Adolfo Rodríguez
So riesgo a estar fuera de orden, me atrevo a opinar sobre la
posibilidad de alternativas ante el desmadre representado por la galopante
inseguridad. Un alud loco, que, dando tumbos, a diestra y siniestra, desmerece
niveles de bienestar, salud, calidad de
vida, certidumbre, buen humor, confianza en uno mismo y en todo lo demás. Es
como si los asideros estuviesen lullidos, sueltos o cortados y urge repararlos o reponerlos. Esos colgaderos que aportaba la
tradición, las buenas costumbres y una ética que amalgamaba modos étnicos con
valores duraderos. Por lo que apelo al dilema entre diferencialismo e identidad y cuantos enfoques dialécticos,
cuánticos o el que sea orienten hacia la necesidad de complementar y no reñir. Los
modos en que se compartía, cohabitaba o coexistía, entre rutinas de quehacer
sencillo y que, a muchas comunidades, contribuía para sortear atollos, encallejonamientos o crisis. Praxis que bien
puede, a mi entender, remediarnos en la tarea de poner algo de orden ante la
caída y mesa limpia con que se nos emplaza por doquier. Privó lucidez, entre pueblos,
cuyo modus operandi se expresaba en mucho espontaneismo y mínima manipulación. Sigilo,
sapiencia y destrezas que falta hace ante la obligación de que becerros y vacas
se atengan a lo que el toro traiga
Sugiriendo, como emergencias paliadoras, retomar habilidades que
permitían convivir con la naturaleza no atrofiándola sin misericordia. Hurgar
en cuanta cultura hubo o persiste, cuya racionalidad residió en garantizar soportes
para la reproducción indefinida del ámbito propio y el ajeno. Modos de subsistir
compatibles con la madre tierra. Vasto espectro, grande o en pequeño, que contribuya
a detectar expresiones socioculturales
redundantes a tal fin. Las prácticas que cristalizaban en solidaridad,
comprensión mutua e inter-fecundación, de acuerdo con calificativo y
significación propuestos por el antropólogo E. E. Mosonyi para definir etnicidad en buen sentido. Piedras preciosas
del buen vivir que relucen, a veces, en el habla popular, conversatorios de
esquina, sitios de espera, áreas de recreación, alguna tenida, conciencia que
hubo o anda en ciernes como arsenal epistemológico del que podemos enorgullecernos.
Reciclaje aplicable a cualquier rincón del mundo y soñamos para en Venezuela, que
amaine tanta tirria, tanto agarrarse por
quítame estas pajas, tanto “esta raya es mi mamá y el que la pise se gana un
tentequieto”, etc. etc, que lleva más de quinientos años de pobre
historicidad. Ese balance y
administración que asumiría un organismo equiparable a esas convenciones, que
convocamos cada vez que tenemos el agua al cuello y devienen en reajuste de la
carta magna. Foro Abierto, Permanente y Participativo, no excluyente, consensuado
que legitime su pertinencia y continuidad. Codificador flexible para la
presencia activa, renovable y renovadora, en función del debate diario, con ideas
y vivencias concretas y viables. Poder constituyente, no constituido, que sopese,
oriente, canalice, al margen de enceguecido esquematismo. Feria del saber, no
de rabias, al que converjan individualidades o colectivos de comprobable valor
patrimonial, en la búsqueda del difuso e inasible ethos nacional. Dinámica
centro-federal, con expresiones a nivel espacial, según conveniencias y
posibilidades, para encuentros de Orientalidad, Valencianidad, Llaneridad, Zulianidad,
Barloventeñidad, Andinidad, Corianidad y demás expresiones de localismo,
regionalidad y hasta binacionalidad, conducente a un Gran Congreso de Venezolanidades,
a modo de fragua de lo que, para los actuales tiempos, procede crear y comunicar.
Crisol de ingeniosidad, en que, surucas
bien removidas, iluminarán pistas con qué caracterizarnos sin préstamos ni
lentes ajenos. Reto que apunta hacia universidades, academias, gremios, ateneos,
medios de comunicación, fundaciones, entes y personas que compartan este
llamado.