Elis Mercado Matute (*)
En primer lugar debo hacer una doble felicitación: una a la Academia por darle continuidad al gesto enaltecedor de designar como miembros honorarios de esta corporación a personalidades de la región, y en segundo lugar a nuestra rectora por ser ella la escogida para esta distinción en el dia de hoy.Soy muy poco dado a manosear frases, pero hay algunas que parecen destinadas ser recordadas ad in finitum, como la de José Martí cuando dijo que “Honrar honra”. Significando así que cada acto de justicia, y el honrar lo es, enaltece a quien rinde homenaje a la vez que magnifica a quien es recipiendario. Así queda estampado en este día un gesto que enaltece a la Academia de la Historia, en la persona de nuestro Presidente Carlos Cruz y a nuestra Rectora Magnífica Jessy Divo de Romero.
Me ha correspondido dar protocolar respuesta al discurso de la rectora, y en consecuencia empiezo por resaltar que es una buena pieza oratoria la que ha pronunciado. Y no es laudatorio consagrar la bondad del discurso, ya que comienza destacando lo que es fundamental en el ejerció historiográfico, que no es otra cosa que pensar, analizar, reflexionar y hasta debatir lo que es la historia y yendo al grano de lo factual, de los hechos, que es lo medular del ejercicio de los historiadores. Los hechos son permanentes, inamovibles, lo que cambia _ lo hemos dicho en otras ocasiones _ es el surgimiento de nuevas técnicas, de nuevos criterios, de nuevos instrumentos, de nuevos detalles que enriquecen la actividad heurística y hermenéutica que orientan la labor investigativa.
Se destaca en el contenido del discurso un eje analítico que es bueno destacar. Se trata de la distorsión, de los arreglos y desarreglos de nuestra historia. Las citas de Manuel Caballero y de Elías Pino son apropiadas y certeras. Ambas apuntan a señalar lo tóxico del fundamentalismo en la interpretación de lo histórico y del peligroso culto a la personalidad, distorsiones ambas que requieren fundar axiomas, para luego posesionarlos como dogmas, y lo de dogma tiene una acepción religiosa, cuando se trata de sustituir la fe y la creencia de la religión en una religión civil, generalmente oficiada, paradójicamente, por militares.
Se distorsiona el discurso histórico cuando la historia oficial a la que tanto combatimos ayer, hoy se transforma en la visión cautiva de una izquierda trasnochada en el poder. Se distorsiona cuando a un prócer, el mayor de todos, como Juan Germán Roscio se le pone de lado en los oficios delirantes de la gesta independentista, Se desarregla la historia cuando se edifican mitos y leyendas útiles para justificar hechos injustificables, como en el caso de Negro Primero, quien en las páginas de Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, romanticismo exacerbado por medio, más parece un episodio de comiquita que un hecho histórico. Se intoxica la historia cuando se ubica a los “héroes” en altares, como si fueran dioses, a los cuales no se les admira, como debe ser, sino que se les adora, como si dioses fueran, y así los convierten en criaturas divinas, adoradas y adorables, infalibles: de esta manera se mitifican lideres y los colocan al lado de quienes previamente han sido deificados, Surgen así los Comandantes Eternos, salvadores del mundo y de la patria, y se comienzan a estructurar cultos , babalaos y santeros, ajenos a nuestra idiosincrasia Se atenta contra nuestra esencia como pueblo cuando se hacen ejercicios de necrofilia con los restos de Bolívar y se plasma una figura zamboide, como un intento de hacer desaparecer su indiscutible , y para nada vergonzante, abolengo mantuano, de hombre rico, por cierto miembro de la familia más rica de la época colonial, no una de las más ricas sino la más ricas. Se atenta contra la historia cuando se inventa otra independencia, para que haya un nuevo Bolívar. Se insulta al país cuando se inventa un ropaje socialista para Bolívar y hasta para Jesucristo.
No es oportuno referirme a la totalidad del discurso, aunque tentado estoy, pero no puedo soslayar la referencia a Bertrand Russel, quien junto a Huizinga termina sosteniendo que la historia es siempre una manera de la cultura rendir cuenta de si misma: y la de Michelet, quizás el más grande historiador de la Revolución Francesa, de que “ sin historia no es posible hacer política “ y agregaríamos que sin política no es posible hacer historia, y enfatizamos que no es un simple y travieso juego de palabras, sino que conceptualmente las fronteras entre lo político y lo histórico , los limites, las líneas divisorias, siguen siendo muy débiles. Rechazamos que se mienta y se le tuerza el pescuezo a la historia cuando, por ejemplo, se quiera presentar a los hechos vandálicos del 27 de febrero de 1989 como una gesta revolucionaria, o a los infaustos y cobardes intentos golpistas del 4de febrero y 27 de Noviembre de 1992 como unas proezas cívico-militares. Lo menos que uno puede pedir, por favor, es respeto a la inteligencia.
Bienvenida señora y amiga Rectora a esta institución, que como la Universidad, vela por la integridad de nuestros más caros valores, los de la libertad y la democracia.
Me ha correspondido dar protocolar respuesta al discurso de la rectora, y en consecuencia empiezo por resaltar que es una buena pieza oratoria la que ha pronunciado. Y no es laudatorio consagrar la bondad del discurso, ya que comienza destacando lo que es fundamental en el ejerció historiográfico, que no es otra cosa que pensar, analizar, reflexionar y hasta debatir lo que es la historia y yendo al grano de lo factual, de los hechos, que es lo medular del ejercicio de los historiadores. Los hechos son permanentes, inamovibles, lo que cambia _ lo hemos dicho en otras ocasiones _ es el surgimiento de nuevas técnicas, de nuevos criterios, de nuevos instrumentos, de nuevos detalles que enriquecen la actividad heurística y hermenéutica que orientan la labor investigativa.
Se destaca en el contenido del discurso un eje analítico que es bueno destacar. Se trata de la distorsión, de los arreglos y desarreglos de nuestra historia. Las citas de Manuel Caballero y de Elías Pino son apropiadas y certeras. Ambas apuntan a señalar lo tóxico del fundamentalismo en la interpretación de lo histórico y del peligroso culto a la personalidad, distorsiones ambas que requieren fundar axiomas, para luego posesionarlos como dogmas, y lo de dogma tiene una acepción religiosa, cuando se trata de sustituir la fe y la creencia de la religión en una religión civil, generalmente oficiada, paradójicamente, por militares.
Se distorsiona el discurso histórico cuando la historia oficial a la que tanto combatimos ayer, hoy se transforma en la visión cautiva de una izquierda trasnochada en el poder. Se distorsiona cuando a un prócer, el mayor de todos, como Juan Germán Roscio se le pone de lado en los oficios delirantes de la gesta independentista, Se desarregla la historia cuando se edifican mitos y leyendas útiles para justificar hechos injustificables, como en el caso de Negro Primero, quien en las páginas de Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, romanticismo exacerbado por medio, más parece un episodio de comiquita que un hecho histórico. Se intoxica la historia cuando se ubica a los “héroes” en altares, como si fueran dioses, a los cuales no se les admira, como debe ser, sino que se les adora, como si dioses fueran, y así los convierten en criaturas divinas, adoradas y adorables, infalibles: de esta manera se mitifican lideres y los colocan al lado de quienes previamente han sido deificados, Surgen así los Comandantes Eternos, salvadores del mundo y de la patria, y se comienzan a estructurar cultos , babalaos y santeros, ajenos a nuestra idiosincrasia Se atenta contra nuestra esencia como pueblo cuando se hacen ejercicios de necrofilia con los restos de Bolívar y se plasma una figura zamboide, como un intento de hacer desaparecer su indiscutible , y para nada vergonzante, abolengo mantuano, de hombre rico, por cierto miembro de la familia más rica de la época colonial, no una de las más ricas sino la más ricas. Se atenta contra la historia cuando se inventa otra independencia, para que haya un nuevo Bolívar. Se insulta al país cuando se inventa un ropaje socialista para Bolívar y hasta para Jesucristo.
No es oportuno referirme a la totalidad del discurso, aunque tentado estoy, pero no puedo soslayar la referencia a Bertrand Russel, quien junto a Huizinga termina sosteniendo que la historia es siempre una manera de la cultura rendir cuenta de si misma: y la de Michelet, quizás el más grande historiador de la Revolución Francesa, de que “ sin historia no es posible hacer política “ y agregaríamos que sin política no es posible hacer historia, y enfatizamos que no es un simple y travieso juego de palabras, sino que conceptualmente las fronteras entre lo político y lo histórico , los limites, las líneas divisorias, siguen siendo muy débiles. Rechazamos que se mienta y se le tuerza el pescuezo a la historia cuando, por ejemplo, se quiera presentar a los hechos vandálicos del 27 de febrero de 1989 como una gesta revolucionaria, o a los infaustos y cobardes intentos golpistas del 4de febrero y 27 de Noviembre de 1992 como unas proezas cívico-militares. Lo menos que uno puede pedir, por favor, es respeto a la inteligencia.
Bienvenida señora y amiga Rectora a esta institución, que como la Universidad, vela por la integridad de nuestros más caros valores, los de la libertad y la democracia.
(*) Ex Rector de la UC
Presidente del Ateneo de Valencia
Miembro de Número de la Academia de la Historia.
Presidente del Ateneo de Valencia
Miembro de Número de la Academia de la Historia.