Adolfo Rodríguez
Por dos veces visitamos Europa el año pasado y, en ambas ocasiones, vimos surcar su cielo presagiosos cisnes negros. En abril la erupción del volcán Eyjafjallajokull. Hubo suspensión de vuelos en casi todo el continente y tuvimos que esperar cerca de Londres que mi hija Clara Rosa pudiese volar desde Houston, USA y reencontrarse con su recién nacida Claire. La parálisis -según se dijo- no sucedía desde la Segunda Guerra Mundial. Y ante aquella impotencia tecnológica, entre atónitos transeúntes de infinitas culturas, cada quien, a solas con su alma, se veían lucir (lucíamos) a la vera de los respectivos dioses tutelares.
Y en diciembre nevadas que no caían – según noticias- desde hace un siglo quizá en Inglaterra:
El 30 de noviembre las veredas y estacionamiento de Discovery News, en Copthorne, invadidos de nieve. Todo bajo la bruma algodonosa y blanca crujiendo bajo los pies. Afuera el hielo como estalactitas en los aleros. La plataforma blanca y vidriosa que enfrentamos, sigilosos, con los mismos zapatos con que recorremos el trópico. El verde campo de pelota tapizado de blanco. Amanece como a las 8 AM y oscurece quizá a las 4 PM. Y en la larga noche salimos a una farmacia entre escasos transeúntes y vehículos expuestos a coleadas. Las lapidas de la iglesia coronadas de blancuzco copo. El viento acrecentando el frío. Y el 1-12 los copos frotando las mejillas. Al derretirse la hermosa superficie aflorará el barro.
El 17~12 vuelve a nevar. Clara Angelina viene de Londres con lonchera para Claire y mono de vestir para la recién nacida Amelie. Y cajas con Classic buter rich mince pies, esa exquisitez tradicional de la navidad inglesa, a modo de ponquecitos (mice pies), que en la Edad Media se rellenaban de carne y, desde la época victoriana, con algún confite. Se pide un deseo cada uno de los 12 días de navidad en que se consumen. Y, además, chocolaticos Operetta: a whole hazelnut surrounded by a rich praline cream and crispy wafer, coated in milk chocolate and chopped hazeelnuts. Celebramos con hallacas adquiridas en un restaurante venezolano, pero Clara Angelina apresura su retorno no sea que los trenes entren en pasmo.
El 20/12 hay 30 vuelos suspendidos y, al otro día, 42 más en el aeropuerto de Gatwick, cerca de donde nos quedamos con Clara Rosa, su esposo Alejandro y las dos niñas. Los aviones que se ven por los ventanales del techo reanudan su paso el 22, sin que cese de nevar.
Esos cisnes, más bien blancos, tampoco nos impidieron salir cuando nuestros dioses decidieron que así lo hiciésemos.