Jeroh Juan Montilla
Cualquiera sea el camino que han tomado la diversidad de filósofos
frente al término hermenéutica este termina reducido a la aparente
diafanidad de una palabra: interpretación. En verdad con el transcurrir
de las aguas de la historia esta última fórmula tiene la sospechosa
aceptación de ser ya un lugar común, tanto en la filosofía como fuera de
esta. Se podría añadir que la palabrita padece de cierto agotamiento
dentro de los actuales haceres semánticos de la creación humana. Ya
Nietzsche advertía contra la obvia facilidad instrumental del lenguaje,
nos conminaba a descreer de estas navajas de multiuso ontológico: “…
¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del
conocimiento, del sentido de la verdad? ¿Concuerdan las designaciones y
las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las
realidades?” (Pág. 21)
Después de este monumental pensador
alemán los trajinadores de las asperezas y divinidades del pensamiento
filosófico aprendieron a desconfiar de las evidencias, de los implícitos
y explícitos acuerdos sociales del lenguaje. Y si nos deshacemos de la
seguridad de las palabras, entonces ¿dónde nos aferramos? Con el mismo
Nietzsche también Dios había muerto. El hombre, ontológicamente, estaba a
la deriva, náufrago de sus sólidas creaciones, es decir falto del
pegamento existencial que nos añaden las interpretaciones. Lo cierto es
que parece que estamos condenados a interpretar únicamente por mediación
del lenguaje. Ahora bien, la omnisciencia de este último es abrumadora,
es el ojo que todo lo ve, parece no haber rincón de la conciencia
humana que no esté bajo la inundación absoluta del lenguaje. Parece ser
nuestra única certidumbre, por tanto cada uno de sus descubrimientos o
creaciones interpretativas son viejas y nuevas mentiras. Todo afán
interpretativo es una gimnasia heurística, es la voluntad de inventar.
Interpretar es inventar, es mentir y después de eso hacer uso
terapéutico del olvido, muy bien Nietzsche dice: “Solamente mediante el
olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en
posesión de una verdad…” (Pág. 21) Un acto de mala fe como diría Sartre.
La verdad es solo un impulso creativo que se hace realidad a través de
la mentira. Toda creencia es el fuerte reflejo de la apariencia. Toda
voluntad hermenéutica es mera ilusión. Cerramos reiterando en Nietzsche:
"¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas,
metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de
relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas
poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo
considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de
las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas
y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son
ahora ya consideradas como monedas, sino metal." (Pág. 25)
Nietzsche, Friedrich (2008) Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Madrid: Tecnos.
*Imagen tomada de http://palabraeterna.wordpress.com/2010/09/28/hermeneutica-y-homiletica/