Rafael
Lara-Martínez
Tecnológico
de Nuevo México
Desde
Comala siempre…
A
Si
“olvidar (lethe)
es perder la ciencia que se tenía antes” (Fedón,
Platón), la historia salvadoreña ya perdió toda índole científica
al eludir su carácter de verdad (a-lethe).
0. De la exclusión de la mujer
y de los afro-descendientes
I. De la mujer
II. De lo africano
III. De la mujer africana
IV. Hacia la diversidad
0.
De la exclusión de la mujer y de los afro-descendientes
Cuando
la historia la define un tipo de escritura, su lugar es el de la
ficción. La historia es una literatura, una retórica letrada. En
nombre de una nueva ortodoxia, construye un simulacro del pasado sin
documentación primaria.
Al
respecto léase:
http://es.wikipedia.org/wiki/Levantamiento_campesino_en_El_Salvador_de_1932.
Ignoro su autor, pero ni las “secuelas del levantamiento
campesino” ni “el levantamiento campesino en la ficción” se
justifica con fuentes primarias de la época. No se cita ni una sola
revista cultural de los años treinta.
Basta
disfrazarse de izquierda para tildar toda posible crítica de
reaccionaria. La memoria y la historiografía serían retrógradas,
ya que no proponen la quema inquisitorial de toda fuente primaria.
En la
fogata que honra al nuevo estalinismo se excluyen la diferencia
racial y la de género. Su discurso sería un racismo y una
misoginia encubiertos por una retórica política que se reclama
correcta y liberadora.
I.
De la mujer
Hacia
1932, no habría cabida ni para la mujer ni para los
afro-descendientes. Veamos cómo esta relación —mujer
afro-descendiente— la establece la verdadera ficción, ahora vuelta
historia, ya que la historia se vuelve ficción “en el jardín de
los senderos” que se entrecruzan.
Ninguna
de las dos novelas tempranas sobre los eventos de enero de 1932
aparece en el artículo: El
oso ruso (1944) del
sandinista Gustavo Alemán Bolaños y Ola
roja (1948) de Francisco
Machón Vilanova. Pese a su carácter reaccionario, ambas novelas
presentan a una mujer indígena violada por un hacendado blanco como
una de las líderes políticas, comunistas, de la revuelta. Se
llaman Rosa María, violada por un hacendado, y María Gertrudis, al
acecho sexual de los hacendados cafetaleros.
En
ambos casos, la primera comunista de América es La Chingada. Al
negársele todo derecho sexual, se inclina por una acción armada que
la ficción denomina “la honra” en los Cuentos
de barro (1933) de
Salarrué. Si la revuelta fue comunista, en El Salvador existiría
el comunismo de La Chingada. A falta de derechos de género, el
comunismo es su paliativo.
Distante
por una generación, en el artículo, la voz de Julia Ama no
satisface el requisito de género, ya que ella restituye la memoria
de un líder masculino de su propia familia. La voz de la mujer
indígena —de la mujer como agente social— queda a la espera.
¿Acaso no serían quienes se le entregan chulonas a la mirada viril
de José Mejía Vides, a la de todo citadino que la espía con morbo?
Se le
pediría demasiado a cierta izquierda salvadoreña del siglo XXI que
admita la existencia de la mujer. “La participación formidable de
la mujer; la mujeraquí[dice Zapata] se pone al frente” (Alemán
Bolaños). Esa misoginia la testimonia el borrar su liderazgo
histórico en 1932 y escribir una historia que sólo menciona a los
hombres.
Si
hacer historia es cuestión de hombres, le corresponde a la ficción
hablar de la mujer. Por correlaciones extrañas el hombre es a la
mujer, como la historia radical del siglo XXI es a la novela
reaccionaria de los treinta, el lugar que otorga una voz.
RETRATO DE MUJER NEGRA de MARIE-GUILLEMINE BENOIST (1800)
II.
De lo africano
Pero
la omisión de esas dos novelas no sólo atestigua la masculinidad de
la propuesta. En el artículo de wikipedia, la historia es cuestión
de hombres. La supresión de la mujer redunda en el tachón de la
presencia africana en el país y de su participación directa en los
eventos.
Tal
como lo declara el novelista nicaragüense, uno de los primeros
poetas comprometidos con la izquierda marxista era
afro-descendiente.“Chinto representaba el tipo negroide, de labios
gruesos y pelo ensortijado”. El exalta al pueblo de Juayúa a la
rebelión en un acto teatral de “poesía francamente bolchevique”
(Gustavo Alemán Bolaños, El
oso ruso, 1944). Su
presencia también hay que borrarla.
El
recuadro siguiente transcribe un largo fragmento tachado de la
historia de la negritud en El Salvador. Lo africano se caracteriza
por su ambigüedad y oportunismo que—en su esquizofrenia o escisión
del yo— oscila del “bolchevismo” al “fascismo” (observación
que debo a Arturo Alvárez D’Armas). En flagrante paradoja, Chinto
acaba siendo miembro de un régimen tildado de racista. Parecería
que sólo el liderazgo blanco —Farabundo Martí “era blanco y
bien parecido”— le asegura una lealtad al marxismo salvadoreño.
XXXIII
La agitación llegó a Juayúa en
forma de un recitador de la lengua llamado Chinto, cuyo éxito
consistía en declamar teatralmente poesías de otros, desde un
escenario cualquiera. Le acompañaba un propagandista y al propio
tiempo cobrador de entradas en la taquilla. El teatrito de la
localidad se vio cubierto de afiches en que Chinto, en actitud
dramática, aparecía como un predicador de reformas sociales. Algo
de ello daba a entender el programa que anduvo regando en el pueblo
el propagandista de Chinto, un individuo llamado Quino. En éste,
por su nombre reconoció Rosa María [la indígena violada, La
Chingada, sujeto político femenino denegado por la historia actual]
al preceptor de conscriptos en el Cuartel de Artillería, de San
Salvador, a que se refería su conocido, el soldado. Luna y Zapata
confirmaron que efectivamente Quino era profesor de reclutas en aquel
cuartel, haciendo que se trataba de un individuo dual, por
consiguiente peligroso.
Dos noches después tenía lugar el
acto, con concurrencia numerosa. Chinto comenzó recitando versos
románticos, con buena entonación. Siguió con poesías pesimistas,
como el Nocturno
de José Asunción Silva, y, como remate del programa, había versos
de rebelión. El público se dio a aplaudir a Chinto a cada final.
Se inspiraba a su vez, Chinto. Reservaba para lo último el toque
maestro de su recital. Era una poesía francamente bolchevique, que
pintaba al campesino proletario rebelándose al patrón, hasta el
extremo de darle muerte cruenta, y de mostrar en una mano el machete
vengador, y en la otra, “la cabeza del patrón”…
Allí fue el clímax del entusiasmo,
en parte de los obreros y campesinos que había en la sala, como si
él mismo fuera el ejecutor de una venganza colectiva, que muchos en
Juayúa deseaban [el término de “degollar” lo emplea Salarrué
para caracterizar a “el comunista”].
XXXIV
[…] Chinto representaba el tipo
negroide, de labios gruesos y de pelo ensortijado. Su secretario y
propagandista era aborigen, de pelo lacio caído hacia atrás. Se
las daba de poeta, pero había solicitado una plaza de cabo preceptor
del Cuartel de Artillería. Luna y Zapata previnieron a Apolinar [el
padre de Rosa María] y sus hijos, acerca de esas mala fichas [nótese
la división racial interna entre los presuntos líderes de la
revuelta, los citadinos y “blancos”, Luna y Zapata, contra el
“logrero […] negroide”, Chinto de carácter “dual” a
revelar].
Un día domingo, 24 de enero,
supieron unos pocos en San Salvador que el siguiente día iban a ser
ejecutados Martí y los estudiantes Luna y Zapata […] Chinto a la
sazón Secretario Privado del Presidente Hernández Martínez,
asistiese a su ejecución. Había sido una vez su camarada y luego
pasó a servir a los intereses de un poder adversario al comunismo.
Ahora quería reprocharle su doblez, en esa tremenda forma.
A las seis de la mañana, el carro
fatal —una ambulancia cerrada— llevaba de la Penitenciaría al
Cementerio General a los tres [Martí, Luna y Zapata], conducidos por
un pelotón. Allí iba Chinto, forzado a asistir …] estaba
demudado.
[Queda sin anotar que “Iván, el
oso ruso tomó el tren que conduce de San Salvador al puerto de La
Unión”. Se escapa del “riñón salvadoreño [que] sangraba”
sin asumir ninguna responsabilidad por los sucesos (XLV)].
Gustavo Alemán Bolaños, El
oso ruso (1944)
Pero,
la cuestión no se detiene en este nuevo tachón que, en nombre de un
discurso disfrazado de izquierda, elimina a la población negra de El
Salvador. No se detiene en ese borrón tan evidente, porque otra
afro-descendiente reclama su presencia desde 1932.
Se
llama Gnarda y, a lo mejor, se trata de una pariente de Chinto quien
desea que “la honra” le haga justicia a su causa. A su causa
sexual denegada por el poder sexual de los blancos bajo el derecho de
pernada. Previsible por el tabú racial centroamericanista, el
divertimiento astral con una “negra” pasa desapercibido mientras
se le erige un altar a la relación de Salarrué con una amante
blanca: Blwny (J. Gold, Sagatara
mío, 2005).
Su
figura “desnuda como toda mujer”, apetecible para la mirada
masculina, aparece en la única novela que publica Salarrué en 1932:
Remotando el Uluán.
De nuevo, el artículo menciona una novela tardía del autor,
Catleya luna
(1974), cuyo título hasta mediados de los sesenta es La
Selva Roja (Javier
Peñalosa. “5 noticias literarias importantes del mes en México.
I. Salarrué”. Guión
Literario, No 107,
Noviembre de 1964: 4).
Se
trata de otro borrón para crear un simulacro de historia sin fuentes
primarias. Se trata de un 32 sin 1932. Hacia 1935, el escrito
central que, tardíamente, denuncia la matanza —“Balsamera”—
ni se preocupa por tales sutilezas sociales de un etnocidio. En
cambio, le interesa la muerte del líder pacifista, Hoisil, que
precipita a los Izalco a una “locura llamada política comunista”
encaminada a “degollar” (Salarrué, “Mi respuesta a los
patriotas”, 1932).
En las
propias palabras del autor, su intencionalidad original es el
siguiente. “Estoy preparando “La Selva Roja”, una novela sobre
una mujer, sobre una familia, sobre la humanidad”. “Entonces es
una selva genealógica”. “Exacto; es una selva genealógica en
donde la unidad es el “árbol de sangre” (Rafael Heliodoro Valle
(Entrevista), “Diálogo con Salarrué”. Ars.
Revista de la Dirección General de Bellas Artes,
enero-marzo de 1952: 17-20).
El
hecho crucial no lo declara que se suprima el nombre y la intención
originales del autor, para que el historiador omnisciente del siglo
XXI afirme su superioridad racial y sexual, su arrogancia
intelectual. Lo concluyente de la historia como tachón es que
elimina el único documento novelístico de Salarrué publicado en la
fecha clave de 1932.
III.
De la mujer africana
Precisamente
en ese documento, Salarrué declara su placer sexual con una
afro-descendiente. Que la lectura habitual sea la de un viaje astral
cuyo sentido profundo se le revela “sólo a los iniciados”
—“regiones de contenido mágico”; “alegoría esotérica”—
no significa que no existan otras lecturas posibles.
Si
estas interpretaciones no existen es porque vivimos bajo un sistema
de terror y de falta de democracia que anula toda libertad de
lectura. No hay conflicto de interpretaciones bajo la dictadura de
un nuevo estalinismo. Al menos el artículo no le da cabida a otras
visiones posibles de lo real.
Por
fortuna, el exilio y la cercanía de la Muerte me limpian de todo
miedo a declarar que existe una mujer “negra” en 1932 que cierta
izquierda salvadoreña del siglo XXI tacha en su doble acto de
misoginia y racismo. Leamos la experiencia “esotérica” de
Salarrué en 1932.
El
“fumbultaje musical” místico “con Gnarda [perfectamente negra
y perfectamente bella [que] iba desnuda como toda mujer] abr[e las]
aguas vírgenes” de la verdadera experiencia poética de Salarrué,
“tras [las] caricias y mimos” teosóficos de “una abertura
circular [¿femenina?] que tenía el aspecto de laguna” (¿la
vulva?). En la “glorieta del deseo” —pleno de “emociones
sensuales”— “se unieron nuestros labios y nos besamos”.
“Mostraba […] sus bellos senos de mármol”. Entre “las
nebrunas sensuales y las alectaras sensitivas”, el autor se hunde
en un “enorme lirio de embriagador perfume” y de “deleite
indescriptible”. Al concluir el contacto libidinoso, “nuestros
cuerpos se sentían exhaustos, flácidos como si su energía emotiva
hubiese sido agotada (¿luego del orgasmo y de la eyaculación?)”
(Remotandoel Uluán,
1932).
Sin título (S./fecha), Salarrué
(Salarrué, el
último señor de los mares
(2006))
Gnarda suspiró, por fin
profundamente y murmuró un nombre: mi nombre. Dí algunos pasos
hacia ella y tendiéndole los brazos la llamé: “¡Gnarda!...”.
Nos estrechamos fuertemente. Cuando su sorpresa hubo menguado, se
unieron nuestros labios y nos besamos. El chasquido de aquel beso
hizo estremecerse los árboles…
No hay
que callar que una neta diferencia de color distingue al autor
—hombre blanco— de su amante “negra”, además de la
indumentaria, rasgo cultural, que caracteriza a la figura masculina.
“Hombre-blanco-vestido” versus “Mujer-negra-desnuda” señala
una neta dicotomía de jerarquía social, cultural y étnica.
¿Por
qué un hombre blanco se deleita con una “mujer negra” y la
reversión de la raza y del género resulta imposible? Chinto con
una mujer blanca desnuda, con Zelie Lardé de Salarrué, por ejemplo;
o bien Gnarda con un hombre desnudo… ¿O la igualdad de derechos
sexuales es inimaginable?
Prosiguiendo
la ficción, “iniciado” por la Muerte, me preguntaría si Chinto
no tendría razón de reclamar “la honra” de Gnarda. La respuesta
resulta obvia. Ni cierta izquierdadel siglo XXI le otorgaría ese
derecho. En El Salvador, para la imaginación histórica radical del
32, no hay ni mujeres ni afro-descendientes.
IV.
Hacia la diversidad
Por
tal razón, me complace vivir muerto en Comala y en el exilio. Desde
este “lugar de los vientos” —del silencio y del abandono—
doy constancia que me acompañan Chinto, la esquizofrenia de lo
salvadoreño, yGnarda. Se trata de dos amigos entrañables —más
muertos que yo—sin derecho a la palabra.
Ellos
me piden que transcriba su testimonio tachado adrede por los nuevos
racismos y misoginias encubiertos de ideas liberadoras. Por una
imaginación histórica que, disfrazada de ciencia y de libertad
virtual, le niega la palabra a los afro-descendientes y a la mujer.
Le niega la palabra a la mujer afro-descendiente. Gnarde existe.
Afirmo
la existencia de la mujer —de Rosa María y de María Gertrudis,
líderes del 32— y de los afro-descendientes. En su nombre reclamo
legalmente el reconocimiento de su actuación histórica. A los
autores del artículo de enmendarlo si acaso en el siglo XXI existe
aún honestidad intelectual y existe el derecho de respuesta, es
decir, una diversidad de enfoques sobre lo real.
Con
Chinto y Gnarda siempre… Con Rosa María y María Gertrudis
siempre…
Por
“lonra e la Juana” y de Gnarda, “por lonra” de Rosa María y
de María Gertrudis, pongo en la mano del tata”, del historiador
autoritario, “un fino puñal” hendido de palabras “con mango de
concha”, en sus fuentes primarias. Tachadas adrede por una
historia sin memoria…
V.
Cuadro conclusivo