DISCURSO
ANTE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA
Elis Mercado Matute
Numerosos temas se me
evidenciaron como apropiados para este
discurso de incorporación, todos ellos, para mi, importantes. La cuestión era dilucidar cuán importante
sería para esta docta Academia de la Historia y para el colectivo.
Desfilaron
ante mí tópicos como Tres Balas Tres Destinos, referido a las muertes de personajes históricos como
Ezequiel Zamora, Joaquín Crespo y Matías
Salazar en tierras cojedeñas y las consecuencias que cada una de ellas trajo para el país y que de alguna manera mi
amigo y coterráneo , miembro de esta institución José Ramón López Gómez,
adelantó ya un serio análisis. La crisis de lo militar y lo civil en nuestra
historia en el siglo XIX, a través del análisis de la figura de Carujo, a
partir de los estudios que sobre el tema iniciara José Carrillo Moreno. Abordar a Eloy G.
González y dilucidar si fue uno nuestros
primeros positivistas o acaso uno de los últimos románticos. Biografiar a
Laureano Villanueva, una figura poco estudiada a pesar de su importante labor
intelectual y política, sancarleño gobernador de este estado Carabobo y Rector
de la UCV. Hablar de Manuel Manrique y sus tiempos libertadores. Disertar sobre
los llaneros y su participación decisiva en la lucha de Independencia. Elaborar
un discurso sobre mi primera pasión historiográfica, pues la historiografía
también tiene sus pasiones, la historia del movimiento obrero en Venezuela.
Todos estos temas desfilaron fugazmente
en algunas madrugadas mientras mis amigos académicos me exigían una
respuesta.
Finalmente el tiempo de la historia que es el tiempo del
Hombre se impuso y decidí trotar sobre el espinoso tema de la responsabilidad del historiador, que no es
otra cosa que cumplir con el compromiso de la verdad histórica, que es siempre
una penúltima verdad. La verdad histórica es, en esencia, una verdad
transitoria que puede permanecer o ser
alterada, más no deformada, con el transcurso del tiempo, de los análisis, de
la hermeneútica y la heurística. La verdad histórica es la única verdad
posible, la otra Verdad que es absoluta y eterna es la verdad de Dios. El
Bosson de Haig es una verdad de carácter científica sujeto a comprobación, o
como diría uno de sus descubridores es
“apenas una parte del misterio de la creación” para el desengaño de ateos
trasnochados.
Quiero
referir dos elementos contenidos en el libro de esa especie de evangelista de
la historia llamado Marc Bloch, el de la Ecole des Annales, quien refiere en su
obra mayor L Apologie de la Histoire. Uno, que un niño (sospechamos que su hijo, a quien conocimos en salón de
Sesiones del Consejo Universitario de la UC) lo sorprendió una vez cuando de
sopetón le preguntó “Papá, explícame
para qué sirve la historia” La pregunta no era nueva ni original, pero
conmovió a Bloch que aquella inquietud anidara ya en la mente de un niño, y lo
difícil que sería responderla. Dos, que en una visita que hiciera a Bruselas en compañía de Lucien Fevbre, cuando
le preguntaron cuales monumentos históricos quería visitar, dijo: “quiero ver
los modernos”. Estos dos episodios ilustran muy bien el sentido de la historia
para uno de los más grandes historiadores del siglo XX: el sentido del
presente. Bloch siempre rechazó el concepto de historia como ciencia del pasado
y la abordó desde el punto de vista
triangular: pasado, presente y futuro y la definió como ciencia del
Hombre en el Tiempo.
Aludo a
Bloch en esta ocasión porque voy a hablar de historia y de política, porque él
fue un ejemplo de la responsabilidad del historiador. Afrontó con coraje los
retos de su tiempo frente a la bestia totalitaria, con el cuerpo y con el alma.
Con palabras sencillas definió el
presente sin acudir a enrevesados términos, la pregunta de “¿Qué significa el
presente?. Definido con todo rigor, es un punto minúsculo en el tiempo, un
instante que desaparece tan pronto como
nace. Apenas he hablado, mis palabras rondan ya en el pasado.” He aquí la justificación
histórica de porqué todo es historia y de porque ella es la ciencia del hombre en
el tiempo. Nada le es ajeno, es la más holística de las disciplinas humanas.
Al
historiador no le está permitido excusarse del compromiso político. Me explico,
no se trata de un compromiso que alude al activismo, que no tiene que ser
excluido, por supuesto, en un determinado tiempo, sino al hecho de estar al servicio de investigar,
analizar y estudiar los actos, acontecimientos y hechos de su tiempo presente,
el efímero tiempo presente, para dar fe de ellos ante la posteridad que no es
otra dimensión que la del futuro. Se trata de dar testimonio profesional de su
tiempo, y evitar las deformaciones y tergiversaciones, esencialmente malévolas.
La frontera entre la Historia y la política, decía mi maestro Manuel Caballero,
es muy débil. Nunca ha sido mas cierta aquella conseja francesa de que si uno no se mete con la política ella
se mete con uno, pues cuando uno habla de historia siempre sospecha que la
política anda husmeando entre nuestras neuronas.
Cuando
redactábamos estas cuartillas me tropecé
en mi desordenada hemeroteca un artículo del laureado Nobel de Literatura Mario
Vargas Llosa, titulado Los Refractarios,(
El Nacional 15/09/2013) y en él se refería
a una obra de Jorge Semprún Le
metier d homme ( El oficio del hombre) donde éste le rinde homenaje a
tres figuras estelares del pensamiento occidental: Edmund Husserl, George
Orwell y Marc Bloch. Resalta Vargas Llosa el valor de estos personajes
frente a la bestia totalitaria del nazismo, el valor moral y el físico, pues
allí se destaca que …”en momentos de gran
confusión y turbulencia ideológicas y políticas, tuvieron el coraje
de adoptar tomas de posición refractarias a las de los gobiernos y la opinión
pública de sus países y fueron capaces, valiéndose de una razón crítica y una
moral heroica, de fijar unos objetivos cívicos y defender y defender unos
valores que a larga terminarían por
prevalecer sobre el oscurantismo, el fanatismo y el totalitarismo que
desencadenaron la segunda conflagración
mundial.” Particularmente el Bloch que nos ocupa quienen ningún momento dudó en
pasar de la teoría a la acción en defensa de sus principios, el mismo que asume
la tarea heroica de escribir en el encierro concentracionario una de sus
mejores obras, y luego caer, en 1944, con la frente en alto, bajo la metralla
asesina de un batallón de fusilamiento, como aquel que destrozó por aquellos
tiempos la bendita humanidad de Monseñor Montes de Oca.
No es fácil establecer los vínculos de
responsabilidad del historiador con su
tiempo y con su obra, y cuando aludo a la obra me refiero no solo al trabajo
escrito, sino al divulgativo, al docente y a toda aquella labor que envuelva la
intención de dar a conocer y experimentar el saber de la Historia. En el decir
del Maestro Carrera Damas, mi admirado profesor de la la Escuela de Historia de
la UCV.”Me refiero a ese intimo y obligante compromiso nacido de la vinculación orgánica entre la obra del
historiador y la obra escrita con H mayúscula. Ese vínculo determina el deber
social del historiador, y justamente en la evocación de ese deber su
responsabilidad intelectual.” Hace poco aludimos a la verdad histórica,
relativa, y la otra Verdad la absoluta, es pues nuestro deber de historiador,
hombre de nuestro tiempo alejar la falsedad, como también lo asentara el
profesor Carrera.
Cuando Andrés Oppenheimer lanza esa
especie de grito de guerra contra la Historia,( ¡Basta de Historia! Se llama su
,creo, último libro) mucha gente de los sectores medios de la `población
latinoamericana supongo que experimentó un cierto temblor. Posiblemente pensó
que el prestigioso, inteligente y publicitado periodista argentino venía con
una descarga teórica, inusual, contra la
Historia y los historiadores. Falsa alarma. No pasó de ser una talentosa excusa
para abordar un tema que a la postre resulto atrayente, pero cuya tesis, o
pretendida tesis, devino en fallida. Arremeter contra la “obsesión· por la
historia que anida en los pueblos latinoamericanos, tiene una cierta base de
sustentación, muy relativa, pero no
hasta el grado que el autor le señala. La cierta base relativa, muy relativa, insistimos,
apunta hacia el entusiasmo que la investigación, estudio y lectura que la disciplina de Clío ha despertado en
nuestro continente bajo el impulso de gobiernos populistas de izquierda, si es
que el calificativo les cabe, que en las últimas décadas han ocupado los
espacios de poder. Pero el soporte que le falla a la tesis de Oppenheimer, es
que si bien nuestra historia es casi común, no toda ella ha sido tergiversada y
atropellada como la venezolana en particular. Este autor termina, aun no
queriéndolo, reivindicando el aprecio y la necesidad de la historia para
nuestros pueblos. Es un alegato cuyo cúmulo de datos , grande por cierto, no
logra aplastar la presencia de lo histórico como elemento de nuestra
personalidad latinoamericana y en ningún caso como una falta de “humildad” entorpecedora del desarrollo.
Anexo uno al discurso de la Academia
Largo es el camino hacia la modernidad, nos la trajeron
tardíamente. Algunos especialistas en la Historia de las Ideas -como Elías Pino- sugieren que vayamos
al análisis de las Constituciones Sinodales de 1687 ordenadas por el obispo Diego
de Baños y Sotomayor, y cuya influencia, sostiene el autor, llega hasta 1904.
Larga trocha hemos dicho, pues allí se compendia desde las originarias
discusiones, tibias y en voz muy baja, en los ámbitos cerrados, herméticos
diríamos, de las casas de familia, de todos los vientos y brisas de las ideas
nuevas tratando de agrietar las murallas de las viejas ortodoxias. Es falso que
los días coloniales fueran de absoluta oscuridad, como lo pregonaban los
cultores de la Leyenda Negra, pues, a
pesar de los pesares, la inquietud del espíritu crítico nunca dejó de asomarse
en tertulias de baja voz. Poco a poco, si es
que los años caminan lentamente, se fueron desbrozando los caminos de
las ideas. Casi arbitrariamente podemos señalar algunos elementos tales como
remarcar las figuras de Gual y España, y el acervo doctrinario que aportó a esa
conspiración (descubierta y reprimida en 1797) el español Juan Bautista Picornell.
Sigue la trayectoria histórica con Miranda, Bolívar y los próceres de 1810 y
1811, pero no solo como épica militar, sino también adentrándose en el debate
entre el centralismo y el federalismo, con la ineludible presencia del polémico
liberalismo. Y vino la sangrienta Guerra Federal con su carga de reclamos
políticos y sociales, con sus odios acumulados, con sus rencores, con sus
reacomodos, con sus ansias de justicia y reivindicaciones no satisfechas, con
sus deudas históricas no honradas.
Se inicia la república con Páez y
Vargas, atrás iba quedando la turbulencia de la guerra de Independencia, vienen
otras de otro signo. Hace acto de presencia el Monagato, expresión clara y
contundente del nepotismo autoritario. Y vino El Guzmanato, con sus marañas de
progreso y corrupción, de grandezas y boatos, de adelantos y retrocesos, de anticlericanismo,
de savoir
faire a lo tropical. Y se inicia la llamada presencia de los andinos en
el poder, con Cipriano Castro, que atiende no solo al referente geográfico, sino
también a una manera de concebir (sobre todo con JV Gómez) y ejercer el poder,
que al principio no se atrevió a ser abiertamente dictatorial. Poco a poco esa
forma de gobernar se fue debilitando con los Generales López Contreras e Isaías
Medina. Irrumpe la llamada Revolución de Octubre con el derrocamiento de Medina,
y la asunción del gobierno de la alianza cívico-militar encabezada por Rómulo
Betancourt y luego el régimen del Maestro Gallegos derrocado por un movimiento militar
cuya cabeza visible fue Marcos Pérez Jiménez. Con el vuelo de la “Vaca Sagrada”,
el 23 de Enero de 1958, con su cargamento de ladrones y asesinos, vinieron
tiempos de civilidad y democracia, con sus infaltables lunares, que
coexistieron con las amenazas de la ultra izquierda y la ultraderecha, la
primera alentada por el triunfo de la Revolución Cubana con su carga épica y
romántica, luego con el sobrepeso de la frustración y el desengaño: y la
segunda estimulada por el revanchismo y el temor de que la democracia atentara
contra los intereses de una burguesía depredadora y atrasada. Unos y otros
exhibían una sorprendente carga de violencia, que se expresó en tentativas de
golpes de estado y movimientos armados tipo guerrilla. Ambos extremos fueron,
en buena hora, derrotados, hasta que, en mala hora, el 4 de Febrero y el 27 de
Noviembre de 1992, resurgiera la felonía militar.
Esta escueta exposición solo cubre
algunos tópicos que la historiografía oficial, la de antes y la de ahora,
aborda con escasez conceptual, ya que episodios de tanta importancia como el
Congreso Pedagógico de 1895, El Congreso Obrero de 1896, el 14 de Febrero de 1936
(la ocasión en que las masas rompen la virginidad de las calles y se inaugura,
según Manuel Caballero, la era democrática) La Huelga Petrolera de ese mismo año, que le da contenido social moderno
a este trozo de historia.
Esta Historia, que es contemporánea, se le ha pretendido rellenar con mitos y
leyendas. Y unos y otras se niegan tercamente a abandonar la historia. Las
leyendas como los mitos son parejeros, tal como dirían nuestras abuelas. Les
gusta figurar, para que las vean, las repitan y, para colmo, aspiran a ser
creíbles. Algunas veces se asoman como crónicas sucedáneas de la Historia.
El historial de los mitos y la
leyendas es ancho, largo y complejo, de difícil abordaje tal como lo asienta Mircea
Eliades, el gran historiador de las religiones y experto en el tema de la
mitología y la historia, porque “…En vez de tratar, como sus predecesores / se
refiere a los estudiosos occidentales del siglo XIX / el mito en la acepción
usual del término, es decir, en cuanto a fábula,
invención, ficción, le han aceptado tal como le comprendían las sociedades
arcaicas, en las que el mito designa, por el contrario, una historia
verdadera, y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque
es sagrada, ejemplar y significativa” ( )Para crear una leyenda o un mito,
superado los términos de distinción entre uno y otro, es necesario poblar el
escenario con seres sobrenaturales porque, según Eliades, el mito tiene la
capacidad, para que sea mito, de ser creíble,
de tener fuerza. En otras palabras habitar los espacios históricos con nuevas
versiones generalmente obedientes a interpretaciones sesgadas y oscuras
intenciones tan presentes en nuestra realidad contemporánea’’ A las leyendas se
les pretende apreciar como una forma de mito, pero con una no muy sutil
diferencia que radica en una cierta base histórica, factual. La concepción
moderna de la leyenda tiende a asimilarse en cierto grado con el mito, lo cual
a los fines de esta elaboración discursiva, exhibe cierta coherencia, en tanto
que pretendemos señalar algunos elementos con los cuales se intenta
distorsionar el carácter de nuestra historia.
El interés por los estudios
históricos no es nuevo en Latinoamérica, somos, si se quiere abusar de los
términos, una sociedad histórica. Es larga la brega de conservar la
memoria de nuestros pueblos. Y
abundantes los criterios, conceptos y perspectivas con que se ha intentado
mantener esa memoria. Larga sería la enumeración y análisis de esas corrientes
historiográficas, que van desde los primeros cronistas, recolectores de datos,
hasta las más recientes en las cuales nos es dado reseñar el romanticismo, el
positivismo, el marxismo, las corrientes estructuralistas y las mas remozadas y
frescas, con escasas ataduras conceptuales pero con mayor vigor y profundidad,
tales como la historia regional, la local, la microhistoria, la historia de las
ideas y las mentalidades, que no se despegan de la visión global del hecho
histórico pero desde una perspectiva acuciosa de lo cotidiano y de lo fáctico
en pequeñas expresiones.
Es esta una apretada reseña del
universo historiográfico que nos circunda. En una ocasión hube de decir que la
historia nos atropellaba, que a cada momento nos tropezábamos con ella, y hoy
agrego que no hay manera de esquivarla. Esa sentencia, como pretenciosamente la
califico, es confirmada por el
entusiasmo que se despierta alrededor de los libros, revistas y el cine de
carácter histórico, bueno en ocasiones, con esa intención y no ese mal cine de
tesis que a veces, en el objetivo de deformación se realiza bajo los
mandamientos del pensamiento único. Esto último lo digo reconociendo una buena
producción de filmes en los últimos tiempos, originados en la Villa del Cine.
Uno de nuestros mejores
historiadores, sino el mejor de ellos, Elías Pino se ha quejado, en su obra Ideas
y Mentalidades de Venezuela, de que a pesar de los grandes esfuerzos
que han realizado los de la Nueva Escuela “Aun no se ha
interpretado cabalmente el mecanismo ideológico que utilizaron los revolucionarios
de Venezuela en su lucha contra el orden colonial. Aspectos tan importantes
como la delimitación de la influencia ilustrada en los caudillos insurgentes, o
el referido a la ascendencia de la tradición, carecen de estudios sólidos. Los
investigadores de la nueva escuela han logrado establecer cómo el movimiento de
Independencia representa un esfuerzo de la aristocracia criolla para la
conquista del poder político, pero
todavía no se han interpretado los argumentos dispuestos para la empresa”
Afirmación ésta que no hace más que corroborar la terca realidad de que la
historia siempre se ancla en verdades cambiantes. La profundización de ese
tópico conduce, casi irremediablemente, a una nueva versión o a la ratificación
de la anterior, lo que está éticamente prohibido es deformar los hechos, y ajustarlos al lecho de Procusto, al que siempre en el camino le sale un Teseo.
En el capítulo 4 de su obra La historia de los hombres del siglo XX,
Josep Fontana cita un libro titulado ¿Por
qué temen la Historia las clases dominantes? De Harvey Kaye, en el cual
éste sostiene que ello se debe a que la historia es en última instancia el
relato de la lucha de los hombres y mujeres por la libertad y la justicia.
Fontana frente a esa afirmación
riposta que…”Me parece, sin embargo, que se equivoca. Las clases dominantes no
temen la historia -- por el
contrario, procuran producir y difundir el tipo de historia que le conviene, y
que no suele ser la que se ocupa de la lucha por la libertad y la justicia—sino
que, en todo caso, temen tan solo a los historiadores
que no pueden utilizar. Aunque tampoco es que les teman mucho, porque les
cuesta poco hacerles callarlo, por lo menos, impedir que se les oiga” El
concepto de clase dominante, muy del uso de la sociología marxista, es a
despecho de la liturgia de Marx, un concepto cambiante. El concepto alude a
quienes detentan el poder, en cualquiera de sus acepciones, en cualquier tiempo
y lugar, tanto en el capitalismo como en el mal llamado socialismo. En un caso,
siguiendo las vetustas categorías marxianas—Ludovico Silva dixit- se trata de la burguesía y en el otro de la nomenclatura el
terrible bloque de poder del totalitarismo Son grupos dominantes enemigos de la
historia y de los historiadores. Nuestro país no escapa de esta abominable
situación. Un solo ejemplo verifica rápidamente esta aseveración: el intento de
confiscación y devastación de la Academia Nacional de la Historia, con su
extraordinaria acervo documental, hemerográfico y de recursos humanos
especializados, por una burda imitación llamada Centro Nacional de Historia,
para cambiar los referentes de investigación de nuestros investigadores, sobre
todo los de la nueva generación. Hasta ahora el intento ha sido fallido, a Dios
gracias.
Largo, hemos dicho, es el camino. Una
largueza muy relativa si la comparamos
con otras culturas, otras civilizaciones y otros mundos. Pero es nuestra
relatividad, la que nos atañe y nos conforma como pueblo y como sociedad. Sin
embargo, tenemos una tradición historiográfica de gran talante. Nuestra época
colonial y la misma independentista está
cubierta de una buena producción en el
campo del registro histórico, donde el concepto de Historia Patria no deja de
asomarse con su carga de prejuicios, por las rendijas del quehacer
historiográfico, cargada de triunfos …” héroes míticos, logros imperecederos,
símbolos de perfección y modelo de virtudes ejemplares cuya función esencial es
avalar y consolidar la ejecución del proyecto que se pretende adelantar y cuya
meta, según esta particular lectura no es otra que darle continuidad a la
hazaña iniciada por los libertadores” Así se expresa Inés Quintero en
relación a esa manera sesgada del
historiar venezolano.
El sesgo en la Historia es un riesgo
permanente. El peligro que acecha es el de pensar que la historia se repite lo
cual se traduce en la nefasta tarea de confeccionar tesis histórica pret
a porte, a gusto del bloque dominante,
como gustaba decir a Gramsci, el siempre mal leído y maltratado. Hay
similitudes pero no igualdad en los hechos históricos y los personajes son
únicos. En otras palabras para ejemplificar: no hay dos Independencias, ni dos
federaciones, ni dos Simón Bolívar, ni dos Ezequiel Zamora. La Historia es
única e irrepetible. Hacer creer lo contrario es una estafa, una irresponsabilidad de marca
mayor. Uno no sabe a ciencia cierta si aquel
“árbol de las tres raíces”, sancocho conceptual, esgrimido por los conjurados de la mala hora del golpismo
febrerista, era seriamente, un llamado a la rebelión o una manera de burlarse
de la inteligencia del venezolano.
El historial de los mitos y las
leyendas, es decir de las falsificaciones, es espeso y se pierde en las
abismales oscuridades del viejo tiempo.
Nuestro devenir histórico está cargado de estos elementos y no escapa a esta
dinámica, que no son dañinos, si a ver vamos,
mientras no pretendan usurpar los espacios del conocimiento y del
quehacer historiográfico. Las Leyendas Negra y Dorada, han nublado el legítimo
conocimiento del desarrollo histórico nuestro. Por legítimo conocimiento
aludimos al que se deriva de la labor
investigativa, profunda y seria,, y en ningún momento a supuestas verdades
establecidas a manera de axiomas o dogmas.
La Historia es un instrumento de conocimiento liberador ,
“una hazaña de libertad” diría Benedetto Croce, pero también puede servir, una
vez manipulada, como herramienta para
sojuzgar a los pueblos. La llamada “verdad histórica” a la que ya aludimos,
es molesta para quienes ejercen el poder
con una óptica autoritaria y necesitan
tergiversarla. En una larga, y a mi manera de ver, extraordinaria entrevista
que me hiciera, para Tiempo
Universitario, tuve la oportunidad de hacer algunos planteamientos ese
inteligente periodista Rafael Simón Hurtado, lo de extraordinaria por supuesto
corresponde a la destreza de Rafael Simón y no a las respuestas que yo diera.
Entre otras las referidas a las conmemoraciones, fechas en las cuales es usual
encontrarnos con afanes distorsionadores. Por ejemplo, toda conmemoración es
polémica. Siempre hay aristas y bemoles, dudas que aclarar y certezas que
confirmar. Paradójicamente la Historia y la historiografía, que de ella se
ocupa, no es estática como pudiera suponerse, ni lineal ni plana. Toda
investigación histórica es preliminar hasta nuevo aviso. Lo que es invariable
es la factualidad, el hecho en sí, lo que varía es la interpretación de los hechos a la luz de nuevos documentos,
de nuevas técnicas, de nuevas teorías, de nuevos enfoques. Esto es parte de lo
atractivo y apasionante de la Historia y que le impide ser aburrida.
Las estaciones, llamémosla así, que
los pueblos recorren para re-visitar su historia son las conmemoraciones. Por
ejemplo, acabamos de celebrar las del Bicentenario de la Independencia y en lo
cual cabe destacar que es legitimo hacerlo en primer lugar porque nos salía
celebrar unos hechos que sacudieron a casi toda América, y en los cuales
tuvimos una destacadísima actuación. Y en segundo lugar, era, y es, necesario
detenernos después de doscientos años, a reflexionar aun más sobre nuestra
historia y dejar de repetir como loros y aplaudir como focas algunas afirmaciones contenidas en nuevos y
viejos textos. En tercer lugar, y como producto de esta reflexión desmitiquemos
la historia, humanicémosla, salgamos de las trampas de la reificación y la
deificación, de la cosificación y endiosamiento, elementos estos que recurren
al tema de la heroicidad, entre otros, que envuelve el polémico tema del papel
de las masas y los héroes en el quehacer histórico, que con cierta regularidad
se asoma en medio de las disputas historiográficas. Este resurgimiento de
viejas teorías lo estamos viviendo en nuestro país cuando desde las altas esferas
del Estado y del gobierno postulan tesis que
la historia dejó atrás, a la vera del camino.
El caso de Simón Bolívar es más que
emblemático. Y sobre esto se han vertido toneladas de palabras que no es mi
intención poner sobre el tapete aquí, pero sí creo necesario señalar. A Bolívar
se le intenta colocar como un elemento
divino, un ser mas allá del bien y del mal, con todas las virtudes y sin ningún
defecto, un ser incuestionable, un ser no-histórico. Precisamente a El
Libertador, un ser esencialmente histórico, deudor de su tiempo y espacio, se
le quiere ubicar en una dimensión no se le puede abordar con criterios
históricos, sino hagiográfico por decirlo
con la mayor elegancia posible. En torno a él se ha elaborado un culto,
profundamente analizado por primera vez por Carrera Damas (El Culto a Bolívar)
y como todo culto es necesario un oficiante de la deidad, un sacerdote del
culto, que la interprete y se convierta
en el ejecutante de sus ideas. Guzmán Blanco, Gómez, López Contreras,
Medina Angarita, Pérez Jiménez, todos han pretendido asumir ese rol, hasta Carlos Andrés estuvo rondando ese escenario.
Lo más resaltante es que nunca como ahora ese culto tiene más ribetes de locura
y perversión, y si no recordemos, sobre todos aquellos que puedan creer que exageramos, la exhumación de
los restos de Bolívar, en una patética ceremonia de babalaos y paleros, y la
delirante comisión presidencial
designada para investigar “el asesinato” de Bolívar. Dentro de ese guión se observa la demonización de Páez, como el
antihéroe, el anti-Bolívar. No hubo ningún homicidio , y la historia,
latinoamericana tenía que ser, trató de repetirse, en el caso reciente de Pablo
Neruda, donde tampoco hubo envenenamiento. No en vano Luis Castro Leiva nos
habló de la teología bolivariana, en la aproximación teórica más densa que
sobre el tema se haya escrito.
Estas cosas, en nombre de la
Historia, siempre es bueno recordarla por aquello de que este presente de hoy,
efímero en su esencia, es el pasado que nuestros jóvenes de hoy estudiarán
mañana. No se trata de un pueril juego de palabras, sino de una dialéctica
inevitable. Cuando se conmemoran el 19 de Abril y el 5 de Julio, el gobierno
nos ofrece una espléndida demostración de festejo militar de unos hechos fundamentalmente
civiles. La historia no es una fiesta de tanques, cañones, aviones, granadas,
pistolas, fusiles. No, eso es una grosería, una falta de respeto, tanto para
civiles como para militares. Ortega y Gasset nos advirtió tempranamente del
peligro de una concepción militar de la
historia. Una interpretación de ese corte – dijimos en aquella larga
entrevista- es un energizante para el
ejercicio autoritario del poder. Las cosas hay que ubicarlas en su justo lugar,
la gesta independentista es un hecho civil, lo cual no significa que no haya
tenido un desarrollo militar en su consolidación. Lo que mejor corrobora esta
afirmación es que los documentos del 19
de Abril y 5 de Julio no son partes de guerra, ni pregones de batallas, ni
himnos de combates, sino documentos civiles, políticos, ciudadanos. La figura
estelar, digámoslo así, no fue un militar, sino un civil: Juan Germán Roscio,
el redactor con Iznardi, de las proclamas justificantes de la acción
libertadora. No hay justificación militar, lo repito, sino civil; aún mas, de
las manos de este guariqueño ilustre sale el documento más brillante y
encomiable sobre la independencia en América Latina. Excluir de raíz el aspecto
bélico-militar es tan absurdo como la pretensión de borrar la civilidad de la gesta.
El
triunfo de la libertad sobre el despotismo, de Roscio, no es solo un documento político sino un
profundo ejercicio teológico sobre los motivos y justificaciones de los
republicanos. Roscio fue un hombre de ideas y acción, como tantos otros civiles
participantes, que le dio una puntillada a los argumentos que desde la Iglesia
se daban a favor del Absolutismo, tesis éstas, las de Roscio, que tenían el
valor agregado de ser él un ferviente católico. Hay mucho trecho intelectual
que recorrer en Juan Germán Roscio. Hay tres obras recomendables para empezar a
recorrerlo, una del padre Luis Ugalde contentiva de un profundo análisis de sus
tesis políticas y teológicas. Otra de divulgación, amena y densa de Adolfo
Rodríguez, y por último el prólogo de Domingo Miliani, a la edición contenida
en la Biblioteca Ayacucho (N- 200). Miliani en diez consideraciones resume la obra de Roscio a quien reivindica
como el héroe intelectual de la Independencia, y llega al extremo temerario,
estimo yo, de ubicarlo como un precursor de la Teología de la Liberación, la
elaboración teológica y filosófica de mayor sello de originalidad en América
Latina, suscrita originalmente por el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, y que
el tiempo y la contaminación marxista se han encargado de desgastar. Hablar de
Roscio es aludir a la responsable, e impostergable, tarea de reivindicar la
heroicidad de las ideas, el procerato
civil, el criterio de que la construcción de República, hoy en peligro de
disolución, no es ni ha sido una tarea militar, al menos exclusivamente.
Y hablando de contaminaciones necesario es precisar algunas.
Hemos dicho que la historia es irrepetible y no voy a repetir la manoseada
frase de Marx de que ella no se repite, y que cuando lo hace, lo hace unas
veces como tragedia y otras como comedia. El mismo Marx, aprovechemos la
oportunidad, que insultó y descalificó a Bolívar en una obra por encargo. Ni
siquiera así. Imagínense ustedes lo
monótona y fastidiosa que sería la labor
historiográfica viendo siempre el mismo filme, la misma trama, el mismo
argumento, los mismos personajes, el mismo final. Por ello es necesario
insistir que la historia trata de lo único, de lo particular y singular.
Es vana, por no
decir absurda, la idea de fabricar otro
Bolívar u otro Zamora para justificar
los desmanes y las violaciones que a bien se tengan cometer, cubriendo
con las glorias ajenas la impúdica desnudez de sus acciones. Y cuando no
encuentran el rumbo, que nunca tuvieron, y que creyeron tener, acuden a la
peligrosa fantasía de repetir el pasado, haciendo nuevas ediciones de la
Independencia o de la Guerra Federal, sobre todo de la primera. Si hay una
segunda Independencia, como suelen pregonar algunos aspirantes a caudillos, y
si en la primera descollaron los Bolívar, los Sucres, los Miranda (siempre
militares) y la gloria los cubrió y la historia los justificó, la historia se
repite y exalta a los actores de reparto que ahora detentan el poder. La historia,
sobre todo en estos tiempos, esta engarzada con la política. Los dictadores o
aspirantes a serlo tienen una
concepción bien particular de la
historia, que la asimilan a la alcahuetería, al celestinaje.
Por cierto, y hablando de celestinaje, ya que el augusto
recinto en que nos encontramos no me permite usar la cruda palabra que se
merece la situación que a continuación relato, y que ocurrió el 11 de febrero
de 1911, cuando en El Universal, en
su primera página, Felix Galavis presentaba la partida de bautismo del general
Juan Vicente Gómez , Presidente de la República,en la cual constaba que éste
había nacido en el estado Táchira el 24 de julio de 1857, con lo cual quedaba
asentada no solo su nacionalidad venezolana sino que de ahora en adelante se
celebrarían conjuntamente los natalicios de Bolívar y Gómez. Luego también sus
respectivos decesos, los 17 de diciembre. Cosas del culto.
El trabajo que debería ser de la inteligencia
le da paso a la fantasía. Se encumbran personajes de tercera categoría por el
solo mérito de pertenecer a la familia presidencial o se borran del escenario a
quienes en el pasado reciente fueron héroes de jornadas de recuperación del
poder. Este un guión muy conocido. La historia, siempre la historia, nos
recuerda el caso de Leon Trosky (fundador del Ejército Rojo desaparecido de las
páginas de la Enciclopedia Soviética ), de Carlos Franqui (el del famoso
Retrato en Familia con Fidel 1981, ExDirector de Juventud Rebelde órgano
oficial de la juventud fidelista) desaparecido
radicalmente de la memoria histórica cubana. La historia del
totalitarismo abunda en estos casos, se
trata, en palabras de Milan kundera, del robo de la “memoria histórica de un
pueblo” como poderoso instrumento de la
dominación totalitaria, según cita Humberto
García Larralde en El Fascismo del Siglo XXI.
La historia de hoy, la que se está
construyendo en este presente turbulento e incierto, no debemos dejar que la
tergiversen. Que en su elaboración historiográfica no se desplace la verdad histórica, aquella
que no conduce a la unicidad sino a la diversidad, al pensamiento diverso y no
al crispante pensamiento único, al modo unidimensional de pensar. No permitamos
que el imaginario colectivo del venezolano
se pueble de fantasmagóricas invasiones Imperiales, los antiimperialismos de
papel, de ridículas denuncias de magnicidios, de posturas que se corresponden
mas con la fantasía que con la cruda realidad, de nigromancia y de todo tipo de artilugios que
desubiquen a los ciudadanos, verbigracia
pajaritos que hablan, rostros en piedras, intentos de deificar a los héroes y
sustituirlos en la creencia y la fe del pueblo. Camandulerismo puro.
Todo esto lo señalo con la seriedad del caso, fuera de cualquier
intención panfletaria impropia de un discurso de incorporación, ante una
institución signada para resguardar la memoria histórica del pueblo. Esa es la
realidad crujiente de este momento de nuestra historia, y es deber nuestro
señalarlo con toda crudeza, hoy para que mañana los historiadores no nos
reclamen falta de valor y de valores. Para que nunca mas una institución como
la Asamblea Nacional, depositaria de la soberanía nacional y guardiana de
nuestras tradiciones republicanas, emita
en forma de acuerdo, unas opiniones que lesionen el orgullo
nacional con la excusa de celebrar un
mal llamado Dia de la Resistencia Indigena. Reza asi uno de sus considerandos, el más sustancioso
de todos:…”Que el 5 de marzo del presente año trascendió a la inmortalidad el
Líder de la Revolución Bolivariana, Comandante Supremo y Eterno, Hugo Chávez
Frías, hombre que con su ejemplo y lucha cuotidiana, alcanzó el sitial de
protector, libertador del siglo XXI y redentor de los pueblos indígenas de la
República Bolivariana de Venezuela y del mundo, por haber reivindicado las
luchas ancestrales y la resistencia indígena como legado social, político,
cultural y jurídico de los pueblos originarios y el reconocimiento de sus
derechos.” Ni un punto ni una coma de mas o de menos, aparece este texto en la Gaceta
Oficial de la República Bolivariana de
Venezuela del 11 de octubre de 2013.
No permitamos que se exhiba como una
gesta gloriosa, ajena a gallardía de nuestro pueblo, las masacres y los saqueos
del 27 de febrero, que no se convierta esa fecha luctuosa en un motivo de
conmemoración patria. Que las felonías
militares del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992, no ingresen como actos
heroicos a las páginas de nuestra historia, tal como en estos momentos aparecen
en los capítulos de los manuales elaborados y difundidos de Historia de
Venezuela por el Ministerio de Educación. Que se entienda que la Historia de
Venezuela no es solo la Independencia, ni que la del siglo XX y XXI se corresponde exclusivamente con el
llamado Socialismo del Siglo XXI. Que la denominación de Venezuela como V
República es una estafa periodizadora, sin ninguna base histórica ni
historiográfica.
Como corolario, quiero referirme a una
situación dramática en la cual yo mismo figuro como actor. Corrían los meses de
Noviembre y Diciembre de 1957, eran tiempos de represión y brutalidad, eran
tiempos de dictadura. No había manera de informarse de los hechos que acaecían
en el país, no sabíamos nada de las huelgas, de las manifestaciones, de las
luchas en las calles, de los presos políticos. Mi papá, bello y simple bodeguero en mi pueblo natal, la Villa
de San Carlos de Austria, nos despertaba, con el mayor sigilo posible, para que
oyéramos las noticias de nuestro país en la Radio Caracol de Colombia. Hoy acudo
a la misma emisora, ahora televisiva, para lo mismo. ¿Entonces?.........
GRACIAS, MUCHAS GRACIAS,
Fotografía tomada de http://imgs.notitarde.com/Imgs/ec149357-dfab-45ab-ad2c-e77daaec0f73_W_00960.jpg
Gala en la Academia de Historia del Estado Carabobo, 16 de Noviembre 2.013, nueva incorporación de Individuo de Número*
El ex rector de la Universidad de Carabobo y presidente del Ateneo de
Valencia, profesor Elis Mercado Matute, fue designado este sábado
miembro numerario de la Academia de la Historia del estado Carabobo
mediante un acto realizado en el emblemático Paraninfo de la UC, ubicado
en el Centro de Interpretación Histórica, Cultural y Patrimonial.
Enrique
Mandri, presidente de la Academia de la Historia -y quien fue el
encargado de pronunciar el discurso de contestación al nuevo individuo
de número- destacó que Mercado “tiene sobradas razones para merecer el
gran sillón, es doctor en historia y un hombre de grandes trabajos
sociales”.
Explicó que Mercado ocuparía la vacante que se
produjera con la muerte del “eminente y distinguido” médico e
investigador venezolano Efraín Inaudi Bolívar, homenajeado por los
individuos de número durante el acto de incorporación.
Elis
Mercado Matute a partir de hoy se incorporará entonces a las
actividades, investigaciones y discusiones históricas, así como los
trabajos que realiza la academia y sus miembros para mantener la verdad
de la historia.
Durante su discurso de orden, Mandri resaltó que
“un historiador tiene el compromiso de luchar por la verdad y la
libertad, es por eso que estamos aquí”.
En el evento hicieron
acto de presencia Pablo Aure, secretario de la Universidad de Carabobo e
Iván Hurtado León, cronista oficial de la máxima casa de estudios de la
región, así como profesor titular jubilado, además de los miembros
honorarios, correspondientes e individuos de número con los que
compartirá funciones el nuevo miembro numerario del sillón “M”.
Mercado,
por su parte, agradeció a la junta general y expresó sentirse feliz y
honrado por tan importante distinción, al tiempo que aseguró que
dedicará su labor a “rescatar la historia de la veracidad que
emprendieron un tiempo atrás aquellas personas que se reunían en el
solemne ambiente de la Academia”.
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Escoltan al Recipiendario los Académicos Eumenes Fuguet |
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| y Carlos Cruz |
*Información tomada de http://jrotazo.blogspot.com/2013/11/gala-en-la-academia-de-historia-del.html