó dicho: “Se trata bien de hechos vividos de algún modo por el autor como en el caso de testimonios de guerrilla o de política, o bien de hechos no vividos directa o indirectamente, pero recogidos oralmente en confesiones, relatos y recuerdos de quienes estuvieron personalmente vinculados a los mismos, como es el caso, precisamente, de los dos trabajos que acreditan el esfuerzo intelectual de José León Tapia: Por aquí pasó Zamora, y este “Maisanta”...”.
Pedro Pérez Delgado, Maisanta
Dicho lo anterior acerca de la metodología practicada por Tapia para entrarle a la investigación, Araujo precisa: “Zamora y Maisanta son dos formas distintas de una misma violencia”. De eso sabía Orlando, quien había escrito una extensa obra sobre la violencia en Venezuela. Así, destacada esta imagen de la lucha de los dos personajes, Orlando Araujo escribe: “Los dos nacieron para mandar, tienen carisma, se hacen caudillos populares, combaten contra un Estado despótico y pierden la vida por la causa cuyo triunfo no logran alcanzar”. Es decir, ambos son hijos del fracaso. Y para marcar más esta afirmación, Araujo destaca que “esto es lo que los une en la fatalidad de una violencia frustrada”.El caos político de aquel trágico lustro, al parecer, tenía la mirada puesta en una Venezuela aún dolida por el yugo feudal. Si bien la tropa de Zamora fue bautizada como “La Oposición”, la Federación devino complicidad en los líderes que quedaron vivos. Zamora fue traicionado, a juicio de muchos. Igual pasó con Maisanta, un individuo que resbaló sobre el lomo del gomecismo y resultó encerrado en el Castillo de Puerto Cabello, donde dejaría la vida. La muerte y la prisión de ambos guerrilleros serían parte de esta historia que aún no ha terminado, pues el país de hoy regresa a aquellos ruidos a través de misiones y patrullas parecidas a las guarimbas que Zamora y Pérez Delgado usaron para atacar al enemigo. Si Zamora fue algunas veces un “simple comandante a las órdenes del gobierno”, Maisanta tuvo su lado oscuro al escribirle en varias ocasiones a Gómez para solicitarle ayuda económica. Rasgos de personalidades disgregadas y atormentadas que dejaron una profunda huella en la memoria histórica del país, la cual se hace calco en quienes se creen imanes para atraer el pasado al presente. Terminan también en el fracaso. (Continuará).