El 27 de enero de 1921, después de cuarenta minutos de camino por la espesura de la pica de Tití, el general Emilio Arévalo Cedeño entraba a plomo a San Fernando de Atabapo, antigua capital del Territorio Federal Amazonas y asediaba el cuartel del coronel Tomás Funes, gobernador territorial, quien se hallaba con poca gente, habida cuenta de que todos estaban en la cosecha de sarrapia. Por allí no esperaba jamás el taimado Funes el ataque de ninguna fuerza enemiga.
Arévalo Cedeño (Valle de la Pascua 1882- 1965) había salido el 31 de diciembre de 1920 del campamento revolucionario de Cravo Norte, en la confluencia de los ríos Casanare y Cravo Norte, República de Colombia y 27 días después ya estaba en las cercanías de la guarida de los leones. El coronel Funes, barloventeño de San José de Río Chico, hijo natural del general Lorenzo Guevara, se desempeñaba como autoridad del Amazonas desde 1913 cuando se hizo del poder luego de atacar con una poblada al muy odiado gobernador, general Roberto Pulido, muerto en la acción junto con sus compinches. Se le odiaba en toda aquella región por las tropelías, especialmente por cobrar impuestos por todo, como lo atestiguó en su momento un pariente y paisano de Funes, don Manuel Rodríguez Batista, a quien conocimos en 1976, residiendo en San Juan de los Morros. El general Gómez dejó a Funes encargado del Territorio, nunca fue juramentado, no se le extendió nombramiento, pero allí quedó. Jamás visitó al Jefe en Maracay, pero le escribía telegramas y cartas dándole las novedades. Cumplía el deber a su manera. Arévalo Cedeño escribió en sus memorias tituladas El libro de mis luchas (los guasones le decían en Caracas El libro de mis lochas, porque lo vendía personalmente en instituciones oficiales y privadas), que Funes habría hecho asesinar a 20 personas desde 1913 y don Manuel Henríquez, Cronista que fue de Puerto Ayacucho nos comentaba que en toda Amazonas no había 400 blancos en ese tiempo.
Durante el ataque a su cuartel, el coronel Funes, tal cual lo hizo en la guerra desde 1892, se defendía con denuedo con un puñado de oficiales y soldados suyos que vendían cara la vida. Hasta que cansado, Arévalo Cedeño ordenó regar petróleo al inmueble y le iba a dar fuego cuando Funes aceptó parlamentar, pero fue una rendición a discreción donde no se aceptó nada en su favor. Un remedo de juicio fue realizado por instrucciones de Arévalo, quien colocó como defensor de Funes a su secretario, el coriano don Eliseo Henríquez (padre de don Manuel, ya citado) y por supuesto que la decisión final fue su fusilamiento, lo que se cumplió al pie de un árbol que todavía está en la plaza Bolívar de San Fernando de Atabapo.
Un guariqueño asimilado, don Tito Sierra Santamaría, tachirense de Rubio, quien a los 21 años se incorporó a las fuerzas de Arévalo y asistió a la toma de Atabapo, nos contó cómo fue el proceso. Cuando iban a vendar al gobernador de Amazonas, este se negó y exclamó en voz alta "¡Hombres de mi temple no se vendan. Quiero ver a mis asesinos!". Luego entregó a uno de los oficiales del pelotón de fusilamiento su anillo de brillantes y le dijo: "Use este anillo en nombre de Tomás Funes" (el anillo causó la muerte violenta de todos quienes lo usaron, tanto en Venezuela como en Colombia, según es fama). Exclamó para que lo oyeran toos "¡¡Malhaya sea Antonio Levanti que me vendió con Arévalo Cedeño!!" Finalmente tomó su sombrero, lo lanzó al público y se despidió: "Adiós, amigos míos". Inmediatamente el coronel Marcos Porras Becerra dio la orden de fuego y el 30 de enero de 1921, a las 9 de la mañana, se cumplió la sentencia del remedo de juicio. No es cierto lo que escribió Arévalo en su libro donde incluye muchas inexactitudes ex-profeso y que serán reveladas en mi biografía sobre el personaje, en vías de publicación; no es cierto que la gente gritó de contento cuando se desplomó sin vida el menudo personaje todo vestido de negro. Al contrario, los indios principalmente, con quien se portó tan bien, lloraron a su benefactor como unos niños y de eso hay testimonios.
El fusilamiento de Funes y sus siete invasiones fallidas en el intento de derrocar al muy sólido régimen del general Juan Vicente Gómez, lo catapultaron a la fama. Lo de Funes fue un vil asesinato porque ninguno de sus jueces tenía revestimiento de autoridad oficial para cometerlo. Lo decimos a contracorriente de lo que se ha venido diciendo desde 1936 para acá, pero es que tenemos muchos documentos a mano que nos ponen en conocimiento de la verdad histórica. Por ejemplo, asegura Arévalo en su libro que unos sádicos, de los hombres de Funes, habrían violado y asesinado a la esposa del gobernador Roberto Pulido en 1913 y es incierto. La novedad llegada al general Gómez, telegrafiada por el Dr. Rafael Cabrera Malo, fue que murió de beriberi en el interior de Amazonas y las prendas y otros valores que portaba fueron entregados bajo inventario a una hermana y una criada que fueron trasladadas a Ciudad Bolívar.
Dos derrotas clamorosas por otras tantas victorias tuvo Arévalo Cedeño en los años cuando estuvo combatiendo desde su primer alzamiento en Cazorla en 1914 hasta la última y definitiva debacle en las orillas del caño El Caribe, al suroeste de Elorza en 1931, donde casi se ahoga en la laguna del Término y donde nuevamente lo salvó de morir su paisano de El Socorro, coronel Alvarez Veitía, y a quien tan mal le pagó. Fue progresista Arévalo Cedeño en su pulcra administración como presidente del Guárico, de donde fue destituido por López Contreras, en desacuerdo por algunas medidas practicadas inconsultamente. Arévalo Cedeño era conservador, godo, reaccionario, ultramontano. Muy mal hablaron de él en su tiempo Rómulo Betancourt, Gustavo y Eduardo Machado, Salvador de la Plaza, Francisco Linares Alcántara y otros connotados dirigentes de la oposición al general Gómez. Del Guárico, además de Alvarez Veitía, lo acompañaron Marcial Azuaje (cuelloepana), don Tito Sierra Santamaría, que vivió y murió en San Juan de los Morros; Manuel Rodríguez Batista, que debió seguirlos a regañadientes hasta la batalla y sitio de Guasdualito en junio de 1921, y otros.
De los sucesos de Río Negro y el fusilamiento del coronel Tomás Funes se cumplen 90 años. Su tumba en el cementerio de San Fernando de Atabapo fue cercada y cuidada por instrucciones de un gobernador adeco en 1965, don Ramón Narváez Montaño, quien nos lo dijera hace años conversando al lado del doctor Ramón J. Velásquez.
Arévalo Cedeño (Valle de la Pascua 1882- 1965) había salido el 31 de diciembre de 1920 del campamento revolucionario de Cravo Norte, en la confluencia de los ríos Casanare y Cravo Norte, República de Colombia y 27 días después ya estaba en las cercanías de la guarida de los leones. El coronel Funes, barloventeño de San José de Río Chico, hijo natural del general Lorenzo Guevara, se desempeñaba como autoridad del Amazonas desde 1913 cuando se hizo del poder luego de atacar con una poblada al muy odiado gobernador, general Roberto Pulido, muerto en la acción junto con sus compinches. Se le odiaba en toda aquella región por las tropelías, especialmente por cobrar impuestos por todo, como lo atestiguó en su momento un pariente y paisano de Funes, don Manuel Rodríguez Batista, a quien conocimos en 1976, residiendo en San Juan de los Morros. El general Gómez dejó a Funes encargado del Territorio, nunca fue juramentado, no se le extendió nombramiento, pero allí quedó. Jamás visitó al Jefe en Maracay, pero le escribía telegramas y cartas dándole las novedades. Cumplía el deber a su manera. Arévalo Cedeño escribió en sus memorias tituladas El libro de mis luchas (los guasones le decían en Caracas El libro de mis lochas, porque lo vendía personalmente en instituciones oficiales y privadas), que Funes habría hecho asesinar a 20 personas desde 1913 y don Manuel Henríquez, Cronista que fue de Puerto Ayacucho nos comentaba que en toda Amazonas no había 400 blancos en ese tiempo.
Durante el ataque a su cuartel, el coronel Funes, tal cual lo hizo en la guerra desde 1892, se defendía con denuedo con un puñado de oficiales y soldados suyos que vendían cara la vida. Hasta que cansado, Arévalo Cedeño ordenó regar petróleo al inmueble y le iba a dar fuego cuando Funes aceptó parlamentar, pero fue una rendición a discreción donde no se aceptó nada en su favor. Un remedo de juicio fue realizado por instrucciones de Arévalo, quien colocó como defensor de Funes a su secretario, el coriano don Eliseo Henríquez (padre de don Manuel, ya citado) y por supuesto que la decisión final fue su fusilamiento, lo que se cumplió al pie de un árbol que todavía está en la plaza Bolívar de San Fernando de Atabapo.
Un guariqueño asimilado, don Tito Sierra Santamaría, tachirense de Rubio, quien a los 21 años se incorporó a las fuerzas de Arévalo y asistió a la toma de Atabapo, nos contó cómo fue el proceso. Cuando iban a vendar al gobernador de Amazonas, este se negó y exclamó en voz alta "¡Hombres de mi temple no se vendan. Quiero ver a mis asesinos!". Luego entregó a uno de los oficiales del pelotón de fusilamiento su anillo de brillantes y le dijo: "Use este anillo en nombre de Tomás Funes" (el anillo causó la muerte violenta de todos quienes lo usaron, tanto en Venezuela como en Colombia, según es fama). Exclamó para que lo oyeran toos "¡¡Malhaya sea Antonio Levanti que me vendió con Arévalo Cedeño!!" Finalmente tomó su sombrero, lo lanzó al público y se despidió: "Adiós, amigos míos". Inmediatamente el coronel Marcos Porras Becerra dio la orden de fuego y el 30 de enero de 1921, a las 9 de la mañana, se cumplió la sentencia del remedo de juicio. No es cierto lo que escribió Arévalo en su libro donde incluye muchas inexactitudes ex-profeso y que serán reveladas en mi biografía sobre el personaje, en vías de publicación; no es cierto que la gente gritó de contento cuando se desplomó sin vida el menudo personaje todo vestido de negro. Al contrario, los indios principalmente, con quien se portó tan bien, lloraron a su benefactor como unos niños y de eso hay testimonios.
El fusilamiento de Funes y sus siete invasiones fallidas en el intento de derrocar al muy sólido régimen del general Juan Vicente Gómez, lo catapultaron a la fama. Lo de Funes fue un vil asesinato porque ninguno de sus jueces tenía revestimiento de autoridad oficial para cometerlo. Lo decimos a contracorriente de lo que se ha venido diciendo desde 1936 para acá, pero es que tenemos muchos documentos a mano que nos ponen en conocimiento de la verdad histórica. Por ejemplo, asegura Arévalo en su libro que unos sádicos, de los hombres de Funes, habrían violado y asesinado a la esposa del gobernador Roberto Pulido en 1913 y es incierto. La novedad llegada al general Gómez, telegrafiada por el Dr. Rafael Cabrera Malo, fue que murió de beriberi en el interior de Amazonas y las prendas y otros valores que portaba fueron entregados bajo inventario a una hermana y una criada que fueron trasladadas a Ciudad Bolívar.
Dos derrotas clamorosas por otras tantas victorias tuvo Arévalo Cedeño en los años cuando estuvo combatiendo desde su primer alzamiento en Cazorla en 1914 hasta la última y definitiva debacle en las orillas del caño El Caribe, al suroeste de Elorza en 1931, donde casi se ahoga en la laguna del Término y donde nuevamente lo salvó de morir su paisano de El Socorro, coronel Alvarez Veitía, y a quien tan mal le pagó. Fue progresista Arévalo Cedeño en su pulcra administración como presidente del Guárico, de donde fue destituido por López Contreras, en desacuerdo por algunas medidas practicadas inconsultamente. Arévalo Cedeño era conservador, godo, reaccionario, ultramontano. Muy mal hablaron de él en su tiempo Rómulo Betancourt, Gustavo y Eduardo Machado, Salvador de la Plaza, Francisco Linares Alcántara y otros connotados dirigentes de la oposición al general Gómez. Del Guárico, además de Alvarez Veitía, lo acompañaron Marcial Azuaje (cuelloepana), don Tito Sierra Santamaría, que vivió y murió en San Juan de los Morros; Manuel Rodríguez Batista, que debió seguirlos a regañadientes hasta la batalla y sitio de Guasdualito en junio de 1921, y otros.
De los sucesos de Río Negro y el fusilamiento del coronel Tomás Funes se cumplen 90 años. Su tumba en el cementerio de San Fernando de Atabapo fue cercada y cuidada por instrucciones de un gobernador adeco en 1965, don Ramón Narváez Montaño, quien nos lo dijera hace años conversando al lado del doctor Ramón J. Velásquez.