Edgardo
Malaspina
March
Bloch escribe estas últimas frases en su Introducción
a la historia (1949): “Para decirlo todo en una palabra, las causas, en la
historia más que en cualquier otra disciplina, no se postulan jamás. Se
buscan…” Esta obra inconclusa del fundador de la Escuela de los Annales, salió
a la luz pública gracias a su amigo y cofundador de la nueva corriente
histórica, Lucien Fevbre (Bloch le
dedicó su trabajo) , quien cotejó tres
ejemplares de la misma para sacar en limpio una versión final. Al morir
fusilado en 1944 por defender su patria de los invasores alemanes, Bloch no
pudo finalizar su libro (no tuvo tiempo de anexarle una referencia bibliográfica)
como lo planificó.
El
libro contiene una introducción del autor, cinco capítulos y un apéndice escrito por
Fevbre para relatar la manera como llegaron los manuscritos sus manos y la preparación que hizo de los
mismos para su publicación.
En
las palabras preliminares el autor destaca el lenguaje sencillo empleado
“porque no alcanzo imaginar mayor halago para un escritor que saber hablar por igual a los doctos y a
los escolares”. En estos mismos prolegómenos se refiere al interés por la
historia desde su infancia, los libros que leyó y que fortalecieron su vocación
profesional, que además era una gran diversión. Aconseja utilizar un lenguaje
científico en el discurso histórico pero sin despojarlo de la poesía, como
pretendían los positivistas: “Así, para lo sucesivo, estamos mucho mejor
dispuestos a admitir que un conocimiento puede pretender el nombre de
científico aunque no se confiese capaz de realizar demostraciones euclidianas…”. Desde un principio de su obra
MB explica su tesis innovadora de recurrir a otras ciencias en la investigación
histórica porque “considerad aisladamente, cada ciencia no representa nunca más
que un fragmento del movimiento universal hacia el conocimiento”.
En
el primer capítulo relaciona la historia, los hombres y el tiempo. Establece un
nexo dinámico y dialéctico entre el presente y el pasado, de tal manera que uno
de estos tiempos sirva para analizar y entender al otro. La historia no es sólo
la ciencia del pasado, es más bien la ciencia
sobre los hombres. De todos los hombres y no sólo de los héroes y reyes.
Es el estudio de los muertos y de los
vivos. Hay que indagar los orígenes de los acontecimientos y no detenerse en
las personalidades de los mismos.” En una palabra, la cuestión no es saber si
Jesús fue crucificado y luego resucitó. Lo que se trata de comprender es por qué tantos hombres creen en la crucifixión y en la
resurrección”. El fenómeno histórico
debe ser explicado desde la perspectiva de su tiempo. Cita a un
proverbio árabe, según el cual los hombres se parecen más a su tiempo que a su
padres.
El
segundo capítulo trata de la observación
y los testimonios y la transmisión de los mismos .Así como también la forma de
establecer su confiabilidad. La historia siempre nos llega a través de
documentos, es decir de una manera indirecta; y eso distorsiona la realidad. No
se puede comprobar con solo esos
elementos la veracidad de los hechos. Relata una anécdota: un aviso se
transmiten en una fila desde el primer
soldado: “¡Atención! Hoyos de obuses a la izquierda. El último hombre sólo
escuchó a la izquierda. Dio un paso hacia la izquierda y se hundió”.
El
pasado no se puede cambiar, pero los
descubrimientos arqueológicos y el uso de la lógica, instinto, la
psicología y otras ciencias sirven para
que surjan nuevas interpretaciones del mismo. Un plan con buenas preguntas son
de mucha ayuda aunque luego se cambie el rumbo en la medida que aparecen los datos.
El
tercer capítulo es el de la crítica (interna y externa) como método de búsqueda
de los errores en la historia. La critica nace en el momento que no aceptamos ciegamente los
testimonios históricos. Debemos no creer
a la ligera y tener una duda examinadora. Las notas al margen de la página
sirven para la crítica; sin embargo, debemos evitar que las mismas sean más extensas
que el cuerpo mismo del relato. Indicar la procedencia del documento que
trabajamos es importante (el estilo del lenguaje establece si es de un mismo
autor, por ejemplo). En muchos archivos hay documentos falsos y plagios , y el historiador está obligado a
indagar sus veracidad. Hay que evitar pasar por alto hechos vitales pero que no
están en la mira de nuestras investigaciones: vemos sólo lo que buscamos y las
emociones pueden distorsionar los hechos.
Las
prácticas colectivas son similares para todos los hombres que la vivieron, las
excepciones son sospechosas. La estadística
y la ley de las probabilidades corroboran nuestras suposiciones porque
sus resultados son similares en diferentes autores.
El
cuarta capítulo habla de la facilidad que tenemos para juzgar en vez de sopesar todas las aristas de un
caso de manera profunda y así comprender mejor el caso estudiado. Aquí también
se habla del valor y significado de las palabras según la época y lugar en que tuvieron en boga. En el
análisis histórico es preferible tratar
de comprender que juzgar a la ligera. Se deben buscar las razones
profundas de los acontecimientos sin parcializarse y juzgar. La única pasión
del historiador es estar por encima de
todas las pasiones , aunque la imaginación
y la abstracción son buenas aliadas. No emplearlas es un positivismo mal
entendido.
Sobre
las palabras: las mismas valen más por su uso que por su etimología. Hablamos
de átomos (indivisibles) aunque ya se conocen muchas partículas del mismo.
El
último capítulo (inconcluso) es una crítica al positivismo que en vano pretende
eliminar de la ciencia la idea de la causa, porque todo investigador piensa en
términos de preguntas y respuestas. Explicar la caída de un hombre por un
tropezón es insuficiente, pues habría que pensar también en la ley de la
gravedad, los desniveles geológicos, etc. En conclusión no existe una causa
única.”Para decirlo todo en una palabra, las causas, en la historia más que en
cualquier otra disciplina, no se postulan jamás. Se buscan…