El humor es tan propio de la naturaleza humana que no habría equívoco en considerarlo verdaderamente nuestro sexto sentido. Tiene lógica, mucha evidencia, el uso de la expresión tener sentido del humor. Ahora bien los sentidos físicos tienen la función de captar el mundo que nos rodea, de mediar entre éste y nuestra mente. El humor es quien nos ayuda a enfrentar el costado cruel de la existencia, a identificarlo. Nada hace más sensible al humor que las situaciones de dolor. Ya Nietzsche lo dijo: “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”. Vivimos en un universo altamente predatorio. Reír es una de las ventajas del hombre sobre los animales, ninguno de ellos se carcajea, lo que no quiere decir que no posean sentido del humor, ellos también se alegran y deprimen y tienen sus modos de expresarlo. Nietzsche añadió: “La risa es un ser malicioso pero de conciencia tranquila” Esto último es el logro real, la tranquilidad de conciencia. Tener paz interior nos convierte en una especie seres invencibles ante los avatares de la humanidad, ante el capricho de los poderosos dioses, humanos e inhumanos, que a diario buscan zarandearnos y entretenerse con nuestras azarosas inclinaciones. Todo el teatro griego, en sus géneros de comedia y tragedia, es el estudio más completo sobre el costado cruel de la existencia y los esfuerzos del sentido del humor por comprenderlo a través de la gracia, la ironía, la burla y el sarcasmo.
La práctica artística del sentido del humor se conoce como el humorismo. Cuando digo artística me refiero a un sentido amplio, tanto en el profesional del arte, la literatura o el escénico, como en el ser humano común que en medio del tráfago cotidiano hace un alto para hacernos reír, porque la chispa del humor sólo sabe del encendido de la imaginación y esta última es base del Arte. Todo humorista es un artista. En Venezuela conocemos al humorismo bajo una extraña y absurda imagen: mamar gallo. Según Julio Calcaño la expresión deviene de la antigua costumbre de los jugadores de gallos de sorber las heridas en la cabeza del gallo con el fin reanimarlo después de la pelea, o de ayudarles a recuperar la visibilidad perdida por el borbotón de sangre en los ojos. Según Ángel Rosenblat esta expresión venezolana coincide con la conocida como tomadura de pelo. Curioso, pero en ambas imágenes hay emblemáticamente una cabeza. El humor entonces es meramente un asunto de la conciencia. Por cierto, para los galleros, un gallo mamón es aquel que no pica con efectividad, que no tiene saña mortal. El humor en verdad es un picotazo mamón, no busca destruir sino el hacernos reflexionar a través de la punzante paradoja de la gracia.
Todo este largo preámbulo sobre el humor viene a justificar un breve comentario a dos poemas de Teobaldo Mieres. De este gran hombre nos dice Aquiles Silva que “...fue un hijo adoptivo de San Juan de los Morros, que siempre nos brindó los encantos de su pueblo amado. Fue un hombre especial, con su carácter jovial y siempre dispuesto a emprender empresas que llenaron de entusiasmos a sus coterráneos.” Aquí fundó el periódico Brisas del Morro, dueño del único cine de las primeras décadas del siglo XX, escalador del morro mayor, pintor, escultor y declamador. En su honor el mirador del pueblo lleva su nombre. Sitio muy a propósito para contemplar los absurdos vivires del poblado e inspirarse en creativas picardías. En la Semana Santa pasada, Tibisay, Valeria y yo, disfrutamos durante dos días la estancia en la casa de El Castrero de nuestro amigo Israel Ranuárez, hijo del cronista Argénis. Allí, curucuteando sus libros, encontré un ejemplar del poemario Canto a San Juan de los Morros de Teobaldo Mieres, editado en el Taller Tipográfico Impresos Bandres en 1964, una joya de libro de 91 páginas. Por cierto aun espero pacientemente la fotocopia que me va obsequiar Israel. Leí el libro a volandillas, a saltos, debíamos regresar y no había tiempo, muchos poemas quedaron sin leer. Pero copié manuscrito dos poemas que llamaron mi atención. El primero en las páginas 29 y 30, y el segundo en la página 31. Siendo el primero el siguiente:
COSTUMBRE OLVIDADA, 1919: En la Semana Santa por promesa,/ tras las procesiones,/ iba un grupo de doce encapuchados/ que inclinaban humildes la cabeza/ en señal de sus buenas intenciones/ ante el Crucificado./ .../Que eran los doce apóstoles decían.../ Y yo, por ser católico,/ entendí los emblemas apostólicos/ que en las manos traían;/ pero lo del vestir encapuchado/ me pareció que estaba equivocado/ porque de apóstol nada le veía./ .../Ante tal disidencia/ le dije al padre Ymas, de buen grado,/ que el traje era señal de penitencia/ y no de apostolado./.../-Pero mi hijito, aclárate la mente/ y piensa con cuidado/ que quien paga promesa es penitente/ y no un actor que imita lo sagrado./.../-Correcto... Más observo que hay dos Juanes,/ con el libro y la pluma,/ exactamente iguales/ y en actitud de hacer las Escrituras./.../-Ay, hijo...!/ Yo te exijo/ que olvides por ahora las diabluras./ Deja las cosas tales como están./ (Sin que esto te alborote)/ Sucede que en el pueblo de San Juan/ nadie quiere ser Judas Iscariote.
En este poema lo humorístico consiste en que algo, tan serio y pío, como es una procesión de Semana Santa contenga detalles sospechosamente confusos y fuera de orden. Había en el pueblo de San Juan de los Morros la extraña costumbre de encapuchar a los apóstoles en señal de penitencia, pero si estos son doce, se supone que uno de ellos es Judas Iscariote, pero, por negativa o tabú, nadie quería penitenciar bajo la capucha de tamaño personaje, preferían cometer el exabrupto de duplicar a Juan, el discípulo amado. Los penitentes inclinan la cabeza en señal de tener las mejores intenciones hacia Jesús. Ser Judas implicaba lo contrario. Ahora bien, pregunto, ¿Será que Juan, ocupando al mismo tiempo el lugar del apóstol traidor que besa a Jesús, puede ser motivo para el chiste agudo? El odiado tesorero de barba negra se trueca de modo insólito en la imberbe imagen especular del escritor evangelista. El padre Ymas, sabiendo lo pícaro de Teobaldo, le exige mantenga la discreción del asunto y se aguante de expresar sus cómicas ocurrencias. Es importante decir que el título del poema señala que esta forma de procesión al parecer, para 1919, ya era una costumbre olvidada, dándole a estos versos de Mieres el melancólico dulzor de la nostalgia. Sin embargo, hay decir que esta costumbre de encapuchar a los apóstoles cambiando sus personajes, con seguridad, significó en su momento un modo popular de trastocar el rancio ceremonial de Semana Santa. De olvidar otras sagradas costumbres. Interesante es el papel de complicidad que cumple aquí la autoridad religiosa, como se hace la vista gorda frente a esta ruptura, permite que la imagen de los juanes gemelos estampe discretamente un toque gracioso en el trágico rito cristiano.
Ahora bien, esta imbricación popular de lo trágico y lo cómico, en lo humano tiene otras vertientes, sobre todo en las lágrimas, se puede llorar de tanto reír o sufrir hasta desbocarse en llanto. Unamuno define lo trágico como un sentimiento. Es algo más próximo a la intimidad, propio de la subjetividad, el sentido del humor está enfocado en la exterioridad, en cambio el sentimiento se recrea hacia adentro, se ensimisma y por lo tanto deriva en los haceres de lo trágico. El dolor es un asunto de soledad, la risa es contrariamente contagiosa, necesita de la alteridad, el otro para expresarse. Por eso en nuestra cultura es mala señal el reírse solo, en cambio el llanto es más digno a solas, soportamos, o más bien compartimos la risa ajena, pero cómo incomoda el llanto del otro. Los animales no conocen la risa pero si saben del llanto ante el dolor fisiológico, sin embargo el hombre es el único que llora de emoción, en nosotros no son iguales las lágrimas emotivas a las fisiológicas. Aunque ya es connatural en el hombre su tendencia a antropomorfizar lo animal, a fabular en ellos nuestras desgracias y defectos. Veamos eso en este otro poema de Teobaldo Mieres:
LEYENDA DE LOS MORROS (LOT-CAMELLO) 1924, XXI: Cuando Dios hizo al mundo, en las llanuras/ del Continente aposentó un Camello,/ y díjole: Es mi ley que en las alturas/ no pastaréis porque me ofendo de ello./.../Luzbel, vencida Eva, irguióse ufano,/ y por temor de Dios cruzó los mares/ y vino al Continente Americano/ donde encontró al Camello entre palmares./.../-Sufres, le dijo, el mal que Dios te siembra!/ Detrás de aquella loma está tu hembra/ y Dios no ve cuando la noche es bruna./.../ El Camello ascendió en la noche negra;/ pero en castigo, al esplender la luna,/ Dios lo maldijo y convirtiolo en piedra./
En el segundo poema el tema es la incomprensible crueldad del destino, la inapelable decisión del hado mayor sobre la existencia. Su caprichosa acción sin justificación alguna, él decide así, por el ejercicio su divina voluntad. El Dios de este poema semeja más a uno griego que al moralista judeo cristiano, en este último las desgracias se justifican como una prueba que lanza sobre la fidelidad de sus criaturas. Sin embargo los seres vivientes de este planeta siempre estamos en desventaja ante Dios o los dioses, sean estos de cualquier cuño. La anécdota del poema cuenta la creación de un camello fuera de su contexto geográfico. De los desiertos del Medio Oriente, este solitario dromedario es implantado en el llano venezolano. De una llanura de arena y ocasionales palmeras, a esta otra llanura poblada de palmares. Fuera del desdichado camello, la majestuosa planta es lo que hermana ambos paisajes. El camelus es condenado a sólo pastar en el llano con la prohibición de hacerlo en las montañas. Repentinamente aparece el diablo, repitiendo en otra versión los sucesos del paraíso. Luzbel sabe de los deseos de hembra del camello, y le sugiere que bajo el amparo de la noche sin luna realice su sueño de amor detrás de una loma. La luna, símbolo de amor en muchos mitos, en éste constituye la inoportuna que lo pone en evidencia: de inmediato Dios lo castiga convirtiéndolo en esa pedregosa cadena de elevaciones que llamamos Morros. Cruel, trágica mitología para explicar el origen de los morros de San Juan. Mieres llega en el título a comparar al camello de su historia con el Lot de la Biblia. ¿Sería acaso por ser un vecino de la lujuriosa Sodoma? Sin embargo en la historia del patriarca, quien se convierte en estatua es su mujer, y más bien termina siendo seducido por sus hijas. De una manera u otra conoció el consuelo sexual a través del incesto, en cambio este camello permanece casto a un lado del río Guárico.